miércoles, 15 de junio de 2016

Los sentimientos extinguidos, una historia con derrota de Alberto Ruiz-Borau



Algunas veces, repasando las viejas fotografías sobre las que se ha puesto el tiempo amarillo, se tiene la sensación de que el pasado, inmóvil allí y detenido, es ya irrecuperable, porque en ellas faltan los sentimientos que nos alentaron entonces. Esos sentires se extinguieron y tal vez resulte una tarea inútil intentar revivirlos a través de la ficción narrativa; así que, como Neruda, podría decirse que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Algo parecido a eso es lo que le ocurre a Martín Bagües, el periodista que protagoniza la última entrega novelesca de Alberto Ruiz-Borau, cuando regresa de un largo exilio, tras haber sido un activo reportero de guerra en la Guerra Civil Española, y se detiene en casa de su hermana, en Barcelona, ciudad en la que mayoritariamente transcurre la historia, a "repasar las edades de su vida congeladas en pedazos de cartulina" (255).

La novela empieza en algún momento de 1935, con los inicios como periodista de Martín Bagües en un periódico de poca importancia llamado Diario del Este, bajo las órdenes de Gabriel, su director, quien se hará comunista al estallar el Alzamiento y la Revolución. Desde el principio el lector, al menos el que yo soy, tiene la impresión de que Martín es un personaje de estirpe barojiana; cuando su director le pregunta qué piensa hacer ante la revolución, le responde que nada, porque "las revoluciones son como los volcanes, no se puede hacer nada contra ellas" (40). Martín reconoce que no tiene bando, aunque sus actitudes sean las de un convencido republicano, nada partidario del golpe militar, muy consciente de sus orígenes humildes y de su pertenencia a la clase trabajadora. Cuando se produce el Alzamiento en Barcelona, Martín dice: "yo no tenía armas, ni ganas, solo mi Leica, y me fui a la plaza de Cataluña" (62).

En el desarrollo de la trama se nos muestran las historias amorosas del protagonista y destaca la que mantiene con una mujer llamada Matilde, a quien ama a pesar de  que  "la política y las diferencias sociales abren un abismo" (49) entre ellos. Es Matilde hija de unos industriales barceloneses. Pertenece a una familia conservadora. Uno de sus hermanos se hace falangista. Será esta una relación apasionada y conflictiva a lo largo de la novela y dejará profunda huella en Martín. Su desenlace no se desvelará hasta las páginas finales del libro. Sin duda es la más compleja y la más interesante, al tiempo que la mejor contada.

La otra relación amorosa, que sirve de contrapunto a la anterior, es la que mantiene Martín con Anita, una mujer unos años mayor que él, que evoluciona hasta convertirse en una miliciana que participa, en agosto de 1936, en la expedición a las Baleares, a Mallorca, a Manacor, donde coincidirá con Martín, que va a cubrir esos hechos como informador. Es Anita un personaje entrañable con un final triste.

Entre la galería de personajes, además de los señalados, hay que destacar a Miguel, amigo de años de Martín. También destaca, o al menos a mí me ha resultado muy interesante, don Fermín Alonso, doctor en medicina, madrileño, que se dirigía a San Sebastián para dictar unas conferencias cuando a raíz de los acontecimientos, termina en Barcelona. Allí dialoga con Gabriel y con Martín y analiza, con escepticismo, la situación: "hay tanto odio que durará cien años", a lo que Gabriel responde que "solo nos defendemos" (75), para puntualizar don Fermín aciaga y proféticamente: "cuando hay un enfrentamiento como el que sufrimos, no hay fuerza que lo detenga si no es por la destrucción de una de las partes" (76). Don Fermín reconoce que es "pesimista y conforme acumulo años lo soy más" (77).

Una de las tesis que se desprende de la narración de los hechos -algunos de ellos son reales, el propio autor nos revela en una nota final sus fuentes- que se van narrando en la novela la expresa muy bien, con concisión y brevedad, Martín: "la mía es una historia triste, las historias con derrota siempre lo son" (109).

A pesar de que se desprende del relato la idea de que la lucha por la República era una causa justa, más allá de las torpezas y de la violencia inútil, injusta y gratuita, hay una pátina de escepticismo que lentamente lo va cubriendo todo; en este sentido, reflexiona Martín: "¿Qué se puede esperar de la gente? ¡Nada! Aún deben vagar por los campos de España los muertos de la guerra preguntándose por qué y para qué murieron" (114). De ese desencanto y previendo un futuro duro y difícil participa, en cierto modo, también Miguel, el mejor amigo de Martín, quien, siguiendo a Azaña, vaticina que la democracia, tras la derrota de la República, tardará en volver cincuenta años a España: "¿sabes lo que son cincuenta años, Martín?" (147).

En tanto que se trata de una historia conocida, me refiero a la de la derrota de la República, conforme avanza la narración hacia su final, el tono se vuelve más triste y más melancólico. En un momento Martín, quien no ha sido combatiente sino reportero, resume así su paso por la guerra: "Me han disparado, perseguido a campo través, matado a gente que estaba a mi lado y estuve en los bombardeos de Barcelona, aunque allí vi pocos muertos, la mayoría eran pedazos de muerto, así que para contarlos hay que contar las cabezas. ¿Te parece bastante?" (161).

En las páginas finales se narra la marcha al exilio francés, a finales de enero de 1939, de Martín Bagües. Confundido entre la población civil y militar que trata de buscar refugio en el país vecino, Martín se siente parte de un único cuerpo, de una única alma, la de los vencidos, a quienes retrata así con claros rasgos unanimistas: "Si alguna vez hubo diferencias entre una y otra persona, habían desaparecido. La enfermedad, la desgracia, la miseria y la muerte nos hacían a todos igualmente desamparados en un universo que se había encogido y en cuyo interior se agitaban cientos de miles de personas" (221).

Llega nuestro protagonista a París, donde malvive cambiando de oficio, hasta que decide marcharse al exilio en México. En octubre de 1975 regresa a Barcelona, tras una vida vivida en tierras mexicanas. Esta podría ser la interesante reflexión final de Martín cuando vuelve a la que fue su ciudad: "Me ha costado mucho comprender que la felicidad no existe, si acaso momentos felices, algunos tan intensos como para parecernos que hayan de durar siempre. Una ilusión de juventud que habremos de pagar con desengaños según pase el tiempo" (243). Esos momentos intensos, así como los desengaños que se ocultan tras ellos, son los que nutren las páginas de la memoria y de la narración de Martín Bagües.

Pertenece por edad, no llegaba a los diez cuando estalló la Guerra Civil, Alberto Ruiz-Borau a la llamada generación de los niños de la Guerra. Escribe, por consiguiente, de un periodo que vivió de modo consciente y lo hace apoyado en sus propios recuerdos, algunos de los cuales se filtran en las páginas de la novela, y en los que otros le han cedido a modo de testimonios verídicos de aquellos dramáticos años. La escritura de Ruiz-Borau ficcionaliza ambos y nos los devuelve convertidos en una novela testimonial y melancólica que deleita y enseña a un tiempo, tal como quería Horacio.

RUIZ-BORAU, Alberto, Los sentimientos extinguidos, Editorial La fragua del trovador, Zaragoza, 2016, 259 pp.