Qué quiere que le diga, llevábamos casi un año pasando frío y hambre, mordiendo el polvo amorraos al terruño, cuando una mañana de mayo del 37 apareció junto al comandante de la brigada aquel lechuguino, con su guerrera impecable, las botas lustrosas y aquellas gafas redondas de concha que le daban un aire distinguido de señorito intelectual. Créame que, tan apenas llegó, empezaron los discursitos, que si ahora seríamos soldados del ejército de la República, que si se necesitaba más que nunca disciplina y orden, que si fe ciega en la victoria y no sé qué más, y todo ello salpimentado con mucho “salud”, “camaradas” y otras zarandajas por el estilo.
Las cosas sucedieron así, como le voy a contar. Aquella mañana las órdenes del comandante nos tocaron los cojones. Había que atacar una posición del enemigo imposible de tomar; todos supimos que aquello era como mandarnos al matadero. “Al que retroceda, lo fusilo”, bramó la voz aguardentosa del comandante, un mecánico de Reus. “No lo olvidéis, camaradas”, apostilló en tono impertinente el lechuguino.
Usted verá, no nos quedó otra que cumplir las órdenes y atacar. Lo hicimos como siempre, con coraje y con valor. Yo iba con la ametralladora a cuestas, ayudado por el madriles, un chirivías de 19 abriles, pero con todo lo que hay que tener, no se crea, no se amilanaba ni tanto así. Vimos caer a muchos de los nuestros, a los mejores, a Eusebio, pastor de Soria, a Anselmo, campesino de La Almunia, a Emeterio, fresador de Sabadell. No, no pudimos tomar la posición, cómo quiere usted que la tomáramos si nuestras fuerzas eran tan inferiores a las del enemigo, que además estaba bien atrincherado; el resultado fue que nos frieron.
Cuando las cosas se pusieron muy mal para nosotros, algunos empezaron a retroceder y a buscar cobijo que a lo último resultó inútil. Entre ellos el lechuguino, que corría que se las pelaba. Qué quería que hiciera... Le dije al madriles, “atento, que ahora verás”; apunté al lechuguino, disparé y lo vimos caer “como un tronquico, oiga, lo mismo que un tronquico.”
No entiendo muy bien qué intenció tiene este texto o microrrelato. No sé si es tuyo o pertenece a alguien. Deduzco que es tuyo. Me evoca una película antimilitarista que vi hace muchos años que se titulaba Uomini Contro (Hombres contra la guerra). Nunca he vuelto a saber de ella. La vi en Ibiza en 1978. Era magnífica. Un general mandaba a los soldados italianos a tomar una posición imposible. La matanza era terrible. Vuelta a empezar. Y vuelta a la aniquilación del ejército que intentaba tomarla. Es uno de los alegatos antibelicistas mejores que he visto. Hace 32 años que vi esa película y no la he olvidado. Es lo que distingue al buen cine del malo. El bueno no lo olvidas jamás. El malo a los diez minutos de salir ya ha pasado. Pero ¿qué quieres expresar? Me queda en un misterio. ¿Antimilitarismo? ¿La bisoñez del comisario? ¿Un cuadro de costumbres?
ResponderEliminarUn abrazo.
Magnífico relato, Javier, con esa recreación de un lenguaje descarnado y popular. También vale quizás como metáfora de una época y una guerra.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es real el episodio aunque no lo parezca. Ejemplar trasunto de la soberbia tiránica y las estériles y peligrosas ideologías envilecedoras que despojan al individuo de su individualidad para querer convertirlo en héroe totémico, en engorde del misticismo de la "causa", sea ésta la que sea.
ResponderEliminarUn abrazo.
Joselu, la etiqueta de la entrada dice "Cuentos breves" y eso es el texto, un cuento breve, del que desde luego soy autor. Lo demás, lo dejo a tu consideración.
ResponderEliminarGracias, José Miguel y Javier por vuestros comentarios.
Un abrazo, Javier.