“Uno no sabe si la vida es un cuento o si los cuentos amontonados unos encima de los otros son la vida.” Estas palabras las dice el narrador de “Historias de la mina” en el inicio de uno de los relatos que integran este volumen y al leerlas, se me da por pensar que Antón Castro ha ido narrando su biografía, literaria y personal, cuento a cuento y que estos que reúne en este volumen de acertado título vienen a ser un poco el resumen y la explicación de muchos de los anteriores, que encontraron su sitio en otros libros suyos, de los que yo he leído tres: El testamento de amor de Patricio Julve (1995), El álbum del solitario (1999) y Golpes de mar (2006), todos ellos editados por Destino. El libro del que me ocupo hoy, lo publica Xordica.
Dice el propio Antón, en una “Nota final”, que estos cuentos están escritos en diferentes épocas y que algunos fueron publicados en periódicos, revistas, libros colectivos o antologías temáticas, pero que al reunirlos ahora comprueba “que quizá haya una unidad de fondo, temas recurrentes: la fotografía, la interferencia entre Aragón y Galicia, la huella del mar y de la naturaleza y la presencia constante de la novia del viento: Zaragoza.” Leyéndolos, y habiendo leído los de sus otros libros, se advierte claramente esa unidad, aunque aquí, quizá más que en los anteriores, lo biográfico, ficcionalizado, cobra mayor protagonismo; como ejemplo de lo dicho, el cuento “Patricio Julve y otros fotógrafos imaginarios”, que podría tomarse por un relato real, en el cual, un narrador de ficción cuenta y da detalles de lo que otros narradores, también de ficción, contaron en otros libros. Y detrás de todos ellos, la figura del autor, que se asoma como pidiendo permiso a sus narradores para desvelar algunos “secretillos” de sus criaturas de ficción. Metaliteratura, pues, y de alto calibre, porque se lee con emoción y con complicidad, por los guiños generacionales, por el paisaje y por el paisanaje también.
Algunos cuentos parecen escapados de otros libros: por ejemplo, “Las mujeres del cuadro”, que podría haber formado parte de El álbum del solitario. La variedad temática del libro es amplia: desde los cuentos con perro –en la memoria, cada vez que leo un cuento con perro, el de Ignacio, “Siempre hay un perro al acecho”-, estupendo “Un perro entre reyes” con la figura de Manuel Martín Mormeneo, que es también protagonista de un cuento muy emotivo, por el desengaño amoroso, “La estación del adiós”, hasta el mundo del fútbol, tan cercano a Antón –siempre leo en su blog las crónicas del Garrapinillos, donde el fútbol tiene aún dimensión humana- en ese cuento un poco en clave que es “La radio y el ídolo”, en el que creo que habla de Arsenio Iglesias, aunque, claro, no lo puedo afirmar. Lo literario está presente en un cuento titulado “Siete noches con Inés de Garza”, que gustará a los muchos becquerianos que andan por el mundo y a quienes, como yo, hayan visitado con frecuencia esa zona: Trasmoz, Veruela, Tarazona y otros lugares por los que en su día anduvo el poeta sevillano.
Uno de los mejores cuentos del libro, si no el mejor, es el titulado “Pabostría”, en el cual el narrador vuelve a una ciudad, Zaragoza, buscando las huellas del pasado de su padre y en el fondo buscándose a sí mismo. Es un cuento extenso y de una intensidad muy bien lograda. A menudo nos buscamos a nosotros mismos en las huellas de los demás e intentamos imaginar cómo fue la vida de los otros para entender un poco quiénes somos. Eso creo que es lo que busca el narrador en este excelente cuento. Y esa búsqueda es, a la vez, un punto final y el inicio de la ficcionalización de esa búsqueda; así acaba el cuento: “Allí, en Pabostría, puso punto final a todas sus fugas y a su soledad. Y ahí, algunas horas después, al alba y a la intemperie, Alberto Gomesende Esmoría decidió la primera frase de la novela que pensaba dedicarle: “Mi padre eligió para morir una calle con gatos en los balcones y un tañido de campanas...” Que Antón, si lee esta entrada, me perdone el revelar el final de un cuento, cosa imperdonable para la que ya le estoy pidiendo indulgencia, pero creo que todos, llegados a un cierta edad nos hacemos la misma o parecida pregunta: ¿quién fue en realidad nuestro padre? La respuesta es o puede ser literatura.
Que Antón escribe muy bien lo sabemos todos sus lectores y repetirlo ahora es ocioso. Sólo me queda invitar a los visitantes de este blog a hacerse con el libro de Antón, sobre todo quienes hayan leído alguno de los anteriores, aunque no es condición imprescindible, desde luego, y disfrutar de estos estupendos relatos.
Dice el propio Antón, en una “Nota final”, que estos cuentos están escritos en diferentes épocas y que algunos fueron publicados en periódicos, revistas, libros colectivos o antologías temáticas, pero que al reunirlos ahora comprueba “que quizá haya una unidad de fondo, temas recurrentes: la fotografía, la interferencia entre Aragón y Galicia, la huella del mar y de la naturaleza y la presencia constante de la novia del viento: Zaragoza.” Leyéndolos, y habiendo leído los de sus otros libros, se advierte claramente esa unidad, aunque aquí, quizá más que en los anteriores, lo biográfico, ficcionalizado, cobra mayor protagonismo; como ejemplo de lo dicho, el cuento “Patricio Julve y otros fotógrafos imaginarios”, que podría tomarse por un relato real, en el cual, un narrador de ficción cuenta y da detalles de lo que otros narradores, también de ficción, contaron en otros libros. Y detrás de todos ellos, la figura del autor, que se asoma como pidiendo permiso a sus narradores para desvelar algunos “secretillos” de sus criaturas de ficción. Metaliteratura, pues, y de alto calibre, porque se lee con emoción y con complicidad, por los guiños generacionales, por el paisaje y por el paisanaje también.
Algunos cuentos parecen escapados de otros libros: por ejemplo, “Las mujeres del cuadro”, que podría haber formado parte de El álbum del solitario. La variedad temática del libro es amplia: desde los cuentos con perro –en la memoria, cada vez que leo un cuento con perro, el de Ignacio, “Siempre hay un perro al acecho”-, estupendo “Un perro entre reyes” con la figura de Manuel Martín Mormeneo, que es también protagonista de un cuento muy emotivo, por el desengaño amoroso, “La estación del adiós”, hasta el mundo del fútbol, tan cercano a Antón –siempre leo en su blog las crónicas del Garrapinillos, donde el fútbol tiene aún dimensión humana- en ese cuento un poco en clave que es “La radio y el ídolo”, en el que creo que habla de Arsenio Iglesias, aunque, claro, no lo puedo afirmar. Lo literario está presente en un cuento titulado “Siete noches con Inés de Garza”, que gustará a los muchos becquerianos que andan por el mundo y a quienes, como yo, hayan visitado con frecuencia esa zona: Trasmoz, Veruela, Tarazona y otros lugares por los que en su día anduvo el poeta sevillano.
Uno de los mejores cuentos del libro, si no el mejor, es el titulado “Pabostría”, en el cual el narrador vuelve a una ciudad, Zaragoza, buscando las huellas del pasado de su padre y en el fondo buscándose a sí mismo. Es un cuento extenso y de una intensidad muy bien lograda. A menudo nos buscamos a nosotros mismos en las huellas de los demás e intentamos imaginar cómo fue la vida de los otros para entender un poco quiénes somos. Eso creo que es lo que busca el narrador en este excelente cuento. Y esa búsqueda es, a la vez, un punto final y el inicio de la ficcionalización de esa búsqueda; así acaba el cuento: “Allí, en Pabostría, puso punto final a todas sus fugas y a su soledad. Y ahí, algunas horas después, al alba y a la intemperie, Alberto Gomesende Esmoría decidió la primera frase de la novela que pensaba dedicarle: “Mi padre eligió para morir una calle con gatos en los balcones y un tañido de campanas...” Que Antón, si lee esta entrada, me perdone el revelar el final de un cuento, cosa imperdonable para la que ya le estoy pidiendo indulgencia, pero creo que todos, llegados a un cierta edad nos hacemos la misma o parecida pregunta: ¿quién fue en realidad nuestro padre? La respuesta es o puede ser literatura.
Que Antón escribe muy bien lo sabemos todos sus lectores y repetirlo ahora es ocioso. Sólo me queda invitar a los visitantes de este blog a hacerse con el libro de Antón, sobre todo quienes hayan leído alguno de los anteriores, aunque no es condición imprescindible, desde luego, y disfrutar de estos estupendos relatos.
Nota. La foto de Antón es del día de la presentación del libro y es de José Antonio Melendo Puértolas, del blog “La foto de cada día”, cuyas magníficas fotografías invito a ver en la dirección “joseanmelendo.blogia.com”. La de la portada es mía y pido disculpas por la calidad de la misma pero los colores oscuros de la ilustración no lo facilitan precisamente; la culpa será, quizá, de los fantasmas que no supieron captar los fotógrafos imaginarios de Antón. Por cierto, tuve que encargar el libro, porque en una de las mejores librerías de fondo de Barcelona, no llegó la distribución.
Tomo nota. Conozco más a Antón por su estupendo blog que por sus libros. Ya es hora de cambiar esto. Gracias por la información. Un abrazo.
ResponderEliminarDigo lo mismo que Antonio.
ResponderEliminarYo conocí a Antón primero como escritor, vaya como lector suyo; después en su faceta de director del suplemento literario del Heraldo de Aragón "Artes y Letras", donde algo colaboré y por último, en su magnífico blog, como tú dices, Antonio. "El álbum del solitario" me pareció un libro redondo.
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios y un abrazo, Javier.