A todos los que visitáis este blog, este cuaderno que el pasado dieciocho de diciembre cumplió ya cuatro años, os deseo, como ese gallo crisis -con permiso de Sijé- que se despereza en ese campanario, espadaña de los sueños, que mi hija ha dibujado, una feliz entrada de año y que sea lo más venturoso posible, aunque tengamos que seguir luchando contra los elementos adversos, que otros gobiernan y nosotros intentamos capear.
domingo, 30 de diciembre de 2012
martes, 18 de diciembre de 2012
Contra todo cainismo
"Los derrotados hemos sido los hijos de los que hicieron la guerra: nunca conoceremos la verdad", dice José Pestaña, historiador, uno de los personajes protagonistas de esta novela lúcida y necesaria, en un momento de su narración; cuando lo dice está poniendo de manifiesto una imposibilidad: la de entender las razones que movieron los hilos de la conducta de quienes ejercieron la violencia más feroz en los días, semanas y meses que siguieron al alzamiento de los militares rebeldes contra la República; pero también la de quienes ejercieron similar violencia en las zonas en las que el alzamiento fracasó.
Con el paso de los años hemos ido aprendiendo algunas cosas: entre ellas que si los militares no se hubieran alzado en armas contra la República posiblemente no hubiera habido guerra civil. Que el terror se practicó, con el mismo odio y la misma saña, en los dos bandos en los primeros meses de la guerra, esto es, en el verano y el otoño del 36. Los paseos y los fusilamientos no fueron solo cosa de los rebeldes. Hasta en el final de la guerra, lo contó con pelos y señales Sánchez Mazas y Cercas lo recogió en su libro, se llevaron a cabo fusilamientos masivos, como aquel en el que se vio implicado el escritor y del que milagrosamente salió ileso.
No puede ser la nuestra una historia de buenos y malos, pero hay cosas que no se pueden olvidar. Se puede perdonar, pero nunca olvidar, como le ocurre a Graciano en la novela. A Pepe Pestaña le recomiendan: "Olvídate de la guerra. Aquello pasó, y pasó. Punto." Pero hechos como los que se cuentan en esta novela estremecen y nunca puede ni debe caer el olvido sobre ellos. Hemos aprendido pues que la reconciliación y la convivencia no deben basarse en el olvido. Estoy de acuerdo con Jesús Ferrer, quien en su crítica en el diario La Razón sostenía que esta novela es "todo un alegato a favor de la convivencia social, en contra de todo cainismo."
Me ocurre con muy pocos libros, me pasó con El coronel no tiene quien le escriba o con La metamorfosis, pero cuando terminé la novela de Trapiello volví al principio y la leí de nuevo. Este es un libro que todos deberíamos leer, un ajuste de cuentas con nosotros mismos y con nuestra memoria colectiva, aunque en ella se cuente una historia dolorosa y tremenda que parece solo afectar a dos familias, la de Pestaña y la de Graciano. La indagación que dispara esa historia es colectiva, de todos. El objetivo de ella es superar el pasado violento, no olvidarlo, a cada cual lo suyo, pero sí evitar las banderías de la violencia que se adueñaron por entonces del suelo patrio. A fin de cuentas, no deja de tener razón Pestaña, por mucho que su actitud resulte provocadora para algunos, cuando dice:
La bandera de los demócratas es, hoy por hoy, la bandera constitucional; esa (se refiere a la republicana) es tan inconstitucional como la del aguilucho. Durante la guerra por cada bandera republicana había veinte de la Cnt, de la Fai, del Poum, de Pce, de la Ugt, de cualquier partido menos de la República. (...) Las aspiraciones de esa República, subsidio de desempleo, seguridad social, jubilaciones, matrimonios civiles y divorcios, aborto o igualdad entre hombres y mujeres han quedado cumplidas y rebasadas en muchos casos en esta monarquía.