miércoles, 25 de febrero de 2009

La mujer inconstante y ligera


Me cuesta, cuando me veo en la obligación de hacerlo, justificar ciertas actitudes ante la mujer que se deslizan en las obras clásicas; grandes obras, por otra parte, llenas de méritos artísticos que están fuera de discusión. Pero cuando esas obras, por ejemplo El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, son leídas por lectores jóvenes de nuestros días, hay que hacer malabarismos para explicar que esos recelos, por llamarlos de alguna manera, ante la mujer son cosa de épocas pasadas y que hoy están ya muy superados. Es posible que así sea, pero lo escrito queda. Van tres de ejemplos.

Cuando Don Juan Tenorio ha burlado a Isabela en Nápoles y Don pedro Tenorio da cuenta del suceso ante el Rey, dice éste lo siguiente: “¡Ah, pobre honor! Si eres alma / del hombre, ¿por qué te dejan / en la mujer inconstante, / si es la misma ligereza?” La mujer, pues, portadora de rasgos negativos: la inconstancia, la ligereza.

Dialogan después el burlado, el Duque Octavio, y Don Pedro Tenorio; Octavio se queja amargamente de la inconstancia de la mujer, de su ser antojadizo, de su capacidad de agraviar y de ser infiel, como si fuera la fidelidad virtud que no pudiera hallar en la mujer cobijo; dice Octavio cuando Don Pedro le informa de lo sucedido entre don Juan e Isabel: “Marqués, yo os quiero creer. / No hay cosa que me espante, / que la mujer más constante / es, en efecto, mujer. / No me queda más que ver / pues es patente mi agravio.”

Al inicio de la tercera jornada se queja Batricio, quien ha tenido una actitud absurda ante Don Juan, de que Aminta se ponga en disposición de romper los lazos de fidelidad que como futuro esposo le debe; la culpa recae, no podía ser de otra manera, en Aminta, que al fin y al cabo, según Batricio, es mujer y por tanto, inconstante y ligera; dice el burlado: “Manifiesto y claro indicio / de lo que he llegado a ver; / que, si bien no le quisiera, / nunca a su casa viniera; / al fin, al fin es mujer.”

Podrá decirse que, en efecto, es cosa de la época, pero los textos hablan por sí solos, son lo suficientemente elocuentes para añadir nada más.

3 comentarios:

  1. Con permiso, sé poquísimo de literatura y de historia, pero quizás a tus alumnas -y alumnos- les pueda servir lo escrito por Sor Juana Inés de la Cruz para explicar qué pasaba: acusaban los hombres ... de lo que ellos (algunos, bastantes) mismos causaban o promovían o de lo que se aprovechaban y bien. Pedían y demandaban... lo que ellos ni de broma daban. Doble rasero ...

    ... ¿o no era así?


    Hombres necios que acusáis
    a la mujer sin razón,
    sin ver que sois la ocasión
    de lo mismo que culpáis.

    Si con ansia sin igual
    solicitáis su desdén,
    ¿por qué queréis que obren bien
    si las incitáis al mal?

    Combatís su resistencia
    y luego, con gravedad,
    decís que fue liviandad
    lo que hizo la diligencia.

    Parecer quiere el denuedo
    de vuestro parecer loco,
    al niño que pone el coco
    y luego le tiene miedo.

    Queréis, con presunción necia,
    hallar a la que buscáis
    para, pretendida, Tais;
    en la posesión, Lucrecia.

    ¿Qué humor puede ser más raro
    que el que, falto de consejo,
    él mismo empaña el espejo
    y siente que no esté claro?

    Con el favor y el desdén
    tenéis condición igual:
    quejándoos si os tratan mal;
    burlándoos, si os quieren bien.

    Opinión ninguna gana,
    pues la que más se recata,
    si no os admite, es ingrata,
    y si os admite, es liviana.

    Siempre tan necios andáis,
    que, con desigual nivel,
    a una culpáis por cruel
    a otra por fácil culpáis.

    ¿Pues cómo ha de estar templada
    la que vuestro amor pretende,
    si la que es ingrata ofende
    y la que es fácil enfada?

    Mas entre el enfado y la pena
    que vuestro gusto refiere,
    bien haya la que no os quiere,
    y quejaos enhorabuena.

    Dan vuestras amantes penas
    a sus libertades alas,
    y después de hacerlas malas
    las queréis hallar muy buenas.

    ¿Cuál mayor culpa ha tenido
    en una pasión errada:
    la que cae de rogada
    o el que ruega de caído?

    ¿O cuál es más de culpar
    aunque cualquiera mal haga:
    la que peca por la paga
    o el que paga por pecar?

    ¿Pues para qué os espantáis
    de la culpa que tenéis?
    Queredlas cual las hacéis
    o hacedlas cual las buscáis.

    Dejad de solicitar,
    y después, con más razón,
    acusaréis de afición
    de la que os fuere a rogar.

    Bien con muchas armas fundo
    que lidia vuestra arrogancia,
    pues en promesas e instancia
    juntáis diablo, carne y mundo.

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  2. Por fortuna, Aurora, los jóvenes de hoy, ellos y ellas, rechazan abiertamente estas actitudes en su mayoría y son lo suficientemente perspicaces para saber enmarcarlas en su contexto y entenderlas como fruto de la época; pero ello no impide que ese tipo de expresiones les llame la atención. Con todo, saben advertir la maestría absoluta de Tirso y se divierten con su obra.
    Muchas gracias por tu aportación y por el poema de Sor Juana Inés de la Cruz.
    Un saludo, Javier.

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  3. Desde luego que hay muchos ejemplos de lo que dices en la literatura, y también en la ópera. No hay más que recordar la archiconocida aria "La donna e mobile", del Rigoletto de Verdi, que podría fácilmente dar título a tu entrada de hoy. Lo que también es cierto es que todas esas obras de teatro, novelas y óperas las escribían hombres. Cuando era la mujer quien escribía, como en el magnífico poema de Sor Juana Inés, la cosa cambiaba. Por cierto, es la tercera vez en dos semanas que leo los mismos versos en blogs distintos. Yo mismo los parafraseé hace bien poco. Es curioso cómo en el blog convergen los temas tratados.

    Un abrazo.

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