sábado, 28 de marzo de 2015

Unamuno: los hunos y los hotros


Estremece volver a leer este libro, que no pudo llegar a ser, de Miguel de Unamuno. Releyendo sus notas manuscritas, la transcripción de esos apuntes y la glosa y el brillante estudio de Carlos Feal, se llega a la conclusión de que, de haber podido el escritor desarrollarlo, hubiera sido uno de los sus libros más clarividentes y estremecedores. Pero no pudo ser, quedaron los apuntes que editó Alianza Tres en su día, 1991, pero no el libro que hubiera escrito Unamuno. 

Traigo aquí, como ejemplo, estas luminosas palabras del escritor vasco glosadas por Feal:

Unamuno considera un atentado contra la unidad nacional el deseo de destruir materialmente al enemigo. Ya que la vida humana es conflicto, lucha íntima o de unos con otros, exige la permanencia o actividad de los rivales, sean éstos aspectos contradictorios de uno mismo o individuos diferentes. Aniquilar al otro equivale a la propia aniquilación, a dejar de ser uno para transformarse en "huno", generador implacable de un "hotro"; esto es, incapaz de verse a sí mismo como otro: "No son unos españoles contra otros -no hay Anti España- sino toda España -escribe Unamuno-, una, contra sí misma. Suicidio colectivo".  

domingo, 22 de marzo de 2015

Días y Noches: derrota y exilio de Justo García Valle


"A veces tengo la sensación de que soy un lector olvidadizo, descuidado, poco constante, que no presta la debida atención a los libros que lee. ¿No les pasa a ustedes lo mismo? - Leonardo preguntó a sus alumnos, los mayores de entre aquellos a quienes imparte docencia, en la certeza de que nadie respondería a su extraña pregunta formulada en su no menos extraño inicio de clase de aquel lunes frío y lluvioso de febrero-. Puede que haya libros que no se leen en el momento adecuado, no lo sé."

"Leí Días y Noches en el verano de 2001. A pesar de ser una novela excelente, no la supe valorar lo suficiente en aquella primera lectura. Eso ocurre a veces con algunos libros, con los que tienes la sensación de que no los lees en el momento adecuado y de que no les prestas, así, la atención que se merecen. Luego, las circunstancias o el azar, vayan ustedes a saber, hacen que los vuelvas a leer y entonces una de dos: o se reafirma la primera mala impresión, o la valoración cambia diametralmente y se da uno cuenta de su precipitación al juzgar el libro y su consideración hacia él cambia de medio a medio. Eso es lo que me ha ocurrido a mí con este libro, releído catorce años después, cuyo título procede de un romance de los del ciclo de El Cid: "caminan días y noches / con camino apresurado."

"La portada reproduce -siguió diciendo Leonardo- un cuadro del pintor Ramón Gaya, titulado Veracruz, 1949. El libro es un diario escrito por un tal Justo García Valle, un joven combatiente republicano que en la retirada abandona España por Molló y el Col d'Ares y va a parar al pueblo francés de Prats de Molló. Luego, en una serie de duras peripecias es recluido en el campo de concentración de Saint Cyprien. Más tarde, consigue dejar el campo y llegar a París. Después de un tiempo, con la ayuda de un personaje llamado Lechner, una estupenda creación novelesca, consigue que el SERE, el servicio de ayuda a los refugiados republicanos auspiciado por el expresidente Negrín con el respaldo del PCE, lo incluya en las listas del Sinaia junto a su amigo, barco que finalmente zarpó de Sète con destino a México llevando a bordo a mil quinientos republicanos. El diario va anotando, en una prosa certera y expresiva, todas las vivencias del personaje en este trayecto. Observen estas citas que les voy a leer de la narración de Justo García Valle -Leonardo cogió el libro de su mesa de profesor y con voz alta y clara, con la debida lentitud, leyó los siguientes fragmentos a sus alumnos mientras no se oía una mosca en clase-:

Sobre la pérdida de la Guerra, p.143

No fue lo peor el cansancio, el frío y el hambre. Lo más inhumano fue y es, en mi modesta opinión, nuestra propia desmoralización, pues a nadie le cabe en la cabeza que, siendo nosotros los mejores y los más numerosas, hayamos perdido la guerra. Nosotros teníamos la razón y detrás a todo el pueblo, y nos han destruido. Nos obligaron a hacer una guerra que no queríamos y que ellos empezaron. Eso es así. Pero al mismo tiempo se siente uno culpable por no haberlo dado todo.

Sobre las desigualdades en la derrota, p.183

Ya han salido de Francia, con dinero del gobierno español, muchos refugiados, en su mayor parte peces gordos. Encuentro eso injusto. Hasta que perdimos la guerra era natural que existieran las jerarquías y los grados. No todos podíamos ser iguales. No es lo mismo un sargento que un coronel. Pero hemos perdido la guerra. El general y el miliciano, el ministro y el obrero, el secretario general y el último de los afiliados son ya lo mismo; entonces, ¿por qué nuestro gobierno en el exilio favorece a unos más que a otros? Los comunistas son los que mejor parados están saliendo, no se sabe cómo lo consiguen siempre. A muchos de ellos se los llevan a Rusia.

Sobre la muerte del padre, p.204

He recibido carta de casa. Padre ha muerto en la enfermería de Porlier. Ha sido como una puñalada en el corazón. Noto aún la hoja de torvo acero clavada aquí. Padre mío... Allí, como un perro, en la enfermería de una cárcel, tú, que jamás hiciste daño a nadie, al contrario, que dedicaste tu vida a los demás.

Sobre el distanciamiento de la política. En el barco, p.238

Hoy hubo una discusión sobre Prieto y Largo Caballero en la que intervinieron algunos compañeros y algunos comunistas. Se lanzaron acusaciones muy fuertes. Me pasa con la política lo que me ha pasado con la baraja. Mientras viva seré socialista, pero no quiero volver a oír hablar de algunos asuntos en mucho tiempo.

"¿Es real ese diario o es una invención del autor? -preguntó una muchacha a quien interesaba de verdad la literatura-. Créame -respondió Leonardo- que eso importa poco, lo que cuenta es que el relato sea verosímil y se ajuste a la verdad histórica de la materia que se narra y en este caso puedo decirle que esa máxima cervantina se cumple con creces. Pero si no queda contenta con la respuesta, le diré que el autor recurre a la técnica del manuscrito encontrado, la misma que empleó don Miguel de Unamuno en la novela que les propuse leer el curso pasado, San Manuel Bueno, mártir. El autor dice haber encontrado el manuscrito del diario en la biblioteca de la Fundación Pablo Iglesias, ligada al PSOE y dirigida por Alfonso Guerra, que atesora un importante fondo documental sobre la Guerra Civil y el exilio republicano. Seguro que si va allí a preguntar por el manuscrito de Justo García no lo encontrará, o tal vez, sí, ¿quién sabe dónde termina la realidad y dónde empieza la ficción?"

De nuevo, como en otras ocasiones, Leonardo terminó su clase con una pregunta sin respuesta, mientras en los cristales de la clase resbalaban lentamente las gotas de lluvia de aquel frío lunes de febrero.

martes, 10 de marzo de 2015

Caminos del exilio: Cantallops / y 2


Mientras el coche circulaba por la escarpada ladera, por una pista forestal más apropiada para un jeep que para un turismo, con un suelo irregular que se iba empapando con la lluvia que caía mansamente, salpicado de piedras y con badenes considerables en algunos tramos, pensaba en qué podía haber impulsado a aquellas personas a elegir este camino para llegar al paso fronterizo, a unos doce kilómetros aproximadamente de Cantallops, aunque tal vez fuera el colapso producido en el paso de Le Perthus lo que les empujara a buscar caminos alternativos aunque fuese a través de las montañas. 


La ascensión a pie, y cargados de bártulos, no sería fácil para quienes optaron por seguir esta ruta para dejar España. Detuvimos el coche en lo alto del collado para contemplar el paisaje de la plana del Ampurdán, que se dejaba acariciar por el sosiego de la lluvia. Llegamos, trabajosamente, a la cima, lugar donde la pendiente se suavizaba, y allí seguimos la ruta hacia el Castillo de Requesens, nuestro lugar de destino.


Conforme nos adentrábamos y nos acercábamos a la fortaleza, el camino estaba en peor estado. Los encinares se mezclaban con otras especies de árboles en un peculiar batiburrillo. Luego supimos que el bosque había sido sometido a una deforestación salvaje, lo que había conllevado que la repoblación, ignoro si natural o planificada, diera esa mezcolanza de especies. 



El edificio de la aserradera, casi al pie del castillo, apenas resiste la ruina del tiempo. Las madreselvas ocultan los muros, pero aquí se tallaron árboles centenarios sin el menor escrúpulo durante años. Hoy todo lleva la huella del tiempo impresa, como de algo perteneciente a un pasado de cierto esplendor que ya nunca volverá.



El último kilómetro, hasta el fuerte, es de un pronunciado desnivel y el estado del camino empeora notablemente. No obstante, subimos en el coche, que tuvo que trabajar lo suyo. En aquel febrero de 1939, quienes llegaran hasta aquí, lo harían a pie y buscarían refugio en el castillo para guarecerse tal vez de la lluvia y buscar amparo para pasar la noche en sus estancias semiderruidas, ya que fue saqueado por los anarquistas al inicio de la revolución en julio de 1936.




El castillo fue ocupado por los militares tras el final de la Guerra Civil y fue un destacamento para luchar contra el maquis y de vigilancia de los numerosos pasos fronterizos que existen a lo largo de la sierra de las Alberas. Fue, así, el castillo, un cuartel y los militares que lo ocuparon acondicionaron las estancias a sus necesidades y edificaron un hospital intramuros del castillo, del que hoy se puede ver aún el símbolo de sanidad. 



Algunos dicen que destrozaron la rehabilitación que se había llevado a cabo unos años antes, de la cual todavía quedan restos, como estas baldosas con el emblema bien conservado. Pero sea como fuere, el castillo entró en una decadencia que hoy se ha frenado en parte, pero solo en parte.










Desde las almenas, si se mira al frente, se ve la tierra francesa, la que acogería a los refugiados que atravesaron la frontera por allí, un lugar escarpado e inhóspito, tanto a un lado de la frontera como al otro. 




Si se mira por la otra vertiente de la ladera, se advierte la plana del Ampurdán desdibujándose a lo lejos. 




Esa sería la última visión, si el día era claro, que tendrían de España los que decidieron exiliarse por aquí en febrero de 1939. A un lado la lejanía de la llanura y a otro el enmarañado laberinto de caminos boscosos. Dejar atrás la vida vivida para adentrarse en el territorio de la incertidumbre.







Deben ser escasísimos, si los hay, desde luego yo no he tenido acceso a ellos, los testimonios de quienes se exiliaron por este lugar. Al pasar de los años, solo se conservan los relatos de quienes en su tiempo tuvieron acceso a los medios de publicación, es decir, diputados, historiadores, escritores, periodistas; sin embargo, los relatos que se conservaron vivos en la memoria de las gentes y que se transmitieron de forma oral de generación en generación, tienden a ir desapareciendo. No es extraño, por tanto, que del paso por La Vajol y Agullana haya muchos documentos y libros, pero ignoro si los habrá de quienes pasaron por este camino áspero y difícil de Requesens. 


La lluvia ha cesado y emprendemos el regreso hacia Cantallops. Nos acompaña la sensación de que la naturaleza se ha ido imponiendo al esplendor de una época sepultada ya en el tiempo. Solo sobreviven los restos del naufragio, el castillo en desuso y medio abandonado, una ermita, un restaurante y las ruinas de una serradora cuyas paredes son una significativa metonimia del olvido. Cuando llegamos a Cantallops nos sorprende un arco iris que indica que la tormenta ha terminado definitivamente.   


Nota. Todas las fotos, excepto la histórica, las tomé en Cantallops y en Recasens el domingo quince de febrero de 2015.