viernes, 17 de septiembre de 2021

Galdós: el puñetazo de Dios y la lección universal


En el verano de 1897 Pérez Galdós escribió una de sus "novelas habladas" titulada El abuelo, libro que Ricardo Gullón consideró "autobiográfico del modo más esencial y profundo: no por la anécdota, del todo ajena a los episodios reales de la vida de don Benito, sino por los sentimientos, idénticos a los suyos cuando vivió, en otro plano, conflictos análogos a los planteados en la novela". El problema al que se refiere Gullón es el "de los hijos ilegítimos", aunque en la novela el problema se circunscriba a las nietas del Conde de Albrit, Dolly y Nell y el problema de la legitimidad a saber cuál es la nieta verdadera, la auténtica heredera de la nobleza de la sangre, y cuál la usurpadora del apellido. Albrit hace de ello una cuestión de honor que le atormenta en los años de su vejez. Todo este embrollo tiene que ver, claro, con su hijo Rafael, ya fallecido, y la mujer de este, Lucrecia. Albrit se debate a lo largo de la novela entre la duda de cuál de sus nietas será la hija verdadera de su hijo fallecido y no el fruto de un devaneo amoroso de su mujer. 
    Es Dolly quien le dice a su abuelo: "Váyase Nell con mamá; yo quiero compartir tu pobreza, cuidarte, ser la hijita de tu alma." Dolly es pues quien demuestra la nobleza de sus sentimientos y su capacidad de amar y comprender a su abuelo en su atormentada vejez. Cuando Dolly le dice al Conde estas palabras, él reacciona así:

Parece que me ahogo... Es que Dios me abre el pecho de un puñetazo y se mete dentro de mí... Es tan grande, tan grande..., ¡ay! que no me cabe...

Dolly reacciona llena de afecto hacia las palabras de su abuelo y le dice "si Dios entre en tu corazón, allí encontrará a Dolly con su patita coja."
    En esta escena, ya en las postrimerías de la obra, al Conde le acompaña, además de su nieta, el preceptor de las niñas, don Pío Coronado, a quien Gullón considera "un pobre tontaina, un bobalicón vilipendiado por su mujer y sus supuestas hijas". Con él, con don Pío, mantiene el Conde de Albrit este diálogo:

DON PÍO.- (Con unción) Dios es el abuelo de todas las criaturas.
EL CONDE.- Por eso es tan grande. La eternidad, ¿qué es más que el continuo barajar de las generaciones? Y ahora, Pío, gran filósofo, si te dan a escoger entre el honor y el amor, ¿qué harás?
DON PÍO.- (Sollozando) Escojo el amor..., el amor mío, porque el ajeno lo desconozco.

Como quiera que toda esta escena se produce cuando don Pío ha tomado la decisión de despeñarse por el acantilado con la ayuda del Conde, la actitud de Dolly, el puñetazo de Dios y el convencimiento de que el amor se impone al honor, conlleva una rectificación de tan insensato propósito; así habla el Conde al desesperado maestro:

Estás lúcido. ¡Matarme yo, que tengo a Dolly! ¡Matarte a ti..., que me tienes a mí! Ven y esperemos a morirnos de viejos.

Ricardo Gullón sintetiza la intención de la novela en esta máxima moral: "La lección que recibe el conde de Albrit es universal: la vida no puede vivirse a la carta del honor, sino a la del amor."  Una lección universal más que nos dejó don Benito y que conviene no olvidar.  

viernes, 3 de septiembre de 2021

Carta abierta a Alberto Ruiz-Borau



Estimado Alberto:

Si mi palabra pudiera levantar el vuelo para ascender hasta ese cielo de los poetas donde ahora le imagino -el mismo donde situó a su hermano Augusto cuando le dedicó su novela Los sentimientos extinguidos (2016)-, le diría que desde que nos dejó las lluviosas mañanas de principios de septiembre anuncian inclementes un otoño desabrido antes de tiempo. Un otoño, este de 2021, en el que tristemente no estará entre nosotros, o quizá, sí, nunca se sabe. Un otoño que en vez de convidar a los estudios nobles, como decía Fray Luis, hará bueno, bien sé que contra su voluntad, el título de su novela de 2007, El año que perdí el otoño, una de las mejores suyas y quizá la que a usted más le gustaba, aunque yo pensara, y así se lo dije muchas veces, que su mejor obra, para mí, fue La piel de la serpiente (2001). Ahora quizá importe poco que lo diga, pero sigo creyendo que esa novela merecería una reedición.
 
Esta es la última carta que le escribo, Alberto, la que cierra definitivamente nuestro epistolario. Es una carta de adiós, de recuerdo del corto tiempo que duró nuestra amistad y nuestro intercambio intelectual y literario. Es una carta de homenaje, es la carta de un amigo y de un compañero de tareas literarias. Un adiós, un hasta siempre, un elogio a su integridad moral y a su decencia, por eso he querido que sea una carta abierta.

La relación epistolar que mantuve con usted desde que nos conocimos en San Mateo, en el bar El Puente, a principios de agosto de 2015, se ha mantenido, con periodicidad constante, hasta prácticamente su final, del que tuve desgarradora y triste noticia hace solo unos días. ¿Se ha marchado usted definitivamente, Alberto, o es el suyo un temblor de pájaro en la rama desde el que sigue observando, con su mirada escéptica, esta endiablada comedia humana?
 
A principios de marzo de 2021 recibí su última carta y junto a ella una mía de febrero devuelta con sello de la Estafeta de Correos de San Mateo con una nota escrita a mano y con una firma ilegible que decía "caducado en lista". Sigo sin entender el sentido exacto de esa expresión. Luego probamos, con escaso éxito, a mantener la correspondencia a través del correo electrónico, pero no funcionó. Déjeme, ahora, recuperar algunas palabras de esa carta que usted nunca llegó a leer, la que me devolvieron inopinadamente. Escribía yo, con fecha 3 de febrero, lo siguiente: "Aunque el retiro del que me habla sea riguroso, (ese retiro no era más, ni menos, ciertamente, que un confinamiento frente al Covid-19 que le recomendaron los médicos de su familia) no sabe lo que me tranquiliza y me alegra saberle tan bien cuidado. Ese lugar, esa casa, desde la cual me escribe ahora, es ideal para confinarse y cuidarse de esta bárbara invasión que es el Covid-19. Sea dócil y déjese cuidar." 

Le añadía al final un post scriptum con una nota personal; se la reproduzco aquí: "Nota personal. Mi madre, que es un año mayor que usted, nació en 1927, en La Coruña, cumplirá noventa y cuatro años en marzo. Vive en Madrid y está, como usted, confinada en su piso, cerca del Bernabeu; apenas sale de casa, pero está bien. Los padres de mi mujer, Pablo, de ochenta y cinco, aragonés de casta, y Manuela, de ochenta y cuatro, también están confinados en su piso de Badalona. Todo esto es muy duro, Alberto, pero hay que resistir, Alberto, hay que vivir, por encima de todo, vivir."

En su última carta, fechada el seis de marzo, y firmada con una letra temblorosa, me hablaba usted de su estado de ánimo, que no pasaba por sus mejores momentos, y de su ansiedad y su malestar. Me decía que "ojalá termine pronto la pandemia y podamos vernos como corresponde a nuestra especie ahora que parece despejarse el futuro", al tiempo que se alegraba de que nosotros hubiésemos podido esquivar el contagio del covid." En fin, en puertas de que apareciera mi novela sobre su padre, un ejemplar de la cual, con una dedicatoria, le envié a San Mateo -certificado y con acuse de recibo- a finales de junio, le sobrevino, declinando agosto, la muerte, como una sombra homicida y cautelosa. Por mi parte esperaba que en algún momento se hubiera podido hacer una presentación del libro y que en ella hubiéramos podido compartir un rato de charla sobre la literatura en general y la obra de su padre en particular, pero ya no podrá ser y no sabe lo mucho que lo lamento.

Le conocí muy tarde, Alberto, pero le conocí. Supe siempre que una novela sobre su padre, así se lo dije en nuestro encuentro en el bar El Puente, no podría escribirla sin conocerle antes a usted. Conté luego ese encuentro en un artículo publicado en "Artes y Letras" del Heraldo de Aragón (ver aquí). Desde entonces mantuvimos una intensa relación epistolar que ahora ha quedado bruscamente truncada. Leí su obra literaria y sobre todo aprendí mucho de usted, como escritor y como persona. Le dio tiempo a leer mi libro sobre su padre y no sabe cómo agradecí sus comentarios sobre el mismo y su deseo de que tuviera éxito, "si hay justicia en el cielo, -me escribió- así será". Gracias, Alberto, por su generosidad y por el compañerismo.

Ha sido un honor haberle conocido. Hasta siempre, amigo y compañero. Me sumo, desde esta mi última carta, que he querido, reitero, abierta, al dolor de su familia. Fue usted una de las personas más decentes y honestas que me ha sido dado conocer. Releeré, en el andar del tiempo, un tiempo raro que me ha dejado huérfano de su amistad, mientras me respete y me sea propicio, sus novelas al igual que usted leyó las mías. Un fuerte abrazo de su amigo y compañero en tareas literarias.

No es fácil cerrar una carta como esta, pero la mejor manera que he encontrado de hacerlo es reproduciendo un breve texto suyo procedente del cuento "Un retrato de 1940", perteneciente a su último libro publicado, Cuentos de arrabal (2018); no se me ocurre un final mejor y más adecuado:

Cómo se repiten las cosas -pensaba-. Nos hacen nacer y hacemos nacer. Enterramos y nos entierran. Así una generación tras otra. Cuando enterramos a mi padre era verano, la tierra estaba seca y cada palada de tierra sobre el ataúd sonaba como si lo estuvieran apedreando. Ahora la tierra está mojada y los golpes suenan blandos. Desde luego tanto da, porque al final todo se queda en silencio.

Descanse en paz, amigo, hasta siempre. 

sábado, 14 de agosto de 2021

Cervantes: Flor de aforismos peregrinos


En el capítulo primero del Libro Cuarto de Los trabajos de Persiles y Sigismunda se menciona un libro que se llamará, cuando sea publicado, Flor de aforismos peregrinos. Periandro pregunta al peregrino español que habla del libro si recuerda algún aforismo de memoria que pudiera decir en el momento. El peregrino español responde que dirá uno que le había dado gran gusto por la firma del que lo había escrito y dice:

No desees, y serás el más rico hombre del mundo.
Y la firma decía: Diego de Ratos, corcovado, zapatero de viejo en Tordesillas, lugar en Castilla la Vieja, junto a Valladolid.
-¡Por Dios -dijo Antonio-, que la firma está larga y tendida, y que el aforismo es el más breve y compendioso que pueda imaginarse! Porque está claro que lo que se desea es lo que falta, y el que no desea, no tiene falta de nada, y así será el más rico del mundo.

En nota a pie de página, refiriéndose a la polémica sobre Avellaneda, Avalle Arce escribe: "Se ha supuesto desde hace mucho tiempo que aquí se alude a Alonso Fernández de Avellaneda, cuyo Quijote salió en Tordesillas en 1614." En su edición del Persiles, en el volumen 18 de la Obra Completa, Florencio Sevilla y Antonio Rey Hazas, con innegable actitud crítica, escriben: "Todavía Schevill y Bonilla suponen que esta ridícula firma envuelve alguna alusión al incógnito Avellaneda". (p.422, Alianza Editorial). En 1988, en Sirmio, Martín de Riquer publicó su  Cervantes, Passamonte y Avellaneda y defendió brillantemente su "hipótesis plausible", la de que el verdadero autor del Quijote apócrifo de 1614 es el autor aragonés, compañero de armas de Cervantes, Gerónimo de Passamonte. En fin, polémicas filológicas.

Otros aforismos incluidos por Cervantes en el Persiles y supuestamente escritos por los personajes de la novela, son:

[1] Más quiero ser mala con esperanza que ser buena, que buena con propósito de ser mala.
[2] La hermosura que se acompaña con la honestidad es hermosura; y la que no, no es más que un buen parecer.
[3] La mejor dote que puede llevar la mujer principal, es la honestidad, porque la hermosura y la riqueza el tiempo la gasta o la fortuna la deshace.
[4] A mucho obligan las leyes de la obediencia forzosa; pero a mucho más las fuerzas del gusto.

En la última página de la novela Cervantes, muy dado a dejar pensamientos que en el fondo no son más que aforismos incluidos en la prosa, dice:

En los casamientos graves, y en todos, es justo se ajuste la voluntad de los hijos con la de los padres.

Aunque expresada con otras palabras, esa es la idea que desarrolla Leandro Fernández de Moratín en El sí de las niñas, estrenada el 24 de enero de 1806 en Madrid. 

martes, 20 de julio de 2021

Cervantes: "¿Qué mayor mal puede venir a un hombre que la muerte?"


En el Capítulo Trece del Segundo Libro de la novela póstuma de don Miguel de Cervantes Los trabajos de Persiles y Sigismunda, cuyos nombres en la ficción son Periandro y Auristela, puede leerse este sentencioso texto acerca del suicidio:

La mayor cobardía del mundo era el matarse, porque el homicida de sí mismo, es señal que le falta el ánimo para sufrir los males que teme. Y ¿qué mayor mal puede venir a un hombre que la muerte? Y siendo esto así, no es locura el dilatarla: con la vida se enmiendan y mejoran las malas suertes, y con la muerte desesperada no sólo no se acaban y se mejoran, pero se empeoran y comienzan de nuevo. 

sábado, 26 de junio de 2021

Una entrevista acerca de la publicación de Arana

                     

El día 10 de junio se publicó en al versión digital del Heraldo de Aragón la siguiente 
entrevista (para leer ponga el cursor encima de la palabra "entrevista" que precede a este paréntesis) que podrá leer todo el que pase por estas páginas y esté interesado en el contenido del libro del que se da noticia en las dos entradas anteriores. La entrevista me la hizo Antón Castro y desde aquí le hago llegar mi agradecimiento. La foto que ilustra la entrada es la misma que aparece en la entrevista del periódico.


Este recorte es de la entrevista que en forma resumida apareció en la versión de papel.

viernes, 11 de junio de 2021

Biografía de solapa



ARANA, TEXTO DE LA BIOGRAFÍA DE SOLAPA 

Javier Quiñones (Burgos, 1954) es escritor y profesor y reside en Barcelona desde 1973, ciudad en cuya universidad se licenció en Filología Hispánica. Ejerció la docencia durante treinta y ocho años como catedrático de Lengua Española y Literatura en la Educación Secundaria. Es autor de un ciclo narrativo sobre la memoria cuyo título global es Voces apagadas. Lo inició el relato, con el que se dio a conocer, “De libertad tendidas mis banderas” (Segorbe, 1993), y por el que obtuvo en 1992 el Premio Internacional de Cuentos Max Aub. Siguieron después las novelas Años triunfales. Prisión y muerte de Julián Besteiro (Alba Editorial, 1998), con prólogo de Camilo José Cela y por la que le fue concedido en 1997 el Premio Ciudad de Barbastro;  el libro de cuatro novelas cortas El final del sueño (DVD Ediciones, 2002), que incluye Voces apagadas, novela que bajo el título de El invierno de la vejez, inédita por incumplimiento editorial, obtuvo el Premio Editorial Anthropos de Narrativa en 1994; la novela Max Aub, novela (Edhasa, 2007) y la novela El hijo del guarda. Una elegía de la Guerra Civil en Sierra de Gata (Muñoz Moya Editores, 2015). Es también autor de las novelas juveniles De ahora en adelante (Alba Editorial, 1995) y Nada que no seas tú (Alba Editorial, 1999). Ha ejercido la crítica literaria y es autor de numerosos trabajos sobre narrativa española del siglo XX que se publicaron en revistas especializadas como Quimera o Ínsula y en actas de congresos universitarios. Su interés por la literatura del exilio republicano de 1939 le llevó a editar, selección y prólogo, la antología Solo una larga espera. Cuentos del exilio republicano español (Menoscuarto, 2006) y las obras de Max Aub Enero sin nombre. Los relatos completos del Laberinto mágico (Alba, 1994), con prólogo de Francisco Ayala; Aforismos en el laberinto (Edhasa, 2003), con prólogo de José Antonio Marina y Todo es vida. Elogios y alabanzas (Fundación Max Aub, 2009). Desde diciembre de 2008 mantiene un blog literario en la red bajo el título de “De ahora en adelante. Páginas volanderas de literatura y vida”. 





jueves, 10 de junio de 2021

Mi nueva novela


Texto de la contraportada:

José Ruiz Borau nació en Garrapinillos en 1905 y falleció en Zaragoza en 1973. Como Ruiz Borau firmó sus primeros poemas, su primer libro y un buen puñado de artículos periodísticos. Fue también un destacado sindicalista en el seno de la UGT y desempeñó cargos políticos de relevancia, como miembro del PSOE, durante la Guerra Civil, entre ellos el de vicepresidente del Consejo de Aragón. En la guerra fue también comisario político en labores de prensa y propaganda y agente del SIM. Se vio obligado a cambiar de nombre por una misión gubernamental en Bayona y pasó a llamarse José Arana Alcrudo. Con ese apellido, firmando sus obras como José Ramón Arana, llevó a cabo una intensa carrera literaria en el exilio de México durante más de treinta años. Regresó, muy enfermo, a España en junio de 1972. En este libro, orillando los límites de los géneros literarios, el autor esboza un retrato de su peripecia vital y literaria sobre un fondo de chopos y sabinas. Arana,  nueva indagación en el relato de base real, es la elegía de un autor injustamente olvidado y forma parte del ciclo narrativo sobre la memoria titulado Voces apagadas   


jueves, 18 de marzo de 2021

Curarse las melancolías caminando y leyendo.



Un amigo y yo solíamos, no hace tanto tiempo, empezar el año regalándonos mutuamente un libro de Baroja. En enero, en medio de la pandemia, retomamos esta sana costumbre. Un ejemplar de la edición de Renacimiento, de 1913, de Camino de perfección fue el libro elegido por mi amigo. 
    Camino de perfección es una de las dos grandes novelas, señaladas por Mainer, que se publicaron en 1902; la otra es La voluntad, de Azorín. Añade Mainer, Amor y pedagogía, de Unamuno, también de 1902, y luego los libros de tres poetas simbolistas publicados en 1903 como ejemplos de la renovación literaria que se produjo a principios del siglo pasado: Soledades, de Antonio Machado, Arias tristes, de Juan Ramón Jiménez y La paz del sendero, del novelista Ramón Pérez de Ayala.  
    Releyendo el libro de Baroja semanas atrás, libro en el cual Jorge Campos cree advertir que lo importante es la atracción que Baroja parece sentir hacia Nietzsche y cómo esta se manifiesta en la novela, que "es un peregrinar de alguien que huye tanto de un ambiente que le ahoga como de sí mismo", me llama la atención el encuentro entre un personaje llamado Max Schultze, de Nuremberg, de viaje por España por simpatía y curiosidad hacia nuestro país, y el protagonista, Fernando Ossorio. 
    Mientras caminan y dialogan, Schultze le dice a Ossorio, quien le confiesa que "cada día tengo motivos nuevos de horror; mi cabeza es una guarida de pensamientos vagos que no sé de donde brotan", lo siguiente:

- Para esa misticidad, el mejor remedio es el ejercicio. Yo tuve sobreexcitación nerviosa, y me la curé andando mucho y leyendo a Nietzsche. ¿Lo conoce usted?

Como quiera que Ossorio le responde que no, pero que ha oído decir que su doctrina es la glorificación del egoísmo, Schultze le responde:

- ¡Cómo se engaña usted, amigo! Crea usted que es difícil de representarse un hombre de naturaleza más ética que él; dificilísimo hallar un hombre más puro y delicado, más irreprochable en su conducta. es un mártir.

Dice Jorge Campos que a partir de ahí, del encuentro con ese extraño personaje que recomienda caminar y leer para curarse las melancolías, las "sobreexcitaciones nerviosas", lo que hoy llamaríamos depresiones, Fernando Ossorio "intentará vencer en sí mismo la tendencia depresiva cristiana y adoptar la actitud vitalista ascendente y ese es su verdadero camino de perfección". 

Pues eso, curarse las melancolías caminando y leyendo.

lunes, 25 de enero de 2021

Vendrán tiempos mejores


La pandemia y el tipo de vida que impone van pasando factura, lenta y calladamente, pero con tenacidad. Nos vamos recluyendo todos en nosotros mismos. Es como si los demás hubieran dejado de existir, hubieran desaparecido. Como mucho, encuentros en la calle y paseos al aire libre para evitar los contagios. Es como si un manto de soledad y tristeza nos fuera envolviendo a todos. 
    La pandemia limita nuestros movimientos y nuestra vida se hace monótona a la fuerza. Estar en casa. Escribir. Leer. Escuchar música. Ver películas en la televisión. Poco más. La cosa no da para más. La pandemia no permite mucho más. Una vida encerrada entre cuatro paredes. Una vida sin contacto apenas con nadie. Una vida sometida a las restricciones ante el avance imparable de los contagios. 
    Aunque nos duela la muerte de nuestros semejantes y suframos por todos los que lo están pasando mal, los que pierden el trabajo, los que no pueden ni mantener a sus familias, no podemos quejarnos, no nos hemos contagiado, nos encontramos bien. ¡Qué triste consuelo ante tanta calamidad! 
    Pero da igual esta vida de soledad y reclusión, si estamos bien. Lo importante es que seguimos vivos. Lo importante es que seguimos aquí. Aunque nos sintamos solos a veces en medio de tanto dolor y tanta tristeza. 
    Hay que seguir cuidándose, porque vendrán tiempos mejores, seguro. Todo esto pasará y todo volverá a ser como antes, seguro. Pronto, seguro. 

viernes, 15 de enero de 2021

Soneto al Cristo de El Greco



SONETO AL CRISTO DE EL GRECO

Estremece, Señor, tanta tristeza
en tus ojos velados por el llanto,
cual si todo fuera en ellos quebranto
que empañara el fulgor de su belleza.

¿Es que han perdido, Señor, su entereza
y es ya su mirar flor de camposanto,
desolada imagen del desencanto
que socava y hiere su fortaleza?

Así captó el pintor su desamparo,
como el de un hombre en vísperas de muerte
que asume su destino sin reparo.

Pero tu muerte, Señor, no fue muerte,
que es tu palabra consuelo y amparo,
dulce claridad que a todos advierte.


Nota. Una mañana de mediados de noviembre de 2020 visité el MNAC, en Montjuich. En mi deambular por las salas vacías del museo me encontré con el cuadro de El Greco "Cristo con la cruz" y con otro a su lado sobre San Pedro y San Pablo. Contra mi costumbre tomé un foto de cada cuadro. Impresionado por la imagen de Cristo imaginada por el pintor, en aquellos días escribí el soneto de esta entrada con la que quiero reanudar mi actividad en el blog después de un largo paréntesis.