viernes, 27 de noviembre de 2009

De Garcilaso a Góngora



Viva pues Góngora, puesto que así los otros
Con desdén le ignoraron, menosprecio
Tras del cual aparece su verbo luminoso
Como estrella perdida en lo hondo de la noche,
Como metal insomne en las entrañas de la tierra.

      Luis Cernuda, Como quien espera el alba (Buenos Aires, 1947)


Señala la crítica que Góngora llevó a su culminación y término el camino de la lírica culta iniciado por poetas anteriores a él siglos atrás. Se da la fecha de 1613, cuando en copias manuscritas se empiezan a conocer las Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea, como el año decisivo para ese tipo de poesía. Aún conservo la fotocopia, artesanalmente elaborada, que don José Manuel Blecua nos facilitaba para que entendiéramos lo que él llamaba “corrientes poéticas de la Edad de Oro”; como hitos del camino de la lírica culta señalaba a Juan de Mena en el siglo XV, a Garcilaso de la Vega y a Fernando de Herrera en el XVI y a don Luis de Góngora en el XVII.

Se tiene comúnmente la impresión de que es difícil ir más allá de donde Góngora fue con su poesía; pareciera que, en efecto, es el suyo un final de etapa. La revolución vanguardista, con la pérdida de base real en la metáfora, vendría a demostrar, trescientos años después de la muerte del vate cordobés y de la mano de los poetas de la Generación del 27, que sí era posible ir más lejos, tener más audacia poética. Pero sea como fuere, la belleza de la poesía de Góngora está y estará siempre ahí para quien quiera atreverse y romper la coraza de dificultad docta con que su autor quiso protegerla: “Demás que honra me ha causado –escribe don Luis con justo orgullo- hacerme obscuro a los ignorantes, que esa es la distinción de los hombres doctos, hablar de manera que a ellos les parezca griego, pues no se han de dar perlas preciosas a los animales de cerda.” Más allá del exabrupto final de la cita, no le faltaba razón a Góngora.

Un ejemplo, en fin, baste para ver la evolución de la poesía culta desde Garcilaso a Góngora. La tez rosada, entre el blanco y el azucena, es un tópico en la descripción del rostro o de la piel de la dama idealizada; así lo expresaba en los archiconocidos versos del Soneto XXIII Garcilaso de la Vega:

En tanto que de rosa y d’azucena
se muestra la color en vuestro gesto


Veamos ahora ese mismo detalle descriptivo, el del color rosado, en la estrofa XIV de la Fábula de Polifemo y Galatea, donde se describe a la ninfa, para ver el camino andado desde 1534 o 35, aproximadamente, hasta 1612 o 1613:

Purpúreas rosas sobre Galatea
la Alba entre lilios cándidos deshoja:
duda el Amor cuál más su color sea,
o púrpura nevada, o nieve roja

2 comentarios:

Joaquín Parellada dijo...

De Garcilaso a Góngora, o lo que va de la metáfora a la hipálge (disculpen la simpleza).
Un abrazo,
Q.

Javier Quiñones Pozuelo dijo...

El blog, querido Joaquín, tiene estas cosas. Tu comentario a mi entrada me ha hecho pensar en la que a esa figura retórica de endiablado nombre, "hipálage", dedicó el poeta y profesor González Romano en su blog el 14 de noviembre. Quería remitirte a ella y me encuentro que el segundo comentario es tuyo.
Un abrazo a los dos, a Juan Antonio y a ti.
Evité decirlo en el comentario, pero con hipálages o sin ellas, Góngora llega más allá que Garcilaso, y conste que no lo digo por la complicación, que a más de uno podrá resultar cargante y superflua.
Un abrazo, Javier.