Hay una frase, dicha por uno de los personajes de esta estupenda novela, que es un poco la clave y el resumen de su sentido más profundo, al menos así lo interpreto como lector: “La memoria no está en uno mismo, sino en los demás, que son quienes le dan de verdad su sentido.” Es esta una idea sugerente, sin duda. Vivimos, pues, y es la huella de lo que hacemos y pensamos, el recuerdo que los demás guardan de nosotros, de quienes fuimos o intentamos ser, lo que da sentido a la memoria. Así, es el proyectarnos en los demás lo que constituye la base de lo que quedará de nosotros, si es que algo queda y no nos disolvemos inevitablemente en el olvido. Por eso siempre son los otros los que mantienen viva la memoria de los que ya no están y sólo en ese esfuerzo y en esa constancia reside la lucha contra la desmemoria y el olvido.
Aquí se cuenta, fragmentada, con saltos hacia atrás en el tiempo, desde distintos puntos de vista, la historia de un asesinato atroz cometido en una época siniestra y dura, la que se corresponde con la invasión de Polonia por parte de los nazis en 1939. Pero podía haber ocurrido perfectamente en cualquier otro lugar, en cualquier otra época. Si el profesor de literatura y poeta vanguardista salvajemente asesinado en vez de llamarse Cezary Ciéslak se hubiera llamado Roberto Almar, pongo por caso, la maldad hubiese sido la misma. Pero no es solo la brutalidad de los invasores lo que se pone en solfa, sino la actitud miserable e incalificable de los compañeros de claustro del profesor asesinado y la tergiversación interesada que se hace de la memoria histórica. Es esta una novela contra la mezquindad y la hipocresía, contra la bajeza moral de quienes fueron cómplices de la barbarie desde su silencio y su actitud aquiescente.
Al oeste de Varsovia es también una indagación, una búsqueda, la que lleva a cabo una joven empeñada en averiguar la verdad sobre el asesinato del poeta y profesor. Encontrará un silencio espeso, un olvido deliberado, una monstruosa complicidad y una actitud deleznable por parte de quienes en su día fueron testigos del suceso. El paso de los años y la desmemoria han desdibujado los acontecimientos hasta conseguir que no quede apenas rastro de ellos. Sólo la tenacidad y la perseverancia permitirán a la joven reconstruirlos parcialmente, con una gran penuria de datos, aunque con ayudas generosas y solidarias. Al mismo tiempo, esa joven, recién separada del nieto de Cezary Ciéslak, se nos presenta perdida en su propio laberinto, en su íntimo sufrimiento, en su soledad.
Cilleruelo es poeta y se advierte en su forma de narrar. Hay muchos aciertos estilísticos en la novela y también estructurales, en la formar de dosificar e integrar el material narrativo en pequeños capítulos que se alternan constantemente. Una novela que se lee de un tirón; muy recomendable por muchas razones, entre otras por su calidad literaria.
Aquí se cuenta, fragmentada, con saltos hacia atrás en el tiempo, desde distintos puntos de vista, la historia de un asesinato atroz cometido en una época siniestra y dura, la que se corresponde con la invasión de Polonia por parte de los nazis en 1939. Pero podía haber ocurrido perfectamente en cualquier otro lugar, en cualquier otra época. Si el profesor de literatura y poeta vanguardista salvajemente asesinado en vez de llamarse Cezary Ciéslak se hubiera llamado Roberto Almar, pongo por caso, la maldad hubiese sido la misma. Pero no es solo la brutalidad de los invasores lo que se pone en solfa, sino la actitud miserable e incalificable de los compañeros de claustro del profesor asesinado y la tergiversación interesada que se hace de la memoria histórica. Es esta una novela contra la mezquindad y la hipocresía, contra la bajeza moral de quienes fueron cómplices de la barbarie desde su silencio y su actitud aquiescente.
Al oeste de Varsovia es también una indagación, una búsqueda, la que lleva a cabo una joven empeñada en averiguar la verdad sobre el asesinato del poeta y profesor. Encontrará un silencio espeso, un olvido deliberado, una monstruosa complicidad y una actitud deleznable por parte de quienes en su día fueron testigos del suceso. El paso de los años y la desmemoria han desdibujado los acontecimientos hasta conseguir que no quede apenas rastro de ellos. Sólo la tenacidad y la perseverancia permitirán a la joven reconstruirlos parcialmente, con una gran penuria de datos, aunque con ayudas generosas y solidarias. Al mismo tiempo, esa joven, recién separada del nieto de Cezary Ciéslak, se nos presenta perdida en su propio laberinto, en su íntimo sufrimiento, en su soledad.
Cilleruelo es poeta y se advierte en su forma de narrar. Hay muchos aciertos estilísticos en la novela y también estructurales, en la formar de dosificar e integrar el material narrativo en pequeños capítulos que se alternan constantemente. Una novela que se lee de un tirón; muy recomendable por muchas razones, entre otras por su calidad literaria.
Nota. José Ángel Cilleruelo mantiene un estupendo blog titulado El visir de Abisinia, al que se puede acceder desde "elvisirdeabisinia.blogspot.com" y desde los "enlaces" de este blog.