martes, 18 de diciembre de 2012

Contra todo cainismo


"Los derrotados hemos sido los hijos de los que hicieron la guerra: nunca conoceremos la verdad", dice José Pestaña, historiador, uno de los personajes protagonistas de esta novela lúcida y necesaria, en un momento de su narración; cuando lo dice está poniendo de manifiesto una imposibilidad: la de entender las razones que movieron los hilos de la conducta de quienes ejercieron la violencia más feroz en los días, semanas y meses que siguieron al alzamiento de los militares rebeldes contra la República; pero también la de quienes ejercieron similar violencia en las zonas en las que el alzamiento fracasó.

Con el paso de los años hemos ido aprendiendo algunas cosas: entre ellas que si los militares no se hubieran alzado en armas contra la República posiblemente no hubiera habido guerra civil. Que el terror se practicó, con el mismo odio y la misma saña, en los dos bandos en los primeros meses de la guerra, esto es, en el verano y el otoño del 36. Los paseos y los fusilamientos no fueron solo cosa de los rebeldes. Hasta en el final de la guerra, lo contó con pelos y señales Sánchez Mazas y Cercas lo recogió en su libro, se llevaron a cabo fusilamientos masivos, como aquel en el que se vio implicado el escritor y del que milagrosamente salió ileso. 

No puede ser la nuestra una historia de buenos y malos, pero hay cosas que no se pueden olvidar. Se puede perdonar, pero nunca olvidar, como le ocurre a Graciano en la novela. A Pepe Pestaña le recomiendan: "Olvídate de la guerra. Aquello pasó, y pasó. Punto." Pero hechos como los que se cuentan en esta novela estremecen y nunca puede ni debe caer el olvido sobre ellos. Hemos aprendido pues que la reconciliación y la convivencia no deben basarse en el olvido. Estoy de acuerdo con Jesús Ferrer, quien en su crítica en el diario La Razón sostenía que esta novela es "todo un alegato a favor de la convivencia social, en contra de todo cainismo."

Me ocurre con muy pocos libros, me pasó con El coronel no tiene quien le escriba o con La metamorfosis, pero cuando terminé la novela de Trapiello volví al principio y la leí de nuevo. Este es un libro que todos deberíamos leer, un ajuste de cuentas con nosotros mismos y con nuestra memoria colectiva, aunque en ella se cuente una historia dolorosa y tremenda que parece solo afectar a dos familias, la de Pestaña y la de Graciano. La indagación que dispara esa historia es colectiva, de todos. El objetivo de ella es superar el pasado violento, no olvidarlo, a cada cual lo suyo, pero sí evitar las banderías de la violencia que se adueñaron por entonces del suelo patrio. A fin de cuentas, no deja de tener razón Pestaña, por mucho que su actitud resulte provocadora para algunos, cuando dice:

La bandera de los demócratas es, hoy por hoy, la bandera constitucional; esa (se refiere a la republicana) es tan inconstitucional como la del aguilucho. Durante la guerra por cada bandera republicana había veinte de la Cnt, de la Fai, del Poum, de Pce, de la Ugt, de cualquier partido menos de la República. (...) Las aspiraciones de esa República, subsidio de desempleo, seguridad social, jubilaciones, matrimonios civiles y divorcios, aborto o igualdad entre hombres y mujeres han quedado cumplidas y rebasadas en muchos casos en esta monarquía. 

7 comentarios:

Rafael Hidalgo dijo...

No veo que la aspiración de la república fuera el aborto. Y si la sangre de los inocentes es una aspiración, se trata sin duda de una meta espurea.

Javier Quiñones Pozuelo dijo...

Rafael, la República como tal no pudo tener aspiración alguna; en todo caso habría que hablar de las aspiraciones de los partidos políticos que formaban parte de ella.

Releyéndola, no parece muy afortunada la frase que ha provocado tu comentario (aunque en todo caso la responsabilidad sea del autor y ficcionalmente de Pepe Pestaña, el personaje y a ellos habría que pedirles cuentas) y creo, sinceramente, que tienes razón en lo que dices. Aunque eso no debe dar una imagen torcida de esta estupenda novela.

A lo que se tendió, aunque fuera muy efímeramente, fue a la despenalización del aborto, en buena lógica, ahora sí, con el carácter liberal de la obra legislativa de la República. Quiero decir que a nadie se obligaba a abortar, pero tampoco a nadie se le penalizaba si esa práctica médica se hacía de acuerdo a los supuestos legales de entonces, que la España de Franco de se encargó de enterrar en el cuarto más oscuro, aunque las clases pudiente siguieran, flagrante hipocresía, practicándolo fuera de España. En fin...

Soy tan poco partidario del aborto como veo que lo eres tú, pero a fuer de liberal no creo que deba castigarse a nadie si aborta siguiendo los supuestos contemplados en la legislación vigente y hablo ahora de la España constitucional, de la nuestra, la de ahora. Rafael, las leyes están, pero ni obligan ni mucho menos pretenden vulnerar las creencias y las convicciones íntimas de nadie.

Te agradezco, sinceramente, tu inteligente comentario.

Un abrazo, Javier.

Rafael Hidalgo dijo...

Javier, no lo acabo de ver igual que tú. Matar a un inocente me parece un acto intrínsecamente malo, aunque en algún caso extremo puedan existir atenuantes, e incluso eximentes, al igual que sucede con todo obrar humano. Por ejemplo, el enajenado que acaba con su familia y no es dueño de sus actos. Ello no anula la gravedad del acto, lo único que pone de manifiesto es la incapacidad de su autor.

Ninguna ley obliga a nadie a violar, sin embargo, la violación está prohibida. Que no se obligue a algo no significa que la tolerancia de ese algo sea legítima.

Por otra parte, una legislación puede ser mala, incluso perversa, por muy democráticamente que sea sancionada. Con nuestras leyes el número de abortos se ha disparado (y no me refiero a la última reforma de Zapatero, el tema viene de antes, con gobiernos de todos los colores). Cada año en España se reconoce la matanza de más de 100.000 niños en el vientre materno. Son cifras de auténtico exterminio que ponen de manifiesto la quiebra moral de una sociedad.

Cada persona es única, irreemplazable. No somos tornillos. Por eso cada vida aniquilada es insustituible. O somos coherentes con esto o sobran discursos de "tolerancias cero" a esto y lo otro, "respeto a la vida", "valores democráticos", etcétera.

Decía Ortega que las personas tenemos fundamentalmente los mismos valores, pero que la diferencia radica en la jerarquía en que los ordenamos. Hay quien pone su salud por encima de todo, y también los hay que se dejan la salud en pos de un bien que consideran superior, aunque les encantaría estar sanos. Pues bien, todo ordenamiento (no ya legal, sino ético) que supedite a la persona concreta, de carne y hueso que diría Unamuno, a otro fin, hasta el punto de aniquilarla, es nefasto. Ahí tenemos las montañas de cadáveres en pos de una raza pura, un proletariado redimido o, ahora, de un estado del bienestar hedonista.

Perdona lo largo del comentario.

Otro abrazo para ti, Javier, y mis mejores deseos para estas Navidades.

Javier Quiñones Pozuelo dijo...

Rafael, lamento que el estupendo libro de Trapiello, clarificador y necesario en muchos aspectos,haya derivado en este cruce de reflexiones sobre un tema tangencial, pero importantísimo, desde luego por otras razones, al propio libro.

Las creencias, amigo Rafael, son las creencias y la intimidad, la intimidad, y los valores, los valores.

Yo siempre he creído tenerlos bien ordenados. La vida y la vida en libertad, porque la vida sin libertad es vida a medias, ocuparían, en mi escala de valores,un lugar preeminente. La solidaridad, la lucha por mejorar las condiciones de vida y por hacer de este mundo un lugar menos injusto, donde la riqueza no esté tan mal repartida, ocuparía también un lugar destacado. La decencia, amigo Rafael, me parece otro valor al que habría que situar en lo alto. Y la lealtad, también la lealtad.

Vuelvo a reiterarte que no soy partidario del aborto y que me parece el último de los recursos sobre el que tengo muchas, pero que muchas dudas y por suerte no me he visto nunca en la necesidad de tenérmelo que plantear siquiera y celebro que haya sido así, porque no sé cuál hubiera sido mi posición.

Ahora bien, eso no quita para que sea partidario de que se regule por ley, sea de plazos o sea de supuestos, y que si se lleva a cabo por la libre decisión de las personas, aunque yo no sea partidario, se haga de modo legal y en condiciones sanitarias óptimas. La tolerancia hacia quienes no piensan como yo me lleva a adoptar esta posición.

Discrepo, Rafael, de que sea un acto intrínsecamente malo, como tú dices. Podría ponerte algunos ejemplos, pero no lo haré para evitar alargar la polémica y porque tal vez te suenen manidos por haber sido demasiadas veces utilizados. En cualquier caso, reitero lo ya dicho, no me gustaría ver a nadie en la cárcel por haber tomado la decisión de interrumpir el embarazo, bien sea de modo voluntario, bien por acogerse a alguno de los supuestos de la ley.
Y eso no quiere decir que aliente la practica del aborto en absoluto. Reitero que tengo demasiadas dudas al respecto y siempre me pareció una calamidad...

En España, querido Rafael, hace mucha falta reivindicar la libertad de conciencia y ejercerla. Que exista una ley de despenalización del aborto, no obliga a quien no quiera practicarlo. Si esa ley no existiera y el embarazo fuera, pongo por caso, fruto de una violación, su inexistencia condenaría de por vida a una vida, la de la futura madre violada y vejada en su dignidad. Y la de la madre también es vida, Rafael.

Te leo, te admiro, voy a buscar tu libro juvenil y a leerlo inmediatamente. Porque visito tu blog y escucho la voz de tus amigos, los que no callan ni debajo del agua, sé qué espinoso es este tema para ti. Quiero decirte que entiendo tu posición y la respeto, pero en aras de la convivencia y del respeto hacia quienes no piensan como nosotros, sostengo lo que escribo en este y en el anterior comentario.

Te deseo unas felices navidades y una buena entrada del 2013, si es que los recortes nos lo permiten.

Un abrazo de tu amigo, Javier.

Alex Anton dijo...

Puedo recordarlo a usted, Javier, mencionar este libro en cierta clase de cierto instituto, en cierto día...
Pero no puedo aún olvidar su épico canto, hoy recitado en su clase de Castellano.
Me planteé la idea de saber más acerca de usted, ya que desconocía su facilidad de cantar, (y muy bien, por cierto.) y cómo hago con todas las cosas que desconozco, y pretendo conocer, busqué su nombre de pila en "Google". Casualmente, eché un vistazo a la entrada "Javier Quiñones" en Wikipedia y ya luego encontré una foto suya en la crítica del libro "Max Aub", supe que se trataba de usted.

Por cierto, muy interesante su Blog.

-AA

Alex Anton dijo...

Puedo recordarlo a usted, Javier, mencionar este libro en cierta clase de cierto instituto, en cierto día...
Pero no puedo aún olvidar su épico canto, hoy recitado en su clase de Castellano.
Me planteé la idea de saber más acerca de usted, ya que desconocía su facilidad de cantar, (y muy bien, por cierto.) y cómo hago con todas las cosas que desconozco, y pretendo conocer, busqué su nombre de pila en "Google". Casualmente, eché un vistazo a la entrada "Javier Quiñones" en Wikipedia y ya luego encontré una foto suya en la crítica del libro "Max Aub", supe que se trataba de usted.

Por cierto, muy interesante su Blog.

-AA

Javier Quiñones Pozuelo dijo...

Gracias por tu comentario, Alejandro.
Un saludo, Javier.