Es cosa sabida que don Manuel Azaña no fue un presidente al uso. Numerosas razones lo abonan. No es lo corriente que un presidente se desvíe del argumento político al escribir sus diarios para perderse en un meandro reflexivo acerca del estilo de los periodistas españoles de su tiempo. Cuando Negrín y Zugazagoitia lo visitaron en La Pobleta, en mayo de 1937, recién estrenados sus cargos de presidente del Gobierno y ministro de la Gobernación, teniendo en cuenta la tarea periodística del nuevo ministro, escribe, de modo admirable, el presidente de la República en sus Memorias de guerra 1936-1939:
Desde hace algunos años, a casi todos los folicularios españoles les ha dado por escribir, venga o no a pelo, con frasecitas cortas, con cláusulas breves, creyéndose con ello más "modernos". Cuando se trata de gentes sin talento literario, ni formación de escritor, ni conocimiento siquiera superficial de la lengua escrita, se contentan con tronchar las oraciones, cortándolas a cada dos o tres vocablos con un punto y seguido arbitrario, sin observar correspondencia alguna entre el desarrollo de la frase y el de la idea o pensamiento que pretenden expresar. Así resulta una frase cojitranca y jadeante. La atención del lector, como la materia suele ser parva y muy cursada, corre más veloz que la elocución del articulista, y, se ve forzada a detenerse en las pausas indebidas de la prosa, desligadas de las pausas del discurso. Queriendo ser rápidos, son tartamudos. Pero, ¡bueno!, ¿a qué viene ahora hablar de estilos? Hablemos de política.