lunes, 27 de mayo de 2013

Tanka de la lluvia


TANKA DE LA LLUVIA

Gotas de lluvia
como lágrimas leves
que llora el cristal
bailarinas fugaces
del agua entre la niebla.

Nota. La foto es de M.Q.

viernes, 24 de mayo de 2013

Manuel Lamana y Vázquez Montalbán / y 4


Copio aquí, para finalizar estas entradas dedicadas a Manuel Lamana, la columna que el veintiocho de septiembre de 1998 le dedicó, en el diario El País, Vázquez Montalbán al escritor exiliado.

LAMANA

La película Los años bárbaros es una de las pocas incursiones en el filón argumental de la resistencia antifranquista, sin duda filón que convoca atracción y rechazo según se hiciera algo o no se hiciera nada contra Franco cuando ya era Franco, Franco, Franco. La peripecia vivida por los dos jóvenes refugiados del batallón de trabajadores presos políticos del Valle de los Caídos, Manuel Lamana y Nicolás Sánchez Albornoz, fue novelada por una de las dos jóvenes, entonces, norteamericanas que les ayudaron en la fuga, Barbara Probst Salomon. La otra muchacha, Bárbara Mailer, es hermana de Norman, y fue estratega de la fuga otro hermano de hermano ilustre, Paco Benet.
   Hasta aquí el resumen de la situación. A partir de aquí un arrebato de melancolía porque uno de los protagonistas de la fuga, Manuel Lamana, es un novelista español que mereció ser censado por Eugenio de Nora, pero cuya obra es imperfectamente desconocida en España. Autor de Los inocentes, de Otros hombres y de la inédita Diario a dos voces, Lamana perteneció a la promoción de los Aldecoa, Sánchez Ferlosio, Juan Goytisolo, García Hortelano, aunque se hiciera escritor en su país de exilio, Argentina, y después de su fuga viviera una historia personal y política más marcada por el tenebrismo argentino que por el español. No sé si la palabra inadmisible es excesiva, pero resulta difícilmente admisible que las novelas de Lamana no sean republicadas y reasumidas por la sociedad literaria española y editada la inédita, como ejercicio de recuperación de un escritor que nos faltaba para entender la travesía del desierto de los años cuarenta y cincuenta. Trato de sobreponerme a la decepción causada por la cantidad de veces que he tenido que dar la filiación no ya de Lamana, sino de Eugenio de Nora y de sus imprescindibles estudios sobre la novela española contemporánea. Y eso que Lamana, como se ha demostrado, era de película.

Nota. Se ocupó de su figura y de su obra también José R. Marra-López en su pionero y célebre Narrativa española fuera de España 1939-1961. La sociedad literaria española, como dice Vázquez Montalbán, ya ha "republicado" Otros hombres y Los inocentes y también la "inédita" Diario a dos voces. ¿Habrá tenido o tendrá eco entre los lectores? Lo podremos comprobar en el número de reediciones que las editoriales Viamonte y Seix Barral se vean obligadas a hacer ante la demanda del público lector. 

martes, 21 de mayo de 2013

Manuel Lamana, biografía de solapa / 3


Manuel Lamana nació en Madrid en 1922, segundo hijo de una familia de cuatro hermanos. Cursó sus primeros estudios en la capital. Su padre, afiliado a Izquierda Republicana, ocupó un alto cargo en el Monopolio de Tabacos y Fósforos. Ya iniciada la guerra civil, la familia se trasladó a Valencia, en noviembre de 1936, después a Barcelona y finalmente, en febrero de 1939, se exiliaron en Francia, excepto el hermano mayor, José Luis, combatiente republicano que fue hecho prisionero tras la batalla del Ebro. La vida en la Valencia en guerra fue recreada por Lamana en la novela Los inocentes, publicada en el exilio, en Buenos Aires, en 1959. La peripecia del destierro en suelo francés, la de su padre por un lado, separado de la familia, y la de la madre y sus hijos, Manuel, Álvaro y Carmen, por otro fue contada en Diario a dos voces, publicado en Barcelona en 2013; por una parte, el diario escrito entre el tres de febrero y el veintiocho de abril de 1939 por José María Lamana, el padre, y por otra, el del escritor recreando sus vivencias de aquel tiempo muchos años después, en 1985. Para no ingresar en una compañía de trabajo de la Alemania nazi, Lamana regresó a España, a Madrid, en cuya universidad, en la Facultad de Derecho, se matriculó. Fue detenido en 1947 por sus actividades clandestinas antifranquistas. Ingresó en prisión y fue condenado a varios años de cárcel; la condena la cumplió en el campo de concentración de Cuelgamuros, haciendo trabajos forzados en la construcción del mausoleo fascista de El Valle de los Caídos. Consiguió fugarse en agosto de 1948 y llegar a París en compañía de Nicolás Sánchez Albornoz, ayudados ambos por la escritora Bárbara Probst Salomon y Bárbara Mailer. La estancia en la España franquista y la espectacular fuga la contó Lamana en Otros hombres, novela publicada en Buenos Aires en  1956. Es también autor de un conjunto de artículos sobre literatura española recogidos en Literatura de postguerra, publicado en la capital argentina en 1961. Vivió exiliado en Buenos Aires, donde se dedicó a la docencia universitaria y donde fallecería en 1996.

viernes, 17 de mayo de 2013

Manuel Lamana, Los inocentes / 2


Vaya por delante, Los inocentes me parece una de las novelas cortas sobre la guerra civil española más lograda y original. El narrador, contando desde la perspectiva de Luisito, un joven de catorce años en el que se adivina cierto trasunto biográfico del autor, que se desplaza desde Madrid a Valencia con su familia en noviembre de 1936 y va a vivir en la ciudad en guerra hasta su trágico final, ofrece al lector, además de la guerra en sí misma, contada de modo tangencial, como el caso de la niña cuyos padres mueren en la toma de Málaga por los nacionales ametrallados desde un avión que asesina a la gente que huye por las carreteras, los efectos que esta tiene sobre la conciencia de un joven todavía en formación.

En el libro que comentaba en la entrada anterior, Diario a dos voces, Manuel Lamana nos dejó, ignoro si deliberadamente, una de las claves de esta novela, cuya primera edición publicó Losada en Buenos Aires en 1959. El Manuel Lamana de ese diario, que tantos puntos en común tiene con el Luisito protagonista de la novela a la que me refiero, escribe:

He pensado a veces cuánto perdería el mundo si yo muriera, si hubiera muerto en un bombardeo, por ejemplo. He pensado también que el mundo es todo para uno. Habría entonces algo así como una suma: el mundo y yo, mano a mano los dos. Tanto me completo yo en el mundo como el mundo conmigo. Ahora veo que no, que nadie es tan imprescindible. Aunque uno falte, el mundo sigue funcionando igual. ¿Pero puede ser que yo desaparezca y para el mundo no importe? No digo para mamá y para mis hermanos: para el mundo. Por lo que he visto, basta con que los demás se corran un poco y el hueco estará tapado. Todos seguirán comiendo, todos seguirán charlando. Yo no estaré, nada más, pero ¿quién se dará cuenta?

La lucidez de esta reflexión, llevada a cabo por un Lamana adulto, puesta en el pensamiento de un muchacho de dieciséis años que se enfrenta a la crudeza de un exilio injusto,  emparenta con la actitud vital de Luisito, un joven que se envuelto en una guerra cruel y durísima que otros, en su felonía, en su rebelión, le han impuesto; ello le obliga, quizá infructuosamente, a adaptarse al paisaje, físico y moral, que esa misma guerra ha creado.

La monotonía, la abulia en muchos momentos, la falta de horizontes vitales, la sensación de estar viviendo un tiempo estancado y muerto, conducen a Luisito a una actitud, de marcados rasgos existencialistas, que tiene no pocos puntos en común con la del Lamana que escribe el diario postergado de su exilio en Francia en 1939: "Luisito se sentía cansado. El cielo era azul, pero él lo sentía gris. Las piernas le pesaban, le pesaba la cabeza, los pies se le apretaban contra las paredes de los zapatos. Cerraba los ojos y andaba unos pasos, para mejor no estar."

Luisito, forzado testigo de unos acontecimientos detestables, siente la guerra en su vida diaria y en lo que habla con sus padres y en lo que ve y lo que oye; ya sabe, por ejemplo, que los rebeldes "mataban a todo el que no pensaba como ellos", que en su familia eran republicanos, y que no todos, en palabras del padre, defendían acertadamente la República, sobre todo quienes, amparados en el anonimato de la noche, asesinaban lo mismo que los del otro lado. Don Luis, el padre del personaje, educa a su hijo en la tolerancia y en el intento vano de lograr algún día la concordia entre los que entonces se mataban en los frentes. Al hilo de la muerte de dos de sus colaboradores, ametrallados desde un avión cuando circulan en coche por la carretera de Sagunto, reflexiona lúcidamente ante su hijo con estas palabras:

Cuando a un español no le gusta lo que hace otro dice: "Ese no es de mi España, es de la otra media". Nos empeñamos en no ver. Nos empeñamos en negar lo que no nos gusta. ¡No es de mi España! ¿Quién da el derecho a esa posesión excluyente? Y así llega el día en que el mito lo encontramos convertido en la verdad más crasa. En que realmente España está partida por la mitad. En que ya no es de nadie. En que todos nos tenemos que poner a matar. Y en un día de sol como hoy nos matan a Prados y a Marín. ¿Te das cuenta? ¡Por España! Algún día, quién sabe, nos daremos cuenta de que españoles somos los de aquí y los de allí, y que no hay España sin los dos. A mí ellos no me gustan. Ni yo a ellos. Pero somos todos del mismo suelo. Es así."

Por eso el narrador, estratégicamente situado detrás de la conciencia de Luisito, reflexiona así sobre el significado de la guerra:

La guerra había llegado hasta ellos y les había hecho sentir el odio de sus mayores. Y aquí estaba el problema que estremecía a Luisito y le hacía quedar en el vacío sin llegar a formulárselo: ¿Ellos iban a seguir odiando? ¿El odio de los mayores ya no se lo iban a poder arrancar? ¿Iban a seguir diciendo acusadoramente "vosotros" y "nosotros"?

Quizá el final trágico de Luisito, causado sin duda por ese odio, sea una respuesta a esas preguntas. 

Los inocentes es una gran novela, una de las mejores sobre la guerra civil española. Reeditada en 2005 por la editorial Viamonte, con un prólogo excelente de Constantino Bértolo, es una lectura obligada por su calidad literaria, por la originalidad en el tratamiento de la guerra, por su hondura humana. Se preguntaba Lamana si alguien, caso de haber desaparecido en un bombardeo, por ejemplo, se daría cuenta de que no estaba o no estaría. Sí, claro que hay quien se daría cuenta, todos los lectores que han leído sus libros, que se han emocionado y estremecido con ellos, al margen, naturalmente, de quienes le conocieron y vivieron junto a él, Isabel Luzuriaga, su mujer y sus hijos María Luisa y Miguel, a quienes dedicó la novela en 1959, así como a todos los niños, en paz o en guerra, porque Los inocentes también puede considerarse una novela de aprendizaje, de iniciación a la vida en un tiempo en el que la vida no valía nada, una novela de acceso a la experiencia en unas circunstancias terribles que afortunadamente, a pesar del dolor, este país aprendió a superar, mirando hacia adelante y dejando atrás los enfrentamientos estériles; por eso, creo que esta novela debería ser leída por los jóvenes que, como el Luisito protagonista, estén ahora en la adolescencia, para que conozcan el pasado y no lo olviden nunca. 

miércoles, 15 de mayo de 2013

Manuel Lamana: el tiempo vacío del exilio / 1


Dos voces, separadas en el tiempo, conforman este diario:  una es la de José María Lamana, padre del escritor, que cuenta los hechos según están sucediendo, entre el tres de febrero y el veintiocho de abril de 1939, y la otra es la del escritor, la del autor de Otros hombres y Los inocentes, que rememora en la distancia sus vivencias de aquellos meses y redacta un diario con ellas, en 1985, paralelo al de su padre. El relato del padre es estremecedor, el del hijo más reflexivo y más literario, redactado en una prosa cautivadora. El padre cuenta la experiencia directa del exilio: el internamiento en los campos de concentración franceses, las penalidades sin cuento, las miserables condiciones de vida, la dignidad maltratada por la injuria de unos carceleros desalmados, la incertidumbre sobre el destino inmediato, el dolor y la tristeza por la separación familiar, el absurdo de la situación en la que se vieron envueltos quienes no hicieron, como el padre de Lamana, otra cosa que cumplir con su obligación.

Manuel Lamana, con su prosa impecable, reflexiona sobre la condición del exiliado, del refugiado, en estos términos:

10 de marzo de 1939. Ornans
Qué día opaco. Creo que así es el exilio, un día de exilio: un día sin luz, un día donde no se ve nada. Un día vacío, donde todo está destruido, donde todo falta, donde todo es vano, inútil. Es el desierto. (...) El refugiado ha puesto su existencia en sordina y lo que haga será algo que no podrá terminar. Hoy no soy nada. estoy fuera de mi lugar, en exilio.

En otro momento escribe:

Ser refugiados como nueva identidad. No saber hasta cuándo seremos refugiados ni lo que significa exactamente el serlo. Es difícil asumir una identidad que no se sabe cuál es.

Es evidente que este tipo de reflexiones pertenecen al Lamana adulto, que da voz al inquieto joven que era entonces, cuando contaba apenas dieciséis años, en febrero de 1939 y conoció, para después contarlo con mano maestra, la incertidumbre y la zozobra que rodean siempre al refugiado, al exiliado.

jueves, 9 de mayo de 2013

Contar la vida



Después de haber escrito tanto sobre vidas ajenas, renunció al proyecto de contar la suya propia. No merecía la pena, así que se dedicó a leer, a pasear y a contemplar la naturaleza. Fueron pasando veloces los años y muy al final, cuando tuvo la sensación de que el tiempo lo alcanzaba, pensó que quizá no fuera del todo inútil redactar una breve memoria sobre aquel suceso que había marcado su juventud y el resto de su existencia. Sin demasiado afán, se puso a ello. Emborronó algunas cuartillas con el pulso ya tembloroso de su estilográfica, pero se cansó pronto y abandonó la tarea: para qué hurgar en el pasado, para qué contar nada, y menos aún tan a destiempo. Era mejor esperar en paz. Sin aspavientos. Con el alma sosegada. En silencio.

Nota. La foto de Barcelona, vista desde Montjuich, es de Marta Q.

sábado, 4 de mayo de 2013

El lugar más hermoso


A vosotras, que estuvisteis allí conmigo,
y a ti, que sin estar siempre me acompañas.

En el lugar más hermoso las piedras entablan, calladamente, un inusitado diálogo con el agua. Cielo y espumas son testigos mudos del prodigio.


Una geología caprichosa ha ido labrando las piedras al correr de los siglos; la salitre y el viento han sido cooperadores activos, agentes necesarios.


El águila de piedra extiende sus alas, y como si de un albatros se tratase, se dispone, después de observar el azul en el horizonte, a desplegar su vuelo poderoso y desgarrador.


En el lugar más hermoso conviven armoniosamente las especies animales; su obligada quietud las mantiene inmóviles, con la vista perdida en el mismo mar que labró, olas, salitre y espuma, su ser de piedra.


La intervención del hombre, de los arquitectos del paisaje, facilita la contemplación de la naturaleza en estado puro, y nos ofrece observatorios privilegiados.


Así, donde antes había viviendas usurpando los espacios comunes, bajo el amparo de legislaciones autoritarias y obsoletas, se levanta hoy un mirador geométrico de formas rectangulares sobre la inmensidad del mar; simetría panorámica que nos devuelve lo que es de todos.


Paisaje lunar de piedras movidas por el viento, oscuros peñascos, abruptos acantilados, islotes coronados en su base por la espuma que blanquea entre las mil tonalidades del azul: Dios en la creación del universo. El lugar más hermoso es un espacio único y así debe seguir, silencioso entre el rumor bravío del mar, desamparado ante la fuerza desaforada del viento, para siempre.


El color de la piedra lavada por la sal y las olas, bajo un cielo esplendente de azul.


El mar inmenso baña la tierra con su lengua y la sombra oscurece las piedras lunares, que contemplan calladas el paso de los siglos.


Lugares de pausa reposada para leer los poemas que el viento y la lluvia han escrito sobre las piedras. Sosiego, soledad. Un vuelo de eternidades a ras de suelo.


El beso de piedra becqueriano cobra aquí forma en estas rocas que, cual amantes desolados, intentan unir sus bocas en el instante último antes de quedar presas e inmóviles para siempre en la soledad de las estatuas.


Tierra casi volcánica a la orilla del mar, curiosas formaciones dibujadas por el agua.


El camino de vuelta orillado por una geología inquietante.


Asombro ante la belleza de este locus amoenus, de este remanso de poesía natural: piedra, sal, agua, cielo.


El lugar más hermoso es un destello de luz primigenia sobre las piedras y el agua, un bálsamo de belleza indolente para mis cansados ojos, que no dejan de asombrarse al contemplarlo.

Nota. Las fotos fueron tomadas por mi hija Marta en Semana Santa, en el Espai Tudela del Cap de Creus, Girona. El arquitecto del paisaje, diseñador de la intervención, fue Martí Franch Batllori fundador del EMF.