sábado, 8 de julio de 2017

La vigilancia de los acantos, de Javier Pérez Escohotado y Miquel Pescador



Podría decirse que los relatos que integran este libro, singular y original por muchas razones, están relacionados con la tradición de la literatura latinoamericana: de una parte son deudores de la cultura mexicana de la muerte, de la que ya bebieron, entre otros, Max Aub en sus Crímenes ejemplares y en sus Epitafios; por otra parte, se relacionan con la minificción y el microrrelato. Por eso, la Quintana en que están ambientados algunos de ellos evoca en el lector, al menos en el lector que yo soy, la Comala de Juan Rulfo, es decir, ese tipo de territorio literario de ficción en el cual las tortuosas líneas de la vida y de la muerte se entreveran y confunden como si fuesen incapaces de perimetrar sus límites. Al mismo tiempo, el tono poético de la mayoría de las narraciones hace pensar en los relatos mínimos de Juan José Arreola: "Estabas a ras de tierra y no te vi. Tuve que cavar hasta el fondo de mí para encontrarte". Es, en este caso, significativo que en Quintana Roo, uno de los estados federales de México, haya una escuela federal pública que lleve el nombre de Arreola.


Estos microrrelatos, brillantes, nostálgicos, irónicos y divertidos a veces, terminan en un epitafio en forma de estrofa de dos o tres versos, que evoca los finales didácticos con que don Juan Manuel cerraba sus cuentos en El conde Lucanor, aunque no haya aquí didactismo alguno, sino una buena dosis de escepticismo ante la condición humana. Estas referencias no empecen, en absoluto, la originalidad de estos cuentos, antes bien les brinda un anclaje en una tradición literaria sólida y constatable. En ese sentido, los "guiños" literarios son frecuentes. Por ejemplo, en el relato titulado "Omar K. Perhaps" el inicio es "Te recuerdo como eras a los quince años", lo que hace pensar en los versos de Neruda: "Te recuerdo como eras en el último otoño"; lo mismo ocurre en el titulado "Aaron P. Moses", en el que se dice "yo nací, perdonadme, en Estambul", lo que evoca los versos de Jaime Gil de Biedma: "Yo nací, perdonadme, en la edad de la pérgola y el tenis".


Estos cuentos, calificados de "vidas paralelas" en la contraportada del libro, relatan unas vidas imaginadas, a partir de nombres rescatados del spam, a quienes el autor imagina una peripecia vital que se cuenta en pasado porque sus protagonistas ya han fallecido. Son, pues, retratos mínimos, vidas imaginadas, contadas en el sucinto espacio de un texto breve o hiperbreve. No sé por qué, al leerlos, he recordado a Camilo José Cela, quien practicó este tipo de relato breve, retrato de personajes imaginados, cuya trayectoria se contaba en una o dos páginas, pienso en Los viejos amigos.


Pero el tono de modernidad, el reflejo de la inanidad de cualquier vida, la extrañeza ante una realidad no pocas veces adversa, los fracasos en el amor y en muchas de las empresas emprendidas por estos hombres y mujeres imaginados, los asuntos tratados y las voces de los narradores contribuyen decisivamente a la personalidad y a la brillantez de estos cuentos.



En casi todos ellos hay tristeza, o al menos yo lo he visto así. Es precisamente esa tristeza la que ha sabido captar con gran acierto Miquel Pescador en los retratos que ilustran el libro y que nacen todos ellos de la lectura de los textos. Recomiendo al lector de este libro que ponga su atención en las miradas de los personajes de las ilustraciones. Esas miradas reflejan, según lo veo yo, el desamparo de los seres humanos. Parecen captadas del vacío, de la nada, de un más allá intangible que ni existe ni tiene fundamento alguno. El retrato que corresponde al relato titulado "Peggy Pennington", triste historia de una cooperante de una oenegé, es un claro ejemplo de lo que digo:




Leyendo el relato, este y los demás, se entenderá bien la fuerte ligazón que existe entre textos e ilustraciones, esto es, entre pintura y literatura. En este que señalo, la mirada es de profunda tristeza, tal vez de decepción, y parece como rescatada de la nada; pero otras veces, las miradas son inquietantes, dislocadas, desvalidas e incluso arrogantes y desafiadoras. Pero es la tristeza  el sentimiento que predomina en esas miradas imaginadas y provenientes de un extraño mas allá.

Este libro forma parte, pues, de un proyecto artístico multidisciplinar que se expone, al que los autores han llamado Spam Project AnthologyDesde estas páginas volanderas recomiendo o bien la lectura del libro o bien la asistencia a alguna de las exposiciones, como la realizada en La Rioja, que lo muestran o mejor, ambas cosas al tiempo.