sábado, 27 de mayo de 2017

Don vencido: la innecesaria crudeza de Altisidora



Derrotado por el Caballero de la Blanca Luna, regresa, mohíno, don Quijote a su aldea para cumplir la penitencia, el castigo, impuesto por el vencedor. Dan de nuevo, el hidalgo y su escudero, con los Duques al pasar por Aragón, y para no perder la costumbre de los poderosos ociosos, que en el fondo es lo que representan esos personajes en la novela, preparan una nueva máquina de embustes y burlas para regocijo de quienes parecen no tener ni un átomo de piedad en sus corazones; de los duques, que se burlan "despiadadamente" de nuestros héroes (Riquer, 2003), dice Cide Hamete: "tan locos los burladores como los burlados"; y añade, "no están los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponen en burlarse de dos tontos" (Don Quijote, II, 70).

Ahora, a cuatro capítulos del final de la novela, quieren hacer creer a don Quijote que Altisidora ha muerto -está sobre un túmulo en el patio principal del castillo- a causa del desdén y olvido del hidalgo. Descubierta la máquina del engaño, don Quijote se dirige a la doncella y le dice: "Yo nací para ser de Dulcinea del Toboso, y los hados (si los hubiera) me dedicaron a ella, y pensar que otra alguna hermosura ha de ocupar el lugar que en mi alma tiene es pensar lo imposible."

Ante tan estremecedora declaración de amor y de fidelidad, la respuesta de Altisidora es de una crudeza innecesaria, llena de expresiones soeces y vulgares, de insultos y menosprecios hacia el caballero vencido y de regreso a su lugar:

¡Vive el señor don bacalao, alma de almirez, cuesco de dátil, más terco y duro que villano rogado cuando tiene la suya sobre el hito, que si arremeto a vos, que os tengo de sacar los ojos! ¿Pensáis por ventura, don vencido y don molido a palos, que yo me he muerto por vos? Todo lo que habéis visto esta noche ha sido fingido, que no soy mujer que por semejantes camellos había de dejar que me doliese un negro de la uña, cuanto más morirme. (Don Quijote, II, 70)

Aunque don Quijote piensa, y así se lo dice a la duquesa, que "todo el mal de esta doncella nace de ociosidad, cuyo remedio es la ocupación honesta y continua" (II, 70), las palabras de Altisidora resultan crueles, porque lo que con ellas dice es tanto como decirle al caballero que todos se han estado burlando de él y que en el fondo no es más que un "vencido y molido a palos" al que cualquiera engaña del modo más vil con la única intención de divertirse a su costa.

Con todo, a pesar de la melancolía causada por la derrota y del desengaño que lentamente ha ido instalándose en el alma de don Quijote a lo largo de su tercera salida, estas airadas palabras de Altisidora, "moza desenvuelta y decidida" (Riquer, 2003), no hacen demasiada mella en el ánimo del hidalgo, quien más parece atribuirlas al despecho que a otra cosa.

jueves, 4 de mayo de 2017

Memorias de una depresión, Joaquín Díaz



Recuerda, en la presentación de este libro, Andrés Amorós las esclarecedoras palabras que en su día escribiera Diego Torres de Villarroel: "Todos cuantos han escrito y escribirán no pueden hacer otra cosa que vaciar sus melancolías o sus aprehensiones, como hice yo." Oportuna cita que viene muy a cuento, porque el libro de Joaquín Díaz tiene mucho de eso, de vaciado de melancolías y aprehensiones a través de la escritura; el propio autor lo dice: "si de la primera depresión -fueron dos los episodios que padeció- salí con la lectura, debo decir que en la segunda ocasión me ayudó mucho el escribir." Función terapéutica, pues, la de la escritura en este libro, sensible, emotivo y magnífico, en el que el músico aborda el espinoso tema de la depresión a partir de su experiencia personal con esa compleja enfermedad, que Díaz define en acertadas metáforas: "estrecha celda que mi mente ha creado", "cárcel blanca que no tiene ventanas".

Reconoce el artista -el Menéndez Pidal de la canción popular, como bien lo definiera Paco Ibáñez-, cuya hermosa voz en las grabaciones de sus discos de romances me ha acompañado desde hace tantos años, que la enfermedad le hace preferir el pasado "que solo obliga a recordar", pero también le mueve a reflexionar sobre el arte, que "tiene su raíz en el acto creativo único" -quizá por ello grababa una única toma de cada romance en sus discos-; incluso en momentos de contemplación de la naturaleza siente que la vida le pide que "invente un ser supremo" al que agradecerle tanta belleza.

A veces en la depresión, o desde ella, se puede predecir o intuir la muerte; al autor le ocurrió, al menos, en dos ocasiones según menciona en las páginas de su libro: en el final de su padre y en el del también folclorista y músico catalán, amigo personal suyo, Xesco Boix. "Toda vida es un viaje", nos dice Díaz, para constatar a continuación que la depresión ha sido para él un "extraño trayecto", un dolor del que por fin consigue liberarse; "me bajo del dolor", escribe muy expresivamente.

Menciona luego la lectura del libro Itinerario sentimental (Guía de Itzea), de Pío Caro Baroja, que se publicó en Editorial Pamiela, de Pamplona, en 1995. Pío Caro reproduce textos de su hermano Julio, tomados en su mayoría de su gran libro Los Baroja; de su tío, el novelista Pío Baroja, procedentes, entre otros, de los libros Ayer y hoy y Las horas solitarias; también algunos, entre ellos una curiosa carta fechada el siete de abril de 1939, de su otro tío, el pintor Ricardo Baroja. Dice Joaquín Díaz que el libro "no tiene desperdicio" y tiene mucha razón al decirlo, puesto que es un libro lleno de melancolía en el que se relata el final, en páginas emotivas y logradas, tanto de su hermano Julio como de su tío Ricardo, y todo ello se hace al tiempo que se van describiendo, a veces con minuciosidad, los espacios de la casa de Iztea, lugar mítico que los amparó a todos. La memoria de la familia Baroja está muy ligada a las habitaciones, a la biblioteca, a los espacios, en fin, de aquella casa que compró en 1912 Pío Baroja y que la familia fue reformando al correr de los años. No es estraño, pues, que entusiasmara a Díaz su lectura en el momento de dejar atrás la depresión y que sintiera cercana la enorme melancolía de algunas de sus páginas.

    
El libro de Joaquín Díaz, escrito en una prosa soberbia, elegante, poética y muy cuidada -no solo es un gran intérprete de la música popular, sino también un magnífico escritor-, tiene un epílogo, titulado "colofón, veinte años después", que constituye un cierre perfecto al libro en el cual dice que la depresión "solo te permite tener la seguridad de que estás en un laberinto del que desconoces la entrada y la salida e incluso la posición que ocupas dentro de él"; sin embargo, en sus páginas se aprende que se puede luchar contra esa enfermedad y que existe una salida, por secreta y angosta que sea, a ese laberinto. 

Tiene razón Andrés Amorós cuando, citando a Unamuno, escribe: "Esto no es un libro: es un hombre". Esa es la impresión que te queda como lector, la de estar ante un hombre de carne y hueso, más allá del intelectual y del artista dotado de una enorme sensibilidad y perspicacia, que lucha contra una enfermedad silenciosa y destructiva que nunca avisa cuando llega.

Solo resta, en fin, felicitar a La Huerta Grande Editorial, de Madrid, por la hermosísima y bien cuidada edición de un libro tan personal y agenérico como este.



Nota. La fotografía del autor está tomada del Diario de Valladolid. Dejo AQUÍ el enlace para visitar la página y leer el comentario al libro que sostiene en sus manos Joaquín Díaz. Dejo también el enlace de la página de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en el que se reproduce el texto de la presentación que tuvo lugar el 22 de febrero de 2017. AQUÍ