El siglo XX nos dio sobradamente muestras de que somos capaces de lo peor, pero también de lo mejor. Las experiencias terribles de los campos de exterminio nazis nos enseñaron la peor cara de lo que somos, bien podría decirse que la humanidad tocó fondo en ese momento; pero, al mismo tiempo, en exacta sincronía, la Maternidad Suiza de Elna nos dio un ejemplo de que también se puede hacer el bien absoluto y de modo desinteresado. Mientras personajes siniestros diseñaban la llamada “solución final” y enviaban a las cámaras de gas a mujeres y niños principalmente, aunque de modo general a todo aquel que no pudiera ser explotado como mano de obra esclava, Elizabeth Eidenbenz y los que con ella trabajaban ayudaron a venir al mundo a muchos niños y niñas cuyas madres estaban, en condiciones infrahumanas de desnutrición y de desprotección, prisioneras en los campos de concentración del sur de Francia, habilitados en las arenas de las playas de Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien y Rivesaltes por las autoridades francesas para albergar, ¡qué irónicamente traicionan las palabras!, a los refugiados republicanos españoles. El trabajo de esta maestra suiza, enfermera voluntaria, salvó la vida a más de seiscientos niños que allí nacieron desde 1939 hasta que la Maternidad hubo de cerrarse por presiones de los nazis en 1944. También, al asociarse la Maternidad con la Cruz Roja, se atendió allí a muchas madres judías que consiguieron así salvarse de las crueles leyes que obligaban a los ciudadanos franceses a delatarlas, con lo que ello suponía de deportación a los campos del infierno concentracionario nazi. Estos dos ejemplos que traigo hoy a esta entrada nos muestran dos aspectos, dos actitudes en todo diferentes: el mal absoluto de los dirigentes nazis que idearon y llevaron a cabo la solución final y el altruismo filantrópico de personas que como Elizabeth Eidenbenz hicieron desinteresadamente el bien absoluto. Así somos.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
jueves, 24 de noviembre de 2011
Oración por don Antonio Machado
A todos vosotros en recuerdo de nuestra
visita a Elne y Collioure
Amigos:
Considerad la vida de un poeta, así empezaba el discurso que Azorín leyó junto a Baroja ante la tumba de Larra el 13 de febrero de 1901 y así comenzamos también el nuestro, considerad la vida de un artista misterioso y silencioso, cuya mirada era tan profunda que apenas se podía ver, como escribiera de él Rubén Darío; considerad la vida de un escritor de palabra diáfana y profunda, en cuyos versos siempre se veía arder la luz de sus pensamientos, como dejó dicho el vate nicaragüense; considerad la vida de un hombre que unió su destino final al del pueblo al que pertenecía y a cuyo lado siempre quiso estar; considerad, en fin, la vida de un poeta que recorrió incansablemente las secretas galerías de su alma para dejarnos proverbios tan luminosos como este: Poned atención: un corazón solitario, no es un corazón.
He ahí, en esos versos, la razón por la cual vosotros hoy, jóvenes del siglo XXI, habéis venido a este lugar a honrar la memoria de quien nunca persiguió la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres su canción. Habéis venido porque sois jóvenes y porque el verso y la palabra del poeta son aún capaces de iluminar vuestros pensamientos y de estremecer vuestro sentir. Habéis venido porque sois jóvenes, sí, pero también porque entendéis que no seríamos lo que somos sin el trabajo, el esfuerzo, el sufrimiento, la inteligencia y la creatividad de quienes nos precedieron. Habéis venido, en fin, porque aunque jóvenes, sabéis distinguir muy bien las voces de los ecos y habéis aprendido a escuchar entre las voves una, la de los poetas, la de quienes lucharon por legarnos un mundo más justo y más solidario. Sé que en eso estáis y estaréis siempre.
Porque sabéis que el mejor homenaje que se puede hacer a un escritor es leer sus obras, habéis venido aquí para decirle en voz baja al poeta que su palabra sigue viva entre vosotros y que la belleza de sus versos os conmueve y emociona.
Y te enviaré mi canción, se canta lo que se pierde..., dejó escrito el poeta y vosotros sabéis que de ese sentimiento elegíaco de nostalgia nace toda la poesía; de esa añoranza es de la que se nutren estos versos de otro autor sevillano dedicados como homenaje a nuestro poeta: Hablaste tú muy bajo, para ti mismo, a solas, / buscando a Dios entre la niebla siempre, / e hicieron de tu voz megáfono de feria. / Mas que te importa a ti, que quisiste quedarte / por entre inextricables galerías. / Hay un sitio muy tuyo que aún no he visitado. / Algún día también yo iré a Colliure.
Pero vosotros, amigos, sí habéis venido y en el momento de la despedida nada mejor que las palabras que cierran la oración laica que Rubén Darío escribió para don Antonio: Montado en un raro Pegaso, un día al imposible fue. Ruego por Antonio a mis dioses; ellos le salven siempre. Amén.
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