miércoles, 6 de abril de 2011

La inspiración y el tiempo: Salvador Monsalud y las artes / y 2


A Daniel, en sus veinticuatro años, espléndidos,
merodeando siempre los intrincados caminos
de la creación y el arte.

Cuando Salvador Monsalud se vacía de ilusiones y se llena de positivismo, o lo que es lo mismo, de realismo y de pragmatismo, aún le queda un pequeño resquicio para dar rienda suelta a su vena creativa y artística, el que le deja la política, que le ocupa casi por entero con sus devaneos entre las Logias de la masonería hispánica de aquellos tiempos. Así que piensa que si no sirve para músico tal vez sí pueda ser poeta e incluso un  buen poeta. Sin embargo, la voz del narrador nos indica una vez más su falta de pericia y nos da una lección magistral: la literatura, como cualquier otra actividad que se haga con los cinco sentidos, necesita dedicación plena, esto es, tiempo. Brilla de nuevo, como en la entrada anterior, la prosa de don Benito:

La poesía escrita le cautivaba sobremanera. También se le antojó ser poeta escrito, lo cual es muy distinto de poeta sentido; pero tropezó con el inconveniente de no saber de nada, grave contrariedad que estorba mucho, aunque no tanto como al músico la ignorancia de su arte. El poeta puede salir de su atolladero con libros, y en aquel tiempo, aunque pocos, había libros. Lo que principalmente faltaba era espíritu literario, que es la atmósfera del artista; faltaban público y amigos tocados de la misma debilidad versificante, porque cuanto respiraba, respiraba entonces con los pulmones de la política. Salvador creyó, sin embargo, que en sí mismo encontraría todo lo necesario, es decir, poeta, espíritu poético, público y hasta el aplauso, que también es musa. Compró libros, empezó a desflorar aquí y allí; pero, ¡ay!, a las primeras tentativas vio que le faltaba una musa imprescindible, una musa sin cuya condescendencia no es posible hacer absolutamente nada: le faltaba tiempo. No sabemos lo que habían hecho Homero y el Dante con su inmensa inspiración si no hubieran podido consagrar a los versos ni aun medio minuto; si hubieran tenido que ganarse la vida trabajando dieciséis horas en áridas cuentas y fatigosos menesteres; si la obligación sagrada de mantener a su madre les hubiera quitado toda ocasión de renunciar al trabajo lucrativo para emprender la gloriosa, agitada y vagabunda vida de la imaginación.
Un día, Salvador se sintió muy malhumorado. Cogió los poetas, y acordándose de Felipe II, les trató como a herejes.

Decía Cervantes, a quien Galdós tanto y tanto admiraba, que siempre se desvelaba y trabajaba por parecer que tenía de poeta la gracia que no quiso darle el cielo. Puede que así fuera, pero fue el cielo generoso al repartir las gracias de la prosa que a él le cayeron a manos llenas. Cuando Aub se quejaba siempre de la falta de tiempo porque las actividades cotidianas le ocupaban tanto, quizá tuviera presentes estas sabias palabras del novelista canario. Podemos concluir que para ser poeta, pues, se necesita inspiración y tiempo.       

lunes, 4 de abril de 2011

Coser y cantar: Salvador Monsalud y las artes / 1



Es sobradamente conocido que Salvador Monsalud es uno de los protagonistas creados por Galdós para la “Segunda serie” de sus Episodios Nacionales. Se trata de un personaje en el cual dejó mucho de sí mismo don Benito. En una de las novelas de esa serie, El Grande Oriente, de junio de 1876, nos habla el gran novelista de las inquietudes artísticas de su criatura de ficción. Lo hace, como siempre, con tanta ironía como gracia. Vamos con la primera de esas aficiones, la música, y dejemos para una entrada posterior las aficiones literarias del bueno de Monsalud, partidario de una España liberal y progresista frente a Carlos Navarro, el antagonista de la serie, tradicionalista, monárquico y apostólico.

Salvador tenía pasión por la música. Al establecerse en Madrid el año 18, creía, en su candor (pues su alma era en el fondo excesivamente candorosa), que aquel arte estaba al alcance de todo el mundo. Ignoraba las inmensas dificultades técnicas, jamás vencidas después de la infancia, que caracterizan el arte más amable y más profundamente patético en la vaguedad soñadora de su expresión. Con estas ideas, Monsalud compró un piano. Creía que en el clave todo es, como vulgarmente se dice, coser y cantar. El desengaño vino al instante, y el pobre joven se encorvaba con desesperación sobre el ingrato instrumento, y sus dedos de hierro herían las teclas sin poder hacerles hablar más que un lenguaje discorde y estrepitoso. Al mismo tiempo trataba de explorar el mundo de aritmética y de armonía comprendido en las cinco rayas de la cábala musical, y su mente caía rendida ante un trabajo que exige paciencia sinfín y árida práctica. Un día le sobrevino un arranque de ira durante los estudios musicales, que asemejaban su casa a un conservatorio de locos, y tomando un martillo, dijo a las teclas:

- ¿No queréis responderme? Pues tocad ahora.

Y las despedazó. La caja no tuvo mejor suerte, y una vez vacía, la llenó de legajos. El clave sufrió la suerte de los hombres que a cierta edad se vacían de ilusiones y se llenan de positivismo.

Leyendo estas luminosas palabras de Galdós, se me da por pensar en cuantas veces las circunstancias y los azares de la vida han obligado a tantos Monsaludes a enterrar el artista que creían llevar dentro y a dedicarse, a salvo de los cantos de sirena, a las labores prosaicas que finalmente son las que dan de comer y facilitan eso tan manido que se llama sustento material. En fin...