La inminente ocupación de París por las tropas alemanas en junio de 1940 provocó el éxodo de multitud de ciudadanos que abandonaron la capital francesa y se desplazaron hacia el sur, hacia lo que entonces se consideraba la Francia libre. Esa huida es la que narra Irene Némirovsky en su estupenda novela Suite francesa, que he leído en la traducción catalana de Anna Casassas, editada por La Magrana en septiembre de 2007.
La novela permaneció inédita más de sesenta años. La peripecia del manuscrito constituye de por sí otra novela. La escritora, de origen judío ucraniano, fue víctima de las leyes antisemitas promulgadas por el gobierno colaboracionista de Vichy. De modo que fue detenida y deportada al campo de exterminio de Auschwitz, donde murió en el verano de 1942. Sus hijas, que habían sido enviadas por sus padres a Issy-l'Évêque, guardaron los originales inéditos de su madre y entre ellos estaba esta Suite francesa.
La escritora catalana Merce Rodoreda, exiliada en esa misma época en Francia, narró la misma peripecia en un cuento magnífico titulado “Orleáns, 3 kilómetros”. Traduje ese cuento del catalán y lo edite en Solo una larga espera. Ahora, después de haber leído la estremecedora novela de Irene Némirovsky, veo las coincidencias en la materia narrativa de las obras de ambas escritoras, mujeres que han dejado una obra que, en el caso de Némirovsky, la redime de una muerte injusta y cruel, y en el caso de Rodoreda, la convierte en una escritora fundamental en la historia de la literatura catalana.
Dos párrafos que se asemejan:
Némirovsky:
Per la carretera de París arribava una riuda contínua i lenta de cotxes, camions, carros i bicicletas, a la qual es barrejaven els animals dels pagesos, que abandonaven les granges i se n’anaven cap al sud arrossegant criaturas i bestiar. L’embús era tal que era impossible surtir de la ciutat. Els cotxes anaven arribant els uns rere els altres, plens a vessar, carregats a més no poder de maletes i mobles, cadascun amb un matalàs lligat al sostre.
Rodoreda:
A lado y lado de la carretera se extendían los campos de trigo. Las espigas se doblaban, maduras, llenas, a punto de reventar; una brisa ligera las llenaba de olas rubias. El sol se ocultaba entre nieblas: un sol de color carmín llenaba el paisaje de tonos malva. De cuando en cuando una amapola se asomaba entre las espigas, excesiva en su inmovilidad. La carretera estaba llena de gente que no sabía hacia donde se dirigía. Pasaban carros a rebosar de muebles, de jaulas llenas de aves sedientas y hambrientas, de colchones, de cacharros de cocina, de herramientas de trabajo.
3 comentarios:
Perfecto, Javier. Literatura comparada. Con o sin redención, sin duda buenas autoras.
Salud
Francesc Cornadó
En la edición francesa se cuenta la historia de las dos niñas a las que su cuidadora arrancó la estrella amarilla y metió en un tren para salvarlas; en una de sus maletitas iba el original en letra minúscula de su madre. Y el epílogo es una especie de final logrado de la obra, con las cartas del marido desesperado, y las notas de la autora.
Un abrazo.
José Miguel, en la edición catalana también se incluye un apéndice con todo ese material. Gracias a ti y a Francesc por vuestros comentarios.
Un abrazo, Javier.
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