“Del libro que están leyendo, jóvenes, podría decirse que es una novela de aprendizaje, uno de cuyos temas principales es el acceso a la experiencia –dijo Leonardo a los más jóvenes de sus alumnos una tarde en que acabó de leerles un párrafo de la novela mientras el crepúsculo de la tarde otoñal dejaba un cielo amoratado por encima de los edificios-. Se preguntarán aprendizaje de qué y acceder a qué experiencia, supongo. Lo podemos resumir en dos palabras: del vivir. En la vida siempre hay sucesos, avatares, que de una u otra forma te marcan, te influyen, te cambian, no eres el mismo antes y después de ellos. Para Daniel, el Mochuelo, no olviden que tiene la misma edad que ustedes tienen ahora, la muerte de Germán, el Tiñoso, su amigo más querido junto a Roque, el Moñigo, es una experiencia que le afecta en lo más profundo de su ser. El hecho luctuoso, triste, deja tal huella en él que nunca volverá a ser el mismo. Podemos verle, sí, casi literalmente verle a través de las palabras, crecer, reflexionar con increíble madurez sobre el alcance de lo sucedido, en definitiva, le vemos despertar a su, a nuestra condición efímera, transitoria, pasajera, la de Daniel, la de los habitantes del valle, la de todos nosotros, ustedes y yo mismo; le vemos, en suma, descubrir su propia soledad. Lean ahora en silencio el párrafo que yo les he leído, léanlo por lo menos dos veces y crezcan con Daniel y denle secretamente las gracias a Miguel Delibes por haber escrito libros como este. Crezcan, jóvenes, crezcan.”
Daniel, el Mochuelo, pasó la noche en vela, junto al muerto. Sentía que algo grande se velaba dentro de él y que en adelante nada sería como había sido. Él pensaba que Roque, el Moñigo, y Germán, el Tiñoso, se sentirían muy solos cuando él se fuera a la ciudad a progresar, y ahora resultaba que el que sentía solo, espantosamente solo, era él, y sólo él. Algo se marchitó de repente muy dentro de su ser: quizá la fe en la perennidad de la infancia. Advirtió que todos acabarían muriendo, los viejos y los niños. Él nunca se paró a pensarlo y al hacerlo ahora, una sensación punzante y angustiosa casi le asfixiaba. Vivir de esta manera era algo brillante, y a la vez, terriblemente tétrico y desolado. Vivir era ir muriendo día a día, poquito a poco, inexorablemente. A la larga todos acabarían muriendo: él, y don José, y su padre, el quesero, y su madre, y las Guindillas, y Quino, y las cinco Lepóridas, y Antonio, el Buche, y la Mica, y la Mariuca-uca, y don Antonino, el marqués, y hasta Paco, el herrero. Todos eran efímeros y transitorios y a la vuelta de cien años no quedaría rastro de ellos sobre las piedras del pueblo. Como ahora no quedaba rastro de los que les habían precedido en una centena de años. Y la mutación se produciría de una manera lenta e imperceptible. Llegarían a desaparecer del mundo todos, absolutamente todos los que ahora poblaban su costra y el mundo no advertiría el cambio. La muerte era lacónica, misteriosa y terrible.
Nota. La foto de Miguel Delibes procede de blogeducastur.es. La de la edición de El camino, de la red. La cita está tomada de la primera edición del libro en la colección Áncora y Delfín, volumen 57, Editorial Destino, Barcelona, 1950. Texto en las páginas 205-206 de dicha edición.
Daniel, el Mochuelo, pasó la noche en vela, junto al muerto. Sentía que algo grande se velaba dentro de él y que en adelante nada sería como había sido. Él pensaba que Roque, el Moñigo, y Germán, el Tiñoso, se sentirían muy solos cuando él se fuera a la ciudad a progresar, y ahora resultaba que el que sentía solo, espantosamente solo, era él, y sólo él. Algo se marchitó de repente muy dentro de su ser: quizá la fe en la perennidad de la infancia. Advirtió que todos acabarían muriendo, los viejos y los niños. Él nunca se paró a pensarlo y al hacerlo ahora, una sensación punzante y angustiosa casi le asfixiaba. Vivir de esta manera era algo brillante, y a la vez, terriblemente tétrico y desolado. Vivir era ir muriendo día a día, poquito a poco, inexorablemente. A la larga todos acabarían muriendo: él, y don José, y su padre, el quesero, y su madre, y las Guindillas, y Quino, y las cinco Lepóridas, y Antonio, el Buche, y la Mica, y la Mariuca-uca, y don Antonino, el marqués, y hasta Paco, el herrero. Todos eran efímeros y transitorios y a la vuelta de cien años no quedaría rastro de ellos sobre las piedras del pueblo. Como ahora no quedaba rastro de los que les habían precedido en una centena de años. Y la mutación se produciría de una manera lenta e imperceptible. Llegarían a desaparecer del mundo todos, absolutamente todos los que ahora poblaban su costra y el mundo no advertiría el cambio. La muerte era lacónica, misteriosa y terrible.
Nota. La foto de Miguel Delibes procede de blogeducastur.es. La de la edición de El camino, de la red. La cita está tomada de la primera edición del libro en la colección Áncora y Delfín, volumen 57, Editorial Destino, Barcelona, 1950. Texto en las páginas 205-206 de dicha edición.
Ese libro es una obra de arte Javier.
ResponderEliminarMaravilloso libro, que leí un verano de adolescente animada por el buen criterio literario de mi padre.
ResponderEliminarEnfrentarse a la muerte, constituye el antes y el después de la vida, la llegada de la amarga madurez, el fin de la inocencia, el punto de inflexión.
Recuerdo los versos de Gil de Biedma: "Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde"
¡¡Hola!!
ResponderEliminarTerminé ayer mismo tu libro De aquí adelante, y me he visto obligada por las buenas sensaciones que me ha dejado a escribir en tu blog. Decir que me he sentido identificada con la protagonista, ya que ambas compartimos nombre, pasión por la lectura y la escritura y me considero optimista, al igual que Marina en los últimos capítulos.
Gracias por escribir un libro tan maravilloso sin caer en los tópicos adolescentes.
Ha sido un verdadero placer leerte, Javier.
Un beso, Marina .
Sí, Javier, es una obra de arte y el tiempo debe estar muertecito de asco, porque no puede nada contra él, pasan los años y sigue fresco como una rosa. Cuando alguien se pregunte qué es un clásico, bastará con que lea este libro y lo sabrá. Gracias, como siempre, por tu comentario.
ResponderEliminarY gracias a ti, Beatriz. Es verdad que muchas veces es el buen gusto literario de quienes nos preceden el que nos pone en el camino de los libros que no deben dejar de leerse. En cuanto a la cita de Gil de Biedma qué decir, está tan cargada de razón.
Gracias a ti, Marina. Me dejas sin palabras, sólo se me ocurre agradecerte la lectura de ese libro al que tanto cariño le tengo y con cuya protagonista yo, como tú, también me identifico. Gracias por entrar a esta casa, a esta bitácora que ya puedes considerar la tuya.
Un abrazo, Javier.