Lo que resultaba apasionante de la figura de Jaime Gil de Biedma era su enorme talento poético y su vastísima cultura literaria; en modo alguno, excepto para él, claro, su vida personal, su tendencia sexual, la mucha o poca pasión que pusiese en ello, las infidelidades y las noches de dormida en antros o en hoteles recién fríos, de habitaciones para hombre solo. Lo que cuenta es lo que se deja, la obra y no la biografía. Jaime Gil de Biedma dejó una obra breve que, con el paso de los años, no ha hecho sino crecer y crecer al tiempo que irradiaba luz, la que él mismo recibió de Cernuda y otros autores, sobre los poetas que le siguieron. Eso es lo que lo hace apasionante: Las personas del verbo, su Diario del artista seriamente enfermo, su Retrato del artista en 1956, sus estudios literarios, El pie de la letra.
La última vez que lo vi fue en el Ateneo Barcelonés de la calle Canuda, en 1988. Pronunció entonces una conferencia sobre la poesía de Luis Cernuda. Se le traspapelaron las notas que llevaba escritas. Interrumpió un rato su alocución para tratar de ordenar los papeles. Como le fuera imposible hacerlo, siguió durante un buen rato hablando de Cernuda sin nota alguna y fue realmente una lección de sabiduría poética y literaria como me ha sido dado ver pocas veces. Estábamos aquella tarde en la sala no más de veinte personas. Los fieles del Ateneo, seguramente miembros de la junta directiva, mis amigos José Ángel Cilleruelo y Joaquín Parellada, quien esto escribe y el también amigo y poeta Luis Izquierdo, que fue el único que dialogó con Jaime Gil en el coloquio que siguió a su estupenda conferencia. Ese era el Jaime Gil apasionante.
Es muy arriesgado hacer una película biográfica sobre Gil de Biedma, porque se corre el peligro de tergiversar su figura y hacerlo interesante por aquello que no debería serlo: su opción y su vida sexual, poniéndolo por encima de su figura literaria e intelectual, que es lo que lo va engrandeciendo desde que nos dejó y convirtiéndolo poco a poco en un clásico imprescindible de la poesía española del siglo XX. Eso es lo que tristemente ha ocurrido con El cónsul de Sodoma. No que la película no tenga aciertos cinematográficos, que los tiene, sobre todo en la creación de los ambientes filipinos y en la interpretación medida y correcta, brillante en la dicción, de Jordi Mollá, sino que pone por delante aquello que nunca debiera haber sido puesto en lugar tan preponderante, a veces hasta la saciedad, por pertenecer exclusivamente a la vida privada del escritor. Lo peor, con todo, es el guión porque es deslavazado, de escenas inconexas y no pocas veces gratuitas, porque le falta consistencia en los diálogos, porque nos deja caricaturas de los grandes escritores, alguno de ellos aún vivo -y que se ha quejado amargamente de la película-, de la Generación del 50 barcelonesa, porque da un dibujo demasiado esquemático de Gil de Biedma, un hombre extraordinariamente complejo. En suma, una oportunidad perdida, porque no es fácil que un productor se juegue el dinero en una película sobre la vida de un poeta de culto y minoritario, seguramente desconocido para eso que suele llamarse gran público y que dudo mucho que se interese por su figura después de ver la película. Tiene razón Dalmau cuando dice que tal vez Gil de Biedma hubiera merecido una película de más entidad.
Hace unos días puse una entrada semejante (sin haber visto la película). Me alegro de coincidir. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Antonio, por tu comentario. Vengo ahora de tu blog y veo que, en efecto, vamos un poco por la misma línea.
ResponderEliminarSi la adaptaciones de novelas a la pantalla son ya en sí difíciles y no pocas veces conflictivas, puedes suponerte lo que ocurre cuando lo que se adapta es una biografía y se sigue muy de cerca "Las islas de Circe" el relato-diario en el que Gil de Biedma está creando un personaje que lleva su propio nombre. Es lamentable que no se haya sabido ver eso.
Entro a ver los comentarios y leo el de Joaquín, muy duro con la biografía de Dalmau y el de Antonio Rivero, que habla con mucho acierto de las simplificaciones y el de Fernando que diferncia entre el libro y la película.
Enhorabuena por la futura publiación de tus versos.
Un abrazo, Javier.
Vaya, pues no sé si quedan muchas ganas de ver la película... da un poco de miedo salir triste.
ResponderEliminarSaludos.
Reconozco ese traje y esa corbata de una foto que se publicó en El País acompañando una entrevista, no sé si un par de años antes de su muerte. En cuanto lo descubrí me enganché a su poesía y no tuve noticia de su homosexualidad hasta que murió, lo cual quiere decir que no supe leer entre líneas o que importaba un carajo. Creo que lo segundo.
ResponderEliminarUn saludo.
Olga, pues la verdad es que no muchas. Claro que si leíste el sábado el artículo de Carlos Boyero en "Babelia" "La desdicha de Gil de Biedma", aún te quedarán menos. Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarClaro, Antonio, importa tres carajos. Las opciones personales de cada uno son de cada uno. Lo importante es saber transformar los sentimientos amorosos en poesía tan bien como lo hizo Salinas en "La voz a ti debida", Garcilaso en sus "Eglogas" y Gil de Biedma en toda su poesía, sobre todo en algunos poemas de "Moralidades" como "Pandémica y Celeste", lo demás no importa y parece que en la película es lo principal o al menos a lo que se le presta mayor atención. Gracias por asomarte otra vez a este cuaderno.
Un abrazo, Javier.
Muy ponderada entrada, Javier. ¡Cómo me hubiera gustado estar presente en esa conferencia! En cuanto a la película, ya sé que no tengo que ir. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Antonio, por tu comentario. Pues sí te hubiera gustado, porque haciendo un esfuerzo de memoria, recuerdo que una parte la dedicó a las relaciones de Cernuda con la poesía inglesa, tema que tan bien conoces tú.
ResponderEliminarUn abrazo, Javier.
Tocayo: ahí te adjunto una cartita que ha aparecido hoy en El País, cartas al director, sobre la película en cuestión.
ResponderEliminarEl cónsul de Sodoma o de tal palo, tal astilla
Como editor de Jaime Gil de Biedma. Conversaciones y autor de alguna crítica a la biografía de Gil de Biedma publicada por M. Dalmau -crítica que los lectores pueden encontrar en el núm. 86 de Letra Internacional-, me permito colaborar en la polémica, llamando la atención del Jurado que entregará los Goya sobre una de las nominaciones: la del Goya al mejor guión adaptado de El cónsul de Sodoma. Si el guión ha sido adaptado de la citada biografía, el resultado ha sido necesariamente el esperado: un fiasco.
La biografía de Dalmau está ordenada como un tríptico a partir de una manipulación chapucera de varios cuadros de Bacon. El primer panel del tríptico aborda la historia familiar y personal del poeta en 75 páginas, para las que no ha necesitado consultar ni un solo libro de historia. Y el segundo repasa, con jugosos errores de interpretación, la obra de Gil de Biedma en 125 páginas. Ambos paneles se cierran en 1985. El tercer panel relata con naturalismo clínico, y en clave rosa, la vida sexual del poeta, que ocupa las 255 páginas restantes hasta 1990. El tríptico no parece estar bien compensado. En realidad, las dos primeras partes no son más que un aperitivo mal descongelado antes de atacar el chuletón casi crudo de la enérgica y atareada sexualidad del poeta, que ya no escandaliza ni a los niños de la doctrina. La bibliografía “básica” de la obra, limosna a la puerta de una iglesia, no puede ocultar el feo vicio del autor de no mencionar las fuentes y, lo que es peor, apropiarse indebidamente de ellas. Por ejemplo, de Shirley Mangini, a la que utiliza sin escrúpulo, o sea, sin las obligadas comillas, que son las que indican el propietario del texto. Y no cabe aquí la eximente de intertextualidad, que consiste, según Bajtin, en un diálogo textual y no en mera una copia.
Un abrazo,
Javier Pérez Escohotado