sábado, 28 de febrero de 2009

Cenizas sobre el mar


El pequeño faro, que advierte al navegante del extremo del malecón y del inicio de la bocana, vio salir la embarcación con indiferencia, como tantos otros días, aunque el de hoy fuera de finales de invierno y no de verano, cuando el navío de recreo surca las aguas lleno de pasajeros de las excursiones marítimas a la abrupta costa que circunda el puerto. Los viajeros eran pocos y ninguno de ellos parecía uno de esos turistas ataviados con los pantalones cortos de rigor y los sombreros de paja para protegerse del sol del verano. El pasaje de hoy era distinto. Los habíamos visto bajar de cuatro coches que quedaron aparcados en el muelle, muy cerca de donde estábamos sentados contemplando el mar en silencio. Descendieron varias personas de edad avanzada, con movimientos torpes y con rostros circunspectos; iba tambien una pareja joven. Desde luego no era el ambiente de una excursión de recreo y de placer. El hecho despertó nuestra atención. Uno de nosostros se fijó en que el hombre joven, tocado con una gorra deportiva de color rojo, llevaba fuertemente abrazada contra el pecho una pequeña bolsa cuyo contenido no podía adivinarse. Su mirada perdida, la fuerza con la que sujetaba, con ambos brazos, la pequeña bolsa, los gestos cariñosos, como de ánimo y consuelo que recibía por parte de su joven acompañante, nos hicieron pensar que seguramente aquella bolsa contenía la urna cineraria de algún pariente, tal vez el padre, la madre o algún otro familiar. El hombre joven llevaba puestas unas gafas de sol oscuras que impedían ver los estragos del dolor en su rostro. Los vimos subir al barco de recreo con dificultad. Después de hacer con éxito la maniobra de desatraque, la nave surcó las aguas de la bocana para adentrarse en el mar abierto, lejos de la costa, donde seguramente, en una ceremonia íntima y silenciosa, serían arrojadas al mar las cenizas de ese ser querido que quizá acababa de abandonarlos.


Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir. La vieja metáfora manriqueña cobraba vida y extrañeza en esa mañana de sol perezoso en que habíamos salido de la ciudad buscando un aire más limpio y un sosiego tan difícil como imposible de alcanzar. El barco turístico, en verano lleno de alegría y de ruidosos pasajeros, hoy se había convertido en carroza fúnebre para que los restos mortales del difunto se mezclasen en el reino de Neptuno con la espuma de las olas, el salitre del viento y la soledad y el silencio de la inmensidad de las aguas.

Vivimos en una cultura que le da la espalda a la muerte y no deja de causar extrañeza encontrarte con una liturgia tan cambiada y en lugar tan insospechado. Pero tal vez ese fuera el deseo del difunto, anegarse en el oscuro mar de la calma y el olvido, a merced de vientos y mareas, en las aguas del mismo mar en el que alguna vez, seguro, fue feliz.

Nota. Las fotos, que ilustran esta entrada, fueron tomadas por mi hija Marta en el Port de Llançà.

viernes, 27 de febrero de 2009

Soplando vidrio, de Fernando Valls



Lleva Fernando Valls mucho tiempo dedicado, y muchas páginas escritas, a estudiar esos textos narrativos breves llamados microrrelatos, denominación que sigue aún generando polémica, aunque se impone cada vez con más fuerza y más aceptación. Recoge muchos de ellos en este libro, que está llamado a ser una referencia ineludible en los estudios dedicados al género y cuya importancia, estoy seguro, no hará sino crecer con el paso del tiempo. Sostiene Fernando Valls, con legítimo orgullo, que es el primer volumen de un único autor dedicado a este nuevo género narrativo, que por otra parte no es tan nuevo cuando se sitúa en la debida tradición.

Escribe el autor: “El microrrelato debe contar una historia, aunque su acción suela carecer de desarrollo y no tenga personajes perfilados, hasta el punto de que lo frecuente es que aparezcan sin nombre, o con una denominación genérica.” Esta condición narrativa del microrrelato es imprescindible para marcar la frontera con otros textos breves: el aforismo, la fábula, la greguería, el poema en prosa, los refranes, etc. Cuando edité los aforismos aubianos tomé la decisión, acertada sin duda, de no incluir ni uno solo de los crímenes, porque todos ellos cuentan una historia y son por tanto microrrelatos. Fernando Valls los estudia aquí y pone, entre otros ejemplos, el más breve, y tal vez el más famoso, de ellos: “Lo maté porque era de Vinaroz”, donde la elipsis abarca casi toda la historia y deja en manos del lector cómplice la tarea de adivinar, o cuando menos imaginar, las ocultas razones que llevan al crimen al anónimo personaje que habla en primera persona, porque no lo mataría por ser solo de Vinaroz, alguna otra razón habría...

Hay un afán en el autor de fijar los límites del género; en efecto, no sólo trata de definirlo, sino que ambiciona mostrar los peligros que conlleva la escritura de este tipo de textos: que se confundan con ocurrencias, con frases más o menos ingeniosas, que se quiera hacer pasar por microrrelato cualquier cosa, con tal de que sea breve. Para ello, resulta extraordinariamente útil la parte del libro en la que el autor estudia las obras de escritores que han cultivado el microrrelato, desde Max Aub o Ana María Matute, a Luis Mateo Díez o a Rubén Abella, de quien por cierto se incluye, en la página 281, un texto titulado “Londres”, cuyo tema es la premonición, y que es un soberbio ejemplo de lo que sí debe ser un microrrelato. El libro incluye una parte final con una extensa lista de sugerencias para iniciarse en la lectura de estos textos. Tal vez, aunque no estén escritos originalmente en castellano, sino en catalán, haya yo echado en falta alguna referencia a quien para mí es uno de los maestros de este género: Pere Calders; he de decir no obstante, que Fernando ha traducido y editado algunos de ellos.

Soplando vidrio es, por consiguiente, un libro muy necesario, muy oportuno y muy útil, y no sólo para los estudiosos del género, sino para el lector interesado en general; el rigor documental, el tratamiento filológico del tema, la profundidad y el acierto en el análisis de las obras de los autores elegidos hará de este libro un texto de consulta imprescindible en las investigaciones futuras sobre este nuevo género: el microrrelato
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miércoles, 25 de febrero de 2009

La mujer inconstante y ligera


Me cuesta, cuando me veo en la obligación de hacerlo, justificar ciertas actitudes ante la mujer que se deslizan en las obras clásicas; grandes obras, por otra parte, llenas de méritos artísticos que están fuera de discusión. Pero cuando esas obras, por ejemplo El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, son leídas por lectores jóvenes de nuestros días, hay que hacer malabarismos para explicar que esos recelos, por llamarlos de alguna manera, ante la mujer son cosa de épocas pasadas y que hoy están ya muy superados. Es posible que así sea, pero lo escrito queda. Van tres de ejemplos.

Cuando Don Juan Tenorio ha burlado a Isabela en Nápoles y Don pedro Tenorio da cuenta del suceso ante el Rey, dice éste lo siguiente: “¡Ah, pobre honor! Si eres alma / del hombre, ¿por qué te dejan / en la mujer inconstante, / si es la misma ligereza?” La mujer, pues, portadora de rasgos negativos: la inconstancia, la ligereza.

Dialogan después el burlado, el Duque Octavio, y Don Pedro Tenorio; Octavio se queja amargamente de la inconstancia de la mujer, de su ser antojadizo, de su capacidad de agraviar y de ser infiel, como si fuera la fidelidad virtud que no pudiera hallar en la mujer cobijo; dice Octavio cuando Don Pedro le informa de lo sucedido entre don Juan e Isabel: “Marqués, yo os quiero creer. / No hay cosa que me espante, / que la mujer más constante / es, en efecto, mujer. / No me queda más que ver / pues es patente mi agravio.”

Al inicio de la tercera jornada se queja Batricio, quien ha tenido una actitud absurda ante Don Juan, de que Aminta se ponga en disposición de romper los lazos de fidelidad que como futuro esposo le debe; la culpa recae, no podía ser de otra manera, en Aminta, que al fin y al cabo, según Batricio, es mujer y por tanto, inconstante y ligera; dice el burlado: “Manifiesto y claro indicio / de lo que he llegado a ver; / que, si bien no le quisiera, / nunca a su casa viniera; / al fin, al fin es mujer.”

Podrá decirse que, en efecto, es cosa de la época, pero los textos hablan por sí solos, son lo suficientemente elocuentes para añadir nada más.

domingo, 22 de febrero de 2009

El último viaje



¿Cómo era posible, se preguntó aquella tarde de invierno en la soledad de su estudio, que después de tantos años de leer la obra de Antonio Machado lo desconociera todo acerca del viaje llevado a cabo por su hermano Manuel a Collioure a finales del mes de febrero de mil novecientos treinta y nueve, pocos días después de fallecer el autor de Campos de Castilla? Había estado leyendo un ensayo acerca del papel desempeñado por los escritores durante los años de la guerra civil. Fue al llegar a las últimas páginas del capítulo dedicado a Antonio Machado cuando tuvo conocimiento de la existencia de ese viaje y del encuentro entre Manuel y su hermano José, quien había acompañado al poeta y a su madre en la peregrinación hacia el exilio francés, en el cementerio de Collioure.


El autor de esas páginas consideraba el viaje de Manuel Machado uno de los episodios más conmovedores de la guerra civil. Le confería un valor simbólico extraordinario, el de ser el arranque de la reconciliación nacional cuando ambas partes habían perdido todo lo que tenían que perder, Antonio la vida y Manuel la de su hermano, con quien tan unido había estado siempre. También aludía el autor al encuentro en el cementerio entre Manuel y José y consideraba que a todos los españoles debería interesarles lo que ambos pudieron hablar en aquel momento.

Su instinto literario le hizo ver, enseguida, que allí, en las circunstancias que rodearon aquel viaje del que lo desconocía todo, había una historia que contar. No sabía si en un relato o en una novela, pero era indudable el carácter literario de los sucesos que la lectura de aquel libro le había revelado. A pesar de sus recelos, de su desconfianza hacia las narraciones que tenían como protagonistas a personajes pertenecientes a la realidad histórica, decidió que los hechos eran tan apasionantes que valía la pena empezar la documentación con el fin de redactar después el posible relato. Así que aquella misma tarde salió a la calle dispuesto a recorrer las principales librerías de Barcelona para buscar bibliografía. Naturalmente, necesitó varias tardes más y también echar mano de los catálogos de librerías de lance que almacenaba desde hacía meses sobre la mesa de su estudio. Tuvo incluso que recurrir a las bibliotecas, porque muchos de los libros y artículos que buscaba sólo los podía encontrar en esos lugares.



Le ganó una actividad febril y durante varios meses, los que median entre diciembre y junio, apenas hizo otra cosa que leer cuanta documentación consideró de utilidad. Hubo un momento, hacia mediados de mayo, en que creyó que ya había leído lo fundamental y se podía, pues, poner a escribir. Pensó incluso en pedir, como ya había hecho en otras ocasiones, un permiso sin sueldo para poder escribir libre de las presiones a las que le sometía su trabajo diario como abogado. Sin embargo, nuevas lecturas, entre ellas la de un riguroso trabajo de Miguel d'Ors, le hicieron ver que aún necesitaba consultar algunos artículos que podían resultar decisivos para no errar el tino. Se puso a ello y decidió esperar la llegada del verano para poder escribir con la necesaria calma y tranquilidad. Así que, al llegar julio, se marchó a su casa de verano, un casa pequeña con patio y azotea, lejos de la algarabía de las poblaciones costeras pero desde donde se divisa el Mediterráneo y unas impresionantes puestas de sol.


Durante años, ignoró la poesía de Manuel Machado. No comprendía cómo su hermano Antonio, a quien tenía como uno de los poetas fundamentales de toda la historia de la poesía española, podía decir que Manuel era un gran poeta y que admiraba muchísimo su obra. ¿Cómo podía ser gran poeta alguien que dedicaba poemas a la sonrisa de Franco, ese sanguinario dictador que firmaba las condenas a muerte mientras tomaba el café de sobremesa?

Sin embargo, acabó también leyendo la poesía de Manuel Machado. Fue durante un viaje a Burgos, ciudad en la que el poeta vivió los tres años de la guerra, cuando compró los primeros libros suyos que leyó: Alma y Ars moriendi. Le bastó una primera lectura para darse cuenta de lo ciego que había estado y de la razón que tenía su hermano cuando lo calificó de gran poeta. Con todo, fue El mal poema el que consideró su libro más redondo. Lo leyó a renglón seguido de los anteriores, tras de su regreso a Barcelona al acabarse las vacaciones veraniegas. Desde aquellas lecturas vio la figura de Manuel Machado con otros ojos, a pesar de los versos a Mola, a Franco o al propio José Antonio.


Fue realmente Manuel Machado partidario desde el primer momento del Alzamiento Nacional, o fueron las circunstancias en las que se vio envuelto las que no le dejaron otro camino que el de sumarse a los rebeldes para poner a salvo su propia vida? ¿Cuál hubiese sido su conducta de haberle sorprendido la rebelión militar en Madrid? ¿Hubiera intentado pasarse a la otra zona o hubiera buscado refugio en una embajada? ¿Habría acompañado a su hermano Antonio en la evacuación de Madrid hacia Valencia en los últimos días de octubre de mil novecientos treinta y seis? ¿Cómo podía ser un fascista convencido el autor de los poemas de Alma o El mal poema? Esas y otras preguntas similares se hacía mientras se documentaba para la narración que tenía pensado escribir; desde luego, no tenía respuesta para ninguna de ellas.


La peripecia de Manuel Machado y su mujer, Eulalia Cáceres, en el Burgos de los primeros meses de la guerra civil, estaba revestida de un claro aire novelesco. El poeta y su esposa partieron de Madrid hacia Burgos días antes de que estallara la rebelión militar. El motivo del viaje era pasar el día del Carmen en compañía de una hermana de la mujer del poeta, monja en un convento de Burgos. Era una costumbre familiar repetida durante años. Al producirse la sublevación el día dieciocho, el poeta y su esposa quisieron regresar a Madrid. Compraron los billetes para el que sería el último día en que hubo trenes entre Madrid y Burgos, pues luego las circunstancias de la guerra interrumpieron esa línea.

Los biógrafos del poeta cuentan que perdieron el tren porque llegaron media hora tarde a la estación, ya que el escritor se entretuvo demasiado en el cuarto de baño aseándose y acicalándose. Después, ante la imposibilidad de regresar a Madrid, se quedaron en Burgos hasta el final de la guerra. ¿No era este episodio digno de figurar en una novela o en un buen relato? ¿Por qué nadie lo había escrito después de tantos años de transcurridos los sucesos? ¿Dónde estaba el libro, estudio, novela o biografía sobre la vida de los hermanos Machado? ¿Por qué siempre sus biografías se escribían por separado? ¿Por qué había tantas de Antonio y tan pocas de Manuel?


En sus pesquisas documentales sólo dio con un libro en cierto modo de conjunto sobre los dos poetas. Se titulaba Vida de Antonio Machado y Manuel. Era un viejo libro escrito por Miguel Pérez Ferrero, quien durante varios meses, antes de la guerra, allá por mil novecientos treinta y cinco, habló con ambos poetas con el fin de recabar datos para la biografía. Con Manuel volvió a hablar, después de la muerte de Antonio, nuevamente en mil novecientos cuarenta y seis. Publicó el libro en mil novecientos cuarenta y siete. Era ése el único libro -lo leyó en una vieja edición de Austral impresa en Buenos Aires- que aportaba ciertos detalles sobre el viaje que iba a ser el objeto de su relato.


Durante el tiempo en que Antonio Machado vivió en Rocafort, recibió a muchos jóvenes poetas y escritores. Algunos de ellos, como Sánchez Barbudo o Plá y Beltrán, contaron sus impresiones de la visita al poeta en artículos que luego fueron publicados en revistas y recogidos en libros. Ambos coinciden en señalar que al poeta se le ensombrecía el rostro cuando se le preguntaba por su hermano Manuel o cuando el nombre de éste salía a relucir en la conversación.


Antonio Machado consideraba una gran contrariedad y una enorme pena la separación de su hermano Manuel. También sentía temor por la suerte que éste pudiera correr en la España nacional. Pero no daba ningún crédito a todas esas habladurías sobre la adhesión al fascismo de su hermano. El poeta quitaba importancia a los artículos publicados en la prensa por Manuel, en los que ponía de manifiesto su inquebrantable lealtad al Alzamiento nacional, y los consideraba fruto de las difíciles circunstancias por las que atravesaría en Burgos.

En la pensión en la que se instalaron, cuando perdieron el tren y la posibilidad de regresar a Madrid, Manuel Machado y su mujer, concedió éste una entrevista a una periodista francesa en la que habló con cierto desdén del Alzamiento nacional. Estas declaraciones se publicaron en París y allí las leyó Mariano Daranas, corresponsal en esa ciudad del ABC de Sevilla. A finales de septiembre de mil novecientos treinta y seis escribió un tremebundo artículo contra el poeta en el que le acusaba de desafecto al Alzamiento y le llamaba funcionario y periodista del Frente Popular.


Este artículo causó una enorme preocupación en Manuel Machado, quien no debía desconocer el clima de violencia feroz que acompañó a la sublevación militar. Era consciente, pues, de que una acusación como aquella podía incluso costarle la vida. El poeta se defendió con otro artículo al final del cual hacía pública su adhesión a la España nacional y su deseo incluso, de no ser por su edad, de coger un fusil para luchar por ella. El artículo no impidió, sin embargo, que el poeta pasase unas horas en la cárcel llenas de desasosiego e incertidumbre.

El episodio acabó venturosamente para el poeta, quien desde entonces fue tenido como uno de los intelectuales y artistas afines a la España rebelde. Empezó Manuel Machado a publicar poemas de tipo patriótico, de ensalzamiento de los sublevados, que fueron apareciendo en la prensa y que serían después recogidos en el libro Horas de oro, en mil novecientos treinta y ocho. Ese mismo año publicó su hermano Antonio, en la revista Hora de España, los que serían sus últimos poemas. En uno de ellos, hacía alusión a Sevilla y al mundo de la infancia y le pedía a su hermano que avivase su recuerdo pues no se sabía de quién sería Sevilla mañana. No hay más referencia, en sus escritos publicados en esos años, a su hermano que ese breve verso.


Otra vez el carácter novelesco de los acontecimientos. ¿No sería acaso un buen tema para un relato la historia de un poeta decadentista, bohemio, simbolista y liberal que se ve envuelto en la vorágine de una guerra civil y las circunstancias le obligan a proclamar sus simpatías por un movimiento en el que no cree con el único afán de poner a salvo su vida? ¿Fue realmente ese el caso de Manuel Machado o el poeta comprendió que la España con la que había soñado era la España tradicionalista, la de siempre, la España que bosteza y que embiste cuando se digna usar de la cabeza, en palabras de su hermano Antonio?


Cuánto más se documentaba, más se daba cuenta de que la historia desbordaba los estrechos márgenes de un relato y pedía a voces más espacio para narrar, con la debida profundidad, los avatares de una situación tan apasionante como mal conocida y olvidada. ¿Cómo nadie se había fijado, se preguntaba mientras atesoraba lecturas para su relato, en que había una historia que contar sobre la peripecia vital de dos poetas líricos que habiendo mantenido una relación de cordialidad, admiración mutua y colaboración literaria a lo largo de su vida, el tajo feroz de la guerra los separó y les privó de haber compartido entre versos y charlas de café los años de su vejez? Tantos años después de muertos los dos poetas, esa historia seguía sin escribirse.

Es conocida, con detalle incluso, la trayectoria de Antonio Machado desde su salida de Madrid en mil novecientos treinta y seis hasta su exilio y muerte en Collioure en febrero de mil novecientos treinta y nueve. Sin embargo, sólo recientemente, en parte por el empuje de una generación de poetas que reivindicó los valores literarios de su obra, se han sabido detalles sobre la vida y la obra de Manuel Machado en el tiempo de Burgos y hasta su muerte acaecida en Madrid en enero de mil novecientos cuarenta y siete. ¿Hubo algún contacto, a través de cartas o de algún otro medio, entre los hermanos durante los casi tres años de guerra? ¿Leyó Manuel La guerra y Antonio Horas de oro? ¿Leían, asimismo, los artículos que uno y otro publicaban en la prensa? ¿Si Manuel no era tan ferviente defensor del Alzamiento como algunos sostienen, por qué no intentó pasar a la otra zona y encontrarse así con su hermano Antonio? ¿No sería acaso que se ha mitificado su relación de amistad y que es probable que ambos, en lo más secreto de su intimidad, recriminasen la postura política adoptada por cada cual?


Todo eso, es obvio, nunca se sabrá, porque ninguno de los dos hermanos quiso escribir sobre ello. Manuel hubiera podido hacerlo en sus últimos años, en Madrid, ya que dispuso de tiempo y calma suficientes. Pero nadie ha descubierto hasta la fecha ningún manuscrito que contenga un relato de memorias de aquellos años terribles. El poeta optó, como ya lo hiciera en mil novecientos veintiuno tras la publicación de Ars moriendi, por el silencio.

Algunos testigos sostienen que Antonio Machado abandonó, en el momento del exilio, un maletín que contenía escritos personales. Se ha especulado mucho acerca del contenido del maletín. Se ha dicho que podía contener algún inédito, bien de poesía o de prosa. Pilar Valderrama, la Guiomar de los últimos versos del poeta, dijo en un libro que ese maletín contenía las cartas que ella envió al poeta. He ahí otro motivo novelesco más: ¿dónde fue a parar ese maletín? ¿lo encontró alguien capaz de saber que contenía papeles de uno de los más grandes poetas de España? ¿se conservará perdido en el desván de alguna masía de la zona? ¿por qué lo abandonó Machado y no se lo dio a su hermano José, quien le acompañaba en el momento del destierro? ¿acaso no existió nunca ese maletín y es una mitificación más en la hagiografía laica que rodea las circunstancias del exilio y muerte del poeta? ¿Quién tiene razón, los que afirman que el poeta perdió ese maletín o Corpus Barga, quien sostiene que el poeta sí llevaba equipaje en el momento de cruzar la frontera? ¿Cómo saber la verdad de los hechos si los propios protagonistas se contradicen cuando los cuentan?


Eran demasiados interrogantes para una sola tarde, de modo que se fue a pasear cerca del mar con el fin de despejarse y retomar después las notas de preparación. El mar era, en ese momento, una teoría de espejos y sombras circundada por un festón de espuma leve que dejaban las olas al romper contra las rocas.


Nota. El texto que hoy edito aquí, cuando se cumplen setenta años del fallecimiento de Antonio Machado, es el primer capítulo, de los cinco de que consta, del relato "El último viaje", perteneciente al libro El final del sueño. Las fotos que ilustran la entrada están tomadas, en diferentes viajes al sur de Francia, en Colliure y Argelés. Mi solidaridad, ahora que se cumplen también setenta años de aquella vergüenza, para todos los que lucharon por la libertad y la decencia y se vieron arrinconados en aquellas playas, como un Cristo de doscientos mil brazos, según el título de la impresionante obra de Agustí Bartra; por más años que pasen, nadie podrá enterrar en la arena del olvido la dignidad de su ejemplo.

lunes, 16 de febrero de 2009

Sobre novela histórica



Ningún tema literario se agota por importante que sea el autor que lo ha tratado y por muy notable que resulte la obra que lo acoge. A menudo la literatura suele alimentarse de la propia literatura y así unos escritores dan forma nueva a la materia literaria ya tratada por otros escritores anteriores a ellos. Es posible que en la literatura española no tengamos un Guerra y paz, pero nuestro siglo XIX está bien representado en la ficción narrativa con obras como los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, que contienen páginas extraordinarias, como las dedicadas a la ejecución de Riego, por mencionar solo un ejemplo; los veintidós volúmenes de las Memorias de un hombre de acción de Pío Baroja, prodigio de arte y variedad narrativas; y el inacabado Ruedo Ibérico de Valle-Inclán, que supuso la gran renovación de la novela histórica y marcó la senda por la que luego discurrirían otros autores. Ello no impide que escritores de éxito, como Pérez Reverte, incidan de nuevo sobre ese periodo histórico con nuevas novelas o que otros, no de tanto éxito pero de contrastada de calidad literaria, nos dejaran novelas que pasaron desapercibidas y que acercaron al lector con emoción y rigor documental sucesos históricos de la España liberal emigrada, como José Esteban hizo en su día en La España peregrina, donde se cuenta la estremecedora muerte de Torrijos y sus compañeros, fusilados en las playas de Málaga.



Del mismo modo, la guerra civil española ha generado y lo seguirá haciendo, multitud de obras literarias de muy diverso género, tono y calidad. No puedo compartir, aunque las respete y tenga en la debida consideración, las opiniones de quienes sostienen que aún no tenemos la gran novela sobre la guerra civil, novela que sea equiparable a un Vida y destino, de Vasili Grossman. Sería prolijo, y no es mi intención en esta entrada, enumerar las grandes novelas ya escritas sobre el conflicto y sus antecedentes, pero sí quiero hacer una defensa del que para mí es hasta el momento el acercamiento literario más completo a la guerra incivil que asoló la España de los años treinta: me estoy refiriendo a El laberinto mágico, de Max Aub. Por calidad literaria, por modernidad narrativa, por complejidad estructural y por su hondura temática y su humanismo el monumental conjunto novelesco escrito por Aub a lo largo de casi treinta años no tiene nada que envidiar a lo escrito por Grosmann; estoy convencido de que si alguna vez ese ciclo novelesco se editara como debió ser editado en su día, esto es, como una sola novela bajo el título de El laberinto mágico, en la que los diferentes Campos pasasen a ser partes de una única novela, si se editase, digo, en esa forma, aunque fueran necesarios dos o tres volúmenes, lo escrito por Aub podría ser considerado, valorado en su conjunto y no como novelas individuales, a la altura de la fenomenal novela de Grosmann, no tendría nada que envidiarle. Podría objetarse la parcialidad de Aub, quien escribe desde el antifascismo y con un marcado republicanismo, lo que no le impide criticar los errores y los asesinatos injustificados cometidos desde el bando republicano; pero también Grosmann escribe contra el estalinismo y el nazismo. Sí tenemos, pues, un Vida y destino en la literatura española, se llama El laberinto mágico y su autor es Max Aub, nacido en París en 1903 y muerto en México, como republicano exiliado español y ciudadano mexicano en 1972.

Nota. En estas notas a pie de página pretendo recoger reflexiones y curiosidades literarias que van surgiendo al calor de la lectura o de cualquier otro motivo relacionado con lo literario. El cuadro que ilustra esta entrada es el pintado en 1888 por Antonio Gisbert titulado El fusilamiento de Torrijos.

viernes, 6 de febrero de 2009

Poética del blog



Si saber callar a tiempo parece para los tiempos que corren la única poética razonable, el blog es el silencio y también la soledad. En las páginas del blog, siempre volanderas y virtuales, no hay más editor que el autor mismo. Es este quien da forma, cuerpo, entidad y diseño a las entradas que lo conforman: las clasifica y etiqueta, las ordena y las retoca, las ilustra y las publica cuando le viene en gana; el blog se convierte así en un espacio idóneo para ejercer la libertad personal. El blog se va conviertiendo, a medida que se desarrolla y cobra densidad, en una manifestación de la personalidad de su autor. No pocas veces se tiene la impresión de que las entradas de un blog se parecen cada vez más a las páginas de un diario personal. El blog es un género en sí mismo y como todos los géneros posee unos límites difusos y sus fronteras son permeables e imprecisas.

¿Qué clase de género es la del blog? Se trata de un género ambiguo, de difícil clasificación. Es un género híbrido, ya que combina la palabra y la imagen. El blog es capaz de albergar tipologías textuales diversas: desde textos argumentativos hasta descriptivos, dialogados, informativos, narrativos... Al blog parece sentarle bien la brevedad, textos que se puedan leer en una visita rápida, como suelen serlo la mayoría de las que se hacen, porque hay muchos blogs interesantes y no es cuestión de demorarse demasiado en uno y dejar de visitar los demás. En ese sentido, el género breve tiene buena acogida en el blog: el poema en prosa, el microrrelato, los aforismos, las fábulas, la poesía, etc., que se convierten así en subgéneros del blog, que los englobaría a todos. Del mismo modo, el blog se presta bien a acoger las entradas de los dietarios personales, siempre que el autor esté dispuesto a compartirlas con los lectores que decidan visitar su bitácora. Las fotografías, dibujos, grabados y otras imágenes que ilustran las entradas facilitan, o deberían hacerlo, la lectura; en cualquier caso, hacen más atractiva su presentación.


¿Por qué y para qué se crea un blog? Existen múltiples razones, pero creo que la principal es porque alguien sienta la necesidad de hacerlo. El blog se crea para mostrar lo que se escribe y para comunicarse con los demás, con aquellos navegantes de la red que decidan libremente visitar la bitácora y detenerse un espacio de tiempo en ella, si es posible con un viento sosegado y una mar en calma. Cuando el blog es de autor, no deja de ser una forma de edición electrónica (virtual, por tanto) de lo que se escribe y se crea. El blog literario es, pues, una nueva forma de difusión de la creación literaria. El carácter misceláneo del género, dar cabida a muy diferentes acentos creativos, es una de sus notas distintivas, tal vez su principal seña de identidad. El blog, por último, debería ser comunicación, esto es, estar abierto a entablar diálogo con quien a las páginas que lo conforman quiera asomarse y dejar su comentario. El blog supone un contacto directo e inmediato entre autor y lector y esa facilidad que da el medio no debería desaprovecharse ni malbaratarse con usos espurios e inadecuados.

El blog, en definitiva, es lo que uno quiere que sea.



Nota. La foto que ilustra esta entrada muestra una de las carreteras que cruzan las serranías en las estribaciones del Moncayo, cuyas cumbres aparacen nevadas al fondo, desde la parte aragonesa. Está tomada un mediodía de un mes de mayo.

martes, 3 de febrero de 2009

Arte poética


I
Cuando conduzco,
un paisaje inerme
abandonado a su destino
de lluvia y soledad.
La quietud del campo
y el silencio de los montes
azules a lo lejos.
La lentitud de la tarde
y una luz detenida
que olvida su nostalgia
entre los surcos de la tierra.
Suena una música triste
en la radio del coche.
De repente he sentido,
sólo un leve instante,
que rozaba mi alma,
como presagio del desamparo,
la mano de nieve,
la mano de sombra.



II
La televisión encendida,
sin volumen, proyecta imágenes
a las que nadie presta atención.
Una habitación de hotel,
recién fría, para hombre solo
pero con dos camas,
en una ciudad extraña
que me acoge recelosa
en el tumulto de su indiferencia.
He venido para hablar
de un libro, el último
que he publicado,
ante un auditorio
que ni me conoce
ni tiene interés alguno
en mi obra y mi persona
y nunca leerá ese libro.
Cuando, por fin, el acto
termina sin pena ni gloria,
me espera un largo paseo,
es agradable pasear
en las noches del otoño,
por las avenidas solitarias
de esta ciudad que desconozco,
pero que es igual a tantas
otras ciudades, apenas
entrevistas en sueños,
cuyas calles ningún sentimiento
despiertan en mí.
El cansancio y el frío
de la madrugada me obligan
a regresar al hotel.
Me recibe el saludo soñoliento
del recepcionista al darme
la llave de la habitación.
La sucia luz de la alborada,
incipiente, se filtra a través
de la persiana y el desvelo
que me ha llenado
de angustia y desasosiego,
es también presagio
de que se acerca el día
y me trae, una vez más,
la certeza del regreso,
el consuelo de dejar atrás,
de una vez para siempre
todo eso y recluirme
en el silencio que dignifica.
Saber callar a tiempo
es, para los días que corren,
la única poética razonable.


Nota. Estos versos, que continúan una serie de entradas que dedicaré a indagar en la poética del blog, fueron seleccionados para Singulars d'un plural. Antologia de V Festival de Poesía de Girona, y como tales vieron la luz en una edición de la Casa de Cultura de Girona. Como he dicho en otras entradas de estas páginas volanderas, sigo pensando, quizá insensata y contradictoriamente, lo mismo.