jueves, 7 de enero de 2010

Fallece Avalle-Arce



Es muy probable que el apellido que se menciona en el título de esta entrada diga muy poco a muchos lectores, pero el día 4 de enero, en Madrid, en las páginas del diario ABC, en su sección de "Necrológicas-Esquelas", me encontré con la noticia de su muerte y me causó una gran impresión. Han sido tantos años de explicar las razones de la locura de don Quijote a través de sus luminosos análisis y de sus certeras conjeturas, que, a fuerza de leer sus textos, era Avalle-Arce alguien muy familiar para mí, aunque sólo lo conociera a través de sus obras, de sus estudios cervantinos principalmente. Ese día, lluvioso y frío en Madrid, mientras saboreaba el café del desayuno, conocí la triste noticia. Había fallecido el 25 de diciembre, pero por razones que ignoro, el diario lo hizo público el 4 de enero. Estos grandes hispanistas, maestros de tantos profesores, que llevan a cabo una fecunda labor de investigación y de crítica y que casi siempre son perfectos desconocidos fuera del ámbito universitario y del mundo de los especialistas, casi nunca tienen el reconocimiento que merecen y es la suya una labor callada y para minorías, pero su aportación a los estudios literarios suele ser decisiva y hemos de reconocer, muchos, que su trabajo nos ha iluminado no pocas veces oscuros y difíciles pasajes de nuestra historia literaria. Juan Bautista Avalle-Arce, fallecido a los 82 años, es un claro ejemplo de cuanto digo. Su último libro publicado, Las novelas y sus narradores, lo fue en 2006, aunque me gustaría recordar ahora su Don Quijote como forma de vida, de 1976, al que pertenecen estas palabras luminosas sobre la locura de don Quijote que copio a continuación y que dejo aquí como testimonio de profundo respeto y de homenaje:

Quiero destacar en la ocasión el hecho de que los sentidos no engañan a don Quijote en absoluto. Sus sentidos perciben una aislada venta manchega y dos prostitutas, imágenes autorizadas por la sucesión de autores que intevinieron en la redacción de la historia de don Quijote. Es en el paso de lo sensorial a lo anímico que estas imágenes quedan totalmente trascordadas: el alma de don Quijote registra, en vez de venta, un castillo, y dos hermosas doncellas en lugar de las dos mozas del partido. Y las imágenes sensoriales quedan totalmente metamorfoseadas y embellecidas en el momento de imprimirse en el alma de nuestro héroe. (...) La explicación de fenómeno tan extraordinario es tan sencilla como contundente. Las imágenes que se perciben sólo pueden pasar de lo sensorial a lo anímico por la aduana de la imaginativa, y ésta don Quijote la tiene lesionada. En consecuencia, lo que registra el fuero más interno de nuestro caballero andante no responde en absoluto a la realidad que perciben sus sentidos. Pero es más grave aún porque nuestro héroe tiene lesionada asimismo la fantasía. (...) Y así llego al final de este aspecto de mi demostración: la venta es recibida por el alma de don Quijote como un castillo por el desajuste de su imaginativa, y una vez que se imprime en su alma la imagen de un castillo acude su lesionada fantasía a perfeccionarla "con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan."

4 comentarios:

Fernando Valls dijo...

Con Avalle-Arce aprendimos muchos a leer mejor a Cervantes y la literatura del Siglo de Oro español. Por tanto, no es poco lo que le debemos. Un abrazo, Javier, con mis mejores deseos para este nuevo año.

Joaquín Parellada dijo...

Avalle-Arce era de la estirpe de los Montesinos, Asensio, Llorens y otros. Y si cito al primero y al último es para recordar que también hizo incursiones en el siglo XIX. Su edición de "Morsamor", de Valera (en la benemérita Textos hispánicos modernos, de Labor, que dirigía un jovencísimo Rico) es ejemplar. Yo tengo la suerte de tener firmado por él su "D.Q. como forma de vida". Lo recuerdo con boina y gabardina, casi un personaje valleinclanesco.

Fernando Valls dijo...

Donde no llega mi memoria, alcanza la tuya, Joaquín, porque también yo leí en su momento esa ed. de Morsamor.

Javier Quiñones dijo...

Gracias, Fernando y Joaquín, por vuestros comentarios. La verdad es que tenéis razón los dos. Con Avalle-Arce aprendimos a leer mejor a Cervantes y con Montesinos a Galdós y con Llorens valoramos el Romanticismo en su justa medida. Estos grandes hispanistas, estirpe que parece en declive, son fundamentales en la historia de la literatura española, como lo fue Américo Castro y tantos otros.
Como Fernando, has tenido, Joaquín, la virtud de hacerme levantar e ir a la estantería del pasillo, donde están los autores del siglo XIX, para comprobar el dato que oportunamente dejas en tu comentario, sabio, como siempre. Tengo la edición de "Morsamor" de Avalle-Arce en "Textos Hispánicos Modernos", es el número 7 de la colección y ahora recuerdo, y aprovecho que el Pisuerga pasa por Valladolid para traerlo a esta nota, que fue Luis Izquierdo quien nos recomendó, con su buen ojo de siempre, esta edición y esta novela en la asignatura del siglo XIX en cuarto de carrera.
Un fuerte abrazo a los dos, colegas y amigos. Javier.