¿Cómo era posible, se preguntó aquella tarde de invierno en la soledad de su estudio, que después de tantos años de leer la obra de Antonio Machado lo desconociera todo acerca del viaje llevado a cabo por su hermano Manuel a Collioure a finales del mes de febrero de mil novecientos treinta y nueve, pocos días después de fallecer el autor de Campos de Castilla? Había estado leyendo un ensayo acerca del papel desempeñado por los escritores durante los años de la guerra civil. Fue al llegar a las últimas páginas del capítulo dedicado a Antonio Machado cuando tuvo conocimiento de la existencia de ese viaje y del encuentro entre Manuel y su hermano José, quien había acompañado al poeta y a su madre en la peregrinación hacia el exilio francés, en el cementerio de Collioure.
El autor de esas páginas consideraba el viaje de Manuel Machado uno de los episodios más conmovedores de la guerra civil. Le confería un valor simbólico extraordinario, el de ser el arranque de la reconciliación nacional cuando ambas partes habían perdido todo lo que tenían que perder, Antonio la vida y Manuel la de su hermano, con quien tan unido había estado siempre. También aludía el autor al encuentro en el cementerio entre Manuel y José y consideraba que a todos los españoles debería interesarles lo que ambos pudieron hablar en aquel momento.
Su instinto literario le hizo ver, enseguida, que allí, en las circunstancias que rodearon aquel viaje del que lo desconocía todo, había una historia que contar. No sabía si en un relato o en una novela, pero era indudable el carácter literario de los sucesos que la lectura de aquel libro le había revelado. A pesar de sus recelos, de su desconfianza hacia las narraciones que tenían como protagonistas a personajes pertenecientes a la realidad histórica, decidió que los hechos eran tan apasionantes que valía la pena empezar la documentación con el fin de redactar después el posible relato. Así que aquella misma tarde salió a la calle dispuesto a recorrer las principales librerías de Barcelona para buscar bibliografía. Naturalmente, necesitó varias tardes más y también echar mano de los catálogos de librerías de lance que almacenaba desde hacía meses sobre la mesa de su estudio. Tuvo incluso que recurrir a las bibliotecas, porque muchos de los libros y artículos que buscaba sólo los podía encontrar en esos lugares.
Su instinto literario le hizo ver, enseguida, que allí, en las circunstancias que rodearon aquel viaje del que lo desconocía todo, había una historia que contar. No sabía si en un relato o en una novela, pero era indudable el carácter literario de los sucesos que la lectura de aquel libro le había revelado. A pesar de sus recelos, de su desconfianza hacia las narraciones que tenían como protagonistas a personajes pertenecientes a la realidad histórica, decidió que los hechos eran tan apasionantes que valía la pena empezar la documentación con el fin de redactar después el posible relato. Así que aquella misma tarde salió a la calle dispuesto a recorrer las principales librerías de Barcelona para buscar bibliografía. Naturalmente, necesitó varias tardes más y también echar mano de los catálogos de librerías de lance que almacenaba desde hacía meses sobre la mesa de su estudio. Tuvo incluso que recurrir a las bibliotecas, porque muchos de los libros y artículos que buscaba sólo los podía encontrar en esos lugares.
Le ganó una actividad febril y durante varios meses, los que median entre diciembre y junio, apenas hizo otra cosa que leer cuanta documentación consideró de utilidad. Hubo un momento, hacia mediados de mayo, en que creyó que ya había leído lo fundamental y se podía, pues, poner a escribir. Pensó incluso en pedir, como ya había hecho en otras ocasiones, un permiso sin sueldo para poder escribir libre de las presiones a las que le sometía su trabajo diario como abogado. Sin embargo, nuevas lecturas, entre ellas la de un riguroso trabajo de Miguel d'Ors, le hicieron ver que aún necesitaba consultar algunos artículos que podían resultar decisivos para no errar el tino. Se puso a ello y decidió esperar la llegada del verano para poder escribir con la necesaria calma y tranquilidad. Así que, al llegar julio, se marchó a su casa de verano, un casa pequeña con patio y azotea, lejos de la algarabía de las poblaciones costeras pero desde donde se divisa el Mediterráneo y unas impresionantes puestas de sol.
Durante años, ignoró la poesía de Manuel Machado. No comprendía cómo su hermano Antonio, a quien tenía como uno de los poetas fundamentales de toda la historia de la poesía española, podía decir que Manuel era un gran poeta y que admiraba muchísimo su obra. ¿Cómo podía ser gran poeta alguien que dedicaba poemas a la sonrisa de Franco, ese sanguinario dictador que firmaba las condenas a muerte mientras tomaba el café de sobremesa?
Sin embargo, acabó también leyendo la poesía de Manuel Machado. Fue durante un viaje a Burgos, ciudad en la que el poeta vivió los tres años de la guerra, cuando compró los primeros libros suyos que leyó: Alma y Ars moriendi. Le bastó una primera lectura para darse cuenta de lo ciego que había estado y de la razón que tenía su hermano cuando lo calificó de gran poeta. Con todo, fue El mal poema el que consideró su libro más redondo. Lo leyó a renglón seguido de los anteriores, tras de su regreso a Barcelona al acabarse las vacaciones veraniegas. Desde aquellas lecturas vio la figura de Manuel Machado con otros ojos, a pesar de los versos a Mola, a Franco o al propio José Antonio.
Fue realmente Manuel Machado partidario desde el primer momento del Alzamiento Nacional, o fueron las circunstancias en las que se vio envuelto las que no le dejaron otro camino que el de sumarse a los rebeldes para poner a salvo su propia vida? ¿Cuál hubiese sido su conducta de haberle sorprendido la rebelión militar en Madrid? ¿Hubiera intentado pasarse a la otra zona o hubiera buscado refugio en una embajada? ¿Habría acompañado a su hermano Antonio en la evacuación de Madrid hacia Valencia en los últimos días de octubre de mil novecientos treinta y seis? ¿Cómo podía ser un fascista convencido el autor de los poemas de Alma o El mal poema? Esas y otras preguntas similares se hacía mientras se documentaba para la narración que tenía pensado escribir; desde luego, no tenía respuesta para ninguna de ellas.
La peripecia de Manuel Machado y su mujer, Eulalia Cáceres, en el Burgos de los primeros meses de la guerra civil, estaba revestida de un claro aire novelesco. El poeta y su esposa partieron de Madrid hacia Burgos días antes de que estallara la rebelión militar. El motivo del viaje era pasar el día del Carmen en compañía de una hermana de la mujer del poeta, monja en un convento de Burgos. Era una costumbre familiar repetida durante años. Al producirse la sublevación el día dieciocho, el poeta y su esposa quisieron regresar a Madrid. Compraron los billetes para el que sería el último día en que hubo trenes entre Madrid y Burgos, pues luego las circunstancias de la guerra interrumpieron esa línea.
Los biógrafos del poeta cuentan que perdieron el tren porque llegaron media hora tarde a la estación, ya que el escritor se entretuvo demasiado en el cuarto de baño aseándose y acicalándose. Después, ante la imposibilidad de regresar a Madrid, se quedaron en Burgos hasta el final de la guerra. ¿No era este episodio digno de figurar en una novela o en un buen relato? ¿Por qué nadie lo había escrito después de tantos años de transcurridos los sucesos? ¿Dónde estaba el libro, estudio, novela o biografía sobre la vida de los hermanos Machado? ¿Por qué siempre sus biografías se escribían por separado? ¿Por qué había tantas de Antonio y tan pocas de Manuel?
En sus pesquisas documentales sólo dio con un libro en cierto modo de conjunto sobre los dos poetas. Se titulaba Vida de Antonio Machado y Manuel. Era un viejo libro escrito por Miguel Pérez Ferrero, quien durante varios meses, antes de la guerra, allá por mil novecientos treinta y cinco, habló con ambos poetas con el fin de recabar datos para la biografía. Con Manuel volvió a hablar, después de la muerte de Antonio, nuevamente en mil novecientos cuarenta y seis. Publicó el libro en mil novecientos cuarenta y siete. Era ése el único libro -lo leyó en una vieja edición de Austral impresa en Buenos Aires- que aportaba ciertos detalles sobre el viaje que iba a ser el objeto de su relato.
Durante el tiempo en que Antonio Machado vivió en Rocafort, recibió a muchos jóvenes poetas y escritores. Algunos de ellos, como Sánchez Barbudo o Plá y Beltrán, contaron sus impresiones de la visita al poeta en artículos que luego fueron publicados en revistas y recogidos en libros. Ambos coinciden en señalar que al poeta se le ensombrecía el rostro cuando se le preguntaba por su hermano Manuel o cuando el nombre de éste salía a relucir en la conversación.
Antonio Machado consideraba una gran contrariedad y una enorme pena la separación de su hermano Manuel. También sentía temor por la suerte que éste pudiera correr en la España nacional. Pero no daba ningún crédito a todas esas habladurías sobre la adhesión al fascismo de su hermano. El poeta quitaba importancia a los artículos publicados en la prensa por Manuel, en los que ponía de manifiesto su inquebrantable lealtad al Alzamiento nacional, y los consideraba fruto de las difíciles circunstancias por las que atravesaría en Burgos.
En la pensión en la que se instalaron, cuando perdieron el tren y la posibilidad de regresar a Madrid, Manuel Machado y su mujer, concedió éste una entrevista a una periodista francesa en la que habló con cierto desdén del Alzamiento nacional. Estas declaraciones se publicaron en París y allí las leyó Mariano Daranas, corresponsal en esa ciudad del ABC de Sevilla. A finales de septiembre de mil novecientos treinta y seis escribió un tremebundo artículo contra el poeta en el que le acusaba de desafecto al Alzamiento y le llamaba funcionario y periodista del Frente Popular.
Este artículo causó una enorme preocupación en Manuel Machado, quien no debía desconocer el clima de violencia feroz que acompañó a la sublevación militar. Era consciente, pues, de que una acusación como aquella podía incluso costarle la vida. El poeta se defendió con otro artículo al final del cual hacía pública su adhesión a la España nacional y su deseo incluso, de no ser por su edad, de coger un fusil para luchar por ella. El artículo no impidió, sin embargo, que el poeta pasase unas horas en la cárcel llenas de desasosiego e incertidumbre.
El episodio acabó venturosamente para el poeta, quien desde entonces fue tenido como uno de los intelectuales y artistas afines a la España rebelde. Empezó Manuel Machado a publicar poemas de tipo patriótico, de ensalzamiento de los sublevados, que fueron apareciendo en la prensa y que serían después recogidos en el libro Horas de oro, en mil novecientos treinta y ocho. Ese mismo año publicó su hermano Antonio, en la revista Hora de España, los que serían sus últimos poemas. En uno de ellos, hacía alusión a Sevilla y al mundo de la infancia y le pedía a su hermano que avivase su recuerdo pues no se sabía de quién sería Sevilla mañana. No hay más referencia, en sus escritos publicados en esos años, a su hermano que ese breve verso.
Otra vez el carácter novelesco de los acontecimientos. ¿No sería acaso un buen tema para un relato la historia de un poeta decadentista, bohemio, simbolista y liberal que se ve envuelto en la vorágine de una guerra civil y las circunstancias le obligan a proclamar sus simpatías por un movimiento en el que no cree con el único afán de poner a salvo su vida? ¿Fue realmente ese el caso de Manuel Machado o el poeta comprendió que la España con la que había soñado era la España tradicionalista, la de siempre, la España que bosteza y que embiste cuando se digna usar de la cabeza, en palabras de su hermano Antonio?
Cuánto más se documentaba, más se daba cuenta de que la historia desbordaba los estrechos márgenes de un relato y pedía a voces más espacio para narrar, con la debida profundidad, los avatares de una situación tan apasionante como mal conocida y olvidada. ¿Cómo nadie se había fijado, se preguntaba mientras atesoraba lecturas para su relato, en que había una historia que contar sobre la peripecia vital de dos poetas líricos que habiendo mantenido una relación de cordialidad, admiración mutua y colaboración literaria a lo largo de su vida, el tajo feroz de la guerra los separó y les privó de haber compartido entre versos y charlas de café los años de su vejez? Tantos años después de muertos los dos poetas, esa historia seguía sin escribirse.
Es conocida, con detalle incluso, la trayectoria de Antonio Machado desde su salida de Madrid en mil novecientos treinta y seis hasta su exilio y muerte en Collioure en febrero de mil novecientos treinta y nueve. Sin embargo, sólo recientemente, en parte por el empuje de una generación de poetas que reivindicó los valores literarios de su obra, se han sabido detalles sobre la vida y la obra de Manuel Machado en el tiempo de Burgos y hasta su muerte acaecida en Madrid en enero de mil novecientos cuarenta y siete. ¿Hubo algún contacto, a través de cartas o de algún otro medio, entre los hermanos durante los casi tres años de guerra? ¿Leyó Manuel La guerra y Antonio Horas de oro? ¿Leían, asimismo, los artículos que uno y otro publicaban en la prensa? ¿Si Manuel no era tan ferviente defensor del Alzamiento como algunos sostienen, por qué no intentó pasar a la otra zona y encontrarse así con su hermano Antonio? ¿No sería acaso que se ha mitificado su relación de amistad y que es probable que ambos, en lo más secreto de su intimidad, recriminasen la postura política adoptada por cada cual?
Todo eso, es obvio, nunca se sabrá, porque ninguno de los dos hermanos quiso escribir sobre ello. Manuel hubiera podido hacerlo en sus últimos años, en Madrid, ya que dispuso de tiempo y calma suficientes. Pero nadie ha descubierto hasta la fecha ningún manuscrito que contenga un relato de memorias de aquellos años terribles. El poeta optó, como ya lo hiciera en mil novecientos veintiuno tras la publicación de Ars moriendi, por el silencio.
Algunos testigos sostienen que Antonio Machado abandonó, en el momento del exilio, un maletín que contenía escritos personales. Se ha especulado mucho acerca del contenido del maletín. Se ha dicho que podía contener algún inédito, bien de poesía o de prosa. Pilar Valderrama, la Guiomar de los últimos versos del poeta, dijo en un libro que ese maletín contenía las cartas que ella envió al poeta. He ahí otro motivo novelesco más: ¿dónde fue a parar ese maletín? ¿lo encontró alguien capaz de saber que contenía papeles de uno de los más grandes poetas de España? ¿se conservará perdido en el desván de alguna masía de la zona? ¿por qué lo abandonó Machado y no se lo dio a su hermano José, quien le acompañaba en el momento del destierro? ¿acaso no existió nunca ese maletín y es una mitificación más en la hagiografía laica que rodea las circunstancias del exilio y muerte del poeta? ¿Quién tiene razón, los que afirman que el poeta perdió ese maletín o Corpus Barga, quien sostiene que el poeta sí llevaba equipaje en el momento de cruzar la frontera? ¿Cómo saber la verdad de los hechos si los propios protagonistas se contradicen cuando los cuentan?
Eran demasiados interrogantes para una sola tarde, de modo que se fue a pasear cerca del mar con el fin de despejarse y retomar después las notas de preparación. El mar era, en ese momento, una teoría de espejos y sombras circundada por un festón de espuma leve que dejaban las olas al romper contra las rocas.
Nota. El texto que hoy edito aquí, cuando se cumplen setenta años del fallecimiento de Antonio Machado, es el primer capítulo, de los cinco de que consta, del relato "El último viaje", perteneciente al libro El final del sueño. Las fotos que ilustran la entrada están tomadas, en diferentes viajes al sur de Francia, en Colliure y Argelés. Mi solidaridad, ahora que se cumplen también setenta años de aquella vergüenza, para todos los que lucharon por la libertad y la decencia y se vieron arrinconados en aquellas playas, como un Cristo de doscientos mil brazos, según el título de la impresionante obra de Agustí Bartra; por más años que pasen, nadie podrá enterrar en la arena del olvido la dignidad de su ejemplo.
Muy interesante el capítulo, Javier. De pregunta en pregunta, has ido abriéndonos el apetito por seguir leyendo su continuación.
ResponderEliminarA mí lo que me llama la atención es, en el supuesto de que Manuel tuviera que aparentar unas convicciones que no tenía ni sentía, la enorme capacidad de aniquilación y sometimiento de que hizo gala el bando franquista como para que Manuel (y otros muchos) temiera por su vida durante tanto tiempo, por no hablar ya de las posibles represalias que una mera conducta sospechosa pudiera despertar en cualquiera del bando sublevado...
Más allá de tener que mentir o fingir lo que no se cree, que hasta cierto punto puedo llegar a entender, ¿es posible soportar tan altas dosis de miedo, de pavor? "¿Por qué no huyó?" me parece una pregunta fundamental, como has dicho.
Por otro lado, también me ha dado que sospechar el que, por un motivo tan tonto como es entretenerse demasiado en el baño acicalándose, perdiera el tren. Es un motivo que mueve a risa, casi. Como si en el fondo, lo estuviera deseando, ¿no lo crees tu así?
Tras la lectura de tu relato, no he podido evitar formular nuevos interrogantes que añado a los que tú formulaste con tanto acierto...
Un abrazo
Mega, la denuncia de Daranas era un asunto muy serio y muy peligroso en aquellas primeras semanas de exaltación violenta, no me extraña que Manuel Machado se sintiera muy preocupado y temiera por su vida; ahora, de ahí al fervor patriótico de los poemas a la sonrisa de Franco va un trecho difícil de explicar.
ResponderEliminarTienes razón en lo de perder el tren por entretenerse demasiaod tiempo en acicalarse. Se dice que el poeta era un dandy, alguien siempre muy atildado y que cuidaba mucho su imagen; ahora bien, el episodio suena demasiado a novelesco, o a justificación, si tú quieres, para resultar creíble.
De todo este eipsodio se ha ocupado bien D'Ors, pero otros han pasado de puntillas sobre el asunto.
Estoy de acuerdo contigo en que el texto abre más interrogantes que aporta respuestas; pero, ¿no es acaso esa una de las funciones primordiales de la literatura?
Gracias por tu comentario. Un abrazo, Javier.
Reconozco que desconocía ese viaje de Manuel a Colliure. Yo soy un ferviente admirador de los dos hermanos y coincido en esa apreciación de El mal poema como una obra imprescindible. Es difícil ponerse en la piel de alguien que, en plena barbarie del alzamiento, teme por su vida y por la de los suyos. Conociendo lo escrito acerca del carácter de la mujer de Manuel, no es extraño que temiese por ella si pasaban a Madrid o intentaban el exilio. Desde la distancia es imposible enjuiciar los hechos.
ResponderEliminarIntentaré hacerme con el libro. ME interesa, y mucho.
Gracias por tu comentario, Juan Antonio. ¿Sabes que Eulalia Cáceres murió en Barcelona el año en que yo llegué a esta ciudad como monja en el Cotolengo? Sólo ella hubiera podido decir la verdad acerca de ese viaje que es el motivo central de mi relato. Con respecto al valor literario de la poesía de Manuel, creo que está fuera de discusión: "Alma", "Ars moriendi", "El mal poema", son libros decisivos que muestran a poeta muy grande. Un abrazo, Javier.
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