miércoles, 21 de septiembre de 2011

Corpus Barga: vida y literatura


Algo olvidado, a pesar de la labor encomiable de algunos que lo reivindican, recuerdan, editan y estudian su obra, Arturo Ramoneda entre ellos, me parece que está hoy Corpus Barga, claro que esta puede ser una impresión subjetiva y de todo punto discutible. Debe decirse, con todo, que de “las veteranas nociones” de las que hablaba José-Carlos Mainer en su artículo del sábado en Babelia, la que mejor le correspondería al gran periodista, escritor y memorialista es la de “escritor injustamente olvidado”. Casi ruboriza recordar, a estas alturas, que Los pasos contados es uno de los grandes libros de memorias, o autobiografía si se quiere, de la literatura escrita en lengua castellana. Las páginas, por poner solo un ejemplo, que abren el primer volumen, Mi familia, el mundo de mi infancia, en las que el escritor se sumerge en las estancadas aguas del pasado a la busca del hilo de sus antepasados, son sencillamente magistrales. Todo lo editó, desde la sabiduría con la que ejerció la labor de editor, Jaime Salinas en aquella memorable colección “Alianza Tres”. En el último volumen, según Ramoneda, una reescritura de su novela de 1910 La vida rota, publicado bajo el enigmático título de Los galgos verdugos, nos deja esta suculenta reflexión sobre la literatura y la vida, nacida al hilo de unos párrafos dedicados a Galdós:

La falsedad de las novelas está en presentar la vida con arreglo a un patrón de papel recortado, separado del todo, donde cada cosa aparece en su sitio supuesto y llega cuando se supone que es debido. La vida humana no sucede así, con esa claridad, es oscura, inextricable, un entrecruzamiento de sucesos, personas, sensaciones, voluntades, deseos, agresiones y digresiones. La vida misma es una digresión. Desde luego, un juego al escondite de aciertos y errores, del bien y la maldad. Un carnaval de caracteres.

viernes, 9 de septiembre de 2011

La esperanza




Se tiene la impresión, a menudo, de que muchas veces no sabemos con claridad de qué hablamos cuando hablamos de la esperanza, de tener o de mantener viva la llama de la esperanza. ¿Esperanza en qué o en quién o para qué? ¿Esperanza de alcanzar nuestros propósitos, si es que tenemos alguno? ¿Esperanza de que se conviertan en realidad nuestros sueños o nuestras ilusiones? ¿Esperanza de que no se acabe todo en este nuestro vivir terrenal? ¿Esperanza en la más que improbable redención de los menesterosos, de los humillados, de los que padecen hambre y sed de justicia? En definitiva, ¿qué sentido tiene que se hable de la esperanza, de que unos animen a otros a no perderla? El lenguaje coloquial pinta de verde la esperanza y la alimenta con numerosas frases hechas, lo último que se pierde, suele decirse.

El poeta Ruben Darío nos dejó en Cantos de vida y esperanza (1905) un hermoso y trascendente poema en el que nos habla de su deseo, de su esperanza, de que no todo acabe con la muerte, de que Jesús nos ayude a trascenderla y nos invite a seguir gozando de otro nuevo tipo de vida con su "levántate y anda".

SPES

Jesús, incomparable perdonador de injurias,
oye; Sembrador de trigo, dame el tierno
pan de tus hostias; dame, contra el sañudo infierno,
una gracia lustral de iras y lujurias.

Dime que este espantoso horror de la agonía
que me obsede, es no más de mi culpa nefanda,
que al morir hallaré la luz de un nuevo día
y que entonces oiré mi "¡Levántate y anda!"