La pasión irreprimible rompe los convencionalismos y deshace las ataduras que nos echaron encima desde antes de nacer. Nada se puede contra el grito de la sangre. Y es mejor seguir el camino de la sangre que estar “vivo con ella podrida”. Aunque la fatalidad le persiga, Leonardo huye con la Novia y dispara la trama de la tragedia que acabará, inevitablemente , en muerte y desolación. A la mujer de Leonardo, en Bodas de sangre, le espera un destino aciago: “Tú, a tu casa. Valiente y sola en tu casa. A envejecer y a llorar. Pero la puerta cerrada. Y vengan lluvias y noches sobre las hierbas amargas.” La Madre del Novio grita su rabia y su desesperación y pareciera, en sus palabras, que Lorca esté hablando de sí mismo de forma premonitoria:
Benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos; bendita sea la lluvia, porque moja la cara de los muertos. Bendito sea Dios, que nos tiende juntos para descansar.
Juntos están el maestro, el poeta y los dos banderilleros. Maleza alimentaron sus cuerpos, que no trigo, en un paisaje agreste y desolado. El destino los juntó para que inertes acabaran tendidos y confundidos en la muerte, en la soledad irremediable de la muerte. Cuántas veces las madres de tantos que murieron de forma similar a la de Federico García Lorca no se preguntarían lo mismo que la Madre de la Novia: “¿No hay nadie aquí? Debía contestarme mi hijo. Pero mi hijo es ya un brazado de flores secas. Mi hijo es ya una voz oscura detrás de los montes.”