jueves, 26 de abril de 2012

Una voz oscura detrás de los montes




La pasión irreprimible rompe los convencionalismos y deshace las ataduras que nos echaron encima desde antes de nacer. Nada se puede contra el grito de la sangre. Y es mejor seguir el camino de la sangre que estar “vivo con ella podrida”. Aunque la fatalidad le persiga, Leonardo huye con la Novia y dispara la trama de la tragedia que acabará, inevitablemente , en muerte y desolación. A la mujer de Leonardo, en Bodas de sangre, le espera un destino aciago: “Tú, a tu casa. Valiente y sola en tu casa. A envejecer y a llorar. Pero la puerta cerrada. Y vengan lluvias y noches sobre las hierbas amargas.” La Madre del Novio grita su rabia y su desesperación y pareciera, en sus palabras, que Lorca esté hablando de sí mismo de forma premonitoria:


Benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos; bendita sea la lluvia, porque moja la cara de los muertos. Bendito sea Dios, que nos tiende juntos para descansar.


Juntos están el maestro, el poeta y los dos banderilleros. Maleza alimentaron sus cuerpos, que no trigo, en un paisaje agreste y desolado. El destino los juntó para que inertes acabaran tendidos y confundidos en la muerte, en la soledad irremediable de la muerte. Cuántas veces las madres de tantos que murieron de forma similar a la de Federico García Lorca no se preguntarían lo mismo que la Madre de la Novia: “¿No hay nadie aquí? Debía contestarme mi hijo. Pero mi hijo es ya un brazado de flores secas. Mi hijo es ya una voz oscura detrás de los montes.”

jueves, 19 de abril de 2012

¡Ay, España!: Pérez Galdós



Así, de esta manera lúcida y penetrante, nos dejaba Galdós la visión de la España de los días previos a la revolución del 68 en su novela Tormento; al releer estas palabras, cuántas semejanzas se pueden hallar con la España de nuestros días:

En una sociedad como aquella, no vigorizada por el trabajo, y en la cual tienen más valor que en otra parte los parentescos, las recomendaciones, los compadrazgos y amistades, la iniciativa individual es sustituida por la fe en las relaciones. Los bien relacionados lo esperan todo del pariente a quien adulan o del cacique a quien sirven, y rara vez esperan de sí mismos el bien que desean. En esto de vivir bien relacionada, la señora de Bringas no cedía a ningún nacido ni por nacer, y desde tan sólida base se remontaba a la excelsitud de su orgullete español, el cual vicio tiene por fundamento la inveterada pereza del espíritu, la ociosidad de muchas generaciones y la falta de educación intelectual y moral.

¡Y cuántas señoras y señores Bringas hay en nuestros días que todo lo siguen basando en las relaciones! ¡Cuánta pereza de espíritu seguimos teniendo los españoles! ¡Cuánta falta de educación intelectual y moral!

viernes, 13 de abril de 2012

De Papini a Unamuno



En la entrada de ayer incluí un fragmento de la “Oración a Cristo” que Giovanni Papini editó al final de su Historia de Cristo, libro de 1921. Como es sabido, se trata de un libro escrito por alguien que recupera la fe y se convierte al cristianismo. Por consiguiente, el libro es visceral, escrito desde la fe del converso. Sin embargo, en la oración duda, pide, casi exige, una señal, lo que viene a demostrar que su fe busca un fundamento más o menos “racional”, una señal al menos que la corrobore y la consolide, la justifique.
     Papini se consideraba, como declaró poco antes de morir “un Unamuno mancato”, esto es, un Unamuno fallido. En uno de sus poemas, don Miguel incluye estos versos, coincidentes en grado sumo con la necesidad manifestada por Papini en su oración:

Una señal, Señor, una tan solo,
una que acabe
con todos los ateos de la tierra;
una que dé sentido
a esta sombría vida que arrastramos.
¿Qué hay más allá, Señor, de nuestra vida?
Si Tú, Señor, existes,
¡di por qué y para qué, di tu sentido!
¡di por qué todo!

jueves, 12 de abril de 2012

Giovanni Papini: Oración a Cristo





Estás aún, todos los días entre nosotros. Y estarás con nosotros perpetuamente.


Vives entre nosotros, a nuestro lado, sobre la tierra, que es tuya y nuestra; sobre esta tierra que, niño, te acogió entre los niños, y, acusado, te crucificó entre ladrones; vives con los vivos, sobre la tierra de los vivientes, de la que te agradaste y a la que amas; vives con vida sobrehumana en la tierra de los hombres, invisible aún para los que te buscan, quizá debajo de las apariencias de un pobre que mendiga su pan y a quien nadie mira.


Pero ha llegado el tiempo en que es fuerza te muestres de nuevo a todos nosotros y des una nueva señal perentoria e irrecusable a esta generación. Tú ves, Jesús, nuestra pobreza. Tú ves cuán grande es nuestra pobreza; no puedes dejar de reconocer cuán improrrogable es nuestra necesidad, cuán dura y verdadera nuestra angustia, nuestra indigencia, nuestra desesperanza; sabes cuánto necesitamos de una extraordinaria intervención tuya, cuán necesario nos es tu retorno.


Aunque sea un retorno breve, una llegada inesperada, seguida al punto de una desaparición súbita; una sola aparición, un llegar y un volver a partir, una palabra sola al llegar, una sola palabra al desaparecer, una sola señal, un aviso único, un relámpago en el cielo, una luz en la noche, un abrirse del cielo, un resplandor en la noche, una sola hora de tu eternidad, una palabra sola por todo tu silencio.


Tenemos necesidad de Ti, de Ti solo y de nadie más. Solamente Tú, que nos amas, puedes sentir hacia todos nosotros, los que padecemos, la compasión que cada uno de nosotros siente de sí mismo. Tú solo puedes medir cuán grande, inconmensurablemente grande, es la necesidad que hay de Ti en este mundo, en esta hora del mundo.