Se tiene la impresión, a menudo, de que muchas veces no sabemos con claridad de qué hablamos cuando hablamos de la esperanza, de tener o de mantener viva la llama de la esperanza. ¿Esperanza en qué o en quién o para qué? ¿Esperanza de alcanzar nuestros propósitos, si es que tenemos alguno? ¿Esperanza de que se conviertan en realidad nuestros sueños o nuestras ilusiones? ¿Esperanza de que no se acabe todo en este nuestro vivir terrenal? ¿Esperanza en la más que improbable redención de los menesterosos, de los humillados, de los que padecen hambre y sed de justicia? En definitiva, ¿qué sentido tiene que se hable de la esperanza, de que unos animen a otros a no perderla? El lenguaje coloquial pinta de verde la esperanza y la alimenta con numerosas frases hechas, lo último que se pierde, suele decirse.
El poeta Ruben Darío nos dejó en Cantos de vida y esperanza (1905) un hermoso y trascendente poema en el que nos habla de su deseo, de su esperanza, de que no todo acabe con la muerte, de que Jesús nos ayude a trascenderla y nos invite a seguir gozando de otro nuevo tipo de vida con su "levántate y anda".
SPES
Jesús, incomparable perdonador de injurias,
oye; Sembrador de trigo, dame el tierno
pan de tus hostias; dame, contra el sañudo infierno,
una gracia lustral de iras y lujurias.
Dime que este espantoso horror de la agonía
que me obsede, es no más de mi culpa nefanda,
que al morir hallaré la luz de un nuevo día
y que entonces oiré mi "¡Levántate y anda!"
5 comentarios:
La esperanza deviene del trasiego divino de la Humanidad, creo. En tanto concepto mistérico, pues, nada en ella permite reconocer al ser sapiente sino al inconsciente. Por otra parte, no es la esperanza lo último que se pierde, sino la vida.
Un abrazo.
Creo que el ciudadano medio tiene esperanza en poder mantener su mismo nivel de vida o mejorarlo, poder consumir más si es posible, comprarse un coche nuevo, una televisión más grande, hacer un viaje más sofisticado. No percibo esperanzas que tengan un hálito de grandeza. Nuestro deseo de un mundo mejor está condicionado a que no toquen nuestro nivel adquisitivo. El ser humano del siglo XXI es esencialmente consumista y no creo que llegue a entender ya mitos, ansias o poemas del pasado. Somos un mundo esencialmente antipoético, caracterizado por la vulgaridad y la planitud. Rubén Darío pertenece a otro tiempo en el que la vida era incierta y los hombres tenían todavía sueños románticos.
Gracias, Javier y Joselu por vuestros comentarios. Un placer volveros a ver por aquí.
Un abrazo, Javier.
Sí, Javier, pero corren malos tiempos y la esperanza se debilita y a la mente viene el verso de Dante
Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate.
Salud
Francesc Cornadó
Claro, Francesc, no hay más que tender la vista hacia lo que nos rodea...; sin embargo, la verdadera esperanza es aquella a la que apenas afectan las circunstancias, la que tiene otra dimensión, la de saber si queda o no algo de lo que somos...
Un abrazo y gracias por tu comentario, Javier.
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