A pesar de la inmensa tristeza que destila Aún es de día, segunda novela de Miguel Delibes, publicada en 1949, y del ambiente sórdido que rodea al protagonista, Sebastián, a quien acompañamos en su camino de perfección a lo largo de páginas en las que se describe un ambiente asfixiante y mezquino, la maestría narrativa del autor aparece en párrafos como este, a la altura del mejor Delibes, que cambiaría su rumbo narrativo con la publicación de El camino, en 1950, y acabaría convirtiéndose en un clásico fundamental en la historia de la novela española:
Ahora la ciudad se le hacía vieja, turbia y desapaciblemente sucia; desabrida en su rutina gris, en su monotonía de piedras amontonadas con un diverso y a veces opuesto sentido arquitectónico. La escasa luz la hacía todavía más lánguida y decadente. Las calles equivalían a tiras de asfalto, ribeteadas por casas desiguales, amorfas, vagamente lóbregas y huidizas. Las conversaciones de los transeúntes eran huecas y vulgares, como las casas y las calles; con un ritmo roto, desafinado, de música maltratada. En las esquinas algunas viejas vendían castañas asadas, encerradas en una casetucha de maderas grises, con reminiscencias de ataúdes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario