El corte exacto de los raíles, que ya no llevan a ninguna parte, deja una cicatriz abierta sobre la tierra. La sosegada luz de la tarde de otoño se posa con nostalgia sobre los travesaños y las piedras, sobre la maleza y las carrascas, sobre los montes grisáceos a lo lejos: placidez dormida en la soledad del paisaje.
Tordesalas es ya, como su estación inservible, que resiste en pie desafiando a los elementos y al paso del tiempo, un pueblo abandonado. Con todo, las estadísticas que consulto me hablan de cinco habitantes en el año 2014.
La maleza lo invade todo. Los huecos de las ventanas, los umbrales de las puertas que ya no existen, el letrero que resiste anclado en la pared señalando la altitud del lugar 1066,2 metros sobre el nivel del mar, ¡qué lejos del mar está esta tierra árida y seca, donde el otoño es tan dulce y los inviernos tan largos!, los andenes derruidos, las vías desaparecidas en este tramo, el tejado que se resiste a dejar a la intemperie a las paredes que heroicamente siguen en pie, todos me están hablando en la tarde de otoño en que los contemplo de la fugacidad del tiempo, de la brevedad de la vida, que se escapa a cada momento por esas vías que ya no llevan a ningún lugar.
El edificio de la estación y el árbol cuya sombra apenas cobija se integran en la naturaleza que los envuelve y los rodea bajo el cielo de la tarde de octubre. Son como un vestigio del pasado, cuando la vida no pasaba de largo por estos lugares.
El milagro de la naturaleza hace que de una vieja carrasca, de una encina que apenas llega a serlo, brote el humilde fruto, hermosas bellotas en la rama, como el que don Quijote toma en su mano cuando, ante los pastores que no le escuchan vencidos por el sueño, pronuncia para nadie su inolvidable "Discurso de la Edad de Oro". Pienso por un instante, entre la luz declinante del atardecer, en esta nuestra edad de hierro, y como el hidalgo me asombro de que se rinda ciega pleitesía a la técnica como a un moderno becerro de oro y se echen en el abandono lugares tan hermosos como estos.
Es hora de seguir camino, Barcelona queda lejos aún, tan lejos como atrás han quedado Valverde del Fresno y la Sierra de Gata. La ruta, por la nacional 234, me ha llevado a cruzarme de nuevo con los restos de esta clausurada línea de tren sobre la que ya escribí en este blog. Pueblos deshabitados, estaciones en desuso que aún se mantienen en pie como testigos del pasado, de un tiempo que se fue sin remedio y dejó este paisaje abandonado a su soledad y desamparadas estas hermosas tierras de España, tan austeras, tan entrañables, tan dulces al recuerdo.
Nota. Las fotografías fueron tomadas a primera hora de la tarde del domingo 25 de octubre de 2015, en el trayecto del viaje de regreso a Barcelona desde Sierra de Gata entre Soria y Calatayud, en la nacional 234.
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