domingo, 27 de diciembre de 2009

Aforismos populares lisboetas

A José Ángel Cilleruelo, poeta y amigo, autor de las obras ambientadas en Lisboa Alfama, Barrio Alto y El Visir de Abisinia.




Nota. Esto puede verse escrito en las paredes de Lisboa. Todo una buena muestra de aforismos populares. Las fotos las tomó mi hija Marta, yo se las pedí prestadas para esta entrada.

sábado, 19 de diciembre de 2009

García Lorca: La Huerta de San Vicente


Cuando se cumple un año desde que publiqué la primera entrada, recupero hoy una anotación de mi diario personal escrita en Cádiz el 6 de agosto de 1988. Encontrarán sus restos o nos los encontrarán, pero sabemos, tiene razón García Montero, lo necesario y tal vez lo decisivo: que fue un poeta extraordinario; que su verbo era claro y luminoso y su capacidad metáforica, tan dislocada a veces, como correspondía al vanguardismo, muy difícil de igualar; que se puso, perteneciendo a otra clase, siempre del lado de los oprimidos; que nos dejó un puñado de obras teatrales del más alto nivel; que estaba escribiendo un cancionero de sonetos, en el que se advierten ecos lejanos del petrarquismo, hablo de los Sonetos del amor oscuro, que el destino quiso que se convirtiera, inacabado, en un indicio de lo que hubiera podido escribir de haberle alcanzado la vida para hacerlo; sabemos, digo, lo decisivo, que lo asesinaron los intolerantes y cerriles de siempre; encontrarán sus restos o no, pero sabemos lo decisivo, lo que realmente importa. Que cada cual cargue con su responsabilidad: los que lo detuvieron y decidieron después asesinarlo; los que teniendo informaciones valiosas para saber cómo se desarrollaron los hechos, callaron durante años; los que guiados por un afán irresponsable de protagonismo, queriéndose dar importancia a costa del poeta, dieron pistas falsas; los que historiaron, y siguen haciéndolo, el proceso basándose en el testimonio vivo, sin contrastar o por lo menos cuestionar la veracidad de las fuentes; los que han especulado siempre con la triste muerte del poeta; los que no quieren "llenar Granada de agujeros"; los que...

Cádiz, 6 de agosto de 1988

El tráfico de Granada es caótico. No sólo por el gran número de vehículos, sino por la señalización de sus calles, que las convierte en intrincados laberintos. Salimos en dirección a la costa de Motril. Un letrero en color rosa indica al viajero que puede visitar la casa-museo de Federico García Lorca en la Huerta de San Vicente. Seguimos solícitos los carteles indicadores hasta que nos extraviamos entre un grupo de casas viejas y campos de verde moribundo y abandonado, con el aspecto de terrenos suburbiales de ciudad. Paramos el coche frente a la fachada de una hermosa casa, dejando a un lado un pequeño jardín de aspecto dejado. Un perro fiero nos ladra sujetado por una cadena a un pequeño pozo. Junto al edificio principal de la casa hay otro anexo con un patio. Sentado a una mesa redonda un señor, de edad avanzada y de escaso cabello rubio muy corto y gafas doradas responde a nuestra pregunta:

- Sí, ésta es la casa de Federico García Lorca.

Aparcamos el coche y entramos, precedidos de nuestro guía particular, en la casa de verano del poeta. Ya desde el umbral nos explica nuestro cicerone que todo está tal y como lo dejó la familia, pero que todo ha de cambiar puesto que está en proyecto hacer un museo de la casa, pero que mientras tanto todo está tal y como estuvo siempre: "Llevo más de cuarenta años trabajando para la familia". Faltan en las paredes casi todos los dibujos del poeta, que ahora deben estar en Nueva York en una exposición. El salón está como entonces, "ustedes lo habrán visto en la serie de televisión; sobre este aparador estaba la radio en la que toda la familia escuchaba las alarmantes noticias del Alzamiento".


Nos explica que el piano ya no está, que lo tiene doña Isabel, la única hermana del poeta que vive, y se lo ha llevado a Madrid junto con la ropa del poeta, el mono de "La Barraca", las chaquetas blancas, que estuvieron por aquí hasta hace poco. Se conserva en el salón el enorme retrato de Isabel, muy romántico, muy de otro tiempo. Todo tiene un indefinible aire de nostalgia, de estar anclado en el pasado. La tapicería de las sillas sigue siendo la misma, en color rojo granate, de entonces; hoy está protegida por una solícita funda de flores blancas y verdes que la mujer de nuestro guía ha colocado para evitar el desgaste del polvo y de los años.

En la planta baja, según se entra a mano izquierda, hay una pequeña habitación que aún contiene un retrato, de grandes dimensiones, del poeta envuelto en un albornoz de color amarillo. Hay una antesala, que separa este cuarto del salón, en la que, nada más abrir la puerta, se encuentra un hermosísimo arcón de madera que tiene encima un tapete blanco y un jarrón. Durante un tiempo este arcón guardó algunos ejemplares de las obras del poeta, sobre todo de Impresiones y paisajes. Nuestro guía nos explica, al terminar la visita, ya en el jardín, que una vez, hace muchos años, tuvo que regalar un ejemplar a un argentino que se "puso pesadísimo"; "Los argentinos son muy lorquianos, como ustedes los catalanes -dijo al ver la matrícula del coche-".

Completa la planta baja un hermosa y limpia cocina en forma cuadrangular, con las alacenas, las mesas y la antigua cocina de carbón y leña, en la que se cocinaba en los años en los que el poeta habitó la casa. A su lado hay una moderna cocina de gas butano: "Los tiempos cambian, prueben a cocinar con eso y verán; eso sí, es muy hermosa". Por un instante he tratado de imaginar el trajín de criadas preparando la comida o la cena.

Saliendo de la cocina se encuentra la escalera, que lleva al piso de arriba, donde están situadas las habitaciones. La escalera es preciosa, con un pasamanos de hermosa madera y unos escalones de cerámica roja rematados en madera oscura. Dos rellanos; tiene forma de u, gira casi ciento ochenta grados de abajo arriba. Frente al final, el cuarto de las hermanas del escritor, muy bello, con dos camas. A mano derecha, el cuarto del poeta con un balcón que se asoma al jardín y a la fachada principal. Su cama, cubierta con una colcha blanca de ganchillo, su enorme mesa de trabajo, preciosa de madera clara, como de roble o de haya; sobre ella, enmarcado en la misma madera y protegido con cristal, un cartel de "La Barraca".

Hay en la habitación un regalo de Rafael Alberti, con su dedicatoria, que el poeta gaditano hizo a Lorca en la Residencia de Estudiantes con motivo de una representación teatral. Todo tiene el aire de una habitación habitada, se tiene la impresión de que el poeta va a entrar por la puerta, vestido de blanco, en cualquier momento. La habitación es muy bella. Realmente hay algo del alma del poeta que sigue vivo entre sus paredes, se nota, lo percibo, yo que no creo en estas supersticiones, claramente, me toca, guardo silencio, no lo comento con quien va conmigo.

Al dejar la habitación de Federico, atravesamos un pequeño pasillo al que se asoman todas las otras, de puertas verdes y paredes blancas; algunas están cerradas y no se nos enseñan. Al final de ese pasillo una puerta da a la terraza desde la que el poeta contemplaba La Alhambra; bueno, entonces se vería, hoy no se ve más que una hilera de bloques de pisos: "La casa es muy fresquita para el verano y antes Granada no era la que es hoy, todo eso que ven ahí era campo que separaba esta huerta de la ciudad."

Salimos al jardín. Fotografío, con permiso de nuestro guía, el balcón de la habitación del poeta y la fachada inundada de madreselvas con una cerámica que dice "Huerta de San Vicente nº 6": "Todo esto será un parque y la casa un museo. Ya está hecho el concurso para la adjudicación de las obras y pronto empezarán. Hay quien dice que prefiere ver la casa así, tal cual estaba en su época y no como quedará después de su acondicionamiento como museo. Yo casi lo preferiré, porque aquí están los dibujos y los libros, la ropa y, la verdad, con los tiempos que corren..."

Han pasado cincuenta y dos años desde que Lorca se refugió en esta casa, huyendo de los temores del golpe militar. Su presencia sigue viva en cada mueble, en cada esquina, en cada prenda, en cada objeto de esta casa preciosa, prendada de nostalgia, de la melancolía que siempre tienen las muertes inútiles y a fe que la del poeta lo fue; vive Dios que lo fue.

Nota. Volví a visitar, ya convertida en museo, la casa de Lorca en diciembre de 2006, a esa visita pertenecen las fotos que ilustran esta entrada, en la anterior no tenía cámara digital. La sensaciones que apunto en esta entrada, cuando la visité tal como era en la época en que la familia veraneaba aquí, habían desaparecido casi por completo, fue como si el tiempo hubiera borrado la memoria, la presencia, que tan fuertemente se me manifestó cuando vine por primera vez. Números redondos. Un año de blog. Esta es la entrada número cien. Mil cuatrocientas personas han entrado a ver mi perfil. Trece mil han visitado las páginas volanderas de esta bitácora. Algunos, muchos menos, han dejado comentarios a esas entradas. Incertidumbre sobre el futuro del blog. ¿Qué haré? ¿Cómo lo continuaré? ¿Qué sesgo tomarán las entradas? Lo ignoro. Hoy sólo quiero agradecer esas trece mil visitas que han entrado en este blog y sobre todo, a los que ya considero amigos, por su reiteración en el dejar comentarios. A todos, muchas gracias.

domingo, 13 de diciembre de 2009

El jardín quebrado: Catalunya y España, diez aforismos



[1] Si España no entiende a Cataluña, mal para España.

[2] Si Cataluña, para afirmarse, necesita renegar de España, mal para Cataluña.

[3] Si los españoles no son capaces de advertir la nobleza, la lealtad constitucional y la hombría de bien de los catalanes, su dignidad y su firmeza en defender sus señas de identidad, lo que son, su cultura, su lengua, mal para los españoles.

[4] Si los catalanes, aferrándose al tópico, sólo ven en los españoles todo aquello que los caricaturiza y deforma y que en absoluto responde a lo que son de verdad, mal para los catalanes.

[5] Si los nacionalismos de uno y otro signo enconan sus posiciones y tensan la cuerda hasta ponerla en riesgo de rompimiento, mal para unos y para otros.

[6] Si la tolerancia y el respeto mutuo naufragan entre el griterío y las proclamas o entre las procelosas aguas de las reivindicaciones imposibles, mal para España y mal para Cataluña.

[7] Si hay catalanes con miras tan estrechas como para entender que España y Cataluña son realidades diferentes, mal para esos catalanes.

[8] Si hay españoles que para afirmar la unidad de España se empeñan en aplastar con el rodillo uniformador cuanto de diferente y enriquecedor hay en ella, mal para esos españoles.

[9] Si algunos catalanes afirman, abierta o soterradamente, que la única forma de solucionar el dilema Catalunya-España es un divorcio, una separación amistosa y civilizada, que no olviden que más de la mitad de sus conciudadanos se sienten al mismo tiempo españoles y catalanes; mal para esos catalanes.

[10] Si algunos españoles son incapaces de entender que hay múltiples maneras de sentirse español y que es perfectamente legítimo ser español y no sentirse o abstenerse de hacer gala de ese sentimiento, mal para esos españoles.

[Colofón] Si las posiciones se enconan hasta hacer el aire irrespirable, el conflicto está servido; que no olvide nadie entonces que quien siembra vientos recoge tempestades.

Nota. La foto procede de "yahoo.es". Escribo estas reflexiones el domingo día 13, jornada en la que en 166 municipios de Cataluña se está votando en una consulta sin reconocimiento legal sobre la independencia de Cataluña. Tomo el sintagma "El jardín quebrado" de mi buen amigo y maestro Laureano Bonet, de uno de sus libros dedicados a estudiar la Generación Barcelonesa del 50, grupo literario integrado, como es bien sabido, por autores nacidos en Cataluña que escribieron, y algunos aún siguen escribiendo, toda su obra en castellano.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Memoria del antifranquismo y la transición: Solé Tura



No lo conocía, pero su talante conciliador, su sabiduría política, su compromiso con lo que en sentido amplio se suele llamar los valores de la izquierda, su moderación, su aguda inteligencia, su palabra siempre sosegada y penetrante hacían de él una figura respetada. Me golpea la noticia de su muerte y recuerdo la última vez que me crucé con él, en el descanso de un concierto de música contemporánea, en el vestíbulo del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Su mirada perdida, que miraba fijamente, como intentando saber si conocía en verdad a quien a él le miraba, hombre público en definitiva, una mirada escrutadora, náufraga, la de quien andaba ya extraviado en el propio laberinto de su memoria desbaratada por la enfermedad. Me causó una gran impresión. En nada comparable a la tristeza de hoy por la pérdida de este hombre bueno en el sentido machadiano del término. Referente para muchos de mi generación en la lucha contra el franquismo, salvando la discrepancia ideológica, él era comunista, aunque luego abandonara esa militancia y pasase al socialismo, vimos siempre en él a uno de los nuestros. Melancolía. Me uno al dolor de la familia. Descanse en paz.

Nota. La foto de Jordi Solé Tura está tomada de la red, de Siglo XXI Editores. Hace poco, y como una coincidencia insospechada, releí fragmentos de su libro Autonomies, Federalisme i Autodeterminació, editado por Laia/Entrellat, en Barcelona, en 1986.

viernes, 27 de noviembre de 2009

De Garcilaso a Góngora



Viva pues Góngora, puesto que así los otros
Con desdén le ignoraron, menosprecio
Tras del cual aparece su verbo luminoso
Como estrella perdida en lo hondo de la noche,
Como metal insomne en las entrañas de la tierra.

      Luis Cernuda, Como quien espera el alba (Buenos Aires, 1947)


Señala la crítica que Góngora llevó a su culminación y término el camino de la lírica culta iniciado por poetas anteriores a él siglos atrás. Se da la fecha de 1613, cuando en copias manuscritas se empiezan a conocer las Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea, como el año decisivo para ese tipo de poesía. Aún conservo la fotocopia, artesanalmente elaborada, que don José Manuel Blecua nos facilitaba para que entendiéramos lo que él llamaba “corrientes poéticas de la Edad de Oro”; como hitos del camino de la lírica culta señalaba a Juan de Mena en el siglo XV, a Garcilaso de la Vega y a Fernando de Herrera en el XVI y a don Luis de Góngora en el XVII.

Se tiene comúnmente la impresión de que es difícil ir más allá de donde Góngora fue con su poesía; pareciera que, en efecto, es el suyo un final de etapa. La revolución vanguardista, con la pérdida de base real en la metáfora, vendría a demostrar, trescientos años después de la muerte del vate cordobés y de la mano de los poetas de la Generación del 27, que sí era posible ir más lejos, tener más audacia poética. Pero sea como fuere, la belleza de la poesía de Góngora está y estará siempre ahí para quien quiera atreverse y romper la coraza de dificultad docta con que su autor quiso protegerla: “Demás que honra me ha causado –escribe don Luis con justo orgullo- hacerme obscuro a los ignorantes, que esa es la distinción de los hombres doctos, hablar de manera que a ellos les parezca griego, pues no se han de dar perlas preciosas a los animales de cerda.” Más allá del exabrupto final de la cita, no le faltaba razón a Góngora.

Un ejemplo, en fin, baste para ver la evolución de la poesía culta desde Garcilaso a Góngora. La tez rosada, entre el blanco y el azucena, es un tópico en la descripción del rostro o de la piel de la dama idealizada; así lo expresaba en los archiconocidos versos del Soneto XXIII Garcilaso de la Vega:

En tanto que de rosa y d’azucena
se muestra la color en vuestro gesto


Veamos ahora ese mismo detalle descriptivo, el del color rosado, en la estrofa XIV de la Fábula de Polifemo y Galatea, donde se describe a la ninfa, para ver el camino andado desde 1534 o 35, aproximadamente, hasta 1612 o 1613:

Purpúreas rosas sobre Galatea
la Alba entre lilios cándidos deshoja:
duda el Amor cuál más su color sea,
o púrpura nevada, o nieve roja

lunes, 23 de noviembre de 2009

Espacio de libertad: aforismos sobre el blog



[1] El blog es, en sí mismo, un espacio de libertad, un territorio que no conoce fronteras y que no exige a nadie visado ni pasaporte para transitar por él.


[2] El blog es, también, un lugar de encuentro y de comunicación entre quien escribe las entradas y quien decide libremente leerlas e incluso comentarlas.

[3] El blog a nada obliga, ni siquiera a dejar comentarios sobre las entradas.

[4] Aunque la amistad necesita el trato, el conocimiento y la relación entre personas, el blog es también un espacio para fraguar amistades, aunque sean virtuales.

[5] Tan válido es el blog en el que no se permiten comentarios, como aquel en el que pueden dejarse libremente o necesitan del filtro del autor que debe autorizar su publicación.

[6] Lo peor del blog es el anonimato y la falsedad a sabiendas. Nada más reprochable que un comentario vilipendioso que se ampara en el anonimato.

[7] El blog debe defender siempre la libertad de expresión.

[8] Como todo, el blog no es apolítico y por consiguiente la política también tiene cabida en el blog.

[9] El blog casa mal con las dictaduras, especializadas siempre en poner trabas a la libertad de expresión y en perseguir la libertad de conciencia.

[10] No hay manera de medir ni valorar el éxito de un blog, porque el blog nada vende y a nada aspira como no sea a comunicar. Las visitas son solo eso, visitas, aunque todos las contemos con marcadores más o menos camuflados.

[11] Cada vez creo más que al blog le va lo breve.

[12] El blog es una forma de expresarse.

[13] El blog es ya un género en sí mismo.


Nota.
La foto del cielo del Ampurdán es de mi hija Marta. Las notas las escribo después de leer, y de ver, las noticias sobre la bloguera cubana Yoani Sánchez y el casi linchamiento de su marido Reinaldo Escobar.

viernes, 20 de noviembre de 2009

El difunto


No se le ocurrió otro sagrado al que acogerse que no fuera la muerte. Tuvo que fingirla, claro. Tan acosado se vio, tan en peligro sintió su vida que no le quedó otro remedio. Lo meditó largamente. Testamentó, cedió todos sus bienes a su primogénito y nombró un gerente que gobernara el destino de sus negocios hasta la mayoría de edad del lechuguino. Pagó la esquela, que se publicó en los principales diarios de la ciudad. No le resultó difícil, el dinero todo lo puede, organizar la mentida incineración. Después, con pasaporte falso y algo retocado su aspecto físico, viajó, en buena compañía, por largo tiempo al extranjero. La distancia obró como bálsamo milagroso para sus preocupaciones. Se sintió revivir. Cuando juzgó transcurrido un tiempo prudencial, regresó. Desde su nueva identidad trató de hacer vida normal. Lo consiguió en parte, hasta que un sicario creyó reconocerlo cuando se dio de bruces con él a la salida de un café. Informó éste a la organización. Investigaron. Mandaron, con cualquier excusa, alguien a huronear por la oficina. Lo atendió una secretaria que se trababa con frecuencia y de memoria olvidadiza: “De ese asunto no puedo darle información porque lo lleva directamente el difunto.” Esa noche lo esperaron. Cuando bajó del coche, no le dio ni tiempo de advertir si alguien le seguía. El horrísono estrépito de los disparos desordenó el silencio de la noche. Quedó tendido en el suelo, boca abajo, chorreaba espesa y negruzca la sangre. Cinco casquillos refulgían sobre el asfalto. Una rata, medrosa y taimada, escapó por el sumidero de la alcantarilla.

martes, 17 de noviembre de 2009

El destino, esa vieja roca muda



Para Tomás Rodríguez Reyes

Navego por la red y visito, como casi siempre hago, los blogs amigos. Entro en Trópico de la Mancha, la bitácora de Tomás Rodríguez Reyes y M. Carmen Gavira, y me encuentro con una espléndida nota de lectura sobre Hölderlin y Henry James. Leo la del poeta romántico y me quedo con una frase: “Para la sociedad –escribe Tomás Rodríguez- era (Hölderlin) un viejo loco, el loco de Tübingen.” Algo se mueve dentro de mí. Me levanto y emprendo la búsqueda del Hiperión. Tardo en dar con él porque cada día mi biblioteca personal está más desordenada. Abro el libro y busco unas cuantas citas subrayadas en antiguas lecturas y me pregunto qué más dará que lo tuvieran por loco, de Tübingen o de donde fuera, si era capaz de escribir frases y sentencias como estas:

[1] Olvídate de que hay hombres, miserable corazón atormentado y mil veces acosado, y vuelve otra vez al lugar de donde procedes, a los brazos de la inmutable, serena y hermosa naturaleza.

[2] No tengo nada de lo que pueda decir: esto es mío.

[3] Ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de sí mismo, al todo de la naturaleza, ésta es la cima de los pensamientos y alegrías.


[4] El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona.

[5] El niño es un ser divino hasta que no se disfraza con los colores de camaleón del adulto.

[6] ¡Cómo odio a todos esos bárbaros que creen ser sabios porque ya no tienen corazón, a todos esos monstruos groseros que matan y destruyen de mil modos la belleza juvenil con su mezquina e irracional disciplina!

[7] Eso es lo que nos hace pobres en medio de toda riqueza, que no podamos estar solos, que el amor no muera en nosotros por mucho que vivamos.

[8] ¿Qué sería la vida sin esperanza? Una chispa que salta del carbón y se extingue, o como cuando se escucha en la estación desapacible una ráfaga de viento que silba un instante y luego se calma, ¿eso seríamos nosotros?

[9] Las olas del corazón no estallarían en tan bellas espumas ni se convertirían en espíritu, si no chocaran con el destino, esa vieja roca muda.


Nota. Las citas proceden de la edición "Libros Hiperión", de la 1ª edición, de abril de 1976, traducción y prólogo de Jesús Munárriz.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Pedir perdón


- Se empecina, por lo que advierto, en no pedir perdón.

- No tenemos por qué pedirlo.

- ¿No le parece suficiente motivo haber secuestrado, torturado y asesinado alevosa e impunemente a ese hombre y después haberlo enterrado en la cuneta de un camino?

- Ignoro de qué me está hablando, nosotros no hacíamos cosas así.

- Ya lo creo que las hacían. Sepa usted que cuando los archivos, que permanecieron secretos e inaccesibles durante demasiados años, pudieron ser consultados, todo se encontró allí, en un expediente, con nombres, fechas y multitud de detalles que confirman cuanto le estoy diciendo.

- Me está hablando de cosas sucedidas hace muchos años y de las que ya no guardo memoria.

- Le traicionan las palabras. Hace un instante me ha dicho que ustedes no hacían esas cosas y ahora que no se acuerda ¿en qué quedamos?

- Bueno, todo el mundo sabe que en tiempos de guerra eso puede suceder.

- Pero los conflictos bélicos se dirimen en los frentes de batalla y no en la paz de las retaguardias.

- Pero la nuestra estaba sembrada de espías, traidores y contrarrevolucionarios peligrosos, trotskistas indeseables, enemigos de la República, como ese hombre al que usted alude.

- Entonces, reconoce usted que el caso del que le estoy hablando, el secuestro y asesinato de ese hombre, se debió a causas políticas.

- Tal vez, no lo sé. Lo único que puedo decirle es que yo no di las órdenes ni participé en los hechos.

- Pero eso no le exime de responsabilidad. Otros lo harían por usted, y sabiéndolo, calló.

- Pues exíjales esas responsabilidades a ellos y no a mí; además, sabe qué le digo, que las órdenes vinieron de fuera.

- No puedo hacer lo que me pide.

- ¿Por qué?

- Porque ellos, como usted dice, ya no viven, pero usted, sí.

- Pues si no viven, caso cerrado. Dejemos, si le parece, que el tiempo cure las heridas del pasado.

- Las cicatrices se cerraron en falso y para que no vuelvan a abrirse las heridas, sería necesario que alguno de ustedes, los que aún viven, pidiera perdón.

- Yo no puedo pedir perdón por lo que no hice; dejando al margen que ya no tengo cargos de responsabilidad en la organización.

- Pero los tuvo, y muy importantes. Ser cómplice y haber callado durante tanto tiempo le convierte en responsable.

- Mire, le pido y le ruego que dejemos en paz el pasado.

- No habrá paz hasta que ustedes reconozcan los hechos y pidan perdón por ellos.

- ¿Y los otros? ¿Qué me dice de los otros? ¿Acaso no hicieron también lo suyo? ¿Por qué no les pide cuentas a ellos?

- La violencia de los demás no justifica la suya.

- Doy por cerrada esta conversación, no quiero permanecer ni un minuto más encerrado en el laberinto de responsabilidades morales en el que usted me tiene prisionero.

- No está en su mano hacer lo que dice.

- Entonces me cierro a la banda, no diré ni una sola palabra más.

- Eso ni arregla nada, ni cambia las cosas. La dignidad, la decencia y la ética les obliga a reconocer los hechos y a pedir perdón. Allá ustedes si no lo hacen.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

El escepticismo elegante de González Romano: Señales de vida


Viene siendo un tópico más o menos repetido el decir que la literatura se alimenta de literatura y que quien escribe lo hace sobre lo que otros escribieron antes. Es un tópico, cierto, pero como casi todos los tópicos encierra su parte de verdad. Quien escribe lo hace situándose voluntariamente en una tradición, que analiza, estudia y escoge con sumo cuidado. Esto de las formas breves tiene antecedentes lejanos e ilustres en la poesía española. Si nos remontamos al origen, llegaríamos hasta las jarchas, poemitas de cuatro versos en los que una voz femenina pone por testigo a su madre de sus desencuentros y penas amorosas. La lírica de tipo tradicional, tan tardíamente desarrollada en la poesía castellana en comparación con la galaico-portuguesa y la catalano-provenzal, insiste en el uso de las formas breves. Los epigramas de los poetas del XVIII son otra buena muestra de ese tipo de poesía. Pero si nos venimos a lo más o menos reciente, nos encontramos con la familia de los Machado, empezando por los cantes flamencos básicos, anónimos y populares, recopilados por el padre de la saga, que firmaba Machado y Álvarez, hasta la poesía breve de proverbios y cantares de Antonio y sobre todo la de algunos poemarios de Manuel. También García Lorca cultivó las formas breves, Bergamín fue muy dado a la poesía sentenciosa resuelta en pocos versos y, claro, Ramón Gómez de la Serna expandió su magisterio en las breverías.

En esa tradición de las formas breves es en la que deliberadamente se instala, con notable acierto, González Romano. Su Señales de vida, primer libro de poemas que publica, está escrito todo él en ese tipo de poesía. No es fácil, aunque las apariencias engañen, escribir esa clase de poemas en los cuales la expresión se concentra y se limita a cuatro, a veces algunos más, pero siempre pocos, versos. Si esas formas tradicionales de poesía, soleares y seguidillas, se entreveran con una sentimentalidad moderna, la de un poeta de nuestros días, del siglo XXI, se corre un alto riesgo de que la fórmula chirríe y acabe por no funcionar. Nada de eso, sin embargo, sucede, felizmente, en el libro de González Romano, en el cual la síntesis entre modernidad y formas populares se solventa con éxito en los poemillas que integran el libro. Podemos imaginarnos la gran labor de poda que entre los muchos poemas escritos con esta fórmula habrá llevado a cabo su autor. Pero los incluidos en el libro tienen la chispa de la inteligencia y de la brillantez y saben comunicar un pensamiento breve y profundo al mismo tiempo con solvencia, elegancia y dominio de los recursos poéticos.

Con escéptica elegancia indaga el poeta en la existencia, en ese dolor que la acompaña y cuyas causas muchas veces no conseguimos ni siquiera explicarnos: “¿Por qué será este dolor / que no se calma con nada, / si sé que no existe nada / que provoque este dolor?”. Cifra el poeta su poética en el intento de salvar las distancias entre la vida y el arte: “POÉTICA. Si quiero cambiar de tema / escribo punto y aparte. / Ojalá fuera la vida / tan sencilla como el arte.” Acompaña a este escepticismo elegante, una actitud vitalista, la de quien defiende la vida, a pesar de las limitaciones que forzosamente nos impone la existencia: “¿Tiene sentido la vida? / A mí no me lo preguntes: / yo me limito a vivirla.” La búsqueda de la propia identidad está también presente en estos poemas: “Yo ya no sé quién soy yo: / si el que busca o el que olvida / o ninguno de los dos.” La ineludible referencia a la tradición, pero con elegancia, mostrando que la fuente de la que se bebe se asimila para dejar paso al acento personal: “Hoy también me siento adelfos: / las alegrías por fuera / y la amargura por dentro.” La literatura, sin aspavientos, sin grandilocuencias, con naturalidad es una forma adecuada para dejar “señales de vida”, de nuestros pasos en la tierra: “No existe mayor herida / que pasar por este mundo / sin dar señales de vida.”

González Romano las empieza a dar con este primer poemario al que seguro seguirán otros en los que volverá a dar muestras de su buen hacer poético. No queda sino felicitar a la Fundación Ecoem y muy especialmente a Javier Sánchez Menéndez por haber creado esta colección de poesía “Siltolá” a la que, a juzgar por la calidad de los títulos publicados, auguramos larga vida.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Miguel Delibes: en adelante nada sería como había sido


Del libro que están leyendo, jóvenes, podría decirse que es una novela de aprendizaje, uno de cuyos temas principales es el acceso a la experiencia –dijo Leonardo a los más jóvenes de sus alumnos una tarde en que acabó de leerles un párrafo de la novela mientras el crepúsculo de la tarde otoñal dejaba un cielo amoratado por encima de los edificios-. Se preguntarán aprendizaje de qué y acceder a qué experiencia, supongo. Lo podemos resumir en dos palabras: del vivir. En la vida siempre hay sucesos, avatares, que de una u otra forma te marcan, te influyen, te cambian, no eres el mismo antes y después de ellos. Para Daniel, el Mochuelo, no olviden que tiene la misma edad que ustedes tienen ahora, la muerte de Germán, el Tiñoso, su amigo más querido junto a Roque, el Moñigo, es una experiencia que le afecta en lo más profundo de su ser. El hecho luctuoso, triste, deja tal huella en él que nunca volverá a ser el mismo. Podemos verle, sí, casi literalmente verle a través de las palabras, crecer, reflexionar con increíble madurez sobre el alcance de lo sucedido, en definitiva, le vemos despertar a su, a nuestra condición efímera, transitoria, pasajera, la de Daniel, la de los habitantes del valle, la de todos nosotros, ustedes y yo mismo; le vemos, en suma, descubrir su propia soledad. Lean ahora en silencio el párrafo que yo les he leído, léanlo por lo menos dos veces y crezcan con Daniel y denle secretamente las gracias a Miguel Delibes por haber escrito libros como este. Crezcan, jóvenes, crezcan.”

Daniel, el Mochuelo, pasó la noche en vela, junto al muerto. Sentía que algo grande se velaba dentro de él y que en adelante nada sería como había sido. Él pensaba que Roque, el Moñigo, y Germán, el Tiñoso, se sentirían muy solos cuando él se fuera a la ciudad a progresar, y ahora resultaba que el que sentía solo, espantosamente solo, era él, y sólo él. Algo se marchitó de repente muy dentro de su ser: quizá la fe en la perennidad de la infancia. Advirtió que todos acabarían muriendo, los viejos y los niños. Él nunca se paró a pensarlo y al hacerlo ahora, una sensación punzante y angustiosa casi le asfixiaba. Vivir de esta manera era algo brillante, y a la vez, terriblemente tétrico y desolado. Vivir era ir muriendo día a día, poquito a poco, inexorablemente. A la larga todos acabarían muriendo: él, y don José, y su padre, el quesero, y su madre, y las Guindillas, y Quino, y las cinco Lepóridas, y Antonio, el Buche, y la Mica, y la Mariuca-uca, y don Antonino, el marqués, y hasta Paco, el herrero. Todos eran efímeros y transitorios y a la vuelta de cien años no quedaría rastro de ellos sobre las piedras del pueblo. Como ahora no quedaba rastro de los que les habían precedido en una centena de años. Y la mutación se produciría de una manera lenta e imperceptible. Llegarían a desaparecer del mundo todos, absolutamente todos los que ahora poblaban su costra y el mundo no advertiría el cambio. La muerte era lacónica, misteriosa y terrible.

Nota. La foto de Miguel Delibes procede de blogeducastur.es. La de la edición de El camino, de la red. La cita está tomada de la primera edición del libro en la colección Áncora y Delfín, volumen 57, Editorial Destino, Barcelona, 1950. Texto en las páginas 205-206 de dicha edición.

martes, 3 de noviembre de 2009

Francisco Ayala




Alguien, hace muchos años, me dijo, cuando le pregunté por Muertes de perro, libro que me disponía entonces a leer y de cuyo autor nada sabía: “léelo, es fantástico, y el autor todo un clásico.” Debía tener yo entonces diecisiete o dieciocho años. Lo leí, claro, me fié de la recomendación. Ese fue el comienzo. Me gustó tanto que traté de leer después todo lo que encontré de Ayala. Pero no fue hasta pasado un tiempo, cuando llegué a La cabeza del cordero y a Los usurpadores, que me di cuenta de que Ayala era uno de los escritores fundamentales del siglo XX español, alguien cuya obra estaba destinada a quedar, a durar, y que era eso que se suele llamar un clásico vivo.

Conocí a Francisco Ayala en Segorbe, por mor de un curso sobre Max Aub en el que él participó en una de las sesiones. Me acerqué a saludarle y le llevé el primer volumen de sus memorias, Recuerdos y olvidos, para que me lo firmase. Se interesó cuando le dije que había escrito y publicado un artículo sobre su libro Los usurpadores, que hoy anda citado por ahí en las bibliografías, y me pidió que se lo remitiese a su domicilio de Madrid. Fue cordial, desde su seriedad, conmigo. Poco tiempo después solicité de él una presentación para la edición de los cuentos de Aub que publiqué bajo el título de Enero sin nombre. Los relatos completos del Laberinto mágico. Lo tuve. Me pidió que eligiera alguno de entre los textos que él había escrito sobre su amigo Max y que lo adaptara a la edición. Así lo hice, me dio su conformidad y acompañará siempre esa edición de los cuentos aubianos, en la que intenté reunir a los dos amigos, en la medida en que siga en el mercado y reeditándose. Recientemente, en 2006, volví a ponerme en contacto con él para solicitar su autorización para incluir dos relatos suyos en la antología Sólo una larga espera. Cuentos del exilio republicano español. No las tenía todas conmigo, porque le había oído decir varias veces que no se podía hablar de una cultura republicana del exilio, sino de la obra, personal y particular, de quienes se exiliaron. Aún así, me puse en contacto nuevamente con él y todo fueron facilidades, tanto de él como de Carolyn Richmond.

Hoy me ha sorprendido la noticia de su muerte, aunque lógicamente, dada su avanzada edad, no pueda hablarse en sentido estricto de sorpresa. No puede quejarse Ayala, la vida ha sido muy generosa con él, no sólo por la longevidad, sino por las condiciones en que esta se ha producido, manteniendo, pese a su edad, una gran lucidez y permitiéndole estar en activo casi hasta el final. Todo un ejemplo.

Fue Ayala, al reincorporarse a la vida del país, una voz serena, de concordia, sosegada pero mordaz cuando era necesario, tolerante y enormemente lúcida. Sus artículos en El País eran de lectura obligada, sus libros, que se reeditaban una y otra vez, revisitados y vueltos a disfrutar. Era un símbolo, sin querer serlo en absoluto, de muchas cosas, entre otras de la España liberal e ilustrada de los años treinta, la que quedó truncada por el golpe militar, la de Ortega, la de los poetas y prosistas del 27; después, a su pesar, porque supongo que a nadie le gusta exiliarse, de la España desterrada; pero, por encima de todo, Ayala fue un gran escritor, un intelectual sereno y responsable y un hombre de bien.

Cuando terminé de leer Muertes de perro, tantos años atrás, me di cuenta de que la persona que me lo había recomendado tenía razón: era un libro impresionante y su autor, todo un clásico.
Nota. La foto está tomada de "elpaís.com"

lunes, 2 de noviembre de 2009

San Juan de la Cruz: Avisos y Sentencias Espirituales


Releyendo la obra poética de San Juan de la Cruz, en la edición que preparó don José Manuel Blecua para Clásicos Ebro, además de volverme a maravillar ante la enorme calidad de los versos del místico, me topo, y la verdad es que los tenía echados en olvido, con estos "Avisos y Sentencias Espirituales" y se me antoja que su utilidad puede ser mucha para quien bien los lea y, desde luego, estoy seguro que provocarán en quien lo haga más de una reflexión. Procedo pues a copiarlos:

1. Cuanto más te apartes de las cosas terrenas, tanto más te acercas a las celestiales y más hallas en Dios.

2. Quien supiere morir a todo, tendrá vida en todo.

3. Apártate del mal, obra el bien y busca la paz.

4. Quien se queja o murmura no es perfecto ni aun buen cristiano.

5. Humilde es el que se esconde en su propia nada, y se sabe dejar a Dios.

6. Manso es el que sabe sufrir al prójimo y sufrirse a sí mismo.

7. Quien de sí propio se fía, peor es que el demonio.

8. Quien obra con tibieza, cerca está de la caída.

9. Mejor es vencerse en la lengua, que ayunar en pan y agua.

10. Si quieres ser perfecto vende tu voluntad y dala a los pobres de espíritu, y ven a Cristo por mansedumbre y humildad, y síguele hasta el calvario y sepulcro.


Nota. Cada vez que releo uno de estos viejos volúmenes de la colección "Clásicos Ebro", vuelvo a recordar a don José Manuel Blecua cuando entraba a una de las viejas aulas del Patio de Letras de la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona y distribuía entre nosotros los ejemplares, que en número de veinte o veinticinco traía cada día a clase: "Lean y fíjense bien", nos decía con su peculiar ceceo. En estos libritos leí a Garcilaso, a San Juan, a Fray Luis, entre otros, guiado siempre por la mano maestra y el comentario sabio de don José Manuel Blecua. "Que nadie lo miraba, / Aminadab tampoco parecía, / y el cerco sosegaba, / y la caballería / a vista de las aguas descendía."

sábado, 31 de octubre de 2009

Aub en ABCD


El poema que hoy publica ABCD en exclusiva como inédito necesita, tal vez como ningún otro texto, una adecuada contextualización para que pueda ser correctamente valorado. Sacado de contexto, pareciera que es una defensa del estalinismo y del comunismo más ortodoxo y creo que nada más lejos, en mi opinión, de la forma de pensar de Aub. Es muy parco Joan Oleza, buen amigo, al explicar cómo y de qué forma le llega el inédito, al margen de señalar que es Elena Aub, siempre generosa, quien se lo facilita. Pero no es esa la información necesaria para valorar este texto, sino responder a otras preguntas; por ejemplo, entre otras, a estas: ¿por qué no incluyó Aub este texto en su Diario de Djelfa cuando lo editó en México en 1944 y en segunda edición en 1970? ¿Acaso no lo tenía a mano, se le había extraviado? ¿por qué Xelo Candel, que editó de nuevo el libro en 1998 no tuvo acceso a este texto que hoy se publica? ¿Tenía Aub el texto y evitó incluirlo junto a los poemas que forman ese estremecedor diario poético? Si es así, ¿por qué razones lo hizo? Creo que la respuesta a estas preguntas aclararía muchas dudas acerca del porqué no está incluido este poema en el libro del que debiera formar parte.

Aub, como tantos otros intelectuales europeos de aquel tiempo, se opuso al pacto germano-soviético y, como bien dice Oleza en su estupendo texto, lo consideró una traición al ideal revolucionario; la frase que entonces se acuñó fue algo parecido a “la revolución a ese precio no vale la pena”. Pero no olvidemos el calvario de cárceles y de campos de concentración que tuvo que sufrir Aub desde que fue denunciado anónimamente en París e ingresado en Roland Garros primero, en Vernet después y más tarde en Djelfa. La perspectiva de una victoria del nazismo era, en esos años, muy sólida. La decisión de Hitler de invadir la Unión Soviética marcó un antes y un después en el devenir de la guerra. La respuesta soviética, con Stalin al frente, conviene no olvidarlo, y la posterior y heroica victoria rusa en Stalingrado, léase el estremecedor libro de Vasili Grossman Vida y Destino, fue el hecho decisivo que cambió el rumbo de la guerra y facilitó la victoria definitiva sobre el fascismo.

Es fácil comprender con qué alborozo recibirían los que en ese momento estaban presos por antifascistas en los campos de concentración las noticias de la respuesta soviética a la invasión nazi. Es necesario no olvidar que Djelfa fue un campo de castigo del que nadie salía. Sólo en ese contexto cobran sentido las palabras de Aub en su poema. Esa victoria no hizo olvidar, sin embargo, los crímenes del estalinismo y la feroz represión llevada a cabo en esos años y en los inmediatamente anteriores, los tristemente famosos procesos de Moscú, por el régimen de Stalin. Insisto en que hay que leer el libro de Grossman para ver el sabor agridulce que dejó en muchos esa victoria sobre el nazismo: las injusticias y los muertos no los borran ni las estrategias ni la consecución de los fines militares por importantes que estos sean.

La historia es así y no se puede cambiar. Rusia ayudó a la República. Alemania e Italia a Franco y los suyos. Negrín contó siempre con el apoyo de los comunistas españoles. Aub fue siempre partidario de Negrín. Indalecio Prieto los expulsó a todos, Negrín y muchos más, Aub entre ellos, del PSOE en 1946. Hace muy poco se ha devuelto el carnet del PSOE a Negrín y a Aub. La historia no se puede cambiar, corregir errores sí, pero no cambiarla. Aub nunca fue comunista, sino socialista de raigambre liberal. También es verdad que nunca fue anticomunista y que defendió siempre la bravura con la que se batieron en nuestra guerra muchos comunistas honrados y anónimos. Pero eso no impidió sus agrias polémicas con ellos y que la forma de ver y entender el mundo de Aub, siempre liberal, chocara con la estrecha y rígida mentalidad de ellos. “No soy comunista, he sido, soy socialista” dejó escrito. Que todo el mundo lo sepa.

sábado, 24 de octubre de 2009

Violeta en la penumbra



Ayer se encontró con ella, por azar, en su vagar sin rumbo por las calles de la ciudad. No le costó reconocerla, a pesar de que hacía algunos años que no la veía, porque su rostro, que parecía anclado en el tiempo, era idéntico a como lo recordaba. Se mostró amable con ella. Se saludaron con un beso y cuando rozó levemente con sus labios la mejilla de ella, tuvo la sensación de que era como besar a una sombra. Le propuso entrar en un café. Aceptó, pero no tomó nada porque últimamente todo le resultaba insípido. Hablaron de ellos, quizá para darse cuenta, con Neruda, de que ya no eran los de entonces. Evitaron con elegancia referirse a sus circunstancias personales. Asintió, no sin cierto rubor, cuando creyó entender que le preguntaba por su viejo afán de llegar a convertirse en escritor. Con voz que parecía como envuelta en tinieblas, ella dijo que el azar truncó sus estudios de filosofía y que nunca pudo ejercer como profesora. La confidencia no pasó de ahí. Sin brusquedad él llevó la conversación hacia otros asuntos. Se interesó por lo que llevaba en aquella vieja carpeta que había dejado sobre la mesa. Apuntes de clase que repaso y ordeno, dijo ella por toda respuesta. Advirtió, anclada en el fondo de su mirada, una vieja melancolía. Durante un instante tuvo la tentación, como tantas veces hiciera en el pasado remoto, de indagar en las razones de esa nostalgia, pero desistió. Languideció la tarde de octubre detrás de los cristales del café. Un silencio incómodo se instaló entre ellos y comprendió que era llegado el momento de la despedida. Sintió el frío de su mano de nieve cuando la estrechó mientras ella dejaba en su mejilla un desangelado beso de adiós. La vio alejarse por la avenida, perdida entre los transeúntes como un incorpóreo fantasma del pasado. Pagó la consumición. Recogió sus cosas esparcidas sobre la mesa. Se desperezó. Salió a la calle y se reincorporó a su tiempo. Decidió tomar el autobús para volver a casa, no era cuestión de llegar tarde a la cena familiar y hacer esperar a su mujer y a sus hijos.

lunes, 19 de octubre de 2009

Nosotros los de entonces...


A menudo los poetas, como expresión de un sentir común, nos dejan en sus poemas versos que acaban independizándose del texto del cual forman parte y pasan al acervo colectivo como la expresión afortunada de un sentimiento común y repetido. Tantas veces hemos leído "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos" que solemos olvidar su origen y lo citamos, como si tal cosa, sin indicar, de tan sabida, la procedencia de ese magnífico verso. Pertenece, como todo el mundo sabe, al poema vigésimo del libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada, cuyo autor, es innecesario decirlo, fue el poeta Pablo Neruda. Hay en ese poema muchos otros versos logradísimos, que también han sido muy utilizados y citados, como aquellos que dicen: "Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. / Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido." Certeros del todo y muy transitados, cierto, pero no siempre indicando la fuente.

Leí ayer el estupendo artículo de Javier Cercas "Una nueva vida" en El País semanal. En él cita el narrador del artículo este verso de Neruda incluyéndolo en el texto sin la menor referencia, ni comillas, ni cursiva (en el fondo es lo mismo), ni la menor indicación a la autoría de Neruda. Claro, se me dirá que tampoco era necesario, pero no hubiera estado de más, tratándose del narrador de un escritor que "utiliza" el acierto de otro escritor, un guiño nerudiano al menos.

Eso no quita para que el artículo fuera muy interesante, como ya he dicho. Yo, como el narrador del artículo, también manejo el Diccionario de la RAE en el mismo monstruoso formato, por tamaño y volumen. Mi edición es la vigésima primera y es del año 1992. Para entonces cambiaron las definiciones de las palabras que cita el narrador; así de "mahometano" ya no dice lo que éste señala "Que profesa la secta de Mahoma", sino "Que profesa la religión islámica". Asimismo, de "cristiano" ya no dice "Que profesa la fe de Cristo", sino "1. Perteneciente a la religión de Cristo y arreglado a ella. 2. Que profesa la fe de Cristo, que recibió en el bautismo." Los cambios se comentan por sí solos, aunque no deja de resultar llamativo ese "arreglado a ella".

Hizo mal el narrador del artículo de Cercas en bajar la edición decimonovena en una bolsa al contenedor. Creo que la comparación y los cambios dicen mucho, en solo dos palabras (o entradas), de nuestra historia.

jueves, 15 de octubre de 2009

Zugazagoitia, Cruz Salido y catorce más


El Govern de la Generalitat, con acierto, ha solicitado la anulación del Consejo de Guerra sumarísimo que se llevó a cabo contra el presidente de la Generalitat Lluís Companys i Jover, capturado en Francia por la GESTAPO y entregado a la España de Franco. Fue sentenciado a muerte y ejecutado por fusilamiento en el Castillo de Montjuich el 15 de octubre de 1940.

Curiosa España esta. No han tenido tanta suerte, ningún gobierno los ha respaldado, Julián Zugazagoitia, Francisco Cruz Salido y los catorce republicanos fusilados la madrugada del 9 de noviembre de 1940 contra las tapias del Cementerio del Este de Madrid. Por cierto, la peripecia de Zugazagoitia es similar a la de Companys. Fue detenido por la GESTAPO en Francia y entregado a la España de Franco. Juzgado de urgencia en Consejo de Guerra sumarísimo y condenado a muerte. Estuvo recluido en la cárcel de Porlier.

Nadie ha pedido la anulación del juicio contra Zugazagoitia como nadie ha pedido tampoco la anulación del juicio, con condena de muerte conmutada, contra Julián Besteiro. A lo mejor es que no tienen la fuerza de un gobierno autonómico detrás.

Esta es la narración que hace de los hechos el historiador Francisco Moreno en el libro colectivo coordinado por Santos Juliá Víctimas de la Guerra Civil (Editorial Temas de Hoy.Historia, Madrid, 1999):

Aunque el grueso de los fusilados pertenecía a la clase obrera y eran gentes anónimas, también cayeron nombres importantes y apellidos sonoros, como Julián Zugazagoitia, diputado socialista y ex ministro. Detenido por la GESTAPO en Francia, fue devuelto a Franco y vino a parar a la cárcel de Porlier de Madrid. Fue fusilado en el cementerio del Este, en la madrugada del 9 de noviembre de 1940, junto con Francisco Cruz Salido, en una saca de 14 víctimas. Para mayor sufrimiento, por la mañana del día 8 hicieron correr el rumor de que sus penas habían sido conmutadas, hasta que llegó la trágica sorpresa del llamamiento para entrar en capilla. En aquel trance estuvieron acompañados por Cipriano Rivas Cherif, el cuñado de Azaña, compañero de celda, cuyas impresiones recoge Mirta Núñez: “Cruz Salido me hizo pocas recomendaciones. Él no perdonaba; pero no quería que su mujer viviera con la obsesión de un pedazo de tierra en España ante el cual venir a arrodillarse, ni que sus hijos volvieran nunca, si era posible, con idea alguna de venganza ni revancha inútil. Por eso no quería escribir ni que avisáramos a su familia de Madrid; para que no reclamaran el cadáver y se le enterrara en la fosa común... Zugazagoitia habló mucho más. Estaba terminando, con la misma letra clara, menudísima y regular, el cuento marinero para su hijo. Había escrito ya a los suyos. Me encargaba, sin embargo, para que no cupiese duda alguna de la última voluntad suya y de su compañero, que recordara siempre que tuviera ocasión a todos sus amigos y correligionarios aquel su firme deseo de que su sangre no sirviera nunca de mínimo pretexto para verter más sangre de españoles.”


Nota. Se advierte, tras la lectura de estas estremecedoras palabras pronunciadas con un pie puesto en el estribo, la fidelidad y la lealtad de estos hombres a España, a su España republicana, por la que acabaron dando, en contra de su voluntad, la vida. Honor y gloria a su memoria y a la de quienes murieron con ellos aquella madrugada.

viernes, 9 de octubre de 2009

Segovia

SEGOVIA

Dime si tú, Segovia,
lo viste cruzar un día,
como una sombra errante,
la agria melancolía
de tus plazas y tus calles.


Dime si es verdad
que una mañana de abril
lo viste alejarse solitario
después de haber dejado
ondeando la bandera tricolor
en el aire libre de tu cielo.


Dime, Segovia, lejana,
si también es verdad
que lloró la muerte
del mejor de tus capitanes,
escultor de luz y piedra,
Emiliano Barral, muerto
en los arrabales de Madrid
defendiendo las libertades
de un pueblo humillado
y ofendido durante siglos.


Dime, Segovia, qué queda
hoy de su encuentro con Guiomar
en la luz de tus atardeceres,
en la soledad de tus noches
de primavera, rumor de álamos,
viento del desamparo.


Dime, en fin, Segovia,
si lo recuerdas serio,
ensimismado en sus adentros,
meditabundo y silencioso,
con la ceniza del cigarro
en la solapa del gabán,
la mirada perdida en quién
sabe qué lejanías imprecisas,
siempre masticando versos,
desarbolando imágenes,
soñando una España mejor
que dejara de ser un trozo
de planeta por donde cruza
errante la sombra de Caín.



Dime, Segovia, qué queda
al correr de los años
en ti de su memoria.


Nota. La fotografía que ilustra la entrada es la fachada de la casa museo del poeta en Segovia. Este poema, junto al dedicado a Burgos y a Salamanca, ya publicados en la sección de poesía de este blog, forma parte de una suite castellana que voy dando a conocer en esta bitácora. El busto de Machado, de Pablo Serrano, es el del instituto de Soria.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Pasar a la historia


"Señores -dijo de golpe Leonardo, a contramano, por sorpresa, para desconcierto del atolondrado y semidormido auditorio de muchachos que lo escuchaban entre espesas brumas durante la primera hora de clase de aquel lunes-: Para nada debe preocuparles el oscuro concepto que encierra la consabida y lexicalizada expresión de pasar a la historia. Piensen que quien está inquieto por pasar a la historia, es decir, por quedar en la memoria de los demás, suele desatender, a menudo, los avatares de su propia y única existencia. Fíjense en que los grandes genios, los artistas consagrados que ya están en la historia, nunca lo buscaron deliberadamente y seguro que les importó un comino la susodicha cuestión. Por ello, no voy a hablarles hoy de eso, sino de quienes pasan a la historia por méritos ajenos, en función de lo que otros, y no ellos, hicieron. Lo mejor es empezar por poner ejemplos. Ahí van unos cuantos en forma de interrogaciones retóricas. ¿Quién se acordaría hoy de Isabel Freyre, de Antonio de Fonseca, si Garcilaso no la hubiera convertido en la Elisa de sus versos? ¿Quién de la duquesa de Soma si Boscán no le hubiera escrito tan celéberrima epístola? ¿Quién habría rescatado del olvido el nombre de fray Juan Gil de no haber sido por Cervantes? ¿Y de Casta Esteban quién se acordaría de no ser por Bécquer? ¿Y de Felipe Acedo Colunga si no fuera por Besteiro?" Leonardo observa que una mano se levanta e interrumpe su discurso. Con un gesto Leonardo concede la palabra a su joven interlocutor y este pregunta: "¿Quién era Besteiro?" Leonardo le mira con ojos de desconcierto y le responde: "Alguien que merece sobradamente estar en la historia, esto es, en la memoria y la consideración de las gentes. Me anticipo a su porqué y le invito a que descubra por usted mismo las razones."

Leonardo dio la clase por acabada cuando llegó el momento no sin poder evitar pensar que sus jóvenes alumnos y él vivían en países diferentes con historias distintas.

Nota. La foto que ilustra la entrada es de la estatua de Ataúlfo Argenta y la tomé en Castro Urdiales.

martes, 6 de octubre de 2009

Octubre



OCTUBRE

Octubre, apagado fulgor de la luz sobre los campos.

Octubre, incipiente otoño que se extravía

dislocado en el rastro inservible
de las hojas muertas contra el asfalto.

Octubre, sosegado silencio que deja
una paz infinita en el corazón.

Octubre, imprecisa y renovada memoria
de la que en otro tiempo fuiste y aún
sigues siendo.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Julián Besteiro: morir en Carmona / y 4


Los escenarios de la memoria

El Monasterio de Dueñas


Aparcaron los coches frente a la fachada, un tanto escurialense, del monasterio. Al descender del vehículo, Besteiro se detuvo un instante a contemplar una era en la que algunos labradores trillaban el trigo recién recogido. Al fondo de la era, un edificio alargado en forma de nave industrial, con una sola chimenea en la parte central del tejado. Construido con ladrillos de color rojizo, tenía todo él doble hilera de ventanas. La fachada, orientada al mediodía, era igualmente rojiza. En la esquina más meridional del edificio, en el piso superior, había una galería acristalada con ventanas de cuarterones; unos metros más allá, una alta chimenea arrancaba desde el piso bajo.



Una puerta con contraventana separaba la estancia de la galería acristalada. Besteiro abrió la puerta y accedió a ella. Era un agradable cuarto, muy al estilo de las casas del norte, muy soleado y amueblado con un tresillo y una mesa camilla. A través de los cristales se podía ver la casa de labranza que quedaba junto al monasterio, la tapia que corría paralela a lo largo del camino, y, al fondo, la alameda del río, apenas a kilómetro y medio de aquel lugar.



La estación de Guadajoz

La luz cegadora del mediodía los vio llegar y el aire estremecido por el sofocante calor fue para ellos como un desolado recibimiento de bienvenida. La estación de Guadajoz los envolvió en el ámbito triste de su desamparo y no vieron entonces, cuando abandonaron los desvencijados vagones de aquel tren, sino el pequeño edificio y los muros de un patio en el que crecían algunos limoneros.


El camino, pedregoso y polvoriento, discurría en línea recta atravesando llanuras y campos de mieses amarillentas. Pequeños alcores, desiertos de vegetación, apuntaban en el horizonte. Dispersos grupos de árboles con sus hojas bamboleadas por el escaso viento. El cielo, de un azul intenso, estaba surcado por errantes y algodonosas nubes. Los camiones dejaban tras de sí una nube polvorienta en su lento traqueteo, en su avance cansino a lo largo del camino.



Carmona


Instalada la celda a la que había sido trasladado Besteiro en la parte alta de la prisión, se accedía a ella a través de un oscuro y destartalado desván al que los presos llamaban el "palomar" (...) En los días claros, que eran la mayoría, se divisaba, desde la ventana enrejada, aunque fuera necesario subirse para ello a una silla, un panorama de tejados y campanarios. Se veía también la fachada del Palacio del Marqués de las Torres y ya muy de refilón se dejaban ver las almenas del Alcázar del Rey don Pedro y la llanura del Corbonés que se iba perdiendo en el horizonte.



En el pequeño patio, frente a la puerta principal de la iglesia, se reunió la reducida comitiva que iba a proceder a la exhumación de los restos de Besteiro. Precedidos por el enterrador, Fernando Gómez, el hijo mayor del Antequerano, salieron a la calle y rodearon la iglesia para llegar a la entrada del cementerio.



El sol declinaba y dejaba su luz rojiza a lo lejos. En silencio llegaron hasta la puerta del corralito que era el cementerio civil. Nadie había sido enterrado en los últimos veinte años en ese lugar. El patio volvía a mostrar un aspecto desolador y descuidado. La maleza lo invadía todo. El enterrador procedió a destapar el nicho. Primero retiró, después de desclavarla con cuidado para que no se rompiera, la lápida.





Cementerio Civil de Madrid: 1960

Llegaron al cementerio y se dirigieron al lugar donde una tumba abierta en el suelo esperaba la llegada del féretro. Los funcionarios lo sacaron del coche y mediante cuerdas lo bajaron hasta el fondo de la tumba. Jaime Cebrián arrancó una pequeña ramita de uno de los árboles de los alrededores y la arrojó sobre el ataúd que contenía la memoria de su tío. Después los funcionarios procedieron a sellar la piedra granítica que habría de cubrirlo con su color gris pardusco. Lisa de todo adorno. Sólo su nombre en la cabecera de la tumba.



Una mujer, que ha estado observando las operaciones de los enterradores desde lejos, espera a que éstos terminen y se acerca, cuando ya no queda nadie frente a la tumba. Mira la inscripción, el nombre, el apellido. Vuelve a donde estaba y toma un clavel rojo de los que ha llevado a la tumba de su marido, muerto por fusilamiento en septiembre del treinta y nueve. Regresa junto a la tumba de Besteiro y lo deposita sobre la lápida de granito, junto a su nombre. Vestida de negro, se aleja caminando lentamente por los senderos de gravilla, bajo la luz cegadora del mes de junio.