viernes, 4 de febrero de 2011

Salvador Allende



Durante años, cuando la información llegaba de modo tan confuso como restringido, muchos de nosotros, para quienes Salvador Allende era un símbolo de coherencia política, de entereza y de defensa de los menesterosos, creímos la versión en la que se aseguraba que el presidente constitucional chileno, democráticamente elegido, había sido asesinado durante el asalto, el once de septiembre de 1973, al Palacio de la Moneda y que habían sido los militares quienes lo habían matado en el despacho presidencial, después de que el mandatario se hubiese negado a aceptar el avión que los golpistas supuestamente pusieron a su disposición para que abandonara el país.

Sin embargo, veinticinco años después, en 1998, el doctor Óscar Soto, que había sido testigo en el Palacio de la Moneda del asalto, escribió un libro titulado El último día de Salvador Allende, en el cual daba otra versión del final del presidente Allende. Leí ese libro en su momento con un interés extraordinario. Cuando lo terminé, sentí que se resquebrajaba el mito que había sido, como tantos otros episodios de la historia, interesadamente divulgado y que debía enfrentarme a la realidad de los hechos. La crudeza de lo que en aquellas horas decisivas había pasado en La Moneda, tan bien relatado por el doctor Soto, me enseñó otra versión de lo acontecido y me obligó a revisar un episodio que había sido muy importante en mis años de juventud y de formación; tenía yo diecinueve años cuando el general Pinochet encabezó el golpe de estado que derrocó a Allende.

Ayer el diario El País publicaba una carta del doctor Soto, que vive en España, en la que pide, a raíz de una información publicada en el mismo diario días atrás por Sol Alameda, que la justicia chilena desvele los detalles de la muerte del presidente y aclare qué fue lo que realmente pasó. Habrá que esperar el resultado de esa investigación para saber si lo que cuenta el doctor Soto en su libro se acerca más a la verdad que la versión distorsionada que en mis años de juventud era creída a pie juntillas.

En aquel tiempo en que leía el libro del doctor Soto, había publicado ya mi novela sobre Besteiro, quien esperó leyendo, en la habitación que habían habilitado para que descansara en el Ministerio de Hacienda de Madrid, la llegada de las tropas nacionales que lo habían de detener el 28 de marzo de 1939, para juzgarlo después y dejarlo morir en el abandono de la cárcel de Carmona en septiembre de 1940. No pude entonces evitar la comparación entre los comportamientos de esos dos hombres, Besteiro y Allende, que se enfrentaron de modo tan diferente a su destino trágico. No se trata de juzgar, porque es muy difícil saber cómo debe actuarse en circunstancias tan difíciles y adversas, pero veo claro al correr de los años que la serenidad de ánimo, el sosiego, la entereza, el libro en las manos como única arma, la dignidad y la decencia como bagaje son la mejor manera de arrostrar un destino inevitablemente trágico. El correr de los años hace el resto, engrandece el gesto.

5 comentarios:

  1. Javier, me ha encantado esta entrada. La verdad es que Besteiro es un referente ético de primer orden. En un artículo de Julián Marías aparecido en ABC, el filósofo decía: «Hay en la historia de cada país algunas figuras públicas limpias –en la vida privada es más frecuente, aunque tampoco fácil-. En España, una fue Jovellanos; otra, Julián Besteiro. Cito estos dos nombres porque su entereza y su dignidad fueron puestos duramente a prueba, y la superaron sin ceder un punto»

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  2. Las noticias nos llegan sesgadas, yo creo que debemos poner en cuarentena casi todo, pues al fin y al cabo la historia la escriben los vencedores y nos resulta muy difícil conocer la verdad. Y en cuanto a lo que cuentas de Besteiro, coincido, evidentemente contigo, lo que importa es la dignidad que engrandece el gesto.
    Salud
    Francesc Cornadó

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  3. Lo que no conozco son las circunstancias de la muerte de Allende según la versión de Óscar Soto. En todo caso hubo un tiempo en que se aseguraba que Allende se había suicidado antes de caer en mano de los golpistas. Nunca he tenido claro este extremo, pero a tenor de lo que comentas, la realidad pudo ser diferente a lo que yo sé. Me disgustaría que otro mito se viniera abajo, como si nos quedara alguno en pie a estas alturas. También desconocía todo lo relacionado con la muerte de Besteiro, al que conocí por su trayectoria en la Segunda República y respeté como uno de los hombres más dignos de aquel conglomerado de insensataces que fue aquello. No puedo aportar mucho. Un cordial saludo.

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  5. Gracias, amigos, por vuestros comentarios.
    Un abrazo, Javier.

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