Lleva Fernando Valls mucho tiempo dedicado, y muchas páginas escritas, a estudiar esos textos narrativos breves llamados microrrelatos, denominación que sigue aún generando polémica, aunque se impone cada vez con más fuerza y más aceptación. Recoge muchos de ellos en este libro, que está llamado a ser una referencia ineludible en los estudios dedicados al género y cuya importancia, estoy seguro, no hará sino crecer con el paso del tiempo. Sostiene Fernando Valls, con legítimo orgullo, que es el primer volumen de un único autor dedicado a este nuevo género narrativo, que por otra parte no es tan nuevo cuando se sitúa en la debida tradición.
Escribe el autor: “El microrrelato debe contar una historia, aunque su acción suela carecer de desarrollo y no tenga personajes perfilados, hasta el punto de que lo frecuente es que aparezcan sin nombre, o con una denominación genérica.” Esta condición narrativa del microrrelato es imprescindible para marcar la frontera con otros textos breves: el aforismo, la fábula, la greguería, el poema en prosa, los refranes, etc. Cuando edité los aforismos aubianos tomé la decisión, acertada sin duda, de no incluir ni uno solo de los crímenes, porque todos ellos cuentan una historia y son por tanto microrrelatos. Fernando Valls los estudia aquí y pone, entre otros ejemplos, el más breve, y tal vez el más famoso, de ellos: “Lo maté porque era de Vinaroz”, donde la elipsis abarca casi toda la historia y deja en manos del lector cómplice la tarea de adivinar, o cuando menos imaginar, las ocultas razones que llevan al crimen al anónimo personaje que habla en primera persona, porque no lo mataría por ser solo de Vinaroz, alguna otra razón habría...
Hay un afán en el autor de fijar los límites del género; en efecto, no sólo trata de definirlo, sino que ambiciona mostrar los peligros que conlleva la escritura de este tipo de textos: que se confundan con ocurrencias, con frases más o menos ingeniosas, que se quiera hacer pasar por microrrelato cualquier cosa, con tal de que sea breve. Para ello, resulta extraordinariamente útil la parte del libro en la que el autor estudia las obras de escritores que han cultivado el microrrelato, desde Max Aub o Ana María Matute, a Luis Mateo Díez o a Rubén Abella, de quien por cierto se incluye, en la página 281, un texto titulado “Londres”, cuyo tema es la premonición, y que es un soberbio ejemplo de lo que sí debe ser un microrrelato. El libro incluye una parte final con una extensa lista de sugerencias para iniciarse en la lectura de estos textos. Tal vez, aunque no estén escritos originalmente en castellano, sino en catalán, haya yo echado en falta alguna referencia a quien para mí es uno de los maestros de este género: Pere Calders; he de decir no obstante, que Fernando ha traducido y editado algunos de ellos.
Soplando vidrio es, por consiguiente, un libro muy necesario, muy oportuno y muy útil, y no sólo para los estudiosos del género, sino para el lector interesado en general; el rigor documental, el tratamiento filológico del tema, la profundidad y el acierto en el análisis de las obras de los autores elegidos hará de este libro un texto de consulta imprescindible en las investigaciones futuras sobre este nuevo género: el microrrelato.
Escribe el autor: “El microrrelato debe contar una historia, aunque su acción suela carecer de desarrollo y no tenga personajes perfilados, hasta el punto de que lo frecuente es que aparezcan sin nombre, o con una denominación genérica.” Esta condición narrativa del microrrelato es imprescindible para marcar la frontera con otros textos breves: el aforismo, la fábula, la greguería, el poema en prosa, los refranes, etc. Cuando edité los aforismos aubianos tomé la decisión, acertada sin duda, de no incluir ni uno solo de los crímenes, porque todos ellos cuentan una historia y son por tanto microrrelatos. Fernando Valls los estudia aquí y pone, entre otros ejemplos, el más breve, y tal vez el más famoso, de ellos: “Lo maté porque era de Vinaroz”, donde la elipsis abarca casi toda la historia y deja en manos del lector cómplice la tarea de adivinar, o cuando menos imaginar, las ocultas razones que llevan al crimen al anónimo personaje que habla en primera persona, porque no lo mataría por ser solo de Vinaroz, alguna otra razón habría...
Hay un afán en el autor de fijar los límites del género; en efecto, no sólo trata de definirlo, sino que ambiciona mostrar los peligros que conlleva la escritura de este tipo de textos: que se confundan con ocurrencias, con frases más o menos ingeniosas, que se quiera hacer pasar por microrrelato cualquier cosa, con tal de que sea breve. Para ello, resulta extraordinariamente útil la parte del libro en la que el autor estudia las obras de escritores que han cultivado el microrrelato, desde Max Aub o Ana María Matute, a Luis Mateo Díez o a Rubén Abella, de quien por cierto se incluye, en la página 281, un texto titulado “Londres”, cuyo tema es la premonición, y que es un soberbio ejemplo de lo que sí debe ser un microrrelato. El libro incluye una parte final con una extensa lista de sugerencias para iniciarse en la lectura de estos textos. Tal vez, aunque no estén escritos originalmente en castellano, sino en catalán, haya yo echado en falta alguna referencia a quien para mí es uno de los maestros de este género: Pere Calders; he de decir no obstante, que Fernando ha traducido y editado algunos de ellos.
Soplando vidrio es, por consiguiente, un libro muy necesario, muy oportuno y muy útil, y no sólo para los estudiosos del género, sino para el lector interesado en general; el rigor documental, el tratamiento filológico del tema, la profundidad y el acierto en el análisis de las obras de los autores elegidos hará de este libro un texto de consulta imprescindible en las investigaciones futuras sobre este nuevo género: el microrrelato.
2 comentarios:
Muchas gracias, querido Javier, por tu generoso comentario de mi libro. He tardado en escribirte porque me has cogido de viaje.
Gracias a ti, Fernando, porque has escrito un libro que será, de ahora en adelante, un punto de refernecia obligado. Un abrazo, Javier.
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