martes, 23 de febrero de 2010

Los parques de Bruselas bajo la nieve






En los parques de Bruselas bajo la nieve
Languidece la luz aletargada
Tiritando de frío entre las ramas
Desoladas y yertas de los árboles
Llora el cielo su acerada melancolía
Estremecida la fronda y marchita
Como si la vida estuviera ausente
Y fuera todo, padre, invierno y sombra.

Nota. Las fotos de esta entrada las tomó mi hija Marta en un parque de Bruselas el día 15 de febrero y me las cedió para ilustrar este poema de ausencia.

viernes, 19 de febrero de 2010

Magritte: aforismos

El progreso es una idea descabellada.

No hay elección: no hay arte sin vida.

El Surrealismo es el conocimiento inmediato de lo real.

Ser surrealista es desterrar del pensamiento lo “ya visto” y buscar “lo todavía no visto”.

Todo en mis obras viene de la impresión de certeza de que formamos parte, de hecho, de un universo enigmático.

El término “composición” supone una “descomposición” probable en forma de análisis, por ejemplo. En la medida en que mis cuadros son válidos, no se prestan al análisis.

La poesía escrita es invisible, la poesía pintada tiene una apariencia visible.

Lo entiendo así, ese momento de lucidez que ningún método puede hacer que aparezca.

Pinto el más allá, muerto o vivo. El más allá de mis ideas mediante imágenes.

La idea de progreso está unida a la creencia de que nos acercamos al bien absoluto, lo cual permite a mucho mal actual manifestarse.

La revolución es un reflejo del hombre vivo.

La libertad es la posibilidad de ser y no la obligación de ser.

Mi único deseo es enriquecerme con nuevos y estimulantes pensamientos.
Odio mi pasado y el de los demás. Odio la resignación, la paciencia, el heroísmo profesional y cualquier sensiblería forzosa. También odio las artes decorativas, el folklore, la publicidad, la voz de los locutores, el aerodinamismo, los boy scouts, el olor de la gasolina, la actualidad y la gente borracha. Me gustan el humor subversivo, las pecas, las rodillas, el pelo largo de mujer, las risas de los niños en libertad, una jovencita corriendo por la calle. Deseo el amor que vive, lo imposible y lo quimérico. Temo conocer mis límites con precisión.

Nota. Estos aforismos de René Magritte están escritos en las paredes de las salas que forman el museo que lleva su nombre en Bruselas y que se ha convertido en una referencia de visita obligada, como lo es el Van Gogh de Amsterdam, el de los impresionistas en París, el Dalí en Figueres, el Picasso, la Fundación Tàpies, o el Miró en Barcelona y tantos otros. El cuadro que ilustra esta entrada, cuyo título en inglés es “The Blank Page” (1967), es el último que pintó Magritte y puede verse en el museo de Bruselas. Representa el sosiego de un mundo en calma, nocturno, presidido por la luna y su simbolismo de mágica fatalidad adornada por una naturaleza muerta; el fondo azul nocturno y las casas en sombra con las ventanas iluminadas, en un efecto que recuerda el impresionante “El imperio de la luces” que también puede verse en el museo, confieren al cuadro ese efecto de calma, de tranquilidad, de soledad y de sosiego, tal y como al pintor, según declaró, le hubiese gustado que el mundo siguiera tras su tránsito. Los incluyo en una nueva sección de este blog a la que doy el nombre de "Aforismos ajenos". Las fotos están tomadas en el Musée Magritte de Bruselas. La del cuadro es una fotografía del tríptico publicitario del propio museo.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Cinco haikus de Soria








Nota. Textos y fotos se ensamblan pero son diferentes. Las fotos, todas de Soria y sus tierras, las tomé en distintas épocas, en las muchas temporadas que paso en aquella geografía austera, en aquel paisaje irrepetible. Los haikus pertenecen a la "Suite castellana" de la que ya he dado otras entregas en estas páginas. Inauguro una sección con ellas a la que doy el nombre de "Poesía visual".

lunes, 8 de febrero de 2010

El destino de los libros


Mentiría quien dijese que no le preocupaba lo que iba a ser de sus libros. Le habían acompañado desde siempre, así que, al correr de los años, había reunido miles de volúmenes en su biblioteca personal. Nunca se paró a pensar adónde irían a parar tras su muerte; por eso cuando enfermó, de modo brutal e inesperado, y supo inminente su final, no dejó ninguna indicación sobre qué hacer con ellos, salvo una desconcertante frase referida a mí que le dijo un día a mi madre, su única hermana: “él sabrá encontrarles sitio”.

Transcurridos unos días del fallecimiento de mi tío, mi madre me telefoneó para decirme que el administrador del piso la urgía a que lo vaciase cuanto antes. Como no sabía qué decisión tomar y alguien le había pasado el número de una empresa que se dedicaba a esos menesteres, contrató sus servicios para que se encargaran de la desmesurada biblioteca personal de su hermano. Yo vivía entonces en Budapest, así que le dije, cuando me llamó para pedirme consejo, que hiciera lo que le pareciera conveniente.

Días después supe que los operarios vaciaron el piso en cuestión de horas. Metían los libros en cajas sin el menor miramiento. Las cerraban con cinta adhesiva y las bajaban a un camión aparcado frente a la fachada del edificio. De lo demás, un reloj de pared con una inscripción en latín omnes vulnerant, ultima necat, algunas estilográficas y un par de álbumes de fotografías se hizo cargo ella; el resto, ropa y otros enseres, se tiró.

Cuando ya casi lo tenía olvidado, un amigo me escribió para decirme que en el mercado de los trastos viejos había visto un montón de libros depositados de cualquier manera sobre el suelo. Revolvió en él a la búsqueda de alguna sorpresa. Advirtió que se trataba de la biblioteca de un lector culto, tal vez de algún profesor. Clásicos griegos y latinos en ediciones en inglés, francés y alemán. Libros de patrística cristiana, de Gracián y de Cervantes, las obras completas de Jovellanos y mucha filosofía: Spinoza, Kant, Descartes. Se encontró también un ejemplar de una traducción de La Eneida al catalán que yo había regalado a mi tío para su colección de ediciones de Virgilio. Llevaba mi firma y una afectuosa dedicatoria. Lo compró casi regalado y me lo envió por correo con una nota que decía: “para que vuelva a ti y sea menos aciago su destino.”

miércoles, 3 de febrero de 2010

Max Aub: Todo es vida. Elogios y alabanzas



En el año 1952, durante su exilio en México, Max Aub publicó una serie de colaboraciones en el semanario Diógenes. Moral y Luz firmadas con el pseudónimo de “El Escolástico” y agrupadas bajo el título de “Elogios”. La doctora Eugenia Meyer recogió esos textos en su magnífica recopilación de la labor periodística de Aub en el exilio Los tiempos mexicanos de Max Aub. Legado periodístico 1943-1972. Cuando fui invitado a presentar ese libro en Madrid, dije que me parecía que esos textos, los “Elogios”, estaban pidiendo a voces ser editados en un volumen suelto, dada su entidad y su unidad temática y estilística. Ahora ve la luz una antología de ellos a la que puse el título de Todo es vida. Elogios y alabanzas y que acaba de editar la Fundación Max Aub (http.//www.maxaub.org/) con el fin de felicitar el nuevo año a sus amigos y colaboradores. El lector maxaubiano, y quien se acerque a él por primera vez, se va a encontrar, en sentido y forma, con unos textos representativos de lo que fue la labor literaria del escritor valenciano, autor de El laberinto mágico, tal vez el mejor ciclo de novelas sobre la Guerra Civil Española. A la luz de una larga tradición que me detengo a estudiar en el prólogo de la edición, hay aquí textos memorables, como el “Elogio de la lealtad” o el “Elogio del amor” del que doy este fragmento:


ELOGIO DEL AMOR

Quien esto escribe, ahora, en primavera, siente deseos de huir de tantas cosas feas como le rodean y se refugia en el elogio del amor, que es ante todo lealtad y constancia, dulzura y suavidad, bendición de la tierra y del cielo, olvido de cuanto malo le rodea a uno, sueño en la vela, temperatura que no se siente, música humana, pérdida de sí mismo en los ojos de otro ser, admiración continua, cautividad del alma, robo de la voluntad, ardimiento incesante, desfallecimiento continuo, reventar del corazón, quedarse sin pulsos ni sentidos, transformar en sí la cosa amada, andar con sobresalto para no disgustar, vivir muerto por la vida ajena, por una sola vida ajena que vale más que todas las demás juntas.

El amor une los corazones en uno, de muchas voluntades hace una voluntad, transporta al que ama y le trae fuera de sí. Se vive en lo que se ama. Págase la deuda de amor con otro amor, la voluntad es la del amado, y, como la del amado es la suya, existe una sola voluntad común que llena de alegría los dos corazones. Nada hay más suave que estar entregado al poder y albedrío de otro, si es de consenso. Siémbrase y se recoge inmediatamente su fruto. Dando, ya se coge.

Quiérese con todo el extremo del mundo, se vive siempre con el horizonte en las manos, se borran las distancias, todo se funde en un canto sirenaico, pura llama de deseos de comunicarse; estase bien consigo mismo con sólo estar con la persona amada, todo es complacencia y contentamiento.

Roba con su agrado y gracia, se lleva tras sí los ojos y las lenguas, gana el corazón y la voluntad, despierta la afición en el pecho, se enternecen las entrañas, hace perder el pulso, se desea de mil modos y maneras, todo es herida que estimula y atiza, ilumina la noche más oscura, arde en vivas llamas.

Sírvese con buena voluntad, hace el trato afectuoso, andan a una las voluntades, una de entrambos, unos los pensamientos, una el alma que en los dos habla. Granjea los corazones con su sola vista, los rayos de luz revocan el corazón a la cara. Ámase una piedra y se vuelve canto. Hechiza: la mujer amada es la más hermosa, ríndese la hermosura a la fealdad, divinizándola. La llama del amor tiene ciegos los ojos, quiérese a quien sea con llama de amor divino. Roba la libertad, y no importa.