AUTORRETRATO
Ya hace tiempo que no tengo el favor de los
Virgilio, Eneida, Libro II, v. 633.
He llegado, tras de no pocas adversidades,
a la edad madura de mi vida,
de modo que se hace preciso escribir
algunos versos que hablen de mí.
Cuando mis ojos despertaron a la luz,
era tiempo de edificios derruidos en Europa
y de guerras duramente perdidas en España.
Mi infancia es la memoria del agua,
varada en el Mar Menor y su ribera,
y de las aladas calles de la Ciudad del Aire,
secreta y lejana, improbable como el paraíso.
Fue mi juventud un destino itinerante,
soledad de ciudades apenas entrevistas,
de inviernos ateridos en tierra adentro,
de veranos largos y cálidos frente al mar.
Yo también, como casi todos, he vivido
algunas historias que me duele recordar.
Mas he conocido la plenitud del amor
que desbarata las sombras y la dicha
de haber amado intensamente y el gozo
de prolongar el amor en otras miradas
que pertenecen a otra edad, a otro tiempo,
a un incierto futuro que ya no será mío.
Ni me gusta el mundo en que vivo
ni el tiempo que me ha tocado vivir.
Con los años he ido perdiendo,
irremisiblemente, la fe en los demás.
Me gustaría escribir que soy libre y feliz,
pero me lo impide la agónica mirada
de los niños que se mueren de hambre.
En el fondo de mi corazón enajenado,
a despecho de la miseria y la injusticia,
aletea indeleble el vuelo de la esperanza.
La memoria sustenta siempre mi escritura
y la melancolía de los sueños imposibles,
desarbolados en el árido combate
contra la dureza altiva de la vida.
Lo que más me gusta es escribir
y leer lo que otros han escrito,
siempre que me resulte dulce y útil.
Es probable que también mi voluntad
sucumbiera en una noche de luna,
mas hace ya tiempo que perdí el favor
de los dioses y alargo, en vano, mis años.
Para cuando llegue el final del sueño,
que no tenga la luz color de cementerio
ni se estremezca el viento de la tarde,
que me lleven lentamente las sombras
y que naufrague mi voz, desmoronada y sola,
en el oscuro mar de la calma y el olvido.