lunes, 31 de mayo de 2010

Haikú: Ni aun el olvido



Nada quedará
de este tiempo de sombras,
ni aun el olvido.


Nota. La foto está tomada por mi hija Marta y es un detalle arquitectónico de un edificio cercano al Parlamento Europeo, en Bruselas.

jueves, 20 de mayo de 2010

Pero no así el dolor: de Manoel de Oliveira a Max Aub



La muerte es una condición absoluta. Cuando nacemos es lo único seguro; moriremos, no hay dudas. Esa certeza me ha hecho no temerla. Aunque temo, eso sí, el dolor. La muerte, como decía Tolstói, sólo es una puerta de salida.

Estas declaraciones, recogidas por Elsa Fernández-Santos, enviada especial de El País al festival de Cannes, fueron hechas por el director portugués en respuesta a un periodista que le reprochaba el pesimismo de su última película. La lucidez de las mismas las acerca al pensamiento aforístico, aunque, lógicamente de haber sido redactadas tal vez el cineasta les hubiera dado otra forma distinta, a lo mejor, discúlpeseme el atrevimiento, algo parecido a esto:

La muerte es una condición absoluta, así que cuando nacemos lo único seguro es que moriremos. Esa certeza me ha hecho no temerla, pero no así el dolor. La muerte es sólo una puerta de salida.


A este respecto recuerdo siempre la frase aforística de Julián Templado, uno de los protagonistas de Campo de sangre la novela de El laberinto mágico una parte importante de la cual transcurre en la Barcelona en guerra de 1938:

Los hombres temen el dolor, no la muerte.

Nota. La foto del director portugués procede de la red, la del escritor valenciano de mi archivo personal.


martes, 18 de mayo de 2010

El socialismo cristiano en bicicleta de Gumersindo Pellitero


Para Gumersindo Pellitero, que falleció en Santa Coloma de Gramenet el 17 de mayo a la edad de 63 años. En la amistad.

Para cuantos tuvimos el privilegio de conocerle y de compartir con él los afanes y los desvelos, las alegrías y las ingratitudes de esa tarea apasionante y a menudo tan poco valorada que es la educación, o sea, enseñar a los demás aquello que otros en su día te enseñaron a ti, ayudar a los jóvenes a que se formen como ciudadanos, a que sean libres y responsables, tolerantes y solidarios, para quienes compartimos, digo, todo eso con él durante largos años, escribir sobre Gumer es muy fácil. Porque a despecho del dolor que nos provoca su muerte a destiempo, siempre le recordaremos como lo que fue: un hombre en el buen sentido de la palabra bueno, una persona que lo dio todo por los demás y que encarnó, esto es puso carne y emoción, los más imperecederos y hermosos de los valores: la decencia, la lealtad, el sentido de la justicia y el respeto a quienes pensaban de forma diferente a como lo hacía él.
 
Se dice, y creo que con razón, que uno no desaparece del todo hasta que se muere el último de los que te recuerdan. Descansa tranquilo, amigo Gumer, porque tu ejemplo y tu persona han dejado una huella perenne en el corazón de muchos de nosotros y será imposible que te olvidemos. Siempre me recordaste, Gumer, no sé bien por qué, a Mario Díez, el personaje de Delibes, que también nos acaba de dejar, que alumbraba, en palabras certeras de Umbral, “un socialismo cristiano en bicicleta”.
 
Escribo estas palabras para decirte adiós, Gumer, para despedirme de ti. Pero también para decirte que seguiré tu ejemplo, que perseveraré en la tarea, en la noble tarea de vivir e intentar hacer vivir, tal como hacías tú, a través de la educación y la palabra a los demás. Con todo, nos queda, Gumer, el más duro de los aprendizajes, el más desolador, el de aprender a convivir con tu ausencia.
 
Sé, lo sabemos muchos, Gumer, la importancia que para ti tuvo siempre la poesía. Permíteme, desde tu sueño y tu descanso eternos, que cierre estas torpes palabras con los versos de un poeta a quien siempre admiraste, don Antonio Machado:
 
Dice la esperanza: un día
la verás, si bien esperas.
Dice la desesperanza:
sólo tu amargura es ella.
Late, corazón... No todo
se lo ha tragado la tierra.
 
Hasta siempre, amigo, compañero.

lunes, 17 de mayo de 2010

En el adiós a Juan Luis Alborg



El pasado 6 de mayo falleció en Bloomington, USA, el crítico literario e historiador de la literatura española Juan Luis Alborg. Leí la noticia en los “Obituarios” de El País, en la edición del viernes 14 de mayo. La nota la escribían su editor en Gredos, Manel Martos y la profesora María de los Ángeles Encinar.

No creo que haya una sola biblioteca personal de profesores y de lectores curiosos en la que no estén los cinco magníficos volúmenes de su Historia de la literatura española, que la editorial Gredos fue publicando en las últimas décadas. Tampoco creo que hubiera uno solo de los opositores al Cuerpo de Agregados de Bachillerato, hoy de Profesores de Enseñanza Secundaria, que no llevase entre sus materiales de trabajo los correspondientes resúmenes extraídos de las páginas de los distintos tomos de esa obra. Ni creo, en fin, que falten en ninguna biblioteca, escolar o no, que se precie de serlo. Ahí queda pues el trabajo de Alborg, ocupando un espacio en nuestras estanterías tras haber abierto senderos de lectura y de interpretación en la memoria de sus muchos lectores.

Era Juan Luis Alborg un crítico a contracorriente, que hacía gala de su independencia a la mínima ocasión que se le presentaba. Así en el prólogo del libro cuya imagen sirve para ilustrar esta entrada, escribía el crítico valenciano: “Mi mayor orgullo es no haber llevado jamás en ninguna parte de mi persona, desde la solapa a los jamones (que es donde se graba bien) la marca de ninguna ganadería. Ni aceptado jamás cargo, sinecura o remuneración no procedente de mi absoluto trabajo profesional. Cosa esta en la que siempre he puesto muy buen cuidado.”

El primer volumen de Hora actual de la novela española es de 1958. El segundo, el que traigo aquí, es de 1962. Alborg, que siguió un camino parecido al de Ignacio Soldevila, valenciano como él, fue de los profesores que, para seguir investigando, tuvieron que marcharse a Estados Unidos. Allí llegó Alborg en 1961. Se hizo, en tierras norteamericanas, con las obras que pudo de los novelistas del exilio, las que lógicamente no se podían editar en España por la fuerte censura del régimen de Franco, y preparó tres estudios sobre Ramón J. Sender, Max Aub y Arturo Barea, que publicó en el mencionado volumen junto a autores como Gonzalo Torrente Ballester, Jesús Fernández Santos, Sebastián Juan Arbó, Juan Antonio Zunzunegui o Elena Soriano entre otros. Ello nos da muestra de cómo Alborg entendía que la literatura española, la novela en concreto, de esos años era una sola que se publicaba dentro y fuera de España exclusivamente por razones políticas, pero que eran dos ramas hermanas e hijas del mismo tronco común, la tradición literaria hispánica. Es la suya un visión certera e integradora que a la altura de 1962, año en que se publicó el libro, cuando tan escasas noticias se tenía del quehacer literario de tantos escritores que se vieron forzados a abandonar España tras la derrota de la República en la Guerra Civil, aún no se había publicado el libro de Marra-López Narrativa española fuera de España (1963), nos muestra en qué forma hubiera debido escribirse la historia de la novela de aquellos años: Cela junto a Ayala, Aub junto a Delibes, Sender junto a Torrente Ballester, Barea junto a Laforet.

Nos deja, pues, Juan Luis Alborg, pero nos quedan sus estudios y sus reflexiones certeras sobre nuestra literatura. Me sumo desde aquí al dolor de su familia y amigos, que es el mismo de cuantos leímos con devoción lo que escribió.

Nota. Google, que posee imágenes de todo o de casi todo, no ha sido capaz de suministrarme un solo retrato, una sola fotografía de Alborg, así que me he visto obligado a coger mi cámara digital y malfotografiar, pido disculpas por ello, la foto familiar que ilustraba los comentarios de El País.

jueves, 13 de mayo de 2010

El infierno según Azcona



A Luis Valdesueiro

Sin que acierte a saber muy bien por qué, el caso es que leyendo la entrada del martes 11 titulada “El infierno” en el blog Las esquinas del día, magnífica bitácora de mi admirado Luis Valdesueiro, me vino a la memoria la reflexión que sobre el infierno y la muerte nos dejó Rafael Azcona en el soberbio guión de la película de José Luis Cuerda La lengua de las mariposas. Hay en ese texto secuencias extraordinarias en las que, partiendo de los personajes del ya célebre cuento de Manuel Rivas, Azcona nos deja sutiles y atinadas reflexiones, algunas, como las del fragmento que copio a continuación, dignas del mejor Unamuno:


SECUENCIA 38
HUERTO Y CAMINO
DÍA

MONCHO
He visto un entierro...

DON GREGORIO
¿Quién Se ha muerto?

En lugar de responder, Moncho pregunta:

MONCHO
Cuando uno se muere, ¿se muere o no se muere?

El maestro, volviendo ya hacia el pueblo, lo mira unos instantes antes de responder:

DON GREGORIO
En su casa, ¿qué dicen?

MONCHO
Mi madre dice que los buenos van al cielo y los malos al infierno.

DON GREGORIO
¿Y su padre?

MONCHO
Mi padre dice que de haber Juicio Final los ricos irían con sus abogados. Pero a mi madre no le hace gracia.

DON GREGORIO
Y usted, ¿qué piensa?

MONCHO
Yo tengo miedo.

Don Gregorio se inclina hacia él, le habla confidencial:

DON GREGORIO
¿Es capaz de guardar un secreto?
Moncho asiente:

DON GREGORIO
Pues, en secreto: ese infierno del más allá no existe. El odio, la crueldad, eso es el infierno... A veces el infierno somos nosotros mismos.

Moncho alza la mirada hacia su mentor, que ya se ha incorporado. Y, aliviado, le pega el primer mordisco a la fruta que le ha regalado el maestro.


Nota. El guión de La lengua de las mariposas, basado en los cuentos de Manuel Rivas “La lengua de las mariposas”, “Carmiña” y “Un saxo en la niebla”, pero con excelentísimas escenas debidas a la sabiduría de Azcona, se publicó en primera edición en noviembre de 1999, en la “Colección Espiral” de la editorial “Ocho y medio, libros de cine” (http://www.ochoymedio.com/), con la participación de SOGETEL y Las Producciones del Escorpión.

domingo, 9 de mayo de 2010

Antes de conocerte



Cuando se marchó el último de sus amigos, aunque se sentía algo turbado por los excesos de la cena, se encaminó al estudio y se sentó a la mesa de trabajo con el fin de tomar algunas notas. No dejaba de darle vueltas a lo que el más íntimo de sus conocidos le había dicho en tono confidencial: “Lo que necesitas es un título, así que para que dejes de lamentarte como un viejo achacoso, te regalaré uno que me salió al paso mientras leía una obra de teatro: Mi vida antes de conocerte; ahí está, todo tuyo, ya no tienes excusa, así que ponte a trabajar.”

Daba vueltas en su sillón giratorio mientras valoraba las posibilidades que le ofrecía el título propuesto. Encendió el ordenador, abrió una ventana nueva y empezó a teclear: “Mi vida antes de conocerte era menos que nada, adusto pedregal, desierto infame, una pompa de jabón sobre el vacío. Antes de conocerte no existía, sólo a tu lado conseguí ser este yo que fui y voy dejando poco a poco de ser, vencedor de humillaciones y aniquilador de sombras.” Sintió un cansancio repentino, le vencía el sueño, de modo que archivó lo escrito y apagó el ordenador. Se acostó. Durmió plácida y relajadamente, a pesar del hueco hiriente de su ausencia. En el sueño supo, con todo, que nada le había quedado por decir.

martes, 4 de mayo de 2010

Mi paseo por Barcelona en primavera



A Joaquim, el més barceloní dels barcelonins, en l'amistat.

Cuando llegué a la ciudad, en la primavera de 1973, Barcelona vivía de espaldas al mar. Su fachada marítima se reducía a escasas playas desordenadas y anárquicas, repletas de merenderos, de casetas de baños, encajonadas entre fábricas, tinglados y construcciones avejentadas que encarcelaban la mirada sobre el mar y la reducían a destellos anhelantes de espacio y horizonte. Tenía todo un aspecto destartalado, como por hacer, esperando la llegada de un orden imposible. El barrio más cercano al mar, la Barceloneta, era un espacio degradado, olvidado, como si los que gobernaban la ciudad desde el autoritarismo hubieran decretado que los edificios y las estrechas callejuelas que lo conformaban hubieran de ser la frontera última de la urbe, como si no estuviera el mar detrás, reclamando dignidad y atención.


Con el paso de los años, y sobre todo con el impulso olímpico, las fábricas y talleres que se esparcían a lo largo de la costa e impedían con sus muros y sus chimeneas la llegada franca hasta el mar, fueron desapareciendo, derribados por la piqueta que abría caminos y recuperaba playas y arenales, dársenas y malecones donde era tan fácil sentirse, con Neruda, abandonado como los muelles en el alba. En su lugar se levantó un puerto deportivo de nueva planta. A veces las ciudades crecen a golpe de eventos y recuperan espacios olvidados durante décadas hasta la degradación y el sinsentido.

Cuando llegué a la ciudad, entonces, aún podían leerse insultantes pintadas con el lema “fora xarnegos” escritas con letra apresurada en la clandestinidad de las paredes más escondidas y secretas. Hoy, en mi paseo solitario por todas estas avenidas redescubiertas, escucho hablar en no sé cuántas lenguas y me cruzo, siendo como es día festivo, con gentes de múltiples nacionalidades, familias que buscan el yodo del aliento marino y la caricia del sol primaveral, la brisa refrescante de un mar que nada sabe de idiomas, naciones ni banderas. La ciudad no desaprovecha, sin embargo, la oportunidad de afirmarse en lo que es y así, el símbolo de las cuatro barras que conforman la enseña catalana se despereza hacia el cielo libre de la esplendente mañana de finales de abril.


La modernidad de los arquitectos asombra con estos edificios emblemáticos que se yerguen sobre lo que antes eran solares abandonados. Esta vela de hormigón y ventanas, de curvas insinuantes, imponente en sus alturas, parece como marcar la proa de la ciudad adentrándose en el mismo mar que antaño ignorara.
 

Las velas navegan libres sobre las aguas y se reflejan, como una metáfora del tiempo eterno y recuperado, sobre los ventanales del edificio, como si por fin la ciudad se hubiera reconciliado, ya para siempre, con el mar a cuyas orillas fue fundada hace tanto tiempo que ya no es capaz de ser abarcado por la memoria.
 


Nota. Las fotos fueron tomadas por mi hija Marta el último domingo del mes de abril. Las traigo aquí ahora para ilustrar esta entrada. El edificio "Vela" fue concebido y diseñado en el "Taller de Arquitectura", del arquitecto Ricardo Bofill.