Algo olvidado, a pesar de la labor encomiable de algunos que lo reivindican, recuerdan, editan y estudian su obra, Arturo Ramoneda entre ellos, me parece que está hoy Corpus Barga, claro que esta puede ser una impresión subjetiva y de todo punto discutible. Debe decirse, con todo, que de “las veteranas nociones” de las que hablaba José-Carlos Mainer en su artículo del sábado en Babelia, la que mejor le correspondería al gran periodista, escritor y memorialista es la de “escritor injustamente olvidado”. Casi ruboriza recordar, a estas alturas, que Los pasos contados es uno de los grandes libros de memorias, o autobiografía si se quiere, de la literatura escrita en lengua castellana. Las páginas, por poner solo un ejemplo, que abren el primer volumen, Mi familia, el mundo de mi infancia, en las que el escritor se sumerge en las estancadas aguas del pasado a la busca del hilo de sus antepasados, son sencillamente magistrales. Todo lo editó, desde la sabiduría con la que ejerció la labor de editor, Jaime Salinas en aquella memorable colección “Alianza Tres”. En el último volumen, según Ramoneda, una reescritura de su novela de 1910 La vida rota, publicado bajo el enigmático título de Los galgos verdugos, nos deja esta suculenta reflexión sobre la literatura y la vida, nacida al hilo de unos párrafos dedicados a Galdós:
La falsedad de las novelas está en presentar la vida con arreglo a un patrón de papel recortado, separado del todo, donde cada cosa aparece en su sitio supuesto y llega cuando se supone que es debido. La vida humana no sucede así, con esa claridad, es oscura, inextricable, un entrecruzamiento de sucesos, personas, sensaciones, voluntades, deseos, agresiones y digresiones. La vida misma es una digresión. Desde luego, un juego al escondite de aciertos y errores, del bien y la maldad. Un carnaval de caracteres.
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