"La espiritualidad renacentista supo armonizar muy bien las ideas paganas con el cristianismo. A esa nueva filosofía se le dio el nombre, algo confuso, de neoplatonismo. Se trataba, una vez más, de explicar el mundo y la vida. ¿Quién de entre ustedes no ha sentido algo especial al contemplar el cielo estrellado en una noche de verano? ¿Quién, en ese momento mágico, no ha notado que le recorría los adentros un anhelo de plenitud, un ansia de eternidad? Copien estos versos que voy a escribir en la pizarra," dijo Leonardo mientras se giraba hacia el encerado y con su letra menuda y su peculiar caligrafía se disponía a escribir:
Cuando contemplo el cielo,
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado,
el amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente,
Loarte, y digo al fin con voz doliente:
"Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura,
el alma, que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, oscura?
"Esa morada de grandeza y ese templo de claridad y hermosura, que el poeta sitúa en lo alto, en el cielo, háganse a la idea de que se corresponde con lo que Platón llamaba el mundo de las ideas, donde todo es eterno e inmutable y de donde procede el alma, que tiene, pues, origen divino. Sin embargo, vive encerrada en la cárcel del cuerpo, que es efímero, caduco, transitorio, y pertenece al mundo de los sentidos, donde nada permanece y todo pasa. El alma, pues, anhela y añora su origen divino y se siente desterrada en eso que el poeta llama suelo oscuro. Ello provoca ese ansia y hace que la voz doliente de Fray Luis de León se queje en estos espléndidos versos que acaban de copiar."
De repente, desde el fondo del aula alguien levantó el brazo para pedir la palabra. Leonardo se la concedió y la alumna dijo: "Lo siento pero no me creo esa diferenciación que hace usted entre mundo de las ideas y de los sentidos, como tampoco creo que exista el alma ni que sea eterna, nada lo es en nosotros. Para mí no hay más vida que la terrenal y cuando se acaba, se acabó todo."
Al terminar, Leonardo preguntó al resto de la clase si estaban de acuerdo con lo que su compañera había dicho. El silencio fue la única respuesta, así que Leonardo se quedó mirando a la alumna y le dijo: "¿Y cómo y por qué está usted tan segura de lo que dice?" A continuación y sin esperar respuesta, como si hubiera sido la suya una pregunta retórica, dio la clase por terminada.
Ah, Javier, la eterna cuestión que nos atormenta, pero, ¿cómo puede Leonardo estar seguro de que la otra opción, la platónica y la luisiana, es certera? ¿No será que nos aterran ambas, cada una por separado y las dos como antéticas? Imposible conciliarlas, no hay punto medio en esta ocasión, ¿o quizá es que no lo vemos?
ResponderEliminarUn abrazo.
Javier, Leonardo ni está ni deja de estar seguro de lo que dice, simplemente se limita a dar una explicación histórico-literaria de los sentimientos que están a la base de ese poema que escribe en la pizarra. Lo que le sorprende es la seguridad, desolada diríamos, con la que la alumna participa. Pero en fin, tienes razón, todo es relativo e incierto en estos temas. Lo mejor, tal vez, será quedarse con la increíble belleza de los versos de Fray Luis.
ResponderEliminarQué habrá o no de verdad en la anécdota habría que preguntárselo a Leonardo. De momento prefiero dejarlo aquí.
Gracias por tu comentario.
Un abrazo, Javier.
Como profesor de literatura -normalmente afligido- asisto a situaciones como ésta con frecuencia. No idénticas pero si concomitantes. ¿Cómo transmitir la esencia de buena parte de la historia de la literatura sin comprender lo que es la creencia en un más allá, sea un mundo de las ideas, sea el infinito, sean otras dimensiones místicas. No hay nada que impresione a nuestros adolescentes que tienen claro que no hay más allá, que no existe Dios, que no existe la trascendencia (aunque ignoren esta palabra). ¿Cómo hacer interesantes a Fray Luis, A Juan de la Cruz si su cosmovisión absolutamente incomprendida? Mi generación tuvo una formación religiosa y luego perdimos la fe en un momento u otro, pero esa percpeción de lo sagrado sigue presente en mí. No lamento los largos momentos de meditación en la capilla de la iglesia (aunque fueran culpabilizadores) ni los ejercicios espirituales que hice. En muchos sentidos me abre la posibilidad de entender por qué tantos hombres del pasado creyeron en la trascendencia. Sin embargo, estos jóvenes cuya única referencia es la de los centros comerciales, el ansia de dinero y de confort, la televisión e internet en sus facetas más banales, ¿cómo van a entender la mirada extasiada de Fray Luis mirando el firmamento y añorando la plenitud espiritual? Conozco a ateos que se quedan igualmente extasiado mirando el universo, pero hay que mirar y percibir en todo caso la sensación de misterio, ese aleteo único que nos invade ante la inmensidad y lo desconocido. No, no lo tienen fácil los profesores de literatura. Han de alumbrar experiencias que resultan opacas desde la mentalidad dominante. Saludos.
ResponderEliminarMira que se lo complicaban estos neoplatónicos con Ficino a la cabeza, no contentos con otorgar un alma bajo la piel de los humanos, van y se la adjudican también a las cosas. Bien mirado, sin embargo, esto no deja de tener una gran eficacia estética. (Miguel Angel, Bramante, Masaccio...)
ResponderEliminarLa alumna, que pertenece a la generación de lo digital, no da pábulo a las especulaciones de fray Luis y prefiere los mundos virtuales más que las esferas espirituales.
Salud
Francesc Cornadó
Joselu, estoy de acuerdo en lo que dices respecto a la dificultad de explicar estos autores a muchos jóvenes de hoy en día. Sin embargo, discrepo, con total respeto, naturalmene, en lo que dices sobre los centros comerciales e internet, en el fondo sobre el grado de alienación de esta juventud.
ResponderEliminarCreo que es una visión que no se ajusta del todo a la realidad. Es verdad que las creencias religiosas o simplemente trascendentes interesan poco a muchos, pero desde el laicismo estos jóvenes tienen una sólida formación en valores éticos que suple con creces la creencia en un dios ordenador del universo. Sé que esto que digo se refiere tal vez a una minoría, pero también tengo conciencia de que esa minoría existe y que no es del todo indiferente a estas cuestiones.
Déjame, por último, agradecerte tu aportación a esta entrada porque la mejora sustanciosamente.
Un abrazo, Javier.
Yo tengo muchas dificultades para creer, sólo tengo claras mis prioridades de incredulidad.
ResponderEliminarLa postura de la alumna me parece, con diferencia, la más increíble.
Me ha encantado la entrada.