miércoles, 22 de febrero de 2017

La iglesia española en 1936: El cura de Almuniaced / y 2



A las pocas semanas de iniciada la guerra, los anarquistas entran en Almuniaced y convierten la iglesia en granero, al tiempo que organizan una quema de las imágenes en la plaza del pueblo. Don Jacinto, alarmado ante la posibilidad de que quemen a Cristo esos "satanases", tiene la siguiente conversación con el sacristán:

Y saltó ciego de ira repentina, temiendo verle aparecer entre remolinos de polvo hacia un hondo Calvario de cardos y ceniza.
   - ¡Satanases! -gritó-. ¡Van a quemar a Cristo!
   Bajaba las escaleras como un torbellino cuando le detuvo el sacristán.
   - ¿Ande va Ud.?
   - Van a quemar a Cristo esos caínes.
   - ¡Qué han de quemar! ¡Hala!, vuélvase arriba.
   - No me da la gana; ¡aparta!
   El sacristán le empujó dulcemente.
   - Le digo a Ud. que no lo queman. Dicen que es de los suyos...
   - ¿Eh?
   - Sí, que es rojo también, y que no lo queman.
   - ¡De los suyos!... ¡Qué ha de ser de los suyos! -y se le quebró la voz sintiendo algo muy suave, muy dulce, que le nacía en las entrañas.
   - ¡Hala!, siéntese; ya verá como con Él no se meten.
   - ¿No me engañas?
   - ¿A santo de qué le he de engañar? Yo mismo he visto el cartel que le han puesto pa que nadie lo toque.
   - Otro inri -refunfuñó el párroco.
   - Nada de inris -protestó el sacristán-, allí lo que dice, poco más o menos, es lo siguiente: "Compañero, este es de los nuestros. Respétalo".
   Mosén Jacinto se enjugó el sudor. Lo tenían por suyo, por uno de los suyos..., pero ellos... ellos, ¿eran de Él?

Considerar a Jesús el primer revolucionario era un lugar común entre algunos anarquistas, así que esta escena del libro de Arana, que termina con ese interrogante de tan difícil respuesta, más allá de que esté o no inspirada en algún suceso real, resulta eficaz y lograda y despierta en el párroco, y también en le lector, cierta simpatía por esos "caínes" que parecen no respetar nada de lo suyo.

sábado, 11 de febrero de 2017

La Iglesia española en 1936: El cura de Almuniaced /1


En su tiempo dejé escrito, probablemente en un artículo periodístico, que El cura de Almuniaced me parecía una de las mejores novelas cortas escritas sobre la Guerra Civil Española. Releo, de hecho el releído este libro varias veces, estos días el texto en la edición de Luis A. Esteve Juárez (Renacimiento, 2005) y no me queda otra que ratificarme en el juicio que entonces emití sobre la obra. 

No es cuestión de volver a analizar la novela ahora, tantos años después, pero me he fijado en la conversación entre Mosén Jacinto, el cura unamuniano protagonista de la historia, y don Juan, el Sr. Notario, representante de la España que apoyó sin fisuras el Alzamiento. Lo que me parece más destacado de ese diálogo, y es la razón por la que lo traigo a estas páginas volanderas, es la concepción que tiene de la religión cristiana y de la Iglesia que la sustenta don Jacinto, tan lejana de lo que luego fue la postura oficial de apoyo a lo que acabaron denominando "Cruzada de liberación".

Por los balcones del Casino, abiertos de par en par, salía el mugido de la radio. Mosén Jacinto cruzó la calle en cuatro zancadas. Entró en el zaguán.
   - Hasta luego.
   - Con Dios, señor cura.
   Subió como una tromba, temiendo y deseando conocer las proporciones del desastre.
   Una voz ronca se deshacía en chillidos histéricos: "...¡Españoles! Frente a la anarquía y al caos, frente a la anti-patria, es imposible dudar. Nuestro glorioso Ejército ha emprendido la cruzada salvadora. En este momento solemne solo cuentan los intereses sagrados de Dios y de la Patria. ¡Viva España! ¡Viva España! ¡Viva España!"
   Empujó la mampara hablando para sí:
   - ¡Qué España va a vivir, si la están matando!
   Dentro las fuerzas vivas de Almuniaced vociferaban en pequeños grupos. Se le acercó el Sr. Notario -alto, cetrino, marchoso- con un destello bronco en la pupila agitanada.
   - Al fin llegó la nuestra, Mosén Jacinto.
   Se le encendió la sangre al viejo párroco:
   - ¿La nuestra? Será la suya, señor don Juan. Yo, aunque indigno, soy ministro de una religión que es toda amor y caridad, toda misericordia; que prohíbe expresamente la venganza, y cuyo quinto mandamiento es "No matarás".
Solo quiero destacar, en fin, el sintagma con el que define don Jacinto a la religión cristiana y por ende a la Iglesia que la ampara; es, según la concepción de este cura tan entrañable de la novela de Arana, una definición nítida y lúcida que no necesita la más mínima explicación: "una religión que es toda amor y caridad, toda misericordia".