viernes, 6 de febrero de 2015

El árbol de la vida


Tardé en ver La delgada línea roja, a pesar de que me la habían recomendado con insistencia, porque creía que con Senderos de gloria La chaqueta metálica -aún recuerdo su final, esa voz en off que, en medio de la marcha de los soldados en un paisaje nocturno de edificios destruidos y en llamas, dice algo así como, "este mundo es una puta mierda pero yo estoy vivo"- bastaba. Estaba equivocado, la película de Terrence Malick era espléndida y hoy me parece una de las grandes aportaciones al cine bélico.Sin embargo, nada es comparable al estremecimiento que me produjo El árbol de la vida cuando la vi el miércoles en "Cine de la 2", programa que, al igual que "Versión española", emite películas sin interrupciones en un horario razonable, de 10 a 11,40 de la noche aproximadamente.

Sin querer resultar, a destiempo, la película fue Palma de Oro en el festival de Cannes en 2011, ridículamente hiperbólico, creo que desde la emoción que me produjeron en su día las películas de Víctor Erice, no había sentido nada parecido. Llevo las imágenes en la cabeza: cada plano, cada encuadre, cada movimiento de la cámara, los fundidos, el color, la sucesión de imágenes que pretenden explicar la formación del universo, los escenarios, los decorados, en fin... Del mismo modo, la actuación de los actores, soberbio Brad Pitt y también magnífico Sean Penn, y la madre, Jessica Chastain, y los niños, sobre todo el mayor de los tres.

El mundo de silencios de la infancia, contado con las palabras justas, al igual que en El espíritu de la colmena o en El sur, es un elemento capital en esta película y me parece que se trata con una delicadeza y una inteligencia encomiables: la ternura de la madre, el rigor excesivo del padre, la complicidad, pero también la discordia, entre los hermanos. Frente al padre que quiere que sus hijos tengan "fuerza de voluntad para salir adelante", para aguantar con firmeza los vaivenes y las injusticias del medio social, la madre susurra, en portentosa voz en off, como si lo hiciera al oído de los niños, que sean buenos y amen a todo el mundo, a cada rama, a cada flor y a cada árbol, porque si no saben amar su vida pasará como un destello.

La muerte del primogénito dispara en la película la indagación en el sentido de la vida, en su trascendencia, y en la angustia y la necesidad de Dios, con quien dialoga, y a veces parece increpar suavemente, la voz en off de la madre, que previamente dice a sus hijos que tendrán que elegir entre dos caminos que podrán seguir en la vida, el de la naturaleza o el de lo divino. Cobra así esta obra una dimensión existencial que se completa con esa visión cosmogónica desde la creación del mundo a los rascacielos de las grandes ciudades de nuestros días. Creí ver en algunas de esas imágenes epifánicas una suerte de homenaje a Kubrick, pero a lo mejor estoy, como tantas veces, equivocado.

De lo que sí estoy del todo seguro es de que El árbol de la vida es una de las mejores películas que he visto en mi vida y permanecerá durante mucho tiempo en mi memoria. 

No hay comentarios: