Lo difícil es acabar, dar algo por cerrado, despedirse, decirse adiós. Cada año que pasa Leonardo está más cansado y le cuesta más encontrar las frases con las que terminar el curso. No es fácil, es una de las tareas que más se le resisten. El azar quiso que, releyendo a su admirado Juan de Mairena, ese peculiar profesor de retórica tan amigo de don Antonio Machado, encontrase un texto que, paradójicamente, podría servirle para la ocasión. Mairena lo dice en el inicio de sus clases, pero Leonardo piensa que es bueno para ser leído durante los cinco últimos minutos del curso, cuando las clases se acaban y no volverán a empezar hasta septiembre. A Leonardo le gusta porque las palabras de Mairena ponen patas arriba aquella máxima terrible que trataron de inculcarle en su niñez: "La caridad bien entendida empieza por uno mismo". Mairena no enseña a tener seguridad, sino a desconfiar de uno mismo y esa es la paradoja que a contramano se acerca a la verdad: la duda metódica, desconfiar de todo, planteárselo todo, analizarlo todo. Como siempre, la lectura, en silencio sepulcral de respeto hacia el poeta amigo de Mairena, desconcierta una vez más a los muchachos, que ya solo piensan en las vacaciones y en ir a la playa. Tomó Leonardo el libro y leyó:
"Pláceme poneros un poco en guardia contra mí mismo. De buena fe os digo cuanto me parece que puede ser más fecundo en vuestras almas, juzgando por aquello que a mi parecer, fue fecundo en la mía. Pero ésta es una norma expuesta a múltiples yerros. Si la empleo es por no haber encontrado otra mejor. Yo os pido un poco de amistad y ese mínimo de respeto que hace posible la convivencia entre personas durante algunas horas. Pero no me toméis demasiado en serio. Pensad que no siempre estoy yo seguro de lo que os digo y que, aunque pretenda educaros, no creo que mi educación esté mucho más avanzada que la vuestra. No es fácil que pueda yo enseñaros a hablar, ni a escribir, ni a pensar correctamente, porque yo soy la incorrección misma, un alma siempre en borrador, llena de tachones, de vacilaciones y de arrepentimientos. Llevo conmigo un diablo -no el demonio de Sócrates-, sino un diablejo que me tacha a veces lo que escribo, para escribir encima lo contrario de lo tachado; que a veces habla por mí y otras yo por él, cuando no hablamos los dos a la par, para decir en coro cosas distintas. ¡Un verdadero lío! Para los tiempos que vienen, no soy yo el maestro que debéis elegir, porque de mí sólo aprenderéis lo que tal vez os convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de vosotros mismos."
Al terminar la lectura, Leonardo dio la clase y el curso por acabados. Dos alumnos levantaron la mano para preguntar. Leonardo los miró con cara de sorpresa y les dio la palabra. "¿Cuándo son los exámenes de recuperación?", preguntaron casi a coro. Leonardo los miró detenidamente, muy serio, durante unos instantes y sembró después el desconcierto con su respuesta: "Ya están ustedes recuperados, pueden ir en paz."
Machado era sabio, y tú, también.
ResponderEliminarEl final, esperado y sentido.
Un abrazo.
Fantástico, nadie como Machado para dibujar a las personas que llevamos a ese "mono loco" indú en nuestro cuerpo. Lástima no haberlo sabido para leérselo a mis alumnos en aquellos días de prácticas docentes. Pero ya está. Gracias por este sensacional post. Excelente blog!
ResponderEliminarGracias, amigos, por vuestros comentarios.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo, Javier, sabios los dos: Mairena y Machado.
Gracias, Juan, por tus comentarios sobre este cuaderno, considéralo tu casa y entra cuando quieras.
Un abrazo, Javier.