A Leonardo con el paso de los años se le agotan los discursos. Después de semanas inmerso en el silencio de su propia vida, que es un silencio ancestral, que atiende solo a la naturaleza y al rumor sosegado de las aguas y los pájaros, al ulular del viento en las frondosas ramas de los álamos, un silencio espeso que le envuelve mientras escucha con sus ojos a los muertos, se presenta inhóspita la hora de volver. Hay que arroparse otra vez con los ropajes clamorosos de las palabras, volver a hablar, a comunicarse con esos jóvenes que le escuchan atentos aunque sea solo porque es el primer día del nuevo curso. Y Leonardo, dejando escondido su viejo escepticismo, les habla y los anima a que se comprometan con ellos mismos, a que sean consecuentes con la opción que han tomado, a que ejerzan sin miedo su libertad y su responsabilidad, a que vayan construyendo su propio camino y cimentando su propia manera de ver e interpretar las cosas del mundo, a que vayan tomando conciencia de que su vida es un milagro único e irrepetible y que es suya y de nadie más y que deben vivirla intensamente sin tregua, sin esperas, sin demoras estériles, eligiendo en cada momento una o varias de entre las muchas opciones que la realidad les pone delante de sus ojos, los anima a que crezcan como personas y a que comprendan que no son nadie sin los demás y les lee los versos del poeta “un hombre solo, una mujer, así tomados de uno en uno son como polvo, no son nada.” Y cuando parece que la primera clase va a terminar con más pena que gloria, les lee un fragmento del “Elogio de la vida”, del poeta catalán Joan Maragall:
Ama tu oficio, tu vocación, tu estrella, aquello para lo que sirves, aquello en que realmente eres uno entre los hombres. Esfuérzate en tu quehacer como si de cada detalle que piensas, de cada palabra que dices, de cada pieza que pones, de cada golpe de tu martillo, dependiera la salvación de la Humanidad. Porque depende, créelo. Si olvidado de ti mismo haces cuanto puedes en tu trabajo, haces más que un emperador rigiendo automáticamente sus Estados; haces más que el que inventa teorías universales para satisfacer sólo su vanidad, haces más que el político, que el agitador, que el que gobierna. Puedes desdeñar todo esto y el arreglo del mundo. El mundo se arreglaría bien él solo, con sólo hacer cada uno todo su deber con amor, en su casa.
Leonardo observa gestos de perplejidad ante la expresión que emplea el poeta de olvidarse de uno mismo; advierte que les choca, ¿qué querra decir eso de olvidarse de uno mismo? Al darse cuenta, Leonardo les dice: vayan pensándolo y me traen mañana por escrito el fruto de sus reflexiones. Bienvenidos, la clase ha terminado.
3 comentarios:
Javier, me ha gustado mucho, amigo.
Te felicito por ello.
Recibe un fuerte abrazo.
Un curso que empieza así tuene que desarrollarse bien a la fuerza.
Me ha gustado tu entrada.
Gracias, Javier y Alejandro por vuestros comentarios.
Un abrazo, Javier.
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