viernes, 17 de abril de 2015

Leopoldo de Luis: A nadie importa, pero es mío este muerto



En 1954, en Melilla, en la colección de libros breves "Mirto y laurel", publicó Leopoldo Urrutia de Luis un libro de tono elegíaco titulado El padre, dedicado a la muerte de su padre, Alejandro Urrutia, acaecida poco tiempo antes. De ese libro seleccionó el autor algunos poemas para la antología titulada Poesía 1946-1968, publicada en la colección "Selecciones de Poesía Española" de la Editorial Plaza y Janés, en Barcelona, en 1968, con un texto de Vicente Aleixandre, "Encuentro con Leopoldo de Luis", y un prólogo de Ramón de Garciasol. Entre esos poemas está el estremecedor soneto, que traigo a estas páginas, "Muerto mío".



En la edición del diario El País del sábado 21 de febrero de 2015, publicó Manuel Jabois un reportaje, bajo el título de "El padre secreto de Umbral", en el que desvelaba, al hilo de la biografía de Umbral publicada por Anna Caballé, que Leopoldo Urrutia de Luis y Francisco Umbral eran hermanos por parte de padre. Así, el soneto del que hablo era, de algún modo secreto que tal vez el autor ni siquiera sospechó y que no conoció hasta muchos años después, un soneto compartido:

MUERTO MÍO

La guerra, el hambre, el odio... Día a día
¿cuánta carne de muerto no devora
la vida, cuánta lumbre, cuánta aurora
no ciega el ala de la tarde fría?

Y sigue tercamente la porfía:
canta para olvidar la vida, y hora
tras hora va la mano leñadora
talando rama a rama la alegría.

Se oye el golpe en el tronco. Cae la rama.
El mar continuo de la vida brama.
Ya sé que a nadie importa, pero es mío

este muerto. Me duele. Lo levanto
a hombros, con esfuerzo, sobre el llanto,
y mi sangre lo lleva en su hondo río.


En otro poema del mismo libro y de la misma antología, "La imposible vuelta", el poeta dialoga con el padre ausente y le dice que si quisiera volver, vería "todo en el aire inmóvil del recuerdo"; le dice también que está junto a la ventana, en ese estrecho rincón que conoce, y que está escribiendo esos "prosaicos versos tan sencillos como si hubiera vuelto". Le hace saber, en fin, que es ocho de abril y que "la tarde, alondra herida por el cielo, como un dolor antiguo va sangrando lentamente".

Cuenta en su reportaje Manuel Jabois que Umbral, cuando murió Leopoldo de Luis el 20 de noviembre de 2005, acudió al tanatorio y pidió a Jorge Urrutia, el hijo del poeta, que le dejara a solas con su padre. Nunca sabremos qué le dijo, o qué pensó, Umbral a su hermano por parte de padre en ese momento, pero tal vez en lo más íntimo de su corazón recordaría en ese momento los versos que Leopoldo escribió a la muerte del padre común de ambos: "Ya sé que a nadie importa, pero es mío este muerto." 

jueves, 9 de abril de 2015

Josefina Aldecoa, el cielo de los libres


Me propongo en esta entrada, y en otras posteriores, recuperar lo que escribí en su día sobre la obra literaria de Josefina Aldecoa, a quien ya dediqué una entrada con motivo de su fallecimiento en la que recogía un comentario a su libro de memorias En la distancia (quien lo desee, puede leerlo AQUÍ). Quiero compartir, con quienes visiten estas páginas de literatura y vida, mis impresiones de lector de la obra de esta importante escritora de la generación del medio siglo, que nos dejó en el mes de marzo de 2011.
                       
                            
 EL  CIELO  DE  LOS  LIBRES


Cerca del cielo de los libres es un verso perteneciente a un poema de juventud de Daniel Rivera, poeta y profesor universitario, protagonista, junto a Teresa y Berta de la última entrega novelística de Josefina Aldecoa, El enigma, e ilustra uno de los aspectos claves de la obra, la búsqueda de la libertad personal: "Por primera vez, ¿en siglos?, se sentía libre. Pensó que del otro lado del océano había quedado una vida, la suya, anclada en la rutina y el aburrimiento y el desasosiego". Esa vida rutinaria, mediocre y convencional a la que se refiere el narrador -externo, de tipo omnisciente-, es la de Daniel Rivera junto a Berta, la mujer con la que está casado y ha tenido dos hijos. A lo largo de la novela, el lector asiste al continuo desencuentro y al abismo existente entre las personalidades, las actitudes y los intereses de ambos. En los muchos rasgos negativos acumulados en el personaje de Berta, en su mentalidad conservadora y reaccionaria, nos parece advertir un eco lejano de la Menchu de Cinco horas con Mario; los reproches hacia la tarea intelectual y literaria de Daniel, los continuos acicates para mejorar la situación económica de la familia, evocan en el lector la mediocridad que caracteriza al personaje de Delibes.


La insatisfacción, el vacío, la desolación infinita y color gris rodean, nos dice el narrador, la vida de Daniel Rivera junto a Berta. Durante su estancia en una universidad americana como profesor invitado parece tomar conciencia "de que en algún punto del camino se había equivocado y ya para siempre sería víctima de ese error." Pero el azar le tiene reservada una sorpresa con nombre de mujer, Teresa. Junto a ella vivirá una historia de amor que es el contrapunto a su relación con Berta. Teresa es el polo opuesto de Berta. Comparte con Daniel las inquietudes intelectuales y el gusto por la literatura y la escritura, "le elevaba hacia un mundo en el que la inteligencia, la sensibilidad eran lo más valioso". Es un mujer libre, culta e inteligente, que también se refugia en la misma universidad, huyendo y "dejando atrás un matrimonio fracasado". El amor surge enseguida entre ellos y se hace más y más profundo con el paso de los días. La lejanía y el extrañamiento del campus universitario, espacio en cierto sentido fuera de la realidad, propicia la ausencia casi total de obstáculos para esta relación que abarca la primera parte de la novela. El teléfono, único vínculo con el pasado, es la ventana abierta a través de la cual, a partir de breves retazos de conversaciones, Berta asoma su mediocridad como la sombra única que nubla el cielo libre recién conquistado de los amantes.


No es la primera vez que en la reciente narrativa española el mundo de la universidad y de los profesores universitarios sirve de motivo literario; existe ya cierta tradición y podría hablarse casi de un subgénero narrativo; pensamos, por ejemplo en la novela de Ramón Carnicer También murió Manceñido, en La isla de los jacintos cortados, de Gonzalo Torrente Ballester, en Todas las almas, de Javier Marías, o, en buena medida, en Carlota Fainberg, de Antonio Muñoz Molina, entre otras.



Teresa está escribiendo un libro sobre las relaciones de pareja, centrado en la historia amorosa de algunos personajes célebres, y ése es uno de los puntos fundamentales de esta novela que supone una descarnada y sincera indagación en el mundo de las relaciones de pareja: "Las parejas. Qué extraña relación, la más vieja del mundo." La historia de amor de Teresa y Daniel, así como la conflictiva vida matrimonial de éste con Berta son el contrapunto a las historias del libro que escribe Teresa; de modo que asistimos a dos aspectos de una misma cuestión, el de la reflexión intelectual sobre las relaciones amorosas y el de la vivencia de dos historias de amor que se entrecruzan y pivotan en el personaje de Daniel.

La indagación de Teresa, y de hecho la novela toda, intenta responder al enigma que supone el hecho de que la relación amorosa entre personas perdure en el tiempo: "¿Por qué en algunos casos la relación entre iguales superiores funcionaba y en otros no? ¿Por qué?... Era un enigma." Quizá se desprende del libro que la libertad personal, la autenticidad y la sinceridad son imprescindibles para que una relación sea estable y duradera. Desde que se acaba el cuatrimestre y con él la estancia de Daniel en América, es decir, en la segunda parte de la novela, la relación con Teresa, al chocar con la realidad y quedar condicionada por la ausencia y la distancia, empieza a ser conflictiva. Daniel no es capaz de enfrentarse a la situación y tratar de poner una solución. En el fondo, empieza a cuestionarse la oportunidad de esa relación: "¿Por qué Teresa había aparecido en su camino cuando ya su vida estaba anclada en un punto de no retorno?" Ella le reprocha que no sepa tomar una decisión e hipoteque su vida. Daniel se resiste al divorcio y a abandonar a Berta y a sus hijos. A pesar de los encuentros breves, unos días en Menorca y un verano en Asturias, Daniel no da el paso y el amor con Teresa atraviesa por momentos muy difíciles. Todo apunta hacia un final descorazonador que oculta los sueños en un oscuro camino de sombras y sumerge al personaje en un pozo de mediocridad y frustración al que le ha llevado su carácter irresoluto, su cobardía y el miedo a afrontar su propio fracaso. Daniel renuncia a la libertad y tal vez también a la felicidad.

La rememoración del pasado, tema frecuente en la narrativa de Josefina Aldecoa, se ciñe aquí al mundo de la infancia de los personajes, que es evocado y recuperado en las conversaciones entre Teresa y Daniel. Julia, personaje de La enredadera, decía: "todo se fragua en la infancia, todo se arrastra desde la infancia"; parece, pues, en esta historia -y en varios de los cuentos de su libro Fiebre-, volver Aldecoa al mundo de las novelas anteriores a la trilogía iniciada por Historia de una maestra. El enigma insiste en la preocupación de la autora por la complejidad de las relaciones humanas, por las renuncias y los desencuentros, por la soledad y el desamparo, por la búsqueda de la libertad personal y de un territorio de luz no gastada.

La novela está ambientada a finales de los ochenta, en la época de los gobiernos socialistas. Estructurada en fragmentos breves, a veces simples retazos de conversaciones telefónicas, posee una indudable agilidad y un lenguaje directo que resulta muy eficaz en este tipo de relato. Madrid, Nueva York, Menorca y Asturias son los escenarios para esta historia de soledades compartidas, que despertará, seguro, el interés de los lectores.


NotaEsta reseña, “El cielo de los libres. El enigma, de Josefina Aldecoa”, fue publicada en la revista de literatura Quimera, Barcelona, nº 220, septiembre de 2002, pp. 70-71.