En su poema, tan leído, tan musicado, tan conocido, “Nanas de la cebolla”, le escribe Miguel Hernández a su hijo: ¡Si yo pudiera / remontarme al origen / de tu carrera! Eso es lo que todos perseguimos a veces, remontarnos al origen de nuestra carrera, sobre todo en los momentos de melancolía o de desconsuelo. ¿Dónde empezó todo? ¿Cuál fue el brote que engendró el origen de lo que somos? No son preguntas de fácil respuesta, puesto que remontarse al origen puede extraviarnos en el laberinto del tiempo. Pero es bueno imaginar un punto de partida, pensar que la conjunción de azares que desembocó en el ser que somos se inició en un lugar y en un tiempo determinados, soñar que nuestras raíces pertenecen a un lugar perdido en algún recodo de la memoria. En mi caso el azar me conduce hasta Vejer de la Frontera, ese hermoso pueblo de Cádiz, donde nació la madre de mi padre y vivió los primeros años de su vida. Dicen que se es de donde se abre los ojos a la luz y que el paisaje en el que uno nace deja una imperecedera e invisible huella en nosotros para el resto de la vida. Mi abuela abrió los suyos a la luz de Cádiz y al blanco refulgente de las casas jalbegadas que trepan por los alcores en los que se asienta el pueblo, al azul del mar que a lo lejos se divisa como telón de fondo, al verde de las campiñas que descienden, en escarpadas laderas, hacia el llano. Así que el azar, o el destino, quiso que hubiera algo mío que me resulta familiar en este paisaje, tan lejano, tan desleído ya en las brumas del tiempo, tan a trasmano de ese otro lugar al que me llevaron mis pasos en la tierra.
Paseo por sus calles y fotografío ese letrero, tan antiguo, conservado sin duda por el propietario del negocio como reliquia de tiempos pasados, de “Barbería”, de cuando aún se llamaba así a lo que hoy se denominan “Peluquerías” y se me da por pensar que tal vez el padre de mi abuela visitase alguna vez el local, ¡quién puede saberlo! Llevo a mi hijo al lado. Vamos en silencio, mirándolo todo, deteniéndonos aquí y allá. No resisto la tentación de decirle que probablemente aquí empezó todo, que de no haber nacido aquí su bisabuela, hoy quizá todo sería diferente y él no llevaría el apellido que lleva: “cosas de generaciones, papá”, fue su única respuesta. Entre mí pensé que tenía razón, pero que bien pudo ser este hermoso pueblo el origen de mi carrera y sin saberlo él, también de la suya, aunque otros azares, como el hecho de que mi padre no muriera tras ser herido de gravedad en la Batalla del Ebro, se cruzaran en el camino y coadyuvaran a que yo acabase viniendo al mundo y tras de mí mi hijo. Así nos debemos al azar y a su influencia sobre quienes nos precedieron.
2 comentarios:
Preciosa entrada, Javier. El azar, siempre el azar, la pregunta de qué podría haber sido y no fue, o por qué fue como fue y no de otro modo. No sabía tus orígenes gaditanos, tu apellido es muy de allí, empezando por ese poeta con el que dices que una vez te confundieron.
Un abrazo, y bienvenido de vuelta al blog (con comentarios).
Gracias por la bienvenida, José Miguel, pero no me he ido nunca. He vuelto, eso sí, de mis vacaciones con los comentarios. Una conversación con Fernando y Gemma, a cuyo ejemplo abrí yo mi blog, me hizo ver que era mejor mantener la opción de comentarios abierta y llevarlo a tu aire. En este mes y medio de vacaciones he visitado, no sé si dejo rastro, casi todos los días los blogs amigos, el tuyo, el de Juan Antonio, los de los Antonios, el de Mega, el de Fernando, el de Antón y otros que ido conociendo. Así que gracias por tu comentario.
Un abrazo, Javier.
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