viernes, 29 de noviembre de 2013

El porvenir vacío: Larra, Zúñiga y Zorrilla / y 3


Así cuenta Zúñiga el final de la lectura de Zorrilla y del entierro de Larra en su libro Flores de plomo:

La voz se rompió y Roca de Togores, que estaba detrás de él, le cogió los papeles y terminó de leer el poema, con lo cual se puso fin al acto: los tres sepultureros cerraron el ataúd y lo introdujeron en el nicho, lo que, por estar casi a ras de suelo, no les costó gran esfuerzo, y esta sensación de facilidad se comunicó a los presentes, que se pusieron las chisteras, empezaron a hablar y a moverse en dirección a la puerta del cementerio y a los coches que allí esperaban.

Si existe un remoto cielo
de los poetas mansión,
y solo le queda al suelo
ese retrato de hielo,
fetidez y corrupción;
¡digno presente por cierto
se deja a la amarga vida!
¡Abandonar un desierto
y darle a la despedida
la fea prenda de un muerto!

Poeta, si en el no ser
hay un recuerdo de ayer,
una vida como aquí
detrás de ese firmamento...
conságrame un pensamiento
como el que tengo de ti.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

El porvenir vacío: Larra, Zúñiga y Zorrilla / 2


Así cuenta Ramón de Mesonero Romanos, en Memorias de un setentón, la participación de José Zorrilla en el entierro de Larra:

La misma tarde del 14 estábamos reunidos todos los amantes de las letras, o por mejor decir, toda la juventud madrileña, en la parroquia de Santiago, ante el sangriento cadáver del malogrado Fígaro; colocado que fue en un carro fúnebre, sobre el que se ostentaban cien coronas en torno de sus preciados escritos, seguimos todos a pie, enlutados y llenos de sincero dolor, tributando de este modo el primer homenaje público acaso desde Lope de Vega, rendido entre nosotros al ingenio. Y llegados que fuimos al camposanto de la puerta de Fuencarral, y antes de introducir el ataúd en su modesto nicho, don Mariano Roca de Togores (actual Marqués de Molíns) pronunció algunas sentidas frases en loor del desdichado suicida; adelantóse luego con tímido continente un joven, un niño aún, pálido, macilento, de breve persona y melancólica voz; pidió permiso para leer una composición, y obtenido, hízolo de un modo solemne, patético, en aquellos versos, en aquella sentida composición que sorprendió a los circunstantes. Aquel niño inspirado hizo vibrar las fibras de nuestros corazones, y el nombre de José Zorrilla, circulando de boca en boca, consiguió inspirar desde aquel instante las mayores simpatías.

Era una flor que marchitó el estío,
era una fuente que agotó el verano;
ya no se siente su murmullo vano,
ya está quemado el talle de la flor.
Todavía su aroma se percibe,
y ese verde color de la llanura,
ese manto de hierba y de frescura
hijos son del arroyo creador.

Que el poeta en su misión,
sobre la tierra que habita,
es una planta maldita 
con frutos de bendición.

Duerme en paz en la tumba solitaria
donde no llegue a tu cegado oído
más que la triste y funeral plegaria
que otro cantará por ti.
¡Esta será una ofrenda de cariño
más grata, sí, que la oración de un hombre,
pura como la lágrima de un niño,
memoria del poeta que perdí!

Se dice que, en algún momento, bien podría ser este, al joven poeta se le quebró la voz y no pudo continuar la lectura de su estremecedor poema. Se dice también que fue Roca de Togores el que tomó las cuartillas manuscritas de Zorrilla para terminar la lectura.

Nota. La cita de Mesonero Romanos procede del libro Escritores cotumbristas. Larra, Mesonero Romanos, Estébanez Calderón, de la Biblioteca Clásica Ebro, Editorial Ebro, Zaragoza, 1973. La selección de los textos, el prólogo y la edición corrieron a cargo de José Manuel Blecua; sin estar seguro de ello, conjeturo que se trata de José Manuel Blecua, hijo. 

lunes, 25 de noviembre de 2013

El porvenir vacío: Larra, Zúñiga y Zorrilla / 1


Publicó Juan Eduardo Zúñiga hace unos años, en 1999, un libro titulado Flores de plomo. En uno de sus capítulos, o cuentos, según cómo se mire, o pequeñas piezas maestras, según se dice en el texto de la contraportada, titulado "Juzga la mirada", dice el poeta José Zorrilla, convertido por Zúñiga en personaje literario:

Pasarán unos años y olvidaremos a Larra. Se olvidarán sus artículos satíricos, se olvidarán sus amores, su mordacidad, su final lamentable, porque fue un descontento, un censor de cuanto le rodeó en su época y la verdad es que sólo se recuerda a quienes nos hacen sentir felices, aunque sea con engaños.

Cuenta después el personaje que al entierro de Larra no acudió nadie de la familia, tan solo algunos amigos, pocos, y escritores. Su mujer, Matilde O'Reilly -en realidad se llamaba Florentina- a quien le está hablando, se lamenta porque Larra fue, dice, un hombre educado, culto y con atractivo para las mujeres. Pregunta luego Matilde al poeta por qué fue al cementerio y el Zorrilla personaje de Zúñiga responde que había ido a leer los versos que algunos le habían pedido que escribiera en su honor.

Es cosa de imaginarse, ante Larra de cuerpo presente, en el ámbito lúgubre del cementerio, una tarde fría de febrero, al joven poeta, literaturizado por Zúñiga, que empieza a darse a conocer con la lectura de aquellos versos, leyendo con la voz entrecortada y estremecida:

Ese vago clamor que rasga el viento
es la voz funeral de una campana:
vano remedo del postrer lamento
de un cadáver sombrío y macilento
que en sucio polvo dormirá mañana.

Acabó su misión sobre la tierra,
y dejó su existencia carcomida,
como una virgen al placer perdida
cuelga el profano velo en el altar.
Miró en el tiempo el porvenir vacío,
vacío ya de ensueños y de gloria,
y se entregó a ese sueño sin memoria,
¡que nos lleva a otro mundo a despertar!

Nota. El libro de Zúñiga lo publicó Alfaguara. El texto de Zorrilla lo tomo de la Antología de la poesía romántica, Clásicos Castellanos nº 12, Biblioteca Hermes, Barcelona, 1997. La edición y la selección de textos corrió a cargo de mi amigo José Ángel Cilleruelo, cuyo blog "El Visir de Abisinia", se puede visitar desde los enlaces de este blog. El texto de Zorrilla lo acompañó Cilleruelo con una nota al pie que dice: "La muerte de Larra fue uno de los acontecimientos que más impresionaron en la época romántica. Ese día, el joven y hasta ese momento enteramente desconocido Zorrilla, leyó estos versos, como homenaje, ante la multitud de personas que había acudido al sepelio. Este es, por lo tanto, el primer poema de su prolífica obra y, como tal, encabezó los seis volúmenes de sus juveniles Poesías."

domingo, 17 de noviembre de 2013

A donde quiera el aire


Un poema de Juan Ramón Jiménez,  del libro La muerte (1919-1920)

¡Que, con la muerte, sea yo
lo mismo que la campanilla azul;
que, al cerrarse, a la tarde,
deja fuera de sí todo su aroma,
para que se lo lleve a donde quiera el aire!


El aroma que se lleva el aire es el de la obra poética de nuestro autor, que tantos millones de personas han leído al correr de los años y que crece con cada nueva lectura en hermosura y asombro poético.

Nota. La foto es del cementerio de Portbou y la tomé el pasado septiembre.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Si de Ti me aparto



En 1909 Manuel Murguía inició la edición de las Obras completas de Rosalía de Castro. Incluyó en ellas una edición ampliada de En las orillas del Sar y añadió una serie de poemas alguno de los cuales explicita bien a las claras el sentimiento religioso de Rosalía, aunque otros poemas del libro nos indiquen que es una creencia la suya llena de matices y muy compleja. Este es el último de los poemas añadidos por Murguía:

Tan solo dudas y terrores siento
divino Cristo, si de Ti me aparto;
mas cuando hacia la cruz vuelvo los ojos
me resigno a seguir con mi calvario.
Y alzando al cielo la mirada ansiosa
busco a tu Padre en el espacio inmenso
como el piloto en la tormenta busca
la luz del faro que le guíe al puerto.

Nota. La foto la tomé en Colliure el otoño pasado.