La pandemia y el tipo de vida que impone van pasando factura, lenta y calladamente, pero con tenacidad. Nos vamos recluyendo todos en nosotros mismos. Es como si los demás hubieran dejado de existir, hubieran desaparecido. Como mucho, encuentros en la calle y paseos al aire libre para evitar los contagios. Es como si un manto de soledad y tristeza nos fuera envolviendo a todos.
La pandemia limita nuestros movimientos y nuestra vida se hace monótona a la fuerza. Estar en casa. Escribir. Leer. Escuchar música. Ver películas en la televisión. Poco más. La cosa no da para más. La pandemia no permite mucho más. Una vida encerrada entre cuatro paredes. Una vida sin contacto apenas con nadie. Una vida sometida a las restricciones ante el avance imparable de los contagios.
Aunque nos duela la muerte de nuestros semejantes y suframos por todos los que lo están pasando mal, los que pierden el trabajo, los que no pueden ni mantener a sus familias, no podemos quejarnos, no nos hemos contagiado, nos encontramos bien. ¡Qué triste consuelo ante tanta calamidad!
Pero da igual esta vida de soledad y reclusión, si estamos bien. Lo importante es que seguimos vivos. Lo importante es que seguimos aquí. Aunque nos sintamos solos a veces en medio de tanto dolor y tanta tristeza.
Hay que seguir cuidándose, porque vendrán tiempos mejores, seguro. Todo esto pasará y todo volverá a ser como antes, seguro. Pronto, seguro.