sábado, 21 de febrero de 2015

Caminos del exilio: Cantallops / 1


La mañana de domingo se levantó lluviosa y fría, como corresponde al mes de febrero. La carretera, estrecha y mal asfaltada, se fue adentrando poco a poco en la espesura de la Sierra de la Albera, que se dibujaba azul a lo lejos. Detrás de los montes, la raya imaginaria de la frontera entre Francia y España. Llegamos a Cantallops, tomando un desvío a mano derecha en la carretera comarcal que conduce a La Jonquera desde Roses y Vilajuïga, entre una lluvia que caía mansamente sobre los campos y las lindes del camino, verdecidas en unos tramos y resecas en otros.


Fue este pequeño, hermoso y silencioso pueblo uno de los lugares elegidos, dada su cercanía a la frontera francesa, por muchos de los que querían dejar atrás la pesadilla del avance inexorable de las tropas nacionales, para cruzar la raya que separa Francia de España. Muchos eligieron el camino, más transitado y seguro, pero también más concurrido y abigarrado, de La Jonquera; pero otros prefirieron atravesar el áspero y dificultoso sendero de las Alberas para llegar al país vecino, que tan mal acogió la avalancha humana que se le vino encima y lo desbordó en aquel febrero de 1939. Damos una vuelta por las calles estrechas del pueblo, casas de fachada de piedra, silencio, la lluvia cayendo pausadamente sobre los tejados que en otro tiempo vieron pasar a los que marchaban expulsados de su tierra hacia un destino adverso e incierto.





Dejamos el pueblo atrás y nos disponemos a realizar la ascensión hacia el Castillo de Requesens. El camino deja de estar asfaltado y se convierte en una pista forestal de difícil conducción, con un suelo irregular y lleno de piedras. Antes de internarnos en la espesura de la sierra, vemos a lo lejos la llamativa fachada del Mas Bell-Lloc. 


Aquí estuvo refugiado, antes de marchar a Agullana para reunirse con Companys en Mas Perxès, el diputado, periodista e historiador Antoni Rovira i Virgili. Llegaron por carretera desde Girona, procedentes de Olot tras haber partido de Barcelona cuando ya la entrada de las tropas nacionales era inminente, en el bibliobús del Departament de Cultura de la Generalitat, que luego seguiría camino hasta Agullana, hasta el Mas Perxès, en las afueras del pueblo. El último tramo del camino tuvieron que hacerlo a pie porque el autobús no podía circular por caminos tan estrechos. Tenía entonces, Rovira i Virgili, cincuenta y seis años y marchaba camino del exilio con su familia; moriría en Perpignan en 1949, después de haber sido President del Parlament de Catalunya en el exilio. Publicó, ya en el destierro, en Buenos Aires, en 1940, en las Edicions de la Revista de Catalunya, su libro Els darrers dies de la Catalunya republicana


En sus páginas describe la noche pasada en el Mas Bell-Lloc, que en ese momento teníamos frente a nosotros, con estas palabras que traduzco del catalán:

Llegamos al Mas Bell-Lloc. Decepción desde el primer momento. Es un viejo castillo destartalado y ruinoso. Enseguida percibimos que hace mucho frío. Mientras caminábamos, el ejercicio de la marcha atenuaba la crudeza de la temperatura. El frío de los espacios interiores es el más difícil de sobrellevar.

En este caserón -medio masía, medio castillo- hay pocos muebles: pocas sillas, pocas mesas, pocas camas, ninguna comodidad. No hay cena, ni tampoco ingredientes para prepararla. Los masoveros no pueden ofrecernos otra cosa que unas rebanadas de pan, unos trozos de butifarra y un vaso de vino dulce. Nos lo ofrecen con buena voluntad y nos sienta bien.


Si con un poco de imaginación podemos pensar que hemos cenado, ni con toda la imaginación del mundo podríamos pensar que tenemos lecho. No nos queda ni el recurso de poner colchones en el suelo, porque no los hay. No hay ni jergones. ¡Si tuviéramos al menos aquellos bancos de la noche de Gerona! La noche de Cantallops será más dura.


Mientras los masoveros se van a acostar en la cama donde duermen cada día, única que hay en la masía, las treinta personas que nos hemos alojado allí, nos distribuimos por diferentes estancias, que utilizamos como si fueran dormitorios. Mi mujer y yo apelamos al ingenio para construir unos lechos con hatillos, maletas y mantas. Como solo caben nuestros hijos, ella y yo pasamos la noche sentados en las sillas.


A pesar de la dureza de las condiciones descritas por Rovira i Virgili, estos intelectuales, diputados muchos de ellos, tuvieron unas condiciones mejores de exilio si las comparamos con las que tuvo que sufrir el pueblo llano; mucho peor fue para los soldados y la población civil que tuvieron que continuar el camino, en dura ascensión, hacia el castillo de Requesens, en el que muchos se refugiaron para pasar la noche, para cruzar después la frontera por un paso agreste de montaña. Por el contrario, Rovira i Virgili y otros escritores y políticos, se desplazaron desde el Mas Bell-Lloc hasta Agullana para instalarse en el Mas Perxès, donde estaba el presidente Companys y un nutrido séquito de intelectuales, políticos y militares. Después, desde allí, salieron Rovira i Virgili y su familia, junto a otras personas, en el bibliobús camino de La Jonquera para exiliarse finalmente en Perpignan.


No obstante, no todos los que estaban "alojados" en el Mas Perxès tuvieron las mismas facilidades, si puede hablarse así, para exiliarse. El escritor Xavier Benguerel, por ejemplo, se exilió a pie a través del coll de Manrella, junto a otros compañeros que estaban como él en el Mas Perxès. Así lo narra -traduzco del catalán- en su libro Els vençuts, que es una reescritura de la novela testimonial de 1956 titulada Els fugitius, que el autor revisó y amplió en 1969:

- Sin forzar el paso, en una media hora o tres cuartos llegaréis al coll de Manrella, sobre el valle de Les Illes.

Retomamos el camino bien entrada la noche. Avanzábamos juntos, confiados, pero sin detenernos. Escalamos el collado con los ojos fijos en la línea iluminada que reseguía la cima.

Caminamos mucho tiempo, dos o puede que tres horas. Tuvimos que rehacer una y otra vez un camino sin camino, entre pedregales que nos herían los pies, setos espinosos y toparnos con intransitables torrenteras con timbas y barrancos o simulacros de sendero que al fin y a la postre no conducían a ningún sitio. Sabíamos que era imprescindible subir, trepar hasta la cima, desembocar como fuera en la vertiente que entraba en Francia (...) Pasamos la frontera bañados por la luna, en silencio.




La mayoría de los testimonios de lo que fue y significó aquel exilio, en la zona de Cantallops, Agullana y La Vajol, son los dejados por los escritores y los historiadores catalanes, como el caso de Rovira i Virgili y Benguerel, claro que también otras personas, entre ellas el Presidente de la República, Manuel Azaña, escribieron sobre ello. No obstante, con el paso de los años se va perdiendo la memoria de la gente corriente que vivió aquel exilio en circunstancias muy duras y trágicas no pocas veces. Nadie se preocupó durante años de preguntar a los supervivientes de aquella tragedia y hoy muchos episodios permanecen en el olvido a la espera de futuros investigadores que se interesen por los hechos, aunque si lo hacen, y no dudo de que así será, tendrán que trabajar sobre los documentos escritos y conservados, pero ya no podrán contar con el testimonio, con la memoria viva, de las personas que estuvieron allí en aquel preciso momento.



martes, 17 de febrero de 2015

Tanka del pasar de la vida



TANKA DEL PASAR DE LA VIDA

Sin darnos cuenta
fugaz como los sueños
pasa la vida
no te lamentes alma
si no soy el de entonces.

viernes, 13 de febrero de 2015

El mono gastronómico, de Javier Pérez Escohotado / y 2

Ramón Gaya, "Sant Benet (Manresa)", 1939.

Mientras regresaba a casa, después de haber asistido a la presentación del libro El mono gastronómico, de Javier Pérez Escohotado, me surgieron, al hilo de lo que en el acto dijeron el autor y el presentador, Ferran Toutain, algunas reflexiones que concreto en estas tres que siguen a continuación: 

[1] Lo peor, sin duda, al menos para mí, del esnobismo gastronómico reinante, es su elitismo. Las grandes figuras de la llamada "alta cocina" componen sus platos y sus novedades para que los deguste una élite poderosa económicamente, la que puede pagar los precios de los restaurantes con estrellas Michelin. La gente corriente sabe que difícilmente tendrá acceso a esas exquisiteces culinarias.

[2] Ignoro si puede hablarse o no de "arte gastronómico", pero el "soplo espiritual" que aporta la verdadera obra de arte brilla por su ausencia en un plato por muy elaborado, novedoso e imaginativo que resulte. "Las Meninas" es una obra de arte grandiosa. Las sinfonías de Beethoven, también. El "David" de Miguel Ángel, es arte sublime. El "Guernika" de Picasso es arte comprometido contra la barbarie de la guerra. Las "Soledades" de Góngora son arte poético quintaesenciado. Las "Suites para violonchelo solo" de J.S. Bach son arte  y no creo que nadie lo ponga en duda. "Luces de bohemia", de Valle-Inclán, o "La vida es sueño", de Calderón de la Barca, igual. ¿Podríamos decir lo mismo de un plato de cocina, por muy sorprendente y exquisito que resulte? 

[3] Me es completamente ajeno ese mundo del esnobismo cultural, sea gastronómico o no, que tantas veces da gato por liebre. No es lo mío. Así que en el ejemplo del monasterio benedictino de Sant Benet de Bages, cerca de Manresa, puesto por el autor del libro -el lector puede leerlo si lo desea en "Hierbas de España", páginas 110 y siguientes-, entre el mundo de la vanguardia gastronómica y el de los escritores, pintores y editores, todos ellos defensores de la República, que allí trabajaron imprimiendo en condiciones menesterosas, Altolaguirre, Gil-Albert o Ramón Gaya, me quedo por razones obvias con el último. Del mismo modo, entre el bus de la Fundación Alícia y los de las Misiones Pedagógicas que recorrieron los pueblos de España para acercar la cultura y el arte a la gente, o los camiones de La Barraca y de El Búho, que también lo hicieron, en su caso para representar las obras del teatro clásico, de la mano de García Lorca y Max Aub, ni que decir tiene.

Nota. La presentación se llevó a cabo ayer jueves, día 12 de febrero, en la librería La Central, de la calle Mallorca de Barcelona.   

miércoles, 11 de febrero de 2015

El mono gastronómico, de Javier Pérez Escohotado / 1


"De la misma manera que somos la única especie a la que constantemente le crece el pelo, somos también, como dijo Montaigne, el único ser que cocina", con esta reveladora frase empieza Javier Pérez Escohotado la introducción a este conjunto de ensayos, sobre arte, cultura y gastronomía, recogidos bajo el título de El mono gastronómico, editado con esmero por Ediciones Trea, de Somonte-Cenero, Gijón, en 2014. Explica a continuación el autor el tributo que rinde con el título a Octavio Paz y a Desmond Morris. Ya desde estas páginas del prólogo se centra el tema: la cultura, el arte, la gastronomía o lo que es lo mismo, la vida, lo que somos, lo que comemos, cómo se filtra lo gastronómico en en la obra de arte; a este respecto cita Pérez Escohotado la luminosa frase, aforismo metafórico, atribuida a Josep Pla: "La gastronomía de un país es su paisaje puesto en la cazuela"; es decir, también se puede leer este libro como una historia de lo que somos a través de lo que comemos. Este asunto de las relaciones entre lo gastronómico, lo artístico y lo cultural, aunque también lo social y lo político, ya fue tratado por Pérez Escohotado en Crítica de la razón gastronómica (2007), conjunto de ensayos dedicados al tema, entre ellos uno titulado "Cárcel y dieta de Antonio de Medrano, alumbrado epicúreo", cuyo proceso inquisitorial estudió y editó el autor en 2003.

En uno de los mejores ensayos del libro, el titulado "Hierbas de España", se fija el autor en un detalle de un extraordinario autorretrato de Alberto Durero de 1493, quien sostiene entre sus manos un cardo; escribe Pérez Escohotado:


En su tiempo, esta variedad de cardo campestre es una planta perenne, hierba molesta y despreciable, pero gráficamente muy poderosa y que en el siglo XV simboliza los sufrimientos de Cristo y también la fidelidad conyugal. La costumbre consistía en ofrecer a las jóvenes esposas esta planta, sin duda anticipando los contratiempos que implica el matrimonio: el parir con dolor, el sometimiento paulino al marido, el débito conyugal...Aunque en el momento de pintar el cuadro, Durero no estaba casado, se autorretrata con ese cardo probablemente para regalárselo a su prometida y futura esposa Agnès Frey.

Con amenidad, combina la prosa de Pérez Escohotado la erudición, la observación atenta y la perspicacia al relacionar elementos procedentes de distintos ámbitos culturales y sociales con la gastronomía. Un ejemplo es este artículo en el que presta una atención especial a la generación de escritores y artistas del exilio republicano, particularmente al grupo formado por el pintor Ramón Gaya, el poeta Juan Gil-Albert, el novelista y crítico literario Antonio Sánchez Barbudo, el narrador Rafael Dieste y el también poeta Arturo Serrano Plaja, cuya célebre fotografía de grupo, con Ángela Selke, esposa de Sánchez Barbudo, quien sostiene en brazos a su hija Virginia, al salir del campo de concentración de Saint-Cyprien en la primavera de 1939, reproduce con acierto el autor. 



  (Los lectores de este blog pueden leer, si lo desean, la entrada titulada "Sánchez Barbudo  lee y recuerda a Gil Albert: la generación del desgarro y el destierro". Aquí.)

Naturalmente, se fija mucho el autor en los bodegones delicados y poéticos pintados por Ramón Gaya, sin duda por el contenido del artículo, cuando habla de la influencia del pintor murciano en el también pintor y músico Salvador Moreno. Dice Pérez Escohotado, aunque no refiriéndose al cuadro que hemos añadido como ilustración a esta entrada, que "esos floreros que como género abundan tanto en la obra de Gaya son una versión modernizada de las vanitas históricas" y que Gaya, "con sus naturalezas muertas, se rebela contra el vacío crítico que atenaza a ese género pictórico", para concluir que en su obra "las flores o las hierbas -una simple rama de perejil- es tan importante o más que el vaso de cristal o el jarro de cerámica corriente". Luego, en "Gastronomía de vanguardia al servicio de la República", dedica el autor unas páginas a Gaya y a su grupo generacional tan evocadoras como interesantes.  



Pérez Escohotado tiene una especial habilidad para entreverar amenidad y erudición. En las páginas de este libro encontrará el lector referencias a Leonardo Da Vinci o a Manet y los sabores del espárrago y el limón; también a la reforma culinaria y a la contrarreforma gastronómica. Del mismo modo, se tratan en el libro temas curiosos y algo más escabrosos, como las páginas dedicadas a la última cena de los condenados a muerte. No puede faltar, tratándose de relacionar la literatura con la gastronomía, la alusión a Proust y su archifamosa magdalena en el artículo que cierra el libro "En busca del relato gastronómico", que, por cierto, se abre con una cita de Manuel Vázquez Montalbán, otra referencia en este y en anteriores libros del autor.

En definitiva, El mono gastronómico es un libro de ensayos tan ameno como instructivo, en el que destaca la capacidad del autor para relacionar elementos culturales diversos y exponerlos en una prosa límpida, muy cuidada en su redacción y muy sabia en la combinación de rigor documental, erudición y amenidad.

viernes, 6 de febrero de 2015

El árbol de la vida


Tardé en ver La delgada línea roja, a pesar de que me la habían recomendado con insistencia, porque creía que con Senderos de gloria La chaqueta metálica -aún recuerdo su final, esa voz en off que, en medio de la marcha de los soldados en un paisaje nocturno de edificios destruidos y en llamas, dice algo así como, "este mundo es una puta mierda pero yo estoy vivo"- bastaba. Estaba equivocado, la película de Terrence Malick era espléndida y hoy me parece una de las grandes aportaciones al cine bélico.Sin embargo, nada es comparable al estremecimiento que me produjo El árbol de la vida cuando la vi el miércoles en "Cine de la 2", programa que, al igual que "Versión española", emite películas sin interrupciones en un horario razonable, de 10 a 11,40 de la noche aproximadamente.

Sin querer resultar, a destiempo, la película fue Palma de Oro en el festival de Cannes en 2011, ridículamente hiperbólico, creo que desde la emoción que me produjeron en su día las películas de Víctor Erice, no había sentido nada parecido. Llevo las imágenes en la cabeza: cada plano, cada encuadre, cada movimiento de la cámara, los fundidos, el color, la sucesión de imágenes que pretenden explicar la formación del universo, los escenarios, los decorados, en fin... Del mismo modo, la actuación de los actores, soberbio Brad Pitt y también magnífico Sean Penn, y la madre, Jessica Chastain, y los niños, sobre todo el mayor de los tres.

El mundo de silencios de la infancia, contado con las palabras justas, al igual que en El espíritu de la colmena o en El sur, es un elemento capital en esta película y me parece que se trata con una delicadeza y una inteligencia encomiables: la ternura de la madre, el rigor excesivo del padre, la complicidad, pero también la discordia, entre los hermanos. Frente al padre que quiere que sus hijos tengan "fuerza de voluntad para salir adelante", para aguantar con firmeza los vaivenes y las injusticias del medio social, la madre susurra, en portentosa voz en off, como si lo hiciera al oído de los niños, que sean buenos y amen a todo el mundo, a cada rama, a cada flor y a cada árbol, porque si no saben amar su vida pasará como un destello.

La muerte del primogénito dispara en la película la indagación en el sentido de la vida, en su trascendencia, y en la angustia y la necesidad de Dios, con quien dialoga, y a veces parece increpar suavemente, la voz en off de la madre, que previamente dice a sus hijos que tendrán que elegir entre dos caminos que podrán seguir en la vida, el de la naturaleza o el de lo divino. Cobra así esta obra una dimensión existencial que se completa con esa visión cosmogónica desde la creación del mundo a los rascacielos de las grandes ciudades de nuestros días. Creí ver en algunas de esas imágenes epifánicas una suerte de homenaje a Kubrick, pero a lo mejor estoy, como tantas veces, equivocado.

De lo que sí estoy del todo seguro es de que El árbol de la vida es una de las mejores películas que he visto en mi vida y permanecerá durante mucho tiempo en mi memoria. 

lunes, 2 de febrero de 2015

Tanka de la batalla



TANKA DE LA BATALLA

Es lo que queda
después de la batalla
escombro y muerte
un navío que surca
el mar de la tristeza.

Nota. La foto la tomé en el Museo Dalí de Figueres a finales de agosto de 2013.