Soy lector de la obras de Mendoza desde hace tantos años que rara vez he faltado a la cita que cada cierto tiempo nos convoca a las librerías para adquirir su nuevo libro. Esta vez, sin embargo, debo confesar que me mostraba remiso a la hora de hacerme con Riña de gatos. Madrid 1936. Tal vez el premio que la avalaba era más un inconveniente que un acicate. ¿Qué necesidad tenía -me preguntaba mientras con un ejemplar de la novela en las manos valoraba si me decidía finalmente a hacerme con él o no- un autor tan prestigioso como Mendoza, con una obra literaria tan consolidada, de presentare a un premio así? Leí las dos primeras páginas para ver si me ayudaba o no a decidirme. Fue decisivo. Las terminé, me dirigí a la caja, pagué, me llevé el libro. Esa noche leí setenta páginas de un tirón. Lo dejé porque al día siguiente a las siete menos cuarto debía estar en pie. Lo terminé pocos días después. Un acierto, un acierto rotundo. Dinero bien gatado (el ordenador se come la ese y pienso que es un juego de palabras con el título, así que lo dejo tal cual).
Dos ejes vertebran la narración: de un lado la reflexión sobre el arte, la pintura y la figura de Velázquez, de otro las intrigas previas al golpe de estado de julio del 36. Todo ello visto a través de la figura de un crítico y profesor de arte inglés que viaja a Madrid en la primavera de ese fatídico año, lo que supone un acierto en la perspectiva desde la cual se cuenta un relato que necesita, por su materia, de un distanciamiento necesario. Se entreveran en el tejido de la novela la intriga de carácter policiaco, los enredos que proceden de la novela galante o del vodevil, el sentido del humor que facilita escenas cómicas de puro enredo, las tramas políticas que condujeron al golpe y sobre todo, la figura de José Antonio Primo de Rivera, que ya había aparecido en la estupenda novela de Sánchez Dragó Muertes paralelas.
Pocas veces los novelistas se han fijado con tanta insistencia en la peripecia política y personal de José Antonio como lo ha hecho Mendoza. El clima de violencia de aquellos días, los mítines en el cine Europa, las tertulias y cenas con Sánchez Mazas, Ruiz de Alda, Fernández Cuesta y otras figuras relevantes entonces, los contactos con el general Franco, la detención y el encarcelamiento de la cúpula de Falange. Pocas veces, con la excepción ya mencionada de Sánchez Dragó, había visto aparecer esos asuntos en una novela y en eso acierta de lleno Mendoza y además resulta innovador al novelar lo que pocos habían hecho antes y haciéndolo además con una obra que tiene una decidida voluntad popular, mayoritaria, de dirigirse a un público amplio sin perder ni el rigor ni la calidad literaria de sus grandes novelas. Valga este fragmento de una conversación entre José Antonio y Anthony Whitelands al final de la novela en la que el líder de Falange se lamenta de su fracaso:
Yo quería la paz y la reconciliación. Pero no me han dejado. He dado mi vida por España y España me ha vuelto la espalda. He defendido a la clase obrera y la clase obrera, en vez de escucharme, me ataca. Nadie me hace caso. Y, sin embargo, yo podía haber logrado lo que nadie ha logrado ni logrará: superar la lucha de clases insensata, echar los cimientos de una España nueva, la patria de todos. Me he esforzado en vano: los españoles prefieren seguir con sus ideologías anacrónicas, su demagogia oscurantista, su caciquismo disfrazado de democracia y su salvaje ajuste de cuentas. ¿Qué diferencia hay entre sacar en procesión la imagen del Sagrado Corazón y quemarla? Este es un país cavernario, hundido en la miseria, la atonía y la falta de higiene.
La novela de Mendoza supone otra manera, distanciada e irónica, más narrativa y literaria, de acercarse a la dura realidad española en vísperas de la guerra civil desde un punto de vista amplio, pues no sólo la figura de José Antonio puebla estas páginas, también aparece en la parte final un fidedigno retrato del presidente Azaña. Además conviene no olvidar las soberbias páginas dedicadas a la reflexión sobre el arte, a la figura y la obra de Velázquez, páginas en la que brilla la prosa de Mendoza con transparente hondura. En fin, esta novela no es en absoluto una obra menor ni una obra oportunista para ganar un premio como el que ha ganado, sino una obra de calado, llena de amenidad y viveza narrativa que hará disfrutar al lector que se adentre en sus páginas.