domingo, 31 de mayo de 2009
Poesía
POESÍA
Quise saberlo todo de ti,
de una manera natural y sencilla,
como el árbol lo sabe todo de la lluvia,
como la noche nada ignora del misterio.
Pero esquiva y distante como fuiste,
igual que una amante desdeñosa y fría,
el dulce favor me negaste de tu caricia.
Un desierto de torpes palabras sin rima,
un oscuro laberinto de voces y sueños,
una ruidosa soledad de versos sombríos.
Nota: Esto es lo que de bueno permite el blog. Relees una entrada, no te gusta, te parece innecesaria o poco afortunada, la eliminas. ¡Ojalá todos los errores se pudieran corregir de la misma manera!
martes, 26 de mayo de 2009
A favor de la lectura
En el blog de mi amigo Antón Castro, a cuyo libro Fotografías veladas dediqué una entrada (ver sección "Lectura") y al que se puede acceder desde mis “enlaces”, me encuentro este estupendo texto de José Luis Sampedro en defensa de la lectura. Le escribo, le pido permiso y lo copio aquí en este blog que sin darme cuenta ya ha cumplido cinco meses de vida. Sobra decir que estoy muy de acuerdo con lo que dice Sampedro y lo suscribo.
POR LA LECTURA
Durante la espera, las madres curioseaban, cogían algún libro, lo hojeaban y a veces también ellas quedaban prendadas. Tiempo después me enteré de que la experiencia había dado sus frutos: algunas lectoras eran mujeres que nunca habían leído antes de que una simple moqueta en manos de una joven bibliotecaria les descubriera otros mundos.
Y aún más años después descubrí otro prodigio en un gran hospital de Valencia. La biblioteca de atención al paciente, con la que mitigan las largas esperas y angustias tanto de familiares como de los propiosenfermos, fue creada por iniciativa y voluntarismo de una empleada. Con un carrito del supermercado cargado de libros donados, paseándose por las distintas plantas, con largas peregrinaciones y luchas con la administración intentando convencer a burócratas y médicos no siempre abiertos a otras consideraciones, de que el conocimiento y el placer que proporciona la lectura puede contribuir a la curación, al cabo de los años ha logrado dotar al hospital y sus usuarios de una biblioteca con un servicio de préstamos y unas actividades que le han valido, además del prestigio y admiración de cuantos hemos pasado por ahí, un premio del gremio de libreros en reconocimiento a su labor en favor del libro.
Evoco ahora estos tres de entre los muchos ejemplos de tesón bibliotecario, al enterarme de que resurge la amenaza del préstamo de pago. Se pretende obligar a las bibliotecas a pagar 20 céntimos por cada libro prestado en concepto de canon para resarcir -eso dicen- a los autores del desgaste del préstamo.
Me quedo confuso y no entiendo nada. En la vida corriente el que paga una suma es porque:
a) obtiene algo a cambio.
b) es objeto de una sanción.
Y yo me pregunto: ¿qué obtiene una biblioteca pública, una vez pagada la adquisición del libro para prestarlo? ¿O es que debe ser multada por cumplir con su misión, que es precisamente ésa, la de prestar libros y fomentar la lectura?
Por otro lado, ¿qué se les desgasta a los autores en la operación? ¿Acaso dejaron de cobrar por el libro? ¿Se les leerá menos por ser lecturas prestadas? ¿Venderán menos o les servirá de publicidad el préstamo como cuando una fábrica regala muestras de sus productos? Pero, sobre todo: ¿Se quiere fomentar la lectura? ¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos? No entiendo a esa Europa mercantil. Personalmente prefiero que me lean y soy yo quien se siente deudor con la labor bibliotecaria en la difusión de mi obra.
Sépanlo quienes, sin preguntarme, pretenden defender mis intereses de autor cargándose a las bibliotecas. He firmado en contra de esa medida en diferentes ocasiones y me uno nuevamente a la campaña.
En el blog de mi amigo Antón Castro, a cuyo libro Fotografías veladas dediqué una entrada (ver sección "Lectura") y al que se puede acceder desde mis “enlaces”, me encuentro este estupendo texto de José Luis Sampedro en defensa de la lectura. Le escribo, le pido permiso y lo copio aquí en este blog que sin darme cuenta ya ha cumplido cinco meses de vida. Sobra decir que estoy muy de acuerdo con lo que dice Sampedro y lo suscribo.
Cuando yo era un muchacho, en la España de 1931, vivía en Aranjuez un Maestro Nacional llamado D. Justo G. Escudero Lezamit. A punto de jubilarse, acudía a la escuela incluso los sábados por la mañana aunque no tenía clases porque allí, en un despachito que le habían cedido, atendía su biblioteca circulante. Era suya porque la había creado él solo, con libros donados por amigos, instituciones y padres de alumnos. Sus 'clientes' éramos jóvenes y adultos, hombres y mujeres a quienes sólo cobraba cincuenta céntimos al mes por prestar a cada cual un libro a la semana. Allí descubrí a Dickens y a Baroja, leí a Salgari y a Karl May.
Muchos años después hice una visita a un bibliotequita de un pueblo madrileño. No parecía haber sido muy frecuentada, pero se había hecho cargo recientemente una joven titulada quien había ideado crear un rincón exclusivo para los niños con un trozo de moqueta para sentarlos. Al principio las madres acogieron la idea con simpatía porque les servía de guardería. Tras recoger a sus hijos en el colegio los dejaban allí un rato mientras terminaban de hacer sus compras, pero cuando regresaban a por ellos, no era raro que los niños, intrigados por el final, pidieran quedarse un ratito más hasta terminar el cuento que estaban leyendo.
Durante la espera, las madres curioseaban, cogían algún libro, lo hojeaban y a veces también ellas quedaban prendadas. Tiempo después me enteré de que la experiencia había dado sus frutos: algunas lectoras eran mujeres que nunca habían leído antes de que una simple moqueta en manos de una joven bibliotecaria les descubriera otros mundos.
Y aún más años después descubrí otro prodigio en un gran hospital de Valencia. La biblioteca de atención al paciente, con la que mitigan las largas esperas y angustias tanto de familiares como de los propiosenfermos, fue creada por iniciativa y voluntarismo de una empleada. Con un carrito del supermercado cargado de libros donados, paseándose por las distintas plantas, con largas peregrinaciones y luchas con la administración intentando convencer a burócratas y médicos no siempre abiertos a otras consideraciones, de que el conocimiento y el placer que proporciona la lectura puede contribuir a la curación, al cabo de los años ha logrado dotar al hospital y sus usuarios de una biblioteca con un servicio de préstamos y unas actividades que le han valido, además del prestigio y admiración de cuantos hemos pasado por ahí, un premio del gremio de libreros en reconocimiento a su labor en favor del libro.
Evoco ahora estos tres de entre los muchos ejemplos de tesón bibliotecario, al enterarme de que resurge la amenaza del préstamo de pago. Se pretende obligar a las bibliotecas a pagar 20 céntimos por cada libro prestado en concepto de canon para resarcir -eso dicen- a los autores del desgaste del préstamo.
Me quedo confuso y no entiendo nada. En la vida corriente el que paga una suma es porque:
a) obtiene algo a cambio.
b) es objeto de una sanción.
Y yo me pregunto: ¿qué obtiene una biblioteca pública, una vez pagada la adquisición del libro para prestarlo? ¿O es que debe ser multada por cumplir con su misión, que es precisamente ésa, la de prestar libros y fomentar la lectura?
Por otro lado, ¿qué se les desgasta a los autores en la operación? ¿Acaso dejaron de cobrar por el libro? ¿Se les leerá menos por ser lecturas prestadas? ¿Venderán menos o les servirá de publicidad el préstamo como cuando una fábrica regala muestras de sus productos? Pero, sobre todo: ¿Se quiere fomentar la lectura? ¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos? No entiendo a esa Europa mercantil. Personalmente prefiero que me lean y soy yo quien se siente deudor con la labor bibliotecaria en la difusión de mi obra.
Sépanlo quienes, sin preguntarme, pretenden defender mis intereses de autor cargándose a las bibliotecas. He firmado en contra de esa medida en diferentes ocasiones y me uno nuevamente a la campaña.
José Luis Sampedro
Nota. La foto de Jose Luis Sampedro está tomada de "El país.com".
domingo, 24 de mayo de 2009
Vejer: ¡Si yo pudiera remontarme al origen!...
En su poema, tan leído, tan musicado, tan conocido, “Nanas de la cebolla”, le escribe Miguel Hernández a su hijo: ¡Si yo pudiera / remontarme al origen / de tu carrera! Eso es lo que todos perseguimos a veces, remontarnos al origen de nuestra carrera, sobre todo en los momentos de melancolía o de desconsuelo. ¿Dónde empezó todo? ¿Cuál fue el brote que engendró el origen de lo que somos? No son preguntas de fácil respuesta, puesto que remontarse al origen puede extraviarnos en el laberinto del tiempo. Pero es bueno imaginar un punto de partida, pensar que la conjunción de azares que desembocó en el ser que somos se inició en un lugar y en un tiempo determinados, soñar que nuestras raíces pertenecen a un lugar perdido en algún recodo de la memoria. En mi caso el azar me conduce hasta Vejer de la Frontera, ese hermoso pueblo de Cádiz, donde nació la madre de mi padre y vivió los primeros años de su vida. Dicen que se es de donde se abre los ojos a la luz y que el paisaje en el que uno nace deja una imperecedera e invisible huella en nosotros para el resto de la vida. Mi abuela abrió los suyos a la luz de Cádiz y al blanco refulgente de las casas jalbegadas que trepan por los alcores en los que se asienta el pueblo, al azul del mar que a lo lejos se divisa como telón de fondo, al verde de las campiñas que descienden, en escarpadas laderas, hacia el llano. Así que el azar, o el destino, quiso que hubiera algo mío que me resulta familiar en este paisaje, tan lejano, tan desleído ya en las brumas del tiempo, tan a trasmano de ese otro lugar al que me llevaron mis pasos en la tierra.
Paseo por sus calles y fotografío ese letrero, tan antiguo, conservado sin duda por el propietario del negocio como reliquia de tiempos pasados, de “Barbería”, de cuando aún se llamaba así a lo que hoy se denominan “Peluquerías” y se me da por pensar que tal vez el padre de mi abuela visitase alguna vez el local, ¡quién puede saberlo! Llevo a mi hijo al lado. Vamos en silencio, mirándolo todo, deteniéndonos aquí y allá. No resisto la tentación de decirle que probablemente aquí empezó todo, que de no haber nacido aquí su bisabuela, hoy quizá todo sería diferente y él no llevaría el apellido que lleva: “cosas de generaciones, papá”, fue su única respuesta. Entre mí pensé que tenía razón, pero que bien pudo ser este hermoso pueblo el origen de mi carrera y sin saberlo él, también de la suya, aunque otros azares, como el hecho de que mi padre no muriera tras ser herido de gravedad en la Batalla del Ebro, se cruzaran en el camino y coadyuvaran a que yo acabase viniendo al mundo y tras de mí mi hijo. Así nos debemos al azar y a su influencia sobre quienes nos precedieron.
sábado, 23 de mayo de 2009
Rafael Conte
Acabo de enterarme, viendo un informativo casi de madrugada de CNN+, del fallecimiento en Madrid, a los setenta y tres años y tras de una larga enfermedad, de Rafael Conte. Desaparece uno de los buenos críticos literarios que frecuentaban la prensa literaria, me refiero a los suplementos literarios de los periódicos, y un buen estudioso de la literatura del siglo XX. Rafael Conte nos abrió a muchos los ojos, con su antología Narraciones de la España Desterrada (Edhasa, 1970) acerca del fenómeno literario del exilio republicano español. Estuvo siempre atento a la creación más reciente y descubrió y ensalzó a autores que luego confirmaron con su obra su buena intuición literaria. No lo conocí personalmente, pero hablamos muchas veces por teléfono. Se ocupó siempre de lo mío con generosidad que ahora, aunque ya lo hiciera personalmente en su momento, quiero agradecerle. Le gustó especialmente, aunque no escribiera sobre ella, tal vez la leyó por indicación de nuestro común amigo Camilo José Cela, mi novela sobre el último año de la vida de Julián Besteiro. Después fue siempre respetuoso con mis trabajos sobre el exilio republicano, aunque me llevara algún que otro puyazo. Quise hacerle una entrevista en Madrid para incluirla en un número de una revista literaria dedicada al cuento del exilio, pero su estado de salud lo hizo imposible. Me dio la impresión, la última vez que hablamos por teléfono, de que en sus últimos años andaba algo desengañado, como si no se hubiera valorado suficientemente su figura y su trabajo. Traté de apaciguar ese sentimiento diciéndole que muchos le teníamos por un maestro y que valorábamos y en mucho lo que había aportado a la historiografía de la literatura española y sobre todo a ese fenómeno tan arriesgado que se llama crítica viva. Me quedé sin poder hacerle la entrevista, pero lo recordaré como un hombre honesto que decía siempre lo que pensaba, aunque en sus últimos tiempos hablara algo más de la cuenta de él mismo en sus críticas. Descanse en paz. Nos queda su trabajo y su ejemplo de constancia y dedicación rigurosa a una única y absorbente vocación: la literatura. Acompaño en el sentimiento de dolor a sus familiares y amigos.
Nota. La foto de Conte está tomada de la edición digital El País.com. Había otras en la red, pero esta me ha parecido una de las mejores y por ello la incluyo aquí.
lunes, 18 de mayo de 2009
Miguel Delibes: de la cáscara amarga
A Leonardo la novelística de Miguel Delibes le ha interesado siempre. Lee y relee sus obras y no sabe de qué maravillarse más, si de la creación de personajes, de las historias estremecedoras y desgarradoras que cuenta en ellas o del lenguaje que emplea para narrar y describir. Será de todo un poco. Como profesor, Leonardo, cuando ha tenido oportunidad de hacerlo, ha puesto de lectura muchas veces los libros de Delibes: El camino, El príncipe destronado, Las ratas, Los santos inocentes y en tiempos recientes, Cinco horas con Mario. Precisamente es esta última obra mencionada la que Leonardo considera una lección magistral de lenguaje familiar y coloquial. Cuando Leonardo lee en sus clases algunos capítulos de esta novela, los bolígrafos echan humo anotando giros coloquiales de la máxima expresividad puestos en boca de Menchu, esa mujer insatisfecha, reaccionaria y tan humana, sin embargo.
Hace pocos días, una alumna atenta e interesada preguntó a Leonardo qué significaba ser “de la cáscara amarga”. La joven había leído y subrayado el siguiente pasaje del texto de Cinco horas con Mario: “ Por mucho que te rías, Mario, don Nicolás es un hombre de la cáscara amarga, no sé si de Lerroux o de Alcalá Zamora pero significado y, desde luego, muy rojo, de los peores, de los que no acaban de dar la cara.” Leonardo se sorprendió de que la alumna no le preguntase acerca de la personalidad compleja y contradictoria de Lerroux o de Alcalá Zamora o del hecho de ser calificado como “rojo”. Ello se debía a que la mencionada alumna había conseguido información relativamente fácil sobre esos personajes y sobre el uso del color rojo con connotaciones políticas. Así que Leonardo le respondió a la pregunta y dijo:
“Lo mejor es que en vez de explicárselo yo, se lo aclare alguien que se interesó por el sentido y el origen de los dichos. Les estoy hablando de José María Iribarren cuyo libro El porqué de los dichos es uno de los más instructivos y divertidos tratados que sobre paremiología, el estudio de los refranes y de las frases hechas, se pueden leer. Al referirse a esta expresión, “ser de la cáscara amarga”, escribe Iribarren:
Según el Diccionario de 1970, ser una persona de la cáscara amarga siginifica “ser de ideas muy avanzadas.” Es ésta una de las tantas expresiones que con el tiempo han cambiado de sentido. Covarrubias no la trae en su Tesoro. Pero sí el Diccionario de Autoridades de la Real Academia (1726-39), que dice así: “Ser de la cáscara amarga: Ser un hombre travieso o valentón.” El paso de este significado al de hombre de ideas avanzadas debió de producirse a mitades del siglo XIX. En la obra de Julio Nombela Impresiones y Recuerdos, (tomo I, pág. 32, Madrid, 1909) leí lo siguiente, con referencia al año 1854: “Los amigos con quienes pasaba mi abuelo la primera hora de la tarde en el café que frecuentaban, eran de la cáscara amarga, como llamaban entonces a los progresistas.”
O sea, jóvenes, dijo Leonardo tras cerrar el libro y depositarlo en su mesa de profesor, que visto lo visto, de muchos de nosotros también podría decirse, sin que fuera desdoro, lo mismo que de ese “amigote” de Mario, el tal don Nicolás, que somos de la cáscara amarga. Dio después, como solía hacer casi siempre, la clase por terminada, no sin recomendarles que no dejaran de echar una ojeada, cuando el tiempo se lo permitiese, al sustancioso libro de Iribarren.
Nota. En la presentación a la obra mencionada, escribe Luis Carandell: “José María Iribarren nació en Tudela de Navarra en 1906 y murió en 1971. Abogado de profesión, fue en 1936 secretario particular del general Mola y publicó un libro de gran interés para el estudio de la Guerra Civil; un libro que prohibieron inmediatamente las autoridades franquistas. Se dedicó a la investigación histórica con biografías como la de Espoz y Mina pero se hizo famoso sobre todo por sus obras de literatura costumbrista relacionadas con Navarra y otras regiones de España. El porqué de los dichos es un verdadero tratado de paremiología o ciencia de los refranes.
viernes, 15 de mayo de 2009
El tiempo detenido
El laberinto de callejas ensombrecidas desemboca de repente en una plaza que dormita bajo una luz restallante que anonada y ciega las pupilas, esa luz intensa de las primeras horas de la tarde, cuando está todo como en duermevela y apenas nadie transita por las calles, en ese destiempo que supone la hora de la siesta en un caluroso día de primavera en una pequeña ciudad del sur, cuyas piedras milenarias contemplan la calma iridiscente del mar en sosiego. Alzo la vista y contemplo el reloj sobre uno de los muros de la iglesia. ¿Cuánto tiempo llevarán quietas sus manecillas? ¿Cuándo fue la última vez que funcionó? ¿Por qué se me antoja su quietud una metáfora del tiempo detenido, como si la vida hubiese quedado estancada en el pasado, como si a nadie interesasen ya esas piedras atacadas del mal de la nostalgia, que ahora se dibujan contra un cielo de azul límpido e intenso? Prosigo en silencio mi camino; empiezan a verse las primeras personas camino del café, los primeros chiquillos que salen de la escuela; los coches, con el ruido de sus tubos de escape, me devuelven de golpe al presente. Las manecillas de mi reloj marcan las cinco y veinte de la tarde. Las de la iglesia siguen detenidas en las once y cuarto.
Nota. La foto está tomada en la Plaza de España de El Puerto de Santa María, una tarde de mayo; el reloj está sobre uno de los muros laterales de la Iglesia Mayor Prioral.
El laberinto de callejas ensombrecidas desemboca de repente en una plaza que dormita bajo una luz restallante que anonada y ciega las pupilas, esa luz intensa de las primeras horas de la tarde, cuando está todo como en duermevela y apenas nadie transita por las calles, en ese destiempo que supone la hora de la siesta en un caluroso día de primavera en una pequeña ciudad del sur, cuyas piedras milenarias contemplan la calma iridiscente del mar en sosiego. Alzo la vista y contemplo el reloj sobre uno de los muros de la iglesia. ¿Cuánto tiempo llevarán quietas sus manecillas? ¿Cuándo fue la última vez que funcionó? ¿Por qué se me antoja su quietud una metáfora del tiempo detenido, como si la vida hubiese quedado estancada en el pasado, como si a nadie interesasen ya esas piedras atacadas del mal de la nostalgia, que ahora se dibujan contra un cielo de azul límpido e intenso? Prosigo en silencio mi camino; empiezan a verse las primeras personas camino del café, los primeros chiquillos que salen de la escuela; los coches, con el ruido de sus tubos de escape, me devuelven de golpe al presente. Las manecillas de mi reloj marcan las cinco y veinte de la tarde. Las de la iglesia siguen detenidas en las once y cuarto.
Nota. La foto está tomada en la Plaza de España de El Puerto de Santa María, una tarde de mayo; el reloj está sobre uno de los muros laterales de la Iglesia Mayor Prioral.
martes, 12 de mayo de 2009
Al oeste de Varsovia, de José Ángel Cilleruelo.
Hay una frase, dicha por uno de los personajes de esta estupenda novela, que es un poco la clave y el resumen de su sentido más profundo, al menos así lo interpreto como lector: “La memoria no está en uno mismo, sino en los demás, que son quienes le dan de verdad su sentido.” Es esta una idea sugerente, sin duda. Vivimos, pues, y es la huella de lo que hacemos y pensamos, el recuerdo que los demás guardan de nosotros, de quienes fuimos o intentamos ser, lo que da sentido a la memoria. Así, es el proyectarnos en los demás lo que constituye la base de lo que quedará de nosotros, si es que algo queda y no nos disolvemos inevitablemente en el olvido. Por eso siempre son los otros los que mantienen viva la memoria de los que ya no están y sólo en ese esfuerzo y en esa constancia reside la lucha contra la desmemoria y el olvido.
Aquí se cuenta, fragmentada, con saltos hacia atrás en el tiempo, desde distintos puntos de vista, la historia de un asesinato atroz cometido en una época siniestra y dura, la que se corresponde con la invasión de Polonia por parte de los nazis en 1939. Pero podía haber ocurrido perfectamente en cualquier otro lugar, en cualquier otra época. Si el profesor de literatura y poeta vanguardista salvajemente asesinado en vez de llamarse Cezary Ciéslak se hubiera llamado Roberto Almar, pongo por caso, la maldad hubiese sido la misma. Pero no es solo la brutalidad de los invasores lo que se pone en solfa, sino la actitud miserable e incalificable de los compañeros de claustro del profesor asesinado y la tergiversación interesada que se hace de la memoria histórica. Es esta una novela contra la mezquindad y la hipocresía, contra la bajeza moral de quienes fueron cómplices de la barbarie desde su silencio y su actitud aquiescente.
Al oeste de Varsovia es también una indagación, una búsqueda, la que lleva a cabo una joven empeñada en averiguar la verdad sobre el asesinato del poeta y profesor. Encontrará un silencio espeso, un olvido deliberado, una monstruosa complicidad y una actitud deleznable por parte de quienes en su día fueron testigos del suceso. El paso de los años y la desmemoria han desdibujado los acontecimientos hasta conseguir que no quede apenas rastro de ellos. Sólo la tenacidad y la perseverancia permitirán a la joven reconstruirlos parcialmente, con una gran penuria de datos, aunque con ayudas generosas y solidarias. Al mismo tiempo, esa joven, recién separada del nieto de Cezary Ciéslak, se nos presenta perdida en su propio laberinto, en su íntimo sufrimiento, en su soledad.
Cilleruelo es poeta y se advierte en su forma de narrar. Hay muchos aciertos estilísticos en la novela y también estructurales, en la formar de dosificar e integrar el material narrativo en pequeños capítulos que se alternan constantemente. Una novela que se lee de un tirón; muy recomendable por muchas razones, entre otras por su calidad literaria.
Aquí se cuenta, fragmentada, con saltos hacia atrás en el tiempo, desde distintos puntos de vista, la historia de un asesinato atroz cometido en una época siniestra y dura, la que se corresponde con la invasión de Polonia por parte de los nazis en 1939. Pero podía haber ocurrido perfectamente en cualquier otro lugar, en cualquier otra época. Si el profesor de literatura y poeta vanguardista salvajemente asesinado en vez de llamarse Cezary Ciéslak se hubiera llamado Roberto Almar, pongo por caso, la maldad hubiese sido la misma. Pero no es solo la brutalidad de los invasores lo que se pone en solfa, sino la actitud miserable e incalificable de los compañeros de claustro del profesor asesinado y la tergiversación interesada que se hace de la memoria histórica. Es esta una novela contra la mezquindad y la hipocresía, contra la bajeza moral de quienes fueron cómplices de la barbarie desde su silencio y su actitud aquiescente.
Al oeste de Varsovia es también una indagación, una búsqueda, la que lleva a cabo una joven empeñada en averiguar la verdad sobre el asesinato del poeta y profesor. Encontrará un silencio espeso, un olvido deliberado, una monstruosa complicidad y una actitud deleznable por parte de quienes en su día fueron testigos del suceso. El paso de los años y la desmemoria han desdibujado los acontecimientos hasta conseguir que no quede apenas rastro de ellos. Sólo la tenacidad y la perseverancia permitirán a la joven reconstruirlos parcialmente, con una gran penuria de datos, aunque con ayudas generosas y solidarias. Al mismo tiempo, esa joven, recién separada del nieto de Cezary Ciéslak, se nos presenta perdida en su propio laberinto, en su íntimo sufrimiento, en su soledad.
Cilleruelo es poeta y se advierte en su forma de narrar. Hay muchos aciertos estilísticos en la novela y también estructurales, en la formar de dosificar e integrar el material narrativo en pequeños capítulos que se alternan constantemente. Una novela que se lee de un tirón; muy recomendable por muchas razones, entre otras por su calidad literaria.
Nota. José Ángel Cilleruelo mantiene un estupendo blog titulado El visir de Abisinia, al que se puede acceder desde "elvisirdeabisinia.blogspot.com" y desde los "enlaces" de este blog.
domingo, 3 de mayo de 2009
Lugares y recuerdos: Chliclana de la Frontera
De repente cae uno en la cuenta de que en este mismo lugar estuvo hace ya más de veinte años. La prodigiosa luz del sur, la luz de Cádiz en el atardecer vista desde los puentes que cruzan el río Iro, un paseo por la Alameda después de haber callejeado por el centro de la ciudad evocan en mí otro tiempo, lejano, impreciso, pero milagrosamente anotado en el diario que en 1988 inicié, sin haberlo dejado hasta la fecha, durante un viaje al sur, a estas tierras donde el azar me trae de nuevo, donde siempre que puedo vuelvo y donde seguro volveré. Me cruzo, por casualidad, sin buscarlo, con la calle dedicada al dramaturgo García Gutiérrez, hoy señalada, sobre los laterales de la fachada de una farmacia, con una placa embaldosinada con su imagen dibujada, una cita de un verso y una pequeña leyenda biográfica. De vuelta a mi ciudad, abro el diario del año 1988 y me encuentro con una breve anotación que copio a continuación. Busco el libro de García Gutiérrez y entre sus páginas, es una vieja costumbre mía la de guardar recuerdos entre las páginas de los libros, doy con un ticket recortado que dice “VI Muestra de Cine. Ciudad de Chiclana. Del 8 al 14 de agosto de 1988”.
“Chiclana, 10 de agosto de 1988. Parece casualidad buscada y, sin embargo, es puro azar. La otra noche, paseando por Chiclana de la Frontera, por una alameda remozada con gusto, dimos, casi de bruces, con la estatua de la ciudad agradecida a su poeta insigne en el centenario de su fallecimiento en 1984. Hablo del poeta y dramaturgo romántico Antonio García Gutiérrez. Pues bien, entre los libros que puse en la maleta para este viaje sureño figura El trovador, que hoy mismo he empezado a leer en la magnífica edición de Casalduero y Blecua, en la mítica colección Textos Hispánicos Modernos ya descatalogada de la editorial Labor. La compré en el mercado de los libros viejos de San Antonio, junto a otra remesa de textos del XVIII y del XIX muy interesantes. ¡Quién me iba a decir que iba a leerlo en su tierra, en su patria chica! El sur da un poeta en cada rincón.”
“Chiclana, 10 de agosto de 1988. Parece casualidad buscada y, sin embargo, es puro azar. La otra noche, paseando por Chiclana de la Frontera, por una alameda remozada con gusto, dimos, casi de bruces, con la estatua de la ciudad agradecida a su poeta insigne en el centenario de su fallecimiento en 1984. Hablo del poeta y dramaturgo romántico Antonio García Gutiérrez. Pues bien, entre los libros que puse en la maleta para este viaje sureño figura El trovador, que hoy mismo he empezado a leer en la magnífica edición de Casalduero y Blecua, en la mítica colección Textos Hispánicos Modernos ya descatalogada de la editorial Labor. La compré en el mercado de los libros viejos de San Antonio, junto a otra remesa de textos del XVIII y del XIX muy interesantes. ¡Quién me iba a decir que iba a leerlo en su tierra, en su patria chica! El sur da un poeta en cada rincón.”
Nota. La foto de la placa embaldosinada de García Gutiérrez está tomada en la calle que lleva su nombre un atardecer de finales de abril, así como la puesta del sol sobre el río Iro. Reviso la edición de El trovador, por cierto, como curiosidad, aún firmaba Blecua sus trabajos como Luis Alberto, y al azar me encuentro estos versos: “¡La vida! ¿Es algo la vida? / Un doble martirio, un yugo... / llama que venga el verdugo / con el hacha enrojecida”. Lo que soy incapaz de recordar es qué película vimos aquella noche en la Muestra de Cine; ¡ay, los años...!