lunes, 4 de abril de 2011

Coser y cantar: Salvador Monsalud y las artes / 1



Es sobradamente conocido que Salvador Monsalud es uno de los protagonistas creados por Galdós para la “Segunda serie” de sus Episodios Nacionales. Se trata de un personaje en el cual dejó mucho de sí mismo don Benito. En una de las novelas de esa serie, El Grande Oriente, de junio de 1876, nos habla el gran novelista de las inquietudes artísticas de su criatura de ficción. Lo hace, como siempre, con tanta ironía como gracia. Vamos con la primera de esas aficiones, la música, y dejemos para una entrada posterior las aficiones literarias del bueno de Monsalud, partidario de una España liberal y progresista frente a Carlos Navarro, el antagonista de la serie, tradicionalista, monárquico y apostólico.

Salvador tenía pasión por la música. Al establecerse en Madrid el año 18, creía, en su candor (pues su alma era en el fondo excesivamente candorosa), que aquel arte estaba al alcance de todo el mundo. Ignoraba las inmensas dificultades técnicas, jamás vencidas después de la infancia, que caracterizan el arte más amable y más profundamente patético en la vaguedad soñadora de su expresión. Con estas ideas, Monsalud compró un piano. Creía que en el clave todo es, como vulgarmente se dice, coser y cantar. El desengaño vino al instante, y el pobre joven se encorvaba con desesperación sobre el ingrato instrumento, y sus dedos de hierro herían las teclas sin poder hacerles hablar más que un lenguaje discorde y estrepitoso. Al mismo tiempo trataba de explorar el mundo de aritmética y de armonía comprendido en las cinco rayas de la cábala musical, y su mente caía rendida ante un trabajo que exige paciencia sinfín y árida práctica. Un día le sobrevino un arranque de ira durante los estudios musicales, que asemejaban su casa a un conservatorio de locos, y tomando un martillo, dijo a las teclas:

- ¿No queréis responderme? Pues tocad ahora.

Y las despedazó. La caja no tuvo mejor suerte, y una vez vacía, la llenó de legajos. El clave sufrió la suerte de los hombres que a cierta edad se vacían de ilusiones y se llenan de positivismo.

Leyendo estas luminosas palabras de Galdós, se me da por pensar en cuantas veces las circunstancias y los azares de la vida han obligado a tantos Monsaludes a enterrar el artista que creían llevar dentro y a dedicarse, a salvo de los cantos de sirena, a las labores prosaicas que finalmente son las que dan de comer y facilitan eso tan manido que se llama sustento material. En fin... 

2 comentarios:

Joaquín Parellada dijo...

Es curioso (o no tanto): yo también tengo subrayadas estas palabras. He cogido la edición en la que leí este episodio (la primera: Imprenta de José María Pérez, Corredera Baja de san Pablo, 41; Galdós aún no publicaba en La Guirnalda) y he encontrado esta otra cita, también interesante: "¡Ay! Desgraciadamente para España, en aquellos hombres no había más que talento y honradez; el talento de pensar discretamente y la hnoradez que consiste en no engañar a nadie. Faltábales esa inspiración vigorosa de la voluntad, que es la potente fuerza creadora de las grandes resoluciones. Los que salían, a pesar de su sensato hablar, eran tan niños como los que se quedaban en el Grande Oriente" (p. 301, final del cap. XXIII). Estas mismas palabras se podrían usar hoy día para algunos hombres públicos, por cierto.
Un abrazo.

Quimet

Javier Quiñones Pozuelo dijo...

Gracias, Joaquim, porque la cita complementa y mejora la entrada. No me extraña la coincidencia en el subrayado. Es un gran párrafo, de esos que llaman la atención y uno no puede evitar coger el lápiz y subrayarlo. El problema con Galdós es que hay tanto que anotar y subrayar...
Un abrazo, Javier.