Entonces, cuando los trenes circulaban por estas vías, el sonido de las locomotoras y los vagones pautaba el paso del tiempo en esta comarca y la luz cegadora no amparaba esta soledad de maleza invadiéndolo todo. Los raíles, que ya no conducen a ninguna parte, no estaban amenazados por la herrumbre y el jaramago que el cierzo arrastra inclemente de una parte a otra. Sin embargo, cuando a mediados de los ochenta conocí la fuerza adusta y estremecedora de este paisaje, la línea se consideró deficitaria por falta de viajeros y se decidió suprimirla. En aquel momento empezó el abandono y el lento deterioro.
Fue como si de repente todos aceptasen la fatalidad como inevitable y nadie quisiese responsabilizarse de nada de lo relacionado con la línea férrea. Así que, ni la compañía ni los ayuntamientos, con sus menguados presupuestos, se hicieron cargo del mantenimiento de los edificios de las estaciones y estos fueron abandonados a la labor destructora del tiempo. Los tejados fueron cediendo poco a poco y los interiores se deterioraron irremediablemente.
Con todo, la huella de la vida quedó anclada en las paredes de algunos edificios: las fachadas de piedra, los rosetones que ya no daban luz a ningún camaranchón, las jícaras de porcelana blanca que servían de soporte a los cables del tendido eléctrico, los restos de un farol ya en desuso que dejó de alumbrar hace muchos años: todo parecía resistirse al olvido.
Ya no había viajeros que esperasen la llegada de ningún tren y las marquesinas cubiertas que antaño los protegieran del viento y de la lluvia en los andenes, son hoy refugio para los jóvenes que dejan la huella efímera de su nombre en las paredes, para que sirva de testigo de su estancia en ese lugar hasta que la intemperie también dé con todo ello en tierra.
Y sin embargo, en la soledad de mis paseos en primavera por estos cauces áridos y pedregosos de ríos secos, aún me parece posible imaginar el ruido de los trenes circulando por encima de estos viaductos, cuya impecable construcción resiste como ningún otro elemento la destrucción del tiempo.
Y esos trenes que a veces intuyo en mis paseos seguirán su camino hacia otros pueblos a los que hoy solo se llega por carretera. Vías muertas de ferrocarril por las que ya no circulan los trenes pero que cobijan y guardan el eco de miles de historias de los viajeros que en otro tiempo se desplazaban de un pueblo a otro, entre Calatayud y Soria.
La caseta del guardabarreras ya no sirve para nada y tampoco los instrumentos para cambiar de agujas; hoy son restos de un pasado anacrónico, esperando quizá un renacer imposible, pasto de la maleza y de la hierba que lo invade todo.
Estaciones inservibles, con el nombre de la población a medio derruir. Las ventanas son las cuencas vacías de unos ojos perdidos en el tiempo.
Las vías se alejan en medio de la maleza que las invade y los trenes imaginarios tal vez mañana sigan circulando hacia ninguna parte.
Al margen del despropósito social o económico que supuso (y supone) el cierre de líneas de ferrocarril, el paisaje de abandono es misteriosamente poético y desolador. Te recomiendo que visites el reportaje fotográfico de Stewie sobre la línea del Santander-Mediterráneo. En este enlace, por ejemplo, se ve el tramo Calatayud-Portillo. Un saludo.
ResponderEliminarPreciosa crónica. Las cuatro primeras fotos juraría que son de mi pueblo paterno, Villarroya de la Sierra, donde tan feliz he sido.
ResponderEliminarMe he llevado una grata sorpresa al verlas.
El abandono de la estación ha sido penoso y yo creo que es anterior a los ochenta.
Este verano estaban levantando las vías con excavadoras. Por lo que me contaron, parece ser que robaban los raíles para vender el hierro, así que la Renfe, o Adif, o quien quiera que sea la empresa responsable, ha decidido otorgar una concesión para venderlos ella misma.
Están desapareciendo hasta las huellas de la ruina...
Un abrazo.
Gracias, Toni, por tu comentario y por el enlace, fantástico, que ya he visitado. ¡Hay tantas páginas, blogs y no blogs, en la red que uno desconoce!
ResponderEliminarPues sí, Rafael, de tu pueblo paterno se trata. Con todo, tal y como dice Toni, más allá del abandono de la vía férrea, la belleza del paisaje es y será siempre estremecedora.
Un fuerte abrazo a los dos, Javier.