lunes, 23 de diciembre de 2013

Mi alma antigua de niño: ¡Feliz Navidad!


A todos los que pasáis alguna vez por aquí, y a los que no pasáis también, os deseo feliz navidad y un próspero, si puede ser, 2014.

Voy a necesitar, para los tiempos que vienen, recuperar mi alma antigua de niño, así que estas navidades haré como Federico García Lorca en el poema de 1919 "Balada de la placeta", incluido en Libro de poemas, 1921: irme muy lejos, cerca de las estrellas, para pedirle a Cristo Señor que me devuelva mi alma antigua de niño:

Se ha llenado de luces
mi corazón de seda,
de campanas perdidas,
de lirios y de abejas.
Y yo me iré muy lejos,
más allá de esas sierras,
más allá de los mares,
cerca de las estrellas,
para pedirle a Cristo
Señor que me devuelva
mi alma antigua de niño,
madura de leyendas,
con el gorro de plumas
y el sable de madera.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Antonio Machado, el largo peregrinar hacia la mar


Tiene razón Alfonso Guerra cuando escribe en el prólogo de este libro que la obra de Machado sigue viva para viejos y nuevos lectores. Monique Alonso, quien ya había publicado en 1985 un excelente libro sobre el poeta titulado Antonio Machado. Poeta en el exilio, en editorial Anthropos, nos da ahora esta crónica de los tres últimos años de la vida del poeta, que arranca en el Madrid de 1936 y termina con el fallecimiento del escritor en Collioure en 1939. 

Riguroso, documentado y muy bien escrito este libro se lee, a pesar de ser conocidos en lo sustancial los hechos que en él se narran, con pasión y estremecimiento; se vuela sobre sus páginas, y cuando se llega al final, nos gustaría que el libro no acabase y que la autora nos siguiese contando más detalles sobre el menesteroso final del poeta.

Corrige la autora algunos errores que se han venido repitiendo desde hace años y aporta nuevas datos, fruto de sus pacientes y rigurosas investigaciones, sobre el peregrinar del poeta en el exilio.

No elude Monique Alonso los aspectos más controvertidos de la actuación del poeta en esos años. Por ejemplo, cuando no quiso firmar un escrito de ayuda a Félix Ros que le presentó el editor José Janés cuando Machado estaba hospedado en la Torre Castañer de Barcelona. Mi amigo Jusep Mengual recoge ese episodio en la biografía de Janés que publicó recientemente, en septiembre de 2013, en Debate, bajo el título A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor.

Me parece que el enigmático viaje de Manuel Machado a Collioure no se aclara suficientemente. Se afirma que tal viaje existió, pero no se aporta ningún documento que lo pruebe. José Machado, el hermano del poeta, quien le acompañó en el momento de la muerte, no alude a ese viaje, cuando tan fácil le hubiera resultado hacerlo, en su libro Últimas soledades del poeta Antonio Machado. Recuerdos de su hermano José, publicado por Ediciones de la Torre en 1999.

En fin, al margen de esos debates siempre abiertos, el libro es magnífico y recomiendo encarecidamente su lectura, sobre todo a los jóvenes lectores que desconozcan o tengan solo una visión superficial de los hechos aquí narrados. Lo mejor que puede decirse, al margen de alabar el rigor histórico y filológico, es que este libro se lee como si fuera una novela o como si fuera una crónica de un tiempo doloroso y apasionante.

viernes, 6 de diciembre de 2013

1991: Mandela en Barcelona


Como suele decirse, yo estuve allí. Apenas hacía un año que Mandela había salido de la cárcel. Pasqual Maragall era alcalde de Barcelona. Estaba la ciudad en puertas de vivir la Olimpíada del 92. Mandela no era aún presidente de Sudáfrica, pero era un símbolo de la lucha contra el racismo, y también lo era de la defensa de las libertades, la igualdad y la decencia. Por eso fui a verlo aquella tarde. Pocas personas he visto que comunicaran tanto simplemente con su voz y su presencia. No sé si mi ciudad le dio la importancia que tenía. Le habían preparado, por todo escenario, un rústico tablado en una esquina de la Plaza de Sant Jaume, de una austeridad improvisada y un punto inadmisible, para que se dirigiera al escaso público, negros en su inmensa mayoría. El acto duró poco. No tengo fotos y por eso las tomo de la prensa. Recuerdo el sonido de los tambores que tocaban los negros y sus cánticos y sus bailes y hasta creo recordar que Mandela también bailó, ¡dichosa memoria!... La impresión que nos causó no se me ha olvidado. Descanse en paz.

martes, 3 de diciembre de 2013

Tanka del tiempo



TANKA DEL TIEMPO

Pasan veloces
como nubes los años
asombro y vértigo
caudalosa esperanza
en las aguas del tiempo.

Nota. La foto de este edificio barcelonés es de MQ. 

viernes, 29 de noviembre de 2013

El porvenir vacío: Larra, Zúñiga y Zorrilla / y 3


Así cuenta Zúñiga el final de la lectura de Zorrilla y del entierro de Larra en su libro Flores de plomo:

La voz se rompió y Roca de Togores, que estaba detrás de él, le cogió los papeles y terminó de leer el poema, con lo cual se puso fin al acto: los tres sepultureros cerraron el ataúd y lo introdujeron en el nicho, lo que, por estar casi a ras de suelo, no les costó gran esfuerzo, y esta sensación de facilidad se comunicó a los presentes, que se pusieron las chisteras, empezaron a hablar y a moverse en dirección a la puerta del cementerio y a los coches que allí esperaban.

Si existe un remoto cielo
de los poetas mansión,
y solo le queda al suelo
ese retrato de hielo,
fetidez y corrupción;
¡digno presente por cierto
se deja a la amarga vida!
¡Abandonar un desierto
y darle a la despedida
la fea prenda de un muerto!

Poeta, si en el no ser
hay un recuerdo de ayer,
una vida como aquí
detrás de ese firmamento...
conságrame un pensamiento
como el que tengo de ti.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

El porvenir vacío: Larra, Zúñiga y Zorrilla / 2


Así cuenta Ramón de Mesonero Romanos, en Memorias de un setentón, la participación de José Zorrilla en el entierro de Larra:

La misma tarde del 14 estábamos reunidos todos los amantes de las letras, o por mejor decir, toda la juventud madrileña, en la parroquia de Santiago, ante el sangriento cadáver del malogrado Fígaro; colocado que fue en un carro fúnebre, sobre el que se ostentaban cien coronas en torno de sus preciados escritos, seguimos todos a pie, enlutados y llenos de sincero dolor, tributando de este modo el primer homenaje público acaso desde Lope de Vega, rendido entre nosotros al ingenio. Y llegados que fuimos al camposanto de la puerta de Fuencarral, y antes de introducir el ataúd en su modesto nicho, don Mariano Roca de Togores (actual Marqués de Molíns) pronunció algunas sentidas frases en loor del desdichado suicida; adelantóse luego con tímido continente un joven, un niño aún, pálido, macilento, de breve persona y melancólica voz; pidió permiso para leer una composición, y obtenido, hízolo de un modo solemne, patético, en aquellos versos, en aquella sentida composición que sorprendió a los circunstantes. Aquel niño inspirado hizo vibrar las fibras de nuestros corazones, y el nombre de José Zorrilla, circulando de boca en boca, consiguió inspirar desde aquel instante las mayores simpatías.

Era una flor que marchitó el estío,
era una fuente que agotó el verano;
ya no se siente su murmullo vano,
ya está quemado el talle de la flor.
Todavía su aroma se percibe,
y ese verde color de la llanura,
ese manto de hierba y de frescura
hijos son del arroyo creador.

Que el poeta en su misión,
sobre la tierra que habita,
es una planta maldita 
con frutos de bendición.

Duerme en paz en la tumba solitaria
donde no llegue a tu cegado oído
más que la triste y funeral plegaria
que otro cantará por ti.
¡Esta será una ofrenda de cariño
más grata, sí, que la oración de un hombre,
pura como la lágrima de un niño,
memoria del poeta que perdí!

Se dice que, en algún momento, bien podría ser este, al joven poeta se le quebró la voz y no pudo continuar la lectura de su estremecedor poema. Se dice también que fue Roca de Togores el que tomó las cuartillas manuscritas de Zorrilla para terminar la lectura.

Nota. La cita de Mesonero Romanos procede del libro Escritores cotumbristas. Larra, Mesonero Romanos, Estébanez Calderón, de la Biblioteca Clásica Ebro, Editorial Ebro, Zaragoza, 1973. La selección de los textos, el prólogo y la edición corrieron a cargo de José Manuel Blecua; sin estar seguro de ello, conjeturo que se trata de José Manuel Blecua, hijo. 

lunes, 25 de noviembre de 2013

El porvenir vacío: Larra, Zúñiga y Zorrilla / 1


Publicó Juan Eduardo Zúñiga hace unos años, en 1999, un libro titulado Flores de plomo. En uno de sus capítulos, o cuentos, según cómo se mire, o pequeñas piezas maestras, según se dice en el texto de la contraportada, titulado "Juzga la mirada", dice el poeta José Zorrilla, convertido por Zúñiga en personaje literario:

Pasarán unos años y olvidaremos a Larra. Se olvidarán sus artículos satíricos, se olvidarán sus amores, su mordacidad, su final lamentable, porque fue un descontento, un censor de cuanto le rodeó en su época y la verdad es que sólo se recuerda a quienes nos hacen sentir felices, aunque sea con engaños.

Cuenta después el personaje que al entierro de Larra no acudió nadie de la familia, tan solo algunos amigos, pocos, y escritores. Su mujer, Matilde O'Reilly -en realidad se llamaba Florentina- a quien le está hablando, se lamenta porque Larra fue, dice, un hombre educado, culto y con atractivo para las mujeres. Pregunta luego Matilde al poeta por qué fue al cementerio y el Zorrilla personaje de Zúñiga responde que había ido a leer los versos que algunos le habían pedido que escribiera en su honor.

Es cosa de imaginarse, ante Larra de cuerpo presente, en el ámbito lúgubre del cementerio, una tarde fría de febrero, al joven poeta, literaturizado por Zúñiga, que empieza a darse a conocer con la lectura de aquellos versos, leyendo con la voz entrecortada y estremecida:

Ese vago clamor que rasga el viento
es la voz funeral de una campana:
vano remedo del postrer lamento
de un cadáver sombrío y macilento
que en sucio polvo dormirá mañana.

Acabó su misión sobre la tierra,
y dejó su existencia carcomida,
como una virgen al placer perdida
cuelga el profano velo en el altar.
Miró en el tiempo el porvenir vacío,
vacío ya de ensueños y de gloria,
y se entregó a ese sueño sin memoria,
¡que nos lleva a otro mundo a despertar!

Nota. El libro de Zúñiga lo publicó Alfaguara. El texto de Zorrilla lo tomo de la Antología de la poesía romántica, Clásicos Castellanos nº 12, Biblioteca Hermes, Barcelona, 1997. La edición y la selección de textos corrió a cargo de mi amigo José Ángel Cilleruelo, cuyo blog "El Visir de Abisinia", se puede visitar desde los enlaces de este blog. El texto de Zorrilla lo acompañó Cilleruelo con una nota al pie que dice: "La muerte de Larra fue uno de los acontecimientos que más impresionaron en la época romántica. Ese día, el joven y hasta ese momento enteramente desconocido Zorrilla, leyó estos versos, como homenaje, ante la multitud de personas que había acudido al sepelio. Este es, por lo tanto, el primer poema de su prolífica obra y, como tal, encabezó los seis volúmenes de sus juveniles Poesías."

domingo, 17 de noviembre de 2013

A donde quiera el aire


Un poema de Juan Ramón Jiménez,  del libro La muerte (1919-1920)

¡Que, con la muerte, sea yo
lo mismo que la campanilla azul;
que, al cerrarse, a la tarde,
deja fuera de sí todo su aroma,
para que se lo lleve a donde quiera el aire!


El aroma que se lleva el aire es el de la obra poética de nuestro autor, que tantos millones de personas han leído al correr de los años y que crece con cada nueva lectura en hermosura y asombro poético.

Nota. La foto es del cementerio de Portbou y la tomé el pasado septiembre.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Si de Ti me aparto



En 1909 Manuel Murguía inició la edición de las Obras completas de Rosalía de Castro. Incluyó en ellas una edición ampliada de En las orillas del Sar y añadió una serie de poemas alguno de los cuales explicita bien a las claras el sentimiento religioso de Rosalía, aunque otros poemas del libro nos indiquen que es una creencia la suya llena de matices y muy compleja. Este es el último de los poemas añadidos por Murguía:

Tan solo dudas y terrores siento
divino Cristo, si de Ti me aparto;
mas cuando hacia la cruz vuelvo los ojos
me resigno a seguir con mi calvario.
Y alzando al cielo la mirada ansiosa
busco a tu Padre en el espacio inmenso
como el piloto en la tormenta busca
la luz del faro que le guíe al puerto.

Nota. La foto la tomé en Colliure el otoño pasado.

domingo, 20 de octubre de 2013

Leyendo a Alice Munro



Con una oración exclamativa recomendaba mi amigo Fernando Valls hace unos días en su blog que había que leer a Alice Munro. En el mundo del cuento, y en otros, claro, Fernando es una referencia absolutamente fiable, así que dirigí mis pasos hacia una céntrica librería y busqué algún libro de la autora. Elegí Amistad de juventud, un libro de 1990. Fui a pagar y delante de mí otro cliente se llevaba, entre otros, un libro de Munro, del cual no pude ver el título, traducido al catalán. 

Me bastó la lectura del primer cuento, que leí junto al mar, el sábado pasado hizo un día casi veraniego, para advertir la gran calidad literaria de la autora. El relato que da título al libro es un cuento logradísimo, que no se agota en sí mismo y cuya materia literaria bien podría haber servido de base a una novela. Al igual que esa melancólica historia llena de delicadeza y rebosante de soledad sobre esa poeta observadora de una realidad áspera y triste, perteneciente a una familia de colonos sobre la que la muerte y el destino trágico se abaten sin piedad, que es "Meneseteung". Una prosa admirable. Mano maestra en eso que algunos llaman cuentos de la media distancia. Habrá que seguir leyendo a Munro.

Nota. El fondo que contemplan mis pies es el Cap Ras. La foto es de MQ.

jueves, 3 de octubre de 2013

Camilo J. Cela: La alcoba de don Antonio / y 3


Cela no se limita, en Judíos, moros y cristianos, a describir la alcoba del poeta, también nos habla de la tertulia a la que acudía con regularidad en el estudio del ceramista Fernando Arranz:

En el taller de Arranz se formaba todas las tardes, después de almorzar, una tertulia que presidía don Antonio, el escultor Emiliano Barral, que era de Sepúlveda y trabajaba a martillazos, según la buena técnica de su abuelo que a los noventa años aún picaba piedra, el más duro granito; y el padre Villalba, un agustino exclaustrado, y el cadete Carranza, que tocaban la música; y Seva, que era empleado de Haciendo y la sombra de don Antonio; y don Blas Zambrano, de quien Barral hizo una cabeza de piedra con una inscripción que dice: el arquitecto del acueducto; y Julián María Otero, que publicó un Itinerario sentimental de la ciudad de Segovia; y Mariano Quintanilla, que aún vive en Segovia, guardián de tanto viejo recuerdo; y Carral, Ignacio Carral, que había de morir trágicamente en Madrid; y Manuel Cardenal Iracheta, tolerante y buen amigo del vagabundo.(...) Sobre Blas Zambrano, el padre de María Zambrano, la escritora a quien el vagabundo conoció en Madrid, en su casa de la plaza del conde Barajas, publicó don Antonio un artículo en La Vanguardia, de Barcelona, durante la guerra."

En una carta de Machado a María Zambrano, fechada el 22 de diciembre de 1937, se refiere a Blas Zambrano y le dice a su hija:

Diga V. a su padre -mi querido don Blas-, que lo recuerdo mucho, y siempre para desearle toda suerte de bienandanzas y de felicidades. Dígale que, hace unas noches, soñé con que nos encontrábamos otra vez en Segovia, libre de fascistas y de reaccionarios, como en los buenos tiempos en que él y yo, con otros viejos amigos, trabajábamos por la futura República. Estábamos al pie del acueducto y su papá, señalando a los arcos de piedra, me dijo estas palabras: "Vea V., amigo Machado, cómo conviene amar las cosas grandes y bellas, porque ese acueducto es el único amigo que nos hoy queda en Segovia". En efecto -le contesté-, palabras son esas dignas de su arquitecto. (Poesía y Prosa, Tomo IV, pág. 2228, ed. de Oreste Macrì)

domingo, 29 de septiembre de 2013

Camilo J. Cela: La alcoba de don Antonio / 2


Las cartas que publicó Concha Espina, a las que se refiere Camilo José Cela en la entrada anterior, lo fueron en Madrid, Lifesa, en 1950 bajo el título de De Antonio Machado a su grande y secreto amor. Muy posteriormente, en 1981, se publicó, en Plaza y Janés, el libro Sí, soy Guiomar. Memorias de mi vida, de Pilar de Valderrama. Las cartas que se contienen en él, no el facsímil manuscrito, claro, también reproducido, las recogió Oreste Macrí en el tercer volumen Tomo III. Prosas completas (1893-1936) de la edición de la obra completa del poeta que bajo el título de Poesía y prosa, publicó en 1988 en Espasa Calpe con la colaboración de la Fundación Antonio Machado. Allí, con el título de "Cartas a Guiomar", se habla, lo hace el poeta, en efecto, de la estufa a la que se refiere Cela:

Domingo - Noche - Segovia
Llego a las 12 y media, pues el tren ha tenido un largo retraso. La noche está muy fría; pero mi patrona me tiene encendido un brasero y la estufa. Si vienes, diosa mía, un momentito a ver a tu poeta, no tendrás frío. (Pág. 1676)

Hay otra alusión en esas cartas al frío y a otra estufa, la que hizo instalar el poeta en el café de Madrid, nuestro rincón lo llamaba, en el que se encontraba con Guiomar:

Sábado - Madrid
Vuelvo de nuestro café, donde he estado esperándote hasta las dos, y encuentro en casa tu carta, que llegó por conducto de Hortensia Peinador. Mi diosa está malita; pero no quiere alarmar a su poeta. Quiero creer que no es nada. Quietecita en la cama, vida mía, que, en efecto, el tiempo está muy malo y la gripe en todas partes. Ya tenía yo mi preocupación por el frío de nuestro café, hasta el punto, que hoy mandé poner una pequeña estufa de gasolina para calentar nuestro rincón. Ardiendo estuvo hasta que me marché. Verás, otra vez, qué bien calienta. (Pág. 1704)

viernes, 27 de septiembre de 2013

Camilo J. Cela: La alcoba de don Antonio / 1


Leo Judíos, moros y cristianos. Notas de un vagabundaje por Ávila, Segovia y sus tierras, célebre libro de viajes publicado por Camilo José Cela en febrero de 1956, número 120 de la colección Áncora y Delfín, de Ediciones Destino. En sus páginas califica a don Antonio Machado como "el hombre más bueno del mundo" y hace esta descripción de su habitación en Segovia, donde vivió el poeta, dice, "a siete pesetas diarias durante trece años":

La alcoba de don Antonio, casi una celda de fraile pobre, es modesta y baja de techo, ruin de proporciones y desangelada. La alcoba de don Antonio  está al fondo de la casa y da la parte de atrás. La alcoba de don Antonio se conserva tal como él la vivió, con su cama de hierro, su mesa de tabla, se papelera de alambre, su cómoda negra, su silla, su bombilla y su tulipa colgando del cordón de la luz. La alcoba de don Antonio guarda también el aguamanil y el espejo que él se compró para lavarse la cara y peinarse el pelo de la cabeza. La alcoba de don Antonio se calentaba con una estufa de petróleo, que ahí sigue, que también salió de su bolsillo de profesor con poco dinero; don Antonio habla de su estufa en una carta que publicó Concha Espina. Lo único noble de la alcoba de don Antonio es su balcón, que cae, por encima de los tejados de la ciudad, del río Eresma y de la Vera Cruz, sobre las peladas cuestas de la Lastrilla, que se ve al fondo. Al lado de la alcoba de don Antonio, vivía un don Avelino a quien el poeta arrullaba, noche tras noche, leyéndole versos en voz alta hasta que se dormía.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Tanka del alma y la sombra



TANKA DEL ALMA Y LA SOMBRA

Será una sombra
en este mar mi alma
sueño y salobre
flotando sobre el agua
navegando en el viento.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Silencio, destierro y astucia



Mi amigo, casi hermano, J.C., catalán internacional donde los haya, me envía desde Italia, donde imparte docencia universitaria en letras, con motivo del once de septiembre esta modestísima cita, según él, del libro de Joyce cuya portada ilustra esta entrada de regreso: 


I will tell you what I will do and what I will not do. I will not serve that in which I no longer believe, whether it calls itself my home, my fatherland, or my church: and I will try to express myself in some mode of life or art as freely as I can and as wholly as I can, using for my defense the only arms I allow myself to use -- silence, exile, and cunning.

Me gusta tanto que tomo el libro de la estantería y lo repaso hasta encontrar la cita. Stephen Dédalus dialoga, ya hacia el final del libro, con Cranly acerca de sus actitudes y puntos de vista frente a la realidad; es entonces cuando dice:

Me has preguntado qué es lo que haría y qué es lo que no haría. Te voy a decir lo que haré y lo que no haré. No serviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar, mi patria o mi religión. Y trataré de expresarme de algún modo en vida y arte, tan libremente como me sea posible, tan plenamente como me sea posible, usando para mi defensa las solas armas que me permito usar: silencio, destierro y astucia.

Lucidez de Joyce, lección de vida: silencio, destierro y astucia.

Nota. La traducción es de Dámaso Alonso.La colección "Palabra en el tiempo", de la editorial Lumen, la dirigía como es bien sabido don Antonio Vilanova, uno de mis profesores en la universidad. Mi ejemplar pertenece a la segunda edición, la de 1978. La cita procede de la página 295.

sábado, 3 de agosto de 2013

Ramón J. Sender: Disentir


Que Sender es un caudal inagotable de lecturas lo sabemos muy bien sus lectores y tampoco desconocemos que en cada libro suyo puede uno encontrarse reflexiones llenas de buen tino expresadas llamando a las cosas por su nombre, sin circunloquios estériles, con su prosa afilada de siempre. Termino de leer estos días una curiosa novela titulada El superviviente, publicada por Destino en 1978. En ella escribe así el autor de Réquiem por un campesino español acerca de la participación de los "comunistas rusos" en la Guerra Civil:

El peor malentendido en casos de guerra civil es el del disentimiento afable con los que tienen el mango de la ametralladora política, sobre todo si la discrepancia es sutil. A eso lo llamábamos "morir de disentería". Dentro de cada partido se hace la vista gorda, pero si hay una oportunidad de liarse a tiros en colectividad, es decir, de manera impersonal lo hacen con verdadero placer. Así hicieron los comunistas rusos en el Bajo Aragón. Y en Barcelona con los de la CNT.
   Y en todas partes contra Largo Caballero, que se obstinaba en ganar la guerra, lo que no les convenía a los rusos porque querían que España cayera en manos de las tropas alemanas para tomarle la retaguardia a Francia y que los alemanes atacaran al país de Víctor Hugo y no al de Tolstoi.
   Lo consiguieron gracias a infinitos imponderables sutiles como hilos de tela de araña (fue mi caso) o burdos como cabrestantes de barco de carga, que fue el caso de Andrés Nin. Y tantos otros.
   Lo malo era cuando alguien con autoridad para matar te decía mirando a otra arte: "Me han pasado una nota de los servicios especiales en la que aparece tu nombre. Debe ser un error".
   Un error con su gatillo y su plomazo.

miércoles, 17 de julio de 2013

Parece tan fácil...


Me sale al paso en la preterida lectura veraniega de estas Memorias de un investigador privado, de José Antonio Marina, un autor cuya claridad de ideas nunca deja de asombrarme, una propuesta, formulada conjuntamente con María de la Válgoma, de una "Ley del progreso Ético de la Humanidad", no quiero dejar de ponerla aquí:

Todas las sociedades cuando se liberan de cinco obstáculos -miseria extrema, miedo, ignorancia, dogmatismo y odio al vecino- evolucionan convergentemente hacia un modelo ideal compartido: reconocimiento de derechos individuales, no discriminación injustificada, participación en el poder político, mercado libre, seguridades jurídicas y políticas de ayuda social. Si esta ley fuera verdadera, nos permitiría predecir a grandes rasgos, y sin fijar plazos, la evolución de las sociedades. 

Casi al mismo tiempo en que termino la lectura de estas memorias, que más que memorias son una poliantea de temas que se presentan al lector sin tregua, asisto atónito, a través de la prensa, a un nuevo capítulo de la mascarada del ruedo ibérico; pienso entonces que ya a lo único que podemos aspirar es a que alguien, desde el poder, dé algún tipo de explicaciones que resulten mínimamente convincentes, cosa harto difícil, aunque sea a través del plasma.

lunes, 15 de julio de 2013

Tanka de la piedra y el agua



TANKA DE LA PIEDRA Y EL AGUA

Lanzo la piedra
sobre el agua aquietada
de la bahía,
miro su vuelo breve
luego la veo hundirse.

martes, 25 de junio de 2013

Javier Tomeo


Conocí a Javier Tomeo en una memorable noche en la que coincidimos, él como presidente del jurado del Premio de Novela, que en su día le fue otorgado, y yo como ganador de la edición del año anterior, en Barbastro. Me pareció un hombre formidable, desde luego a la altura de la obra que ya había leído de él; podría decirse que uno veía en su persona al narrador de todos sus cuentos y novelas sin desmerecer un ápice de cualquiera de ellos. Una vez fallado el premio, que ganó, si no recuerdo mal, un autor mexicano,  aunque mi preferencia fuera otra, apareció Félix Romeo y se unió a la tertulia en la que también participaban Ramón Acín y Manuel Vilas. Entre copa y copa hacía dibujos en un papel y preguntaba quién de nosotros quería que le hiciera uno. El que comparto con los lectores que se pasen por aquí es el que le dedicó a mi hijo Claudio, que por entonces tenía un año y medio. Ahora lo rescato y lo traigo aquí para recordar a Tomeo, el de Bestiario, el de la maravillosa Napoleón VII, el de Los enemigos, el de El canto de las tortugas, el de Amado monstruo y el de tantas otras obras; también para decirle, donde quiera que esté, lo mucho que he aprendido  y disfrutado, más allá de la dureza de algunas de ellas, leyendo sus obras. Fue un gran autor. Me sumo al dolor de su familia y de sus amigos.

viernes, 14 de junio de 2013

La luz proclamada: Ars vivendi, de Tomás Rodríguez Reyes


Le viene bien el título del libro de Rodríguez Reyes a este blog, porque conforma una elocuente antítesis con el de la entrada anterior, cuyo tema era el suicidio. Sigo desde hace tiempo el blog de Tomás "Trópico de la Mancha" y, por consiguiente, estoy algo familiarizado con su prosa poética y reflexiva a un tiempo. Sin embargo, debo decir que la lectura en libro, más íntima y sosegada que ante la pantalla del ordenador, realza de alguna forma que no sé explicar del todo esa escritura.

El diario es en sí mismo un género literario y hay en el libro abundantes reflexiones sobre ello. Especialmente afortunada es la que se incluye en la entrada del 19 de diciembre de 2010: "un diario es una elegía continuada y todo lo elegíaco es lírico, profundamente lírico." Tal vez lo sea porque, como se dice en la entrada del 16 de marzo, el diario recoge "el pensamiento que dicta ese día que es el mismo y que es otro." La elegía consiste, pues, en atrapar las reflexiones nacidas en el tiempo que huye y se va. Es una forma de dejarlas presas en las palabras para que el vendaval no las esparza entre la ventolera del olvido. 

El diario es una forma más de la literatura, "una forma pura y exacta de la literatura", como dice el autor en la entrada correspondiente al 25 de octubre. Así que, como toda buena literatura, el diario también conlleva una importante dosis de indagación en lo personal, en lo que nos pasa y sucede, en lo que somos o creemos ser: "si alguna vez pudiera comprender quién o qué soy", nos dice en acertado aforismo Rodríguez Reyes. 

Las lecturas son uno de los elementos más destacados del libro. Los comentarios, las reflexiones, las numerosas citas de autores, algunos de ellos poco transitados, nutren las páginas de esta obra porque "en el fondo soy un lector que escribe". En el libro se respira literatura y vida en cada página: "a pesar de la vida, escribo la vida", nos dice el autor en la entrada del 20 de octubre, para  enfatizar la idea el 5 de diciembre: "no hay nada más allá de escribir; escribir, en sí, es ya una acción que completa una vida."

Para terminar ese comentario sobre Ars vivendi, cuya lectura, es obvio, recomiendo encarecidamente a quien se pase por estas páginas de literatura y vida, he seleccionado, esperando que Tomás no se moleste, estos aforismos sobre la poesía:

  • La palabra poética encierra las razones luminosas del ser.
  • La poesía conduce a sentir más que a comprender.
  • La poesía es revelación y mudez, estrategia de la razón para desasirse de sus artificios.
  • La poesía es memoria, es tiempo y es palabra.
  • La pasión de la poesía es la pasión por el silencio, porque el poeta no escoge la palabra adecuada, escoge los silencios necesarios.
  • La poesía brota de la plenitud y un poeta no lo es más que cuando está contemplando la eternidad de su finitud.
  • La poesía es la raíz en la oscuridad que conduce a la luz proclamada.

sábado, 1 de junio de 2013

Suicidio: cuatro aforismos


Para IFF, que tiene toda
la vida por delante.

[1] Suicidarse o vivir: falso dilema, siempre vivir. 

[2] ¡No me habléis de la muerte y de su cortejo fúnebre, habladme de la vida!

[3] El malditismo que desnaturaliza la vida y la deja al borde del abismo carece de sentido.

[4] De acuerdo con Machado: no tenemos derecho a aniquilar la fuerza útil que pueda haber en nosotros.

Nota. Escribo estos aforismos tras la lectura estremecedora de Amarillo, de Félix Romeo. La foto de la farola modernista del Paseo de Gracia de Barcelona es de MQ.

lunes, 27 de mayo de 2013

Tanka de la lluvia


TANKA DE LA LLUVIA

Gotas de lluvia
como lágrimas leves
que llora el cristal
bailarinas fugaces
del agua entre la niebla.

Nota. La foto es de M.Q.

viernes, 24 de mayo de 2013

Manuel Lamana y Vázquez Montalbán / y 4


Copio aquí, para finalizar estas entradas dedicadas a Manuel Lamana, la columna que el veintiocho de septiembre de 1998 le dedicó, en el diario El País, Vázquez Montalbán al escritor exiliado.

LAMANA

La película Los años bárbaros es una de las pocas incursiones en el filón argumental de la resistencia antifranquista, sin duda filón que convoca atracción y rechazo según se hiciera algo o no se hiciera nada contra Franco cuando ya era Franco, Franco, Franco. La peripecia vivida por los dos jóvenes refugiados del batallón de trabajadores presos políticos del Valle de los Caídos, Manuel Lamana y Nicolás Sánchez Albornoz, fue novelada por una de las dos jóvenes, entonces, norteamericanas que les ayudaron en la fuga, Barbara Probst Salomon. La otra muchacha, Bárbara Mailer, es hermana de Norman, y fue estratega de la fuga otro hermano de hermano ilustre, Paco Benet.
   Hasta aquí el resumen de la situación. A partir de aquí un arrebato de melancolía porque uno de los protagonistas de la fuga, Manuel Lamana, es un novelista español que mereció ser censado por Eugenio de Nora, pero cuya obra es imperfectamente desconocida en España. Autor de Los inocentes, de Otros hombres y de la inédita Diario a dos voces, Lamana perteneció a la promoción de los Aldecoa, Sánchez Ferlosio, Juan Goytisolo, García Hortelano, aunque se hiciera escritor en su país de exilio, Argentina, y después de su fuga viviera una historia personal y política más marcada por el tenebrismo argentino que por el español. No sé si la palabra inadmisible es excesiva, pero resulta difícilmente admisible que las novelas de Lamana no sean republicadas y reasumidas por la sociedad literaria española y editada la inédita, como ejercicio de recuperación de un escritor que nos faltaba para entender la travesía del desierto de los años cuarenta y cincuenta. Trato de sobreponerme a la decepción causada por la cantidad de veces que he tenido que dar la filiación no ya de Lamana, sino de Eugenio de Nora y de sus imprescindibles estudios sobre la novela española contemporánea. Y eso que Lamana, como se ha demostrado, era de película.

Nota. Se ocupó de su figura y de su obra también José R. Marra-López en su pionero y célebre Narrativa española fuera de España 1939-1961. La sociedad literaria española, como dice Vázquez Montalbán, ya ha "republicado" Otros hombres y Los inocentes y también la "inédita" Diario a dos voces. ¿Habrá tenido o tendrá eco entre los lectores? Lo podremos comprobar en el número de reediciones que las editoriales Viamonte y Seix Barral se vean obligadas a hacer ante la demanda del público lector. 

martes, 21 de mayo de 2013

Manuel Lamana, biografía de solapa / 3


Manuel Lamana nació en Madrid en 1922, segundo hijo de una familia de cuatro hermanos. Cursó sus primeros estudios en la capital. Su padre, afiliado a Izquierda Republicana, ocupó un alto cargo en el Monopolio de Tabacos y Fósforos. Ya iniciada la guerra civil, la familia se trasladó a Valencia, en noviembre de 1936, después a Barcelona y finalmente, en febrero de 1939, se exiliaron en Francia, excepto el hermano mayor, José Luis, combatiente republicano que fue hecho prisionero tras la batalla del Ebro. La vida en la Valencia en guerra fue recreada por Lamana en la novela Los inocentes, publicada en el exilio, en Buenos Aires, en 1959. La peripecia del destierro en suelo francés, la de su padre por un lado, separado de la familia, y la de la madre y sus hijos, Manuel, Álvaro y Carmen, por otro fue contada en Diario a dos voces, publicado en Barcelona en 2013; por una parte, el diario escrito entre el tres de febrero y el veintiocho de abril de 1939 por José María Lamana, el padre, y por otra, el del escritor recreando sus vivencias de aquel tiempo muchos años después, en 1985. Para no ingresar en una compañía de trabajo de la Alemania nazi, Lamana regresó a España, a Madrid, en cuya universidad, en la Facultad de Derecho, se matriculó. Fue detenido en 1947 por sus actividades clandestinas antifranquistas. Ingresó en prisión y fue condenado a varios años de cárcel; la condena la cumplió en el campo de concentración de Cuelgamuros, haciendo trabajos forzados en la construcción del mausoleo fascista de El Valle de los Caídos. Consiguió fugarse en agosto de 1948 y llegar a París en compañía de Nicolás Sánchez Albornoz, ayudados ambos por la escritora Bárbara Probst Salomon y Bárbara Mailer. La estancia en la España franquista y la espectacular fuga la contó Lamana en Otros hombres, novela publicada en Buenos Aires en  1956. Es también autor de un conjunto de artículos sobre literatura española recogidos en Literatura de postguerra, publicado en la capital argentina en 1961. Vivió exiliado en Buenos Aires, donde se dedicó a la docencia universitaria y donde fallecería en 1996.

viernes, 17 de mayo de 2013

Manuel Lamana, Los inocentes / 2


Vaya por delante, Los inocentes me parece una de las novelas cortas sobre la guerra civil española más lograda y original. El narrador, contando desde la perspectiva de Luisito, un joven de catorce años en el que se adivina cierto trasunto biográfico del autor, que se desplaza desde Madrid a Valencia con su familia en noviembre de 1936 y va a vivir en la ciudad en guerra hasta su trágico final, ofrece al lector, además de la guerra en sí misma, contada de modo tangencial, como el caso de la niña cuyos padres mueren en la toma de Málaga por los nacionales ametrallados desde un avión que asesina a la gente que huye por las carreteras, los efectos que esta tiene sobre la conciencia de un joven todavía en formación.

En el libro que comentaba en la entrada anterior, Diario a dos voces, Manuel Lamana nos dejó, ignoro si deliberadamente, una de las claves de esta novela, cuya primera edición publicó Losada en Buenos Aires en 1959. El Manuel Lamana de ese diario, que tantos puntos en común tiene con el Luisito protagonista de la novela a la que me refiero, escribe:

He pensado a veces cuánto perdería el mundo si yo muriera, si hubiera muerto en un bombardeo, por ejemplo. He pensado también que el mundo es todo para uno. Habría entonces algo así como una suma: el mundo y yo, mano a mano los dos. Tanto me completo yo en el mundo como el mundo conmigo. Ahora veo que no, que nadie es tan imprescindible. Aunque uno falte, el mundo sigue funcionando igual. ¿Pero puede ser que yo desaparezca y para el mundo no importe? No digo para mamá y para mis hermanos: para el mundo. Por lo que he visto, basta con que los demás se corran un poco y el hueco estará tapado. Todos seguirán comiendo, todos seguirán charlando. Yo no estaré, nada más, pero ¿quién se dará cuenta?

La lucidez de esta reflexión, llevada a cabo por un Lamana adulto, puesta en el pensamiento de un muchacho de dieciséis años que se enfrenta a la crudeza de un exilio injusto,  emparenta con la actitud vital de Luisito, un joven que se envuelto en una guerra cruel y durísima que otros, en su felonía, en su rebelión, le han impuesto; ello le obliga, quizá infructuosamente, a adaptarse al paisaje, físico y moral, que esa misma guerra ha creado.

La monotonía, la abulia en muchos momentos, la falta de horizontes vitales, la sensación de estar viviendo un tiempo estancado y muerto, conducen a Luisito a una actitud, de marcados rasgos existencialistas, que tiene no pocos puntos en común con la del Lamana que escribe el diario postergado de su exilio en Francia en 1939: "Luisito se sentía cansado. El cielo era azul, pero él lo sentía gris. Las piernas le pesaban, le pesaba la cabeza, los pies se le apretaban contra las paredes de los zapatos. Cerraba los ojos y andaba unos pasos, para mejor no estar."

Luisito, forzado testigo de unos acontecimientos detestables, siente la guerra en su vida diaria y en lo que habla con sus padres y en lo que ve y lo que oye; ya sabe, por ejemplo, que los rebeldes "mataban a todo el que no pensaba como ellos", que en su familia eran republicanos, y que no todos, en palabras del padre, defendían acertadamente la República, sobre todo quienes, amparados en el anonimato de la noche, asesinaban lo mismo que los del otro lado. Don Luis, el padre del personaje, educa a su hijo en la tolerancia y en el intento vano de lograr algún día la concordia entre los que entonces se mataban en los frentes. Al hilo de la muerte de dos de sus colaboradores, ametrallados desde un avión cuando circulan en coche por la carretera de Sagunto, reflexiona lúcidamente ante su hijo con estas palabras:

Cuando a un español no le gusta lo que hace otro dice: "Ese no es de mi España, es de la otra media". Nos empeñamos en no ver. Nos empeñamos en negar lo que no nos gusta. ¡No es de mi España! ¿Quién da el derecho a esa posesión excluyente? Y así llega el día en que el mito lo encontramos convertido en la verdad más crasa. En que realmente España está partida por la mitad. En que ya no es de nadie. En que todos nos tenemos que poner a matar. Y en un día de sol como hoy nos matan a Prados y a Marín. ¿Te das cuenta? ¡Por España! Algún día, quién sabe, nos daremos cuenta de que españoles somos los de aquí y los de allí, y que no hay España sin los dos. A mí ellos no me gustan. Ni yo a ellos. Pero somos todos del mismo suelo. Es así."

Por eso el narrador, estratégicamente situado detrás de la conciencia de Luisito, reflexiona así sobre el significado de la guerra:

La guerra había llegado hasta ellos y les había hecho sentir el odio de sus mayores. Y aquí estaba el problema que estremecía a Luisito y le hacía quedar en el vacío sin llegar a formulárselo: ¿Ellos iban a seguir odiando? ¿El odio de los mayores ya no se lo iban a poder arrancar? ¿Iban a seguir diciendo acusadoramente "vosotros" y "nosotros"?

Quizá el final trágico de Luisito, causado sin duda por ese odio, sea una respuesta a esas preguntas. 

Los inocentes es una gran novela, una de las mejores sobre la guerra civil española. Reeditada en 2005 por la editorial Viamonte, con un prólogo excelente de Constantino Bértolo, es una lectura obligada por su calidad literaria, por la originalidad en el tratamiento de la guerra, por su hondura humana. Se preguntaba Lamana si alguien, caso de haber desaparecido en un bombardeo, por ejemplo, se daría cuenta de que no estaba o no estaría. Sí, claro que hay quien se daría cuenta, todos los lectores que han leído sus libros, que se han emocionado y estremecido con ellos, al margen, naturalmente, de quienes le conocieron y vivieron junto a él, Isabel Luzuriaga, su mujer y sus hijos María Luisa y Miguel, a quienes dedicó la novela en 1959, así como a todos los niños, en paz o en guerra, porque Los inocentes también puede considerarse una novela de aprendizaje, de iniciación a la vida en un tiempo en el que la vida no valía nada, una novela de acceso a la experiencia en unas circunstancias terribles que afortunadamente, a pesar del dolor, este país aprendió a superar, mirando hacia adelante y dejando atrás los enfrentamientos estériles; por eso, creo que esta novela debería ser leída por los jóvenes que, como el Luisito protagonista, estén ahora en la adolescencia, para que conozcan el pasado y no lo olviden nunca.